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Mi Prometido de Alquiler es un Príncipe

Mi Prometido de Alquiler es un Príncipe

Status: Terminada
Genre:Romance / Matrimonio contratado / Amor tras matrimonio / Mujer poderosa / Traiciones y engaños / Juego de roles / Completas
Popularitas:101
Nilai: 5
nombre de autor: Denise Oliveira

Beatriz sufre una gran desilusión amorosa y deja de creer en el amor; sin embargo, el día de la boda de su exnovio conoce a un hombre que parece dispuesto a hacerla cambiar de opinión.

NovelToon tiene autorización de Denise Oliveira para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 22

Beatriz narrando...

En el avión rumbo a Nurabia, el nerviosismo me consumía. Intentaba concentrarme en la carpeta con el proyecto, pero las palabras se embrollaban ante mis ojos. ¿A quién quería engañar? No conseguía prestar atención a nada.

A mi lado, Emir dormía tranquilamente, como si fuera el hombre más despreocupado del planeta. El príncipe de Nurabia, dueño de todos los focos, y aún así roncaba bajito, con la boca entreabierta. Puse los ojos en blanco.

Mi pequeña venganza fue haber rechazado el jet privado que él había ofrecido y aceptado el pasaje ejecutivo que la empresa me dio. Pensé que así tendríamos distancia, un poco de aire, pero claro que Emir encontró la manera de comprar el asiento de al lado. Lo peor es que parecía genuinamente feliz de estar allí, aplastado conmigo en el mismo vuelo, como si fuera una aventura.

Del otro lado, Steven, mi compañero de trabajo, estaba desmayado y roncaba alto, muy alto. Sonaba como un motor de arranque fallando. Miré a mi alrededor, esperando que alguien reclamara, pero los otros pasajeros estaban impasibles, como si aquel ronquido fuera música ambiente. Yo era la única contorsionándose de irritación.

Suspiré y cerré la carpeta, rendida. Miré por la ventana. El cielo oscuro, teñido de tonos anaranjados por la puesta de sol, me hizo sentir pequeña. Estaba a punto de llegar al otro lado del mundo, a un país que parecía salido de un cuento de hadas… o de una pesadilla, dependiendo del ángulo.

Horas después, cuando el comandante anunció el descenso, mis manos se quedaron heladas.

Beatriz pensando 🤔

Es solo trabajo. Viniste a trabajar. No lo olvides.

La aeronave aterrizó suavemente, y el impacto me arrancó de la hipnosis. El corazón latía acelerado mientras la voz del comandante resonaba dando la bienvenida al Reino de Nurabia.

Así que descendimos, la diferencia me golpeó de lleno. El calor era denso, envolvente, y el aire cargaba especias que no conseguía nombrar. El aeropuerto estaba lleno de pancartas con la bandera dorada del país, periodistas con cámaras listas y guardias de seguridad formados. Me sentí desplazada, con mi blazer arrugado del viaje y el cabello recogido a las apuradas.

A nuestro alrededor, personas se inclinaban discretamente hacia Emir, que seguía a mi lado con naturalidad, como si fuera solo un pasajero desembarcando. Incluso le guiñó un ojo a un niño que lo apuntó con el dedo y sonrió, y eso arrancó gritos de la familia de él. Quise meterme en un agujero.

—Relájate, habibti —murmuró Emir cerca de mi oído—. Te acostumbrarás.

¿Acostumbrar? Estaba entrando en un mundo que nunca imaginé pisar.

El coche oficial nos llevó hasta el palacio real. Steven fue directo a su hotel, nos encontraríamos mañana en la obra. Pasaba la mano por el vidrio, intentando asimilar el paisaje. Dunas doradas se mezclaban con edificios modernos, como si el pasado y el futuro convivieran lado a lado. El sol caía lentamente, dejando la ciudad teñida de cobre.

Pero nada me preparó para el impacto cuando los portones del palacio se abrieron.

Era como atravesar a otro universo. Jardines inmensos, fuentes que reflejaban la luz del atardecer, columnas trabajadas en mármol blanco y dorado. Todo parecía hecho para impresionar, para recordar a cualquier visitante que estaba delante de una dinastía antigua y poderosa.

Cuando descendí del coche, mis piernas vacilaron. Emir tomó mi mano con naturalidad, como si fuera la cosa más normal del mundo.

—Bienvenida a Nurabia, Beatriz —dijo él, con aquella sonrisa irritante y encantadora al mismo tiempo.

Y yo, por un instante, creí que había entrado en un cuento de hadas. Pero la sensación en el fondo de mi pecho me decía que ese cuento podía fácilmente transformarse en una trampa.

Pasamos por un batallón de empleados que hacían reverencias, Emir se aseguró de decir el nombre de todos, claro que no conseguí grabar todos los nombres, es mucha gente.

En la cima de la escalinata, la familia real nos aguardaba. No era la primera vez que los veía, pero allí, en el corazón de Nurabia, la escena tenía otro peso.

El rey Malik, imponente en su túnica tradicional, fue el primero en acercarse. Su mirada era firme, calculada, pero sus gestos eran impecablemente educados.

—Señorita Martins —dijo él, con la voz grave—. Bienvenida a Nurabia.

Asentí, intentando no demostrar lo mucho que aquellas pocas palabras me dejaron tensa. Sabía que él no gustaba de mí, pero su polidez perfecta me recordaba que, a veces, la frialdad educada era más difícil de enfrentar que la hostilidad abierta.

En contraste, la reina Leila se acercó con una sonrisa sincera y acogedora. Tomó mis manos con delicadeza, como si realmente estuviera feliz por verme.

—Qué bueno tenerla con nosotros, querida. Espero que se sienta en casa.

Aquellas palabras, tan simples, aliviaron parte del peso en mi pecho.

Amira, por su parte, fue aún más calurosa. Linda, altiva, pero con un brillo afectuoso en los ojos, ella me envolvió en un abrazo breve, pero genuino.

—¡Finalmente! —dijo ella, sonriendo—. Estaba ansiosa por verla aquí.

Y, en aquel instante, yo percibí algo: no estaba totalmente sola.

Aún así, mientras Emir me conducía para dentro del palacio, sentí los ojos del rey acompañándome.

Momentos después.....

El silencio del salón de mármol parecía cargar siglos de historia. El rey Malik, de espaldas al hijo, observaba los jardines del palacio por la inmensa ventana. Cuando finalmente habló, su voz fue grave, casi como un trueno apagado.

—Emir… —comenzó, sin volverse—. Necesitamos hablar sobre el consejo.

Emir se apoyó despreocupadamente en una de las columnas, el semblante sereno, pero con los ojos atentos.

—Déjame adivinar… —dijo él, con aquel tono irónico que irritaba y fascinaba al mismo tiempo—. Ellos no están exactamente animados con mi compromiso.

El rey se volvió, finalmente encarando al hijo. Había severidad en su mirada, pero también una sombra de preocupación.

—No son solo murmullos, Emir. El consejo está dividido. Los conservadores exigen que rompas ese compromiso y te cases con una joven de Nurabia. Para ellos, una extranjera en el trono es una afrenta a nuestra tradición.

Una sonrisa casi desdeñosa surgió en los labios de Emir.

—Los viejos decrépitos del consejo siempre exigen algo, padre. Es lo que saben hacer mejor.

—Cuidado con el tono —advirtió Malik, la voz cortante—. Ellos tienen poder, influencia. Ignorarlos puede costar caro.

Emir se acercó algunos pasos, el aire rebelde aún más evidente.

—No estoy ni un poco interesado en la opinión de ellos. No voy a moldear mi vida al gusto de hombres que se esconden detrás de costumbres solo para mantener el poder.

El rey lo observó en silencio por un instante, como si buscara una brecha en la convicción del hijo.

—Tratas esto como si fuera un juego, pero no lo es. El futuro del trono está en juego.

Emir sostuvo la mirada del padre, firme, decidido.

—Entonces quizás sea hora de cambiar el juego.

El silencio que se siguió fue casi palpable. Entre padre e hijo, no había solo un conflicto de ideas, sino el choque de dos visiones de mundo: tradición contra cambio, deber contra libertad.

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