El Misterioso Alfa

El claro donde Aelis entrenaba estaba rodeado por piedras antiguas, marcadas con runas apenas visibles bajo la luz del sol. El sudor le corría por la espalda mientras repetía una serie de movimientos rápidos con los brazos desnudos y los pies firmes sobre la tierra húmeda. Cada golpe, cada giro, iba cargado con la energía de su loba interior, Lyra, quien la guiaba desde lo más profundo de su mente.

—Otra vez —ordenó la bruja, su voz seca y exigente—. No canalices con rabia. Usa el centro. El equilibrio.

Aelis jadeó, pero asintió. Sostenía la piedra negra en la palma de su mano. Era fría, como si absorbiera el calor de su piel. Al concentrarse, la energía recorría sus venas como un río oscuro, desbordante.

—Imagina que esa piedra es el corazón del velo —dijo la bruja, sus ojos brillando con un destello antiguo—. No puedes abrirlo con fuerza. Solo con verdad.

La piedra vibró. Un haz tenue emergió desde el centro y rodeó los dedos de Aelis con un halo plateado. Esta vez no tembló. Lo sostuvo, con el pecho erguido y la mirada firme.

—Bien —murmuró la bruja, con una ligera sonrisa—. Empiezas a entenderlo.

Aelis se permitió una exhalación de alivio. Sabía que no debía confiar del todo en la bruja —Lyra se lo recordaba cada vez que la mujer se acercaba demasiado—, pero también comprendía que la necesitaba. Era la única que conocía la piedra negra. Y el único camino hacia el Corazón del Velo pasaba por dominarla.

Después del entrenamiento, caminó sola entre los árboles hasta la parte más alta del terreno. Desde allí, podía ver la casa del alfa. Su casa. El lugar donde, desde hace unas noches, compartía más que palabras con Eirik.

El cielo comenzaba a teñirse de tonos dorados cuando él apareció, con la camisa medio desabrochada y el cabello revuelto por el viento. No dijo nada. Solo la tomó de la cintura y la atrajo hacia sí.

—Te vi desde la colina —susurró contra su cuello—. Estás más fuerte… y más hermosa.

—Es Lyra —respondió, entrelazando sus dedos con los de él—. Me habla, me guía. Me dice que estoy cambiando.

—Estás despertando —dijo él, con una sonrisa grave—. Cada día más loba. Cada día más tú.

El beso llegó como un impulso, como una llamarada inevitable. Se fundieron entre las sombras del bosque, con la urgencia de quienes ya no se temen, sino que se buscan. Aelis se entregó a él con plena consciencia, con deseo y confianza. Ya no había dudas entre ellos. Su vínculo estaba sellado. Consumado.

Más tarde, cuando el sol ya se había escondido y la noche caía como un manto de terciopelo, yacían juntos en la habitación de Eirik. La piedra negra reposaba sobre la mesa, brillando con pulsos lentos, casi como si respirara.

—¿Y si no soy lo bastante fuerte? —preguntó Aelis, acurrucada contra su pecho—. ¿Y si fallo?

Eirik acarició su espalda con suavidad.

—Entonces caemos juntos —respondió con firmeza—. Pero no vas a fallar. Lo que llevas dentro… no es solo poder. Es luz, Aelis. Es amor. Y eso no se quiebra fácilmente.

Aelis cerró los ojos, sintiendo el latido firme del corazón de su alfa bajo su oído. En ese instante, supo que no estaba sola. Que aunque el velo se rompiera, aunque el Alfa Oscuro viniera por ella, no lo enfrentaría vacía.

Lyra habló entonces, desde su interior.

“No olvides quién eres. No olvides quién está contigo.”

Y por primera vez, Aelis sintió que el miedo ya no la dominaba. Que el fuego en su sangre era suyo, y que podía usarlo para algo más que huir.

Lo usaría para luchar.