Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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Cerca de la verdad
La cara de Julian reflejaba una genuina sorpresa. Probablemente, de todas las cosas que se imaginó, esa era la última en su lista.
—Entonces son... ¿gemelos? —articuló Julian, intentando disimular su shock. El hombre vestía una bata de médico, pero su semblante, aunque más sereno que el de Eleanor, compartía esa misma dureza innata, ese conocimiento intrínseco de un mundo oscuro.
—¿No es obvio? Aunque en realidad somos polos opuestos —respondió Darien, sin ninguna pizca de humor, mientras se acercaba a la recepcionista para dejar una indicación. Se giró hacia Julian, examinándolo de pies a cabeza. —¿Y tú eres...? —indagó claramente al no reconocerlo.
—Soy Julian Vance. Vengo con la mujer —dijo, refiriéndose a Eleanor, enfatizando la familiaridad.
—Ah, ya. Entiendo —cortó el rollo, como si ya imaginase de qué trataba el asunto: otro peón, otro amante desechable en la órbita de la mujer. Lo dejó con la palabra en la boca y se dirigió al cubículo donde Eleanor lo esperaba.
Al correr las cortinas, se encontró con una Eleanor, mojada hasta la médula, en una posición muy comprometedora sobre la camilla. Estaba descalza y sentada sobre sus rodillas, con su elegante vestido de fiesta empapado. Había dejado a un lado el abrigo. Estaba intimidando al enfermero que pretendía suministrarle el medicamento para el asma.
—Hola, Darien, querido. Tiempo sin verte —Ella le ofreció una sonrisa cargada de malicia.
Él suspiró pesadamente, cansado de sus juegos infantiles.
—Si tienes algo que decirme, simplemente puedes enviarme un mensaje y te agendo una cita. No juegues con tu asma.
—Ay, no. Qué aburrido eres. Tan amargado y tan serio. Deberías divertirte un poco más. ¿Por qué no asistes a mi club un día de estos? Un poco de alcohol y droga no te vendría nada mal —comentó, alejándose del enfermero, quien la soltó y se marchó tranquilamente. Darien le lanzó una mirada que decía más que mil palabras: ni un comentario sobre el asunto.
Eleanor se recostó sobre la camilla, manteniendo esa sensualidad y esa risa coqueta que nunca se le borraba del rostro. Darien solo la observaba, manteniéndose al margen de sus provocaciones.
—¿Qué? ¿Qué tanto ves? ¿Te gustan mis pezones marcaditos bajo la tela de mi lindo vestido? Es producto del frío que aquí hay. Tú más que nadie debe entender estas reacciones fisiológicas.
—¿Para qué querías verme? Ya me tienes aquí, ahora habla —Eleanor silbó, disimulando la ignorada de Darien, sabiendo que ya había captado toda su atención.
—¿Me tienes el nuevo lote de medicamentos que te pedí?
—Solo pude hacerte la mitad del pedido, Elle. ¿Acaso no estás enterada?
—¿Enterada de qué? —Su voz se tornó fría y seria, a la expectativa de lo que iba a decir. Su fachada de coqueta se desmoronó al instante.
—Intentaron saquear el galpón. Nuestro proveedor, pero antes de que lograra hacer nada, Kiam lo descubrió y lo mandó a terapia intensiva. Está hospitalizado aquí mismo.
—¿Y cómo es que pasó esto?
—Los gastos para crear esos medicamentos son muy altos. Apenas y podemos costearlos. Y él nos estaba presionando, estaba exigiendo un aumento en su paga. Incluso intentó amenazarnos con acusarnos con la policía. Es un maldito drogadicto que solo estaba sacando provecho de la situación. En realidad, tenía miedo de ser descubierto, así que supongo que tenía las intenciones de sacarnos dinero como un plan de emergencia en caso de que tuviera que huir. Estuve investigando, y tal parece que su hermano trabaja para el departamento de policía de la ciudad.
Julian, que estaba de guardia cerca de la cortina, sintió un escalofrío. El hombre herido era el proveedor de drogas, y su hermano...
—¿Cómo se llama su hermano? —preguntó Eleanor, ya con la mente en pleno funcionamiento.
—Oliver Clark. La información sobre él es muy difícil de encontrar. Es como si su registro en el sistema de datos se hubiese borrado.
Eleanor comenzó a pensar a una velocidad increíble. Su mente maestra trabajaba como la luz.
—Investiga a ese tal Oliver. Necesitamos tenerlo vigilado.
—Entiendo. Pero aún no te he dicho lo más importante.
—¿Qué es? Suéltalo ya —exigió, jugando con las puntas de su cabello.
—El galpón sufrió un incendio. Aún no sé cuánta mercancía se perdió.
—¿Cómo que se incendió? ¿Por qué se incendió?
—No lo sé. Apenas me avisaron. Kiam debe estar allá resolviendo todo.
—La gente no puede ser más inútil e imbécil. Ve diciéndole a tu gente que me resuelvan eso. O, de lo contrario, los echaré a toditos y haré que caigan en completa miseria por ineptos, ¿quedó claro? No puede ser que cada vez que hay problemas tienen que buscar al estúpido de Kiam. ¡La jefa soy yo, no él! Las cosas las resuelven conmigo.
Eleanor estaba furiosa. Gritaba sin pensar por un momento que se encontraba en un hospital. Odiaba que pasaran por encima de ella y pidieran ayuda a Kiam, quien insistía en no tener nada que ver en el negocio del fentanilo. Él solo mataba por diversión y hacía el trabajo sucio que el abuelo no era capaz de hacer. La mujer observó a través de la cortina, notando la sombra de alguien espiando y escuchando lo que discutían.
—Haz un trabajo más para mí —dijo para finalizar. —Investígalo. Quiero saber cuáles son sus intenciones —Explicó, señalando detrás de la cortina. Se refería a Julian. Estaba segura de que era él quien los estaba vigilando.
Después de un rato, Elle salió en compañía de Darien, con una expresión calmada y dramática, como de quien recién había sufrido de un ataque de asma. Julian se quedó mirando, mostrando una seriedad inquebrantable e ignorando que había estado espiando. Ninguno de los dos hablaría, a pesar de que ella sabía que él sabía, y que él sabía que ella no estaba enferma.
Sin decirse nada, Julian siguió a Eleanor de vuelta al auto. Ella se sentó atrás y él, por supuesto, en el asiento de piloto. Ella miraba por la ventana, sin decir nada. Estaba a la expectativa de lo que diría. Lo mismo con Julian.
—¿Regresaremos al club? —preguntó Julian, mirando la hora; no faltaba mucho para que se hicieran las siete de la mañana.
—No. Mi abuelo está allá. Y no tengo ganas de darle explicaciones de todo lo que ha pasado.
—¿Le tienes miedo?
—¿Al viejo? Por supuesto que no. Pero no es bueno que se entere de todo lo que está pasando. Probablemente cambiaría de opinión y pensaría que no soy la indicada para estar al frente de los negocios.
—Así que un movimiento en falso y lo pierdes todo, ¿no?
Eleanor rió con gracia. Su risa era un sonido escalofriante después de la escena que acababa de protagonizar.
—¿Por qué? ¿Me hundirás hasta hacerme perder todo? —preguntó pasándose al asiento delantero, sentándose sobre el regazo de Julian en un movimiento tan hábil que no le dio tiempo de reaccionar. La actuación había terminado. La debilidad, el llanto... todo se había ido, reemplazado por la depredadora que realmente era.
Julian, completamente inmovilizado por la sorpresa y la cercanía de su cuerpo empapado, apenas pudo respirar. Sintió el frío del vestido y el calor de su piel.
—No has respondido a mi pregunta, guardián. ¿Cuáles son tus intenciones reales? ¿El dinero? ¿El juego de apuestas? ¿O acabar conmigo? —su voz se hizo un susurro peligroso cerca de su oído. La humedad de su cabello goteaba sobre el cuello de Julian.
Julian cerró el puño sobre el volante, luchando contra el impulso de apartarla y el deseo de rendirse a la trampa. Era una mujer fatal y él, el policía encubierto, estaba en su centro de gravedad.
—Mis intenciones son... llevarte a un lugar seguro —logró decir, apenas manteniendo la compostura—Es el trabajo que me has propuesto, ¿no?
—Aquí estoy. Completamente segura —replicó ella, frotando su mejilla contra la suya, una caricia calculada. —Pero por lo que veo no tienes intenciones de hablar con la verdad. Dime ¿Qué quieres a cambio?
—No necesito un pago —respondió él.
—Todos tienen un precio —Ella deslizó una mano hacia su muslo. —Dime el tuyo y lo pagaré.