Damián Blackwood, es un Alfa dominante que ha construido un imperio oculto entre humanos, jamás pensó que una simple empleada pondría en jaque su autocontrol. Isabella, con su espíritu desafiante, despierta en él un deseo prohibido… pero lo que comienza como una peligrosa atracción se convierte en una amenaza cuando descubre que ella es su compañera destinada. Una humana...
Bajo la sombra de antiguas profecías y oscuros secretos, sus destinos colisionan, desatando fuerzas que nadie podrá contener.
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Un problema personal
El reloj marcaba las siete y media de la noche cuando Carla entró sin tocar a la oficina de Selene, llevando dos cafés en la mano y una ceja levantada con suspicacia.
—¿Todavía aquí? —preguntó, dejando uno de los vasos sobre el escritorio de su amiga— ¿No poensás irte nunca?
Selene levantó la mirada, con los ojos brillantes por la rabia contenida, pero con una expresión tan serena que a Carla le dio un pequeño escalofrío. Esa cara solo significaba una cosa: algo grave acababa de pasar.
—¿Qué pasó ahora? —preguntó con cautela, sentándose en la silla frente a ella— ¿Estás así porque él Señor CEO aprobó la propuesta de Alán?
Selene giró lentamente el monitor para apagarlo y entrelazó las manos sobre la mesa, como si estuviera a punto de confesar un crimen.
—¿Recuerdás la propuesta que rechacé presentar esta semana? —preguntó en voz baja.
—¿La de redes sociales?
—Sí. La mejoré un poco, agregué datos nuevos... y se la di a Alán para que la presentara como suya.
Carla parpadeó, sorprendida.
—¿Qué?
—Quería probar algo, Carla. Quería comprobar si el problema era con la idea o conmigo.
La rubia se quedó mirándola en silencio. Luego tomó un sorbo de su café, como si necesitara el impulso de la cafeína para procesar lo que acababa de escuchar.
—Entiendo...¿Entonces?
—Damián Blackwood la aceptó sin objeciones. Dijo que era "coherente, moderna y sólida". Palabras textuales —dijo Selene entre dientes, con una mezcla de rabia, decepción y satisfacción amarga.
—¿Estás segura que Alán no le hizo cambios significativos?
—Solo el orden de las secciones. Todo lo demás era igual, Carla. ¡Igual! —Selene se puso de pie de golpe, empezando a caminar por la oficina como un animal enjaulado— Es exactamente lo mismo que le presenté hace unos días, pero como la expuso alguien con pantalones y voz grave, de pronto le pareció brillante.
Carla la siguió con la mirada, sin atreverse a interrumpirla.
—¿Y qué vas a hacer ahora?
—Ya pedí una cita con él. Mañana voy a hablarle —respondió con una determinación helada— No pienso seguir permitiendo que me pase por encima solo porque le molesta que no me calle la boca como los demás.
—¿Y si tiene una razón válida?
Selene se detuvo en seco, con la mirada clavada en su amiga.
—¿Qué razón válida puede haber para ignorar mis ideas solo porque soy yo quien las presenta?
Carla suspiró.
—No sé. Pero... —hizo una pausa, midiendo sus palabras— ¿Y si no es personal en el mal sentido?
Selene frunció el ceño.
—¿Cómo que no en el mal sentido?
—¿Y si... le gustás?
—¡¿Qué?! —La risa que salió de su boca fue más incrédula que divertida— No, Carla. Esto no tiene nada que ver con "le gustás". El tipo es un déspota. No puede soportar que alguien lo contradiga. Y claramente, que esa persona sea yo le saca de quicio con mayor rapidez.
Carla sonrió apenas.
—¿Y tú? Él también te saca de quicio ¿O me equivoco?
Selene resopló y volvió a sentarse, cruzando los brazos.
—Ese no es el punto.
—No, claro que no —dijo su amiga, levantando las manos en señal de rendición— Pero si mañana vas a enfrentarlo, mejor que tengas claro cuál es tu verdadero motivo.
—Mi motivo es simple y lo tengo más que claro—replicó Selene, mirando fijamente el borde de su escritorio— No me importa si le caigo bien o mal. Lo único que quiero es que reconozca que no puede tratarme diferente solo por no ser sumisa y complaciente como el resto.
Carla la observó un momento más, luego asintió lentamente.
—Entonces ve y sacale la careta.
—Eso pienso hacer.
Al día siguiente...
El reloj marcaba las 10:00 en punto cuando Selene golpeó con firmeza la puerta del despacho de Damián.
—Adelante —se oyó su voz desde el interior.
La muchacha entró con la cabeza en alto, el dossier en una mano y los labios firmemente apretados. Damián, de pie junto a la ventana, se giró lentamente para mirarla. Sus ojos recorrieron su figura con una atención demasiado aguda como para ser puramente profesional.
—Señorita Monterodijo, con ese tono grave y autoritario que tanto le crispaba los nervios y le daba miedo a más de uno, pero no a ella —Puntual. Me agrada.
—No vine a agradarle, señor Blackwood —respondió sin rodeos, cerrando la puerta tras de sí —Vine a hablarle con claridad.
Una ceja se le arqueó apenas, pero hizo un gesto con la mano hacia la silla frente a su escritorio.
—Entonces hable.
Selene se sentó con elegancia, pero sus ojos no abandonaron los de él en ningún momento.
—Usted rechazó mi propuesta el lunes sin siquiera dejarme explicarla por completo.
—Porque era una propuesta débil —refutó él sin titubeos.
—¿Débil? —Selene apoyó el dossier sobre la mesa con un golpe seco— Es exactamente la misma propuesta que aceptó ayer cuando se la presentó Alán.
El silencio que se hizo en la oficina fue denso, como una niebla pesada.
Damián no respondió de inmediato. Se limitó a observarla, sin moverse, sin siquiera pestañear.
—¿Está diciéndome que Alán presentó su idea?
—Sí. Y lo hizo porque yo se la di. Quería comprobar si el problema era con mi estrategia o conmigo. Y, a juzgar por su reacción, ya tengo la respuesta.
Damián se acercó al escritorio, apoyó las manos sobre la superficie pulida y se inclinó ligeramente hacia ella. Su mirada ya no era neutral.
—¿Me está acusando de parcialidad?
—Lo estoy afirmando —replicó ella, con una calma tensa— No sé si le molesta que lo contradiga, que no le tema, o que no sea uno de sus empleados que bajan la cabeza sin discutir. Pero sus constantes rechazos a mis ideas ya no son casualidad, señor Blackwood.
El ceño de Damián se frunció apenas, pero su voz sonó más baja, casi como un gruñido contenido.
—Cuidado con cómo me habla, señorita Montero.
—¿Y si no tengo cuidado qué va a hacer? ¿Despedirme? —su mirada brillaba, no por desafío, sino por la pasión que le hervía en la sangre— Hágalo, si quiere. Pero no pienso quedarme callada mientras pisotea mi trabajo.
Damián apretó la mandíbula. La tensión entre ambos era como una cuerda tirante a punto de romperse. Finalmente, se enderezó y rodeó el escritorio hasta sentarse en su silla de cuero. Sus dedos se entrelazaron frente a él.
—¿Y si le dijera que no tengo un problema con su trabajo, sino con... usted?
Selene parpadeó. El aire pareció detenerse por un segundo.
—¿Perdón?
—No es profesional —dijo él, con una frialdad que parecía proteger algo más profundo— Usted me desconcierta. Me irrita. Me provoca. Y eso no debería pasarme con una empleada.
Ella se puso de pie, el corazón latiéndole con fuerza.
—No vine aquí para hablar de lo que le provoca, señor Blackwood. Vine a decirle que merezco respeto. Que mi trabajo lo merece. No importa si le caigo bien o mal. No voy a seguir tolerando un trato desigual por sus... emociones mal gestionadas.
Damián se levantó también, pero no dijo nada. Se limitaron a mirarse, el aire denso entre ellos cargado de una electricidad difícil de ignorar.
—Gracias por su tiempo, señor —dijo Selene, con voz firme.
Y sin esperar una respuesta, giró sobre sus talones y salió de la oficina.
Damián se quedó allí, mirando la puerta cerrarse tras ella, con los músculos tensos y los pensamientos ardiéndole bajo la piel.
Ella acababa de declararle la guerra.
Y lo peor era que una parte de él... lo había disfrutado.
¡Mis felicitaciones y agradecimiento por este nuevo regalo de tu fértil imaginación!
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