Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.
NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
ABRIRSE PARA UNA VIDA.
...Victor:...
La habitación estaba en silencio.
Ni siquiera el eco de nuestros jadeos quedaba en el aire. Sólo ella, ahí, envuelta en mis sábanas como si siempre hubieran sido suyas. El calor de su cuerpo aún me ardía en las manos, pero era su voz… esa voz bajita, quebrada por dentro… lo que me quemó más que cualquier roce.
—Víctor… —susurró, sin mirarme—. ¿Puedo contarte algo?
No dije nada. No necesitaba.
Ella se incorporó un poco, sosteniéndose sobre un codo, pero sin voltearse. El cabello enredado le caía por la espalda, y su silueta apenas marcada por la sábana era tan hermosa como jodidamente frágil. Como si por primera vez estuviera… desarmada.
—Tu sabes que mis padres nunca me quisieron —dijo, de golpe.
La frase me cayó como un ladrillo.
Tragué saliva.
—Siempre estaban viajando. Aviones, hoteles, conferencias, reuniones, cenas de caridad… todo menos yo. Nunca me miraron. Ni siquiera cuando me enfermé. Tenía fiebre y lo único que hicieron fue mandar flores. Nunca les importé, Víctor. Nunca.
Lo único que tuve fue a Nelsi.
Ahí la escuché romperse.
—¿Nelsi?
—Mi nana. Ella me cuidó, me enseñó todo lo que sé, lo que soy… si alguna vez he sabido amar, es por ella. Me peinaba cuando lloraba, me leía cuentos, me enseñó a defenderme, a no rendirme…
Y se me fue. Hace cuatro años.
Volteó. Por fin me miró. Tenía los ojos brillosos, pero no lloraba.
—¿Sabes qué es crecer sabiendo que si desapareces, a nadie le importaría? Nelsi fue la única que me hizo sentir que existía. Y cuando se murió… no volvió a haber hogar. Hasta ahora.
Su voz se quebró.
Me senté. No podía quedarme acostado. No con todo eso saliendo de su pecho.
—No sabía, Romina…
—Nadie lo sabe. Nunca lo cuento.
—¿Por qué ahora?
—Porque… me haces sentir segura. Y eso nunca lo había sentido.
Silencio. Me estaba abriendo el corazón, y aún faltaba más.
—De niña, tuve una amiga. Reachel.
Mi ceja se levantó sin querer. Ella lo notó, pero siguió.
— Eran amigas ahora ¿no?
— Si, pero antes cuando era niña. Era mi amiga. De verdad. Tenía todo lo que yo soñaba: hermanos, padres, ruido, abrazos, una casa con vida. Me encantaba ir a su casa… era como… ¿sabes? Eso que ves en las películas.
Y un día, todo se acabó. Ceren… — la vi confundido.— esa maldita… nos separó. Dijo mentiras, sembró cosas. Reachel me sacó de su vida sin darme oportunidad. Me dejó sin esa… esa familia prestada que había empezado a amar.
Me dolió más de lo que podría explicar. No perdí una amiga. Perdí una familia que nunca tuve.
Me mordí el labio. Tenía el pecho apretado. Joder.
—Y después crecí.
Elliot, su hermano… no lo amaba. Pero me acerqué a él con la esperanza de… no sé… ¿volver? ¿Recuperar eso?
Quería estar cerca de Reachel, de su casa, de sus padres, de su mundo. Soñaba con volver a entrar por esa puerta y que me sonrieran.
Pero él… se casó con Elena. —hizo una pausa, con un nudo en la garganta—. Y yo creía que Elena era una usurpadora. Que era todo falso. Me enfurecí.
Y lo perdí. Otra vez.
Agachó la mirada, como si se avergonzara.
—En venganza… publiqué una foto. Una donde Elliot me abrazaba, en complicidad con Franco.
Mi rostro no se veía, pero el de él sí.
Lo hice por coraje, por dolor.
Pero después… después ya no quise seguir con Franco. Él quería hacer cosas que iban más allá.
Y yo no podía. Nelsi me enseñó valores. Y hay cosas que no puedo traicionar.
No dije nada. Me quedé mirándola. Trastornado.
—Víctor… —dijo bajito, tomándome la mano—. Cuando me enteré que Franco te hizo esto…
Sus dedos tocaron mi mano mutilada. La que ya no tiene el dedo. La miró con dolor.
—Yo estaba ahí. Cuando ese maldito paquete llegó. Yo… fui quien sostuvo a Elena. Fui quien la abrazó mientras gritaba.
Nunca me voy a olvidar del sonido que hizo cuando vio tu dedo.
Mi garganta se cerró.
—No tienes que decirme si fue Franco o no —susurró—. Yo ya lo sé. Aunque no lo supe en ese momento, lo sé ahora.
No aguanté más.
La abracé.
Fuerte.
La pegué contra mí como si el mundo se estuviera cayendo y ella fuera lo único que me anclaba.
Porque lo era.
Esa mujer.
Con su historia rota, con su alma marcada por tantos vacíos, con su risa que esconde tormentas, con sus heridas que todavía sangran en silencio…
Esa mujer…
Es mía.
Y esta vez, no voy a soltarla.
...****************...
La escucho respirar, temblor mínimo que me dice que aún está despierta. Su historia me deja un hueco en el estómago; no quiero que vuelva a sentirse sola.
No puedo permitir que crea que su oscuridad es demasiado para mí. Porque la mía… es peor.
Me aclaro la garganta; la abrazo con un brazo, con el otro le acaricio el cabello.
—Ahora me toca a mí —murmuro. Ella se tensa un segundo, luego asiente contra mi piel.
Tomo aire. No hay forma bonita de decirlo.
—Cuando mamá murió, Elena iba en preparatoria. Papá ya estaba enfermo —empezó a fallarle el corazón—, y los negocios de la familia se vinieron abajo. Así que yo que entraría a la universidad, me puse a trabajar donde fuera. Turnos dobles, triples. Todo para pagar medicinas y la colegiatura de mi hermana.
Romina levanta la cabeza; sus ojos grandes, oscuros, buscan los míos. Continúo, aunque la vergüenza me raspa la garganta.
—Entonces apareció él. Se hacía llamar Elliot. Elegante, amable, con soluciones mágicas. Empezó a pretender a Elena, Pagó el tratamiento de papá, consiguió, comida… y un “trabajito de trailero” para mí. Una última entrega. Fácil, dijo. —Yo río, seco—. Esa última entrega fue mi condena.
Veo a Romina apretar la sábana; sigo antes de que hable.
—Me llevaron a un almacén en medio de la nada. Puertas cerradas, luces fuertes… y un ring improvisado. Un tipo se negó a pelear. Le volaron la cabeza delante de todos. —Parpadeo; el disparo aún me retumba en sueños—. Intenté negarme. Me hicieron pelear hasta que no pude estar de pie. Cuando eso pasó me arrojaron un arma: matas o mueres. El otro hombre tampoco quería hacerlo, pero… —trago saliva— él vino hacia mí primero. Terminé con su sangre en las manos. Y con un pedazo de mi alma roto para siempre.
Romina desliza su mano hasta mi pecho; siento su pulso acelerado bajo la yema.
—Descubrí que aquel Elliot era Franco. —Escupo el nombre—. Quise huir, correr a buscar a Elena. Me encadenaron, me dejaron sin agua ni comida, me torturaron… —cierro los ojos un segundo—. Excremento, orina, puños, cuchillos… Hasta que tuvieron que volver a utilizarme para el trabajo sucio. Volví a matar, a secuestrar, a torturar, a hacer lo que me ordenaban sólo para mantenerme con vida. Cada noche, las caras de los que cayeron me visitan. Por eso a veces me despierto gritando.
Muevo la mano—la izquierda, la sin dedo—y ella la toma, la gira despacio, la besa. Arde.
—Cuando Franco vio que ya no podía chantajear a Elena, ordenó mandarle un mensaje. Volvieron a encerrarme a golpearme a dejarme casi muerto. —Levanto el muñón—. Este. Lo cortaron, lo pusieron en hielo y lo enviaron a mi hermana. Yo la imaginé llorando… sola. —La voz se me rompe; Romina me acaricia la mejilla, firme.
—Esa misma noche Bolat quiso matarme para borrar pruebas, pero hubo un ataque. Paolo apareció entre fuego y balas; Franco y Bolat escaparon. Yo estaba medio muerto y aún así supliqué. Le dije: puedo derribarlos desde dentro; déjame vivir y lo haré.
—¿Por qué confiaría en ti? —preguntó él.
—Porque no quiero poder, quiero venganza.
Asiente ella: lo entiende mejor que nadie.
—Paolo me sacó, cosió mis huesos, me entrenó como a un perro de guerra. Pelear bien, disparar mejor, infiltrar sin que me huelan. Acordamos algo: cuando él cumpliera su objetivo, mi deuda acaba. Me largo. Vuelvo con Elena. Quiero volver a ser… normal. —Suena ridículo incluso para mí.
Silencio. Romina pasa los dedos por mi mandíbula, los ojos encharcados.
—Víctor… —susurra—, normal no existe para nosotros. Pero podemos inventarlo. —Me besa el muñón, luego los labios, como si borrara cada cicatriz.
La sostengo fuerte, como si el mundo se desmoronara otra vez.
— Es por eso que estoy aquí, por que ya no pienso volver. —le digo al fin, sin aire.
— Promete que no me vas a dejar nunca, por que Victor te digo con certeza a que esto es lo mejor que he tenido en la vida.
Y juro que esas palabras tienen más luz que cualquier amanecer que recuerde.
...****************...
Cinco meses después
Cuando me preguntan cómo es estar casado con Romina Corjan ahora Lujan —aunque ni siquiera ella se considere ya una Corjan— siempre pienso lo mismo:
Es como dormir con un fuego entre las sábanas y despertar con una estrella sobre el pecho.
Cada día con ella es una mezcla precisa de infierno, ternura y milagro
Domingo.
—Dije que no íbamos a salir de este cuarto, y lo digo en serio —murmuré contra su cuello.
—¿Y también dijiste que no íbamos a vestirnos? —respondió con tono burlón, con la sábana apenas cubriéndole la espalda.
—Exactamente.
Afuera podía acabarse el mundo. Dentro de la habitación, el café se mantenía caliente, sus piernas enredadas a las mías, y su risa… esa que hacía que me olvidara de cada cicatriz.
Pasamos el día entre mordidas de fruta, libros que nunca terminábamos y rondas de besos que terminaban en el suelo.
—Esto —me dijo mientras estaba sentada en mi regazo, desnuda, tecleando en su laptop—, es lo que yo llamo multitasking.
—No sé si mirar la pantalla o tus pechos.
—Mira la pantalla. O la apago.
—Ok, los pechos.
Lunes
La cena con Paolo era una especie de tregua incómoda. Él no confiaba en nadie, esto pasó justo antes de que todo se viniera abajo para el.
—Tu sistema tiene un acceso remoto abierto —le dijo, mientras fingía mirar su copa de vino—. Uno de tus hombres está intentando vender coordenadas.
—¿Qué dijiste? —gruñó Paolo.
Romina ya tenía la tablet en la mano. Y con cinco toques, lo bloqueó en tiempo real.
—Listo. Cero fuga. De nada.
Él la miró como si acabara de ver al demonio… o a una santa hacker vestida en rojo.
—Me agrada tu esposa, Lujan.
—A mí también —respondí, apretándole la pierna por debajo de la mesa.
Martes
La vendé los ojos y la llevé de la mano hasta el sótano de nuestra nueva casa.
—Víctor… ¿por qué huele a concreto fresco?
—Confía.
Cuando se quitó la venda, vio las paredes cubiertas de pantallas, servidores de alto nivel, un sillón rojo, su silla ergonómica favorita y una cafetera personalizada que decía: “Diosa del Ciberespacio”.
—¿Tú hiciste esto?
—Es tu reino, hacker.
Se lanzó a mis brazos con los ojos llenos de lágrimas. Me mordió el cuello y susurró:
—Después de esto, no te libras de mí en toda la semana.
Y cumplió.
Miércoles
—¿Y si mejor practicamos cómo hackear corazones? —dijo en burla mientras le pasaba los guantes.
—No. Hoy aprendes a defenderte, Romina. Si alguien te pone un dedo encima, quiero que termines de pie y el otro en el suelo sangrando.
No le gustaba al principio. Su cuerpo se negaba a golpear con fuerza.
Pero bastó con que le dijera:
—Imagina que es Franco. O Bolat. Ooo — Titubee. — Ceren.
Ese día aprendió a romperle la nariz al muñeco de entrenamiento. Y al final, con el pulso agitado, me abrazó por detrás.
—Me das seguridad… pero también me das poder.
Le giré la muñeca, la inmovilicé contra el tatami y le susurré:
—Tú ya eras poderosa desde antes.
Jueves.
Me desperté con un grito ahogado, la respiración agitada, el sudor pegado a mi espalda.
Ella se incorporó enseguida.
—¿Otra vez?
Asentí, sin poder hablar.
Romina no dijo nada. Solo se acomodó detrás de mí, rodeándome con los brazos, acariciando mi pecho, como si supiera exactamente dónde dolía.
—No estás allí. Estás aquí. Conmigo.
Y por primera vez, me volví y la abracé con fuerza, sin miedo a que me viera temblar.
—Eres mi casa —le dije contra el cabello.
Viernes.
—¿Has pensado… en tener hijos?
Se lo pregunté mientras veíamos un viejo documental y ella jugaba con mis dedos.
Romina se tensó, pero no se apartó.
—Sí. A veces. Me gustaría una niña con tu nariz y mis rulos.
—Yo quiero una que tenga tu carácter. Dios nos libre.
Ella se rió. Yo la besé.
— Pero no ahora, aún nos falta sanar.
—Cuando sea tiempo, te daré la familia que siempre te negaron. Te lo juro por Nelsi.
Ella se giró, enterró la cara en mi pecho y me susurró con voz rota:
—Entonces… quiero todo contigo.