La Manzana Del Pecado.

El ejército de Zorem avanzaba entre la bruma del amanecer, la capital oscura de Ravena se alzaba frente a ellos como un gigante silencioso y amenazante. Las murallas imponentes, ennegrecidas por siglos de magia oscura y fuego, parecían desafiar a cualquier ejército que osara acercarse. El aire estaba cargado de un silencio tenso, como si la misma tierra contuviera la respiración.

Rosana montaba su corcel en primera fila, rodeada por sus fieles guerreros y los siete bandidos, que se mantenían atentos a cada movimiento. Elías, Nikolai, Liam, Luciel y los demás se preparaban para el inevitable choque, con la mezcla de nervios y determinación en sus rostros. La hora de la verdad había llegado.

Antes de que las puertas de la capital se abrieran para la batalla, Rosana pidió que la multitud se reuniera en el patio frontal, bajo la atenta mirada de sus guerreros. Sabía que había algo que debía decirles, una verdad que, hasta ahora, había mantenido en silencio.

Subió a un podio improvisado, con la mirada firme y la voz clara que atravesó el aire frío.

—Hombres y mujeres valientes —comenzó, levantando una mano para llamar a la calma—. Hoy no solo peleamos contra un ejército oscuro, ni contra una reina que usa la magia para oprimir. Hoy peleamos por nuestro futuro, por nuestro derecho a vivir libres.

Un murmullo de aprobación recorrió a los presentes.

—Mi nombre es Blancanieves, legítima heredera dem reino de Liria, aunque muchos me conocen como Rosana.—continuó, mirando a cada uno de sus guerreros—. Sé que han oído historias sobre mí, sobre mi magia y sobre mi pasado. Pero hoy les digo la verdad: soy la bruja blanca destinada a enfrentar a Ravena.

El silencio se volvió absoluto, roto solo por el viento que agitaba las banderas.

—He entrenado para este momento. No pretendo esconderme ni huir. Pero también sé que la batalla que enfrentamos es más que física. Ravena no estará aquí para luchar con nosotros hoy. Ella permanecerá en su castillo, esperando, dejando que sus hordas poseídas cumplan con su labor.

Rosana bajó la voz, con un tono lleno de solemnidad.

—Yo seré quien la enfrente al final. Pero hoy, juntos, debemos proteger este reino y limpiar esta oscuridad que nos ha perseguido por demasiado tiempo.

Un grito de guerra estalló entre los guerreros, y Rosana sintió cómo la energía del grupo se elevaba.

***

Las enormes puertas de la capital se abrieron con un crujido metálico, y la batalla comenzó.

Los primeros en salir fueron los soldados oscuros, una masa implacable de seres poseídos, deformes y voraces, con ojos enrojecidos y movimientos bestiales. Se lanzaron contra el ejército de Rosana con furia salvaje.

El choque fue inmediato y brutal.

Rosana se lanzó al combate con una combinación de agilidad y fuerza que sorprendió a todos. Desenvainó su espada, y cada golpe era preciso, derribando enemigos antes de que pudieran acercarse.

No solo era su espada lo que dominaba la batalla, sino también su magia blanca. Entre movimientos fluidos, conjuraba hechizos que cegaban, paralizaban o debilitaban a sus adversarios. Cada conjuro llevaba la energía pura de su corazón, y cada ataque físico demostraba la disciplina que había adquirido en esos meses de entrenamiento.

Una patada bien dirigida derrumbó a un enemigo que intentaba rodearla, y un movimiento rápido la alejó de otro que intentaba clavarle una daga en la espalda.

Los siete bandidos la flanqueaban, abriendo camino y cubriendo cada punto ciego, como guardianes feroces y leales. Su presencia era un muro invisible que impedía que los soldados oscuros se acercaran demasiado.

De pronto, en medio del caos, un soldado oscuro logró acercarse a Rosana, levantando su espada para herirla. Fue en ese instante que Zev apareció.

El joven, que hasta hacía poco había sido conocido por su humor y bromas, ahora era una sombra distinta. Su rostro mostraba una sonrisa siniestra, fría y calculadora.

—No te metas con mi reina —gruñó con voz dura, y con un movimiento rápido y certero, asestó un golpe que derribó al enemigo.

La furia y la destreza en sus movimientos desconcertaron a todos, incluso a Rosana.

No era el Zev alegre y despreocupado que conocía. Era un guerrero transformado, consumido por la intensidad de la batalla y la necesidad de protegerla a toda costa.

—Zev... —murmuró Rosana, sorprendida.

Él apenas la miró, sus ojos brillaban con un fuego oscuro y brillante al mismo tiempo.

—No hay tiempo para palabras —respondió con voz firme—. Es hora de avanzar.

Nikolai, cerca, asintió y llamó a Rosana.

—Princesa, es momento.

Ella sintió la tensión en el aire, la urgencia del momento. Con una mirada rápida a sus compañeros, asintió.

Al pasar junto a Zev, él tomó su mano con fuerza y la atrapó entre sus brazos, levantándola ligeramente.

El beso fue rápido, intenso, como una promesa silenciosa. Le sacó el aliento y la dejó aturdida.

—Vuelve a mí —susurró Zev junto a sus labios—, y te seguiré hasta el fin del mundo si me lo pides.

Rosana, con el corazón latiendo con fuerza, asintió sin dudar.

Sintiendo las miradas de todos en sus espaldas, se adentró en el castillo, cuyos pasillos parecían extrañamente vacíos y silenciosos.

El interior del castillo estaba envuelto en penumbras. Los muros goteaban una humedad antigua, y las sombras parecían moverse con vida propia. La ausencia de enemigos sorprendía, pero Rosana sabía que Ravena era una estratega implacable.

Mientras avanzaban, los guerreros se mantenían alerta, formando una barrera protectora que cubría cada flanco.

Rosana sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, pero también la fuerza de quienes la acompañaban.