Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.
¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?
La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.
Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.
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LA MENTE OCULTA DE FERNANDA
1 semana después
El silencio de la habitación de Fernanda era espeso, cargado de pensamientos que no se atrevían a ser dichos en voz alta. La ventana apenas dejaba entrar la luz del amanecer, y aun así, cada rayo parecía una agresión contra su piel pálida, marcada por el tiempo, la rabia contenida y la lucha constante por no derrumbarse.
Estaba sentada en el alféizar, las piernas cruzadas, la bata negra que colgaba de sus hombros como una sombra. No recordaba cuándo había dormido por última vez, al menos sin pesadillas. El rostro le ardía por dentro, como si cada lágrima que no lloraba se le hubiera quedado atrapada en los huesos.
La semana anterior había sido un infierno. El intento fallido de rescate todavía la perseguía. Había escuchado los disparos desde su habitación, los gritos, el caos al otro lado de las puertas. Y luego, el silencio. El silencio más cruel: el de la derrota.
Nicolaok nunca le preguntó si sabía lo que había pasado. Solo entró esa noche, la miró sin decir palabra, y le dejó un cuaderno sobre la cama. “Para que escribas lo que piensas. Ya que hablar no se te da bien últimamente”, había dicho con esa voz seca, distante, como si la guerra fuera un juego entre dos.
Lo que él no sabía era que Fernanda sí había escrito en ese cuaderno. No para él. Para sí misma. Para no olvidar lo que le estaban haciendo. Para no olvidar por qué aún respiraba.
En la hoja más reciente, con letra temblorosa pero firme, había garabateado:
"No se trata de salvarme a mí. Es por ella. Por Isabella. Porque mientras yo esté aquí, él la buscará menos. Porque si me rindo, entonces todo habrá sido en vano. Y no voy a darle ese placer."
Una leve brisa movió las cortinas. Fernanda alzó la vista. Desde su ventana podía ver el jardín interno de la mansión. Todo estaba en su sitio: el césped cortado, los rosales cuidados, los árboles podados con precisión matemática. La belleza artificial de un lugar que ocultaba cadáveres bajo sus raíces.
El chirrido de la cerradura la obligó a girarse. No era Nicolaok. Era uno de sus sirvientes de confianza, un joven de ojos cansados que se limitó a dejar una bandeja sobre la mesa. Pan tostado, café negro, y una nota sellada.
Cuando Fernanda rompió el sobre, reconoció la letra de Franchesco. Era breve, casi telegráfica.
"No lo sé todo, pero sé que estás viva. Sé que fuiste tú la que evitó que Isabella volviera por ti. Gracias. No puedo hacer mucho, pero he dejado algo para ti bajo el falso fondo del cajón de tu escritorio. Cuídate, por favor."
Fernanda cerró los ojos un segundo. El corazón se le oprimió. Franchesco. Siempre desde la distancia. Siempre con esa mezcla de cobardía y amor que lo consumía por dentro. Jamás traicionaría abiertamente a Nicolaok, pero tampoco permitiría que ella cayera sin luchar.
Se levantó y fue hacia el escritorio. Revisó el cajón con cuidado, buscando la forma de abrir el fondo falso. Lo logró después de unos segundos, y encontró un pequeño dispositivo. Un USB. Nada más. Pero eso era suficiente. Si Franchesco había arriesgado lo poco que tenía por meterlo allí, debía ser importante.
Lo escondió bajo su bata justo cuando volvía a sonar la puerta. Esta vez sí era Nicolaok.
Entró sin permiso, como siempre, con ese aire de dueño absoluto. Traje negro, gafas oscuras, la sombra de una sonrisa en los labios.
—Nicolaok: ¿Dormiste bien?
preguntó con sarcasmo, paseándose por la habitación como un juez en un tribunal.
— ¿O sigues llorando por tus amiguitos fallidos?
Fernanda no respondió.
—Nicolaok:Tengo buenas noticias
continuó él.
— Aparentemente, la red de contactos que tenía Isabella está empezando a desmoronarse.
¿Sabes lo que eso significa?
Que tu sacrificio fue inútil.
Fernanda mantuvo la mirada al suelo. Cada palabra era una daga, pero no iba a regalarle su dolor. No más.
—Nicolaok: No sé por qué te molestas en callar —añadió él.
—Al final, vas a gritar. Siempre gritas.
Se acercó a ella, le tomó el mentón entre los dedos, la obligó a mirarlo.
—Nicolaok: ¿Qué harás cuando ya no quede nadie por quien pelear?
—Fernanda: Morirme
dijo Fernanda, por fin, con voz baja, seca.
Nicolaok sonrió, pero no con alegría.
—Nicolaok: No tan rápido. Aún te necesito viva. Aunque sea para que veas cómo pierdes y siga siendo mi mujer.
La dejó sola, como siempre. Como si dejara una muñeca rota en un estante.
Pero Fernanda no era una muñeca. Ya no.
En Francia, Isabella también vivía su propio encierro. No estaba entre barrotes, pero el miedo la mantenía presa. Se había ocultado en una casa abandonada cerca del canal. Tenía pocas provisiones, un arma descargada y un teléfono desechable que solo usaba una vez al día para confirmar que seguía viva.
Las heridas del intento de rescate aún le dolían, y aunque los moretones estaban desapareciendo, las cicatrices invisibles eran las que no sanaban.
Se miró en el espejo, tocando la pequeña cicatriz en la clavícula que le había dejado una esquirla. Pensó en Fernanda. En cómo la dejó atrás. En cómo ella eligió quedarse para salvarlas a todas.
—Te juro —susurró Isabella, apretando los dientes—. No voy a rendirme.
Ese día, decidió moverse.
Franchesco observaba desde lejos. Sabía que lo vigilaban, pero tenía una ventaja: Nicolaok confiaba en que su hermano jamás se atrevería a traicionarlo. Y en parte era cierto. Franchesco nunca lo haría abiertamente. Pero desde las sombras, sí. Con cuidado. Con estrategia.
Esa noche, desde su despacho, revisó las cámaras de seguridad. Había una que él mismo había manipulado, una que enfocaba solo el pasillo frente a la habitación de Fernanda. Y ahí, vio algo que lo hizo cerrar el puño con rabia: las marcas en la pared. Señales pequeñas, hechas con algo metálico. Un código.
Fernanda había empezado a dejar pistas.
Franchesco sonrió apenas.
"No está rota. Está planeando."
Y eso… lo cambiaba todo.
Fernanda volvió a sentarse en el alféizar.
El cuaderno abierto frente a ella. Una nueva línea escrita:
"Esta guerra no es solo contra él. Es contra todo lo que representa. Y yo… no he perdido todavía."
Porque aunque su cuerpo doliera, aunque su voluntad temblara…
Su alma todavía ardía.
Y Nicolaok, por mucho que la encerrara, aún no sabía…
que una mujer rota con razones para vengarse,
es más peligrosa que mil ejércitos.