Loco Por Mi Asistente

Elena apretó los dedos alrededor de la taza. Maximiliano la miró como si la respiración de ella lo afectara.

-- Termina tu desayuno. -- Dijo finalmente, con la voz más baja. -- Tenemos una presentación. No quiero que te tiemblen las manos por mi culpa. --

Elena tragó saliva.

Maximiliano lo sabía.

Todo.

La afectaba.

Hacía temblar.

Y no podía controlarlo.

La presentación salió perfecta. La firma del acuerdo quedó lista para el día siguiente.

Todo profesional.

Todo impecable.

Salvo por el hecho de que cada vez que Maximiliano se acercaba, el aire se volvía más denso.

Cada vez que ella hablaba, él la miraba como si fuera el centro del mundo.

Al volver al hotel, la tención era insoportable.

En el ascensor, solos, las paredes parecían cerrarles el aire. Elena intentaba mantener la distancia, pero el espacio era pequeño. El perfume embriagante de Maximiliano la envolvía. Su proximidad quemaba.

el ascensor, parecía ir lentamente de lo normal.

Maximiliano habló.

-- Si sigo cerca de ti... voy a cometer un error. --

-- No lo hagas. --

-- No estoy seguro de poder evitarlo. --

El ascensor se detuvo en su piso. Maximiliano salió primero. Elena lo siguió. Caminaba detrás de él por el pasillo, con paso silencioso pero con el corazón desbocado.

Frente a las puertas continuas, Maximiliano se giró.

-- Buenas noches, Elena. -- Dijo, pero no se movió.

Elena tampoco.

No podían moverse.

La atención era una cuerda tirante.

Maximiliano se acercó solo un paso.

Elena no retrocedió.

Maximiliano bajó la voz, apenas un susurro.

-- No sé cuánto más voy a poder contenerme. --

Y por primera vez Elena. No corrió.

No huyó.

No se apartó.

Solo respondió con la verdad más simple y peligrosa.

-- Yo tampoco. --

un segundo más.

Y nada habría podido detenerlos.

Pero Maximiliano cerró los ojos. Dio un paso atrás. Respiró hondo, como si algo lo partiera por dentro.

-- Cuando estés lista. -- susurró

-- Sabré que puedo tocarte sin destruir nada. --

Entró a su suite.

Elena se quedó temblando.

Ambos sabían que lo inevitable estaba cada vez más cerca.

Al día siguiente por la noche. La sala privada del restaurante era un espacio luminoso, elegante, decorado con lámparas doradas que caían del techo como gotas de luz. Estaba ubicada en el corazón de Londres, que los socios europeos les habían reservado especialmente, para celebrar los avances del acuerdo con Maximiliano y su equipo.

Elena llegó detrás de él, con una carpeta de notas impecablemente sostenida entre sus brazos.

Todo ella transmitía seguridad y control: su postura recta, Sus tacones firmes, el cabello recogido con precisión.

Pero por dentro, había un nerviosismo tenso.

Algo que la acompañaba desde las noches anteriores.

La tención con Maximiliano era tan densa que había momentos en los que apenas podían mirarse sin que el aire vibrara.

Esa noche... no sería la excepción.

Cuando entraron al salón, todos se levantaron para saludarlos. Pero uno de los rostros más jóvenes. Y desde el primer segundo, más entusiasta, captó la pensión de Elena.

La asistente europea.

rubia, ojos verdes cristal, labios perfectamente delineados con un rojo suave. Vistiendo un vestido azul que insinuaba más de lo que ocurría y cuyas mangas caían sensualmente por sus hombros.

Elena la había visto antes en la oficina Europea, pero nunca había pensado demasiado en ella.

Hasta esa noche.

La joven se levantó al instante, camino hacia Maximiliano con pasos que parecían calculados y, antes de que Elena pudiera procesar la escena, se inclinó para darle dos besos.

Demasiado lentos.

Demasiado cerca de la boca de Maximiliano.

--¡Mr. Deveron! que placer volver a verlo. -- Dijo la joven con un acento encantadoramente marcado. -- Fabián me dijo que usted asistiría esta noche, pero no lo esperaba tenerlo tan cerca. --

Maximiliano, siempre profesional pero educado, sonrió con cortesía.

-- Caroline. ¿Cómo estás? --

-- Mucho mejor ahora. -- Respondió ella sin la menor vergüenza. -- Elena sintió una punzada en el pecho.

Pequeña.

Rápida.

Modesta.

Se obligó a respirar.

A esto vine: a trabajar. A esto vine: hacer profesional. A esto vine: A mantener distancia.

Pero cuándo Caroline rodeó el brazo de Maximiliano, guiándolo a la mesa con un gesto demasiado familiar, demasiado íntimo, una corriente helada recorrió la espalda de Elena.

No era de miedo.

Era otra cosa.

Algo que nunca permitía sentir.

Algo que llevaba semanas intentando enterrar.

A partir del primer brindis, quedó claro que Caroline tenía un objetivo: capturar la atención de Maximiliano.

Lo tocaba en el brazo cada vez que hablaba.

Se inclinaba hacia él en cada comentario.

Reía exageradamente cada vez que él decía algo.

Y para peor, había colocado su silla peligrosamente cerca a la de Maximiliano.

Elena, estaba sentada al otro lado de la mesa, sonreía educadamente mientras mantenía los modales perfectos de un ejecutiva. tomaba vino, respondía preguntas, explicaba cifras.

Pero cada gesto entre Maximiliano y Caroline era como un aguijón clavándose en un costado.

Al principio lo ignoró.

Después lo toleró.

Finalmente... comenzó a molestarle.

Mucho.

Demasiado.

Por qué Maximiliano, aunque distante, no empujaba a Caroline.

Y eso irritaba Elena con una intensidad que no sabía que podía sentir.

Hasta qué...

Caroline apoyó su mano sobre el muslo de Maximiliano.

No su brazo.

No su hombro.

Elena sintió las venas tirarle en sienes.

Su mano apretó la copa con tanta fuerza que estuvo a punto de romperla.

Maximiliano retiró la mano con calma de Caroline, sin brusquedad, con firmeza.

-- No es apropiado, Caroline. -- dijo con voz controlada.

Ella solo rió.

-- Oh, vamos. Aquí todos somos amigos. --

Elena sintió como la sangre le hervía.

 ¿Amigos?

¿Se estaba burlando?

¿Se creía con derecho a tocar a Maximiliano delante de ella?

Ese pensamiento la golpeó como una cachetada emocional.

-- Delante de mí... ¿porque eso me importa tanto? --

Caroline no se detuvo.

Se inclinó aún más sobre Maximiliano, permitiendo que el escote se deslizara peligrosamente.

Maximiliano. Se movió hacia atrás, intentando mantener la distancia... pero la escena ya había cruzado un límite.

Elena no podía respirar.

La conversación de la mesa continuaba, pero, para Elena todo se redujo a un sonido lejano. Solo veía a Caroline inclinada sobre Maximiliano. Solo escuchaba su risa. Solo sentía un ardor equivalente equivalente a rabia.

Celos.

Finalmente lo reconoció.

Celos.

Crudos.

Instintivos.

Irracionales.

Absolutamente imposible de contener.