Idealizado es una novela juvenil que narra la vida de Elena, una adolescente atrapada en un hogar marcado por la violencia doméstica y el abuso psicológico de su padre. A través de su amistad con Carla, un breve romance con Lucas y su propio proceso de resiliencia, Elena enfrenta el dolor, la pérdida de su madre y la búsqueda de justicia. Con un estilo emotivo y crudo, la historia explora temas de empoderamiento, superación y la lucha contra el silencio, culminando en un mensaje de esperanza y amor propio.
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UNA NOCHE, UNA VERSIÓN DE MÍ
La mañana del sábado se sentía extrañamente larga. El cielo, nublado pero sin lluvia, dejaba colar algunos rayos de sol tibio entre las nubes, como si el día también dudara de su rumbo. Elena despertó temprano, no por entusiasmo, sino por costumbre. Abrió los ojos y se quedó un rato mirando el techo. No había sueño, sólo un nudo en el estómago. Recordaba los mensajes con Carla de la noche anterior, ese plan casi imposible de ir a la fiesta. Y también a Lucas, Su cara, Su voz, Su sonrisa.
Se levantó y caminó descalza hasta la cocina. Su mamá estaba lavando los platos, en silencio. Su papá miraba la tele en el living, con una cerveza ya abierta. Eran apenas las diez de la mañana.
—Buen día —dijo Elena, apenas audible.
—Buen día, amor —respondíó la madre con una sonrisa cansada.
El padre ni se inmutó. Apenas subió el volumen. En la pantalla, un partido viejo de fútbol. Elena se sirvió un café con leche y unas tostadas, y se sentó en la mesa. Nadie hablaba.
—Má —rompió el silencio Elena—, hoy hay una fiesta. ¿Puedo ir?
La madre bajó la mirada. Dudó. Luego miró al padre.
—Hablá con tu papá.
—Olvidate —soltó él desde el sillón, sin mirarla siquiera—. Acá no hay fiestas ni jodas. ¿Estamos?
Elena no dijo nada. Sólo tragó saliva y volvió la vista a su taza. Su mamá siguió lavando platos como si no hubiera pasado nada.
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A las doce del mediodía, Carla la llamó por videollamada. Elena se encerró en su cuarto para contestar.
—¿Y qué te dijeron? —preguntó Carla, acomodándose el flequillo frente a la cámara.
—Que ni en pedo me dejan ir. Mi vieja hizo lo de siempre, pero mi viejo se puso re loco y dijo que no, que no me va a dar permiso para ir a “esas porquerías”.
—Boluda, te escapás, eh. No me podés dejar sola. Esta fiesta va a estar buenísima, todos van.
—No sé, Carla. Mi viejo está re loco hoy. Abrió una birra a las diez.
—No importa, hacete la dormida, meté la ropa en la mochila y salís cuando se duerman. Te paso a buscar a las diez clavadas. No te lo podés perder.
Elena dudaba, pero por dentro quería ir. Necesitaba escaparse de esa casa, de ese ambiente. Y había algo más.
—Che... ¿Lucas va?
Carla se río con picardía.
—Obvio, te vas a integrar, boluda, posta.
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Durante la tarde, Elena armó su mochila en silencio. Jeans negros, top rojo, campera de jean y perfume. Algo sencillo, pero que la hiciera sentir bien. Su mamá la vio y no dijo nada. Le sostuvo la mirada un segundo, pero después la bajó.
La cena fue como siempre. Su padre haciéndole preguntas para molestar, su madre intentando mantener la paz, y Elena masticando cada bocado como si fuera vidrio. Cuando finalmente pudo encerrarse en su cuarto, se vistió en silencio, se maquilló un poco y esperó el mensaje de Carla.
"Ya estoy en la esquina 💃", decía el WhatsApp.
Elena se calzó la mochila y salió por la ventana del fondo, pisando con cuidado las baldosas sueltas. Cuando subió al auto, Carla le dio un abrazo fuerte.
—Estás hermosa, boluda.
—Me siento una criminal —dijo Elena, sonriendo nerviosa.
—Esta noche sos libre. Eso es lo que sos.
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La fiesta era en la casa de un chico de 6to, en un barrio privado. Luces de colores, humo, reggaetón sonando a todo volumen. Había chicos de todos los cursos, la mayoría con algo de alcohol en la mano y ropa chillona. Elena entró pegada a Carla, sintiéndose fuera de lugar pero emocionada.
Lucas estaba apoyado en la barra, riéndose con un par de amigos. Daiana, una rubia de rulos, también estaba con ellos.
—Ahí está otra vez, tu amor platónico —señaló Carla, siguiéndole la mirada.
—Cállate —susurró Elena, aunque no pudo evitar sonreír.
—¿Quién es ella? —preguntó Elena bajito.
—Daiana. Es su mejor amiga, van juntos desde primero
—respondió Carla. Se notaba que sabía todo lo que pasaba en el colegio.
Cuando vieron a Carla, la saludaron con una seña.
Lucas giró y miró a Elena. Se le iluminó la cara.
—Hola, Elena —dijo acercándose—. No sabía que ibas a venir.
Elena se quedó quieta, casi sin saber qué decir.
—Carla me convencó. No era el plan, pero bueno...
—Me alegro de que viniste. Che, querés tomar algo?
—No tomo mucho.
—Hay jugo también —dijo él, sonriendo.
Caminaron hasta la barra juntos. Daiana saludó a Elena con un beso en la mejilla.
—Así que vos sos la amiga de Carla. Mucho gusto, linda. Soy Dai.
Lucas le sirvió un vaso de jugo y se lo alcanzó. Hablaron un rato de la música, del colegio, de profesores que tenían en común. Elena se sentía cómoda, por primera vez en mucho tiempo. Lucas tenía una manera suave de hablar, y cada vez que le sonreía, ella sentía un cosquilleo raro en el pecho.
En un momento, sonó una canción que a todos les encantaba. Carla la arrastró a bailar, pero Elena no dejaba de mirar de reojo hacia donde estaba Lucas. Y él también la buscaba con la mirada.
Pasadas las doce, Daiana se acercó y le dijo al oído:
—Le gustás, eh. No se te despega.
Elena sintió las mejillas calientes. Se río sin saber qué decir. En ese instante, Lucas se acercó de nuevo y le dijo:
—Voy afuera un segundo a tomar aire. ¿Venís?
Ella asintió. Salieron juntos al patio trasero, donde había menos ruido. Se sentaron en el borde de la pileta, con los pies colgando.
—Pensé que no te iba a venir —dijo Lucas, acomodándose la gorra hacia atrás con una sonrisa tímida.
—¿Por qué decís eso?
—No sé... casi nunca salís —respondió, encogiéndose de hombros.
Elena bajó la mirada, con el corazón a mil. No sabía si estaba flasheando o si de verdad eso estaba pasando. Él la mirabA con ternura. No como otros chicos. Con algo distinto. Por un segundo se olvidó del ruido, de la música, de todo lo que no fuera ese momento.
—¡Eeeeh, Elena! —interrumpió Carla, apareciendo de repente—. Dale, boluda, es hora de irnos.
Elena pegó un respingo y se alejó medio paso de Lucas, incómoda.
—Uy, perdón —le dijo a él, apenas esbozando una sonrisa.
—Tranquila. Me encantó que vinieras —dijo Lucas con sinceridad, y Elena sintió que se le aflojaban las piernas.
Mientras caminaban hacia la salida, Carla la miró de reojo con una sonrisa cargada de intención.
—Che... ¿te gusta, no?
—¿Qué? No, o sea... —Elena balbuceó, mirando al piso.
—Daaaale —Carla se rio—. Es obvio que sí. Y a él también, te re clavaba la mirada, nena.
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Cuando volvió a su casa, eran cerca de las tres de la mañana. Subió por la misma ventana, con el corazón lleno de adrenalina. No había luz en la casa. Nadie la había notado. Se sacó los zapatos y se tiró en la cama, con el celular en la mano.
Lucas le había escrito: "Gracias por venir. Me alegraste la noche :)"
Abrió su cuadernito, ese que escondía bajo la almohada. Y escribió:
"Esta noche fui otra. Me vi linda. Me habló. Me miró. Me hizo sentir cosas que nunca sentí. Lucas tiene algo... algo que me calma. Algo que me hace sentir viva. No sé si esto es amor, pero sé que quiero volver a sentirme así."
De repente, desde la cocina se oyó un portazo. Y gritos. Su padre. Otra vez. Su madre, llorando. Las mismas peleas. Las mismas heridas.
Elena cerró el cuaderno, se puso los auriculares y apretó play en su playlist favorita. Cerró los ojos. Y se durmió con la sonrisa más triste del mundo.
Pero sonrisa al fin.