Simoné es una chica de 25 años que lucha por obtener siempre lo que le gusta. Nada la detendrá por lograr sus objetivos, aunque tenga que luchar con su propia... ¡madre!
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Se quedaron como estatuas
Zoraida se entrevistó con los posibles inversionistas.
Buen día, yo soy Zoraida, la mano derecha de esta empresa.
Buen día, me llamo Iván Leal. Tengo cita de inversionistas.
Sí, aquí está su nombre, dijo Zoraida después de checar la lista en la computadora.
Pase, sala 3, en un momento lo atienden.
Gracias.
Zoraida le habló a su asistente. Rita, necesito que te quedes un momento aquí, voy a la sala de juntas.
Sí, doña Zoraida.
¿En qué habíamos quedado?, llámame solo Zoraida.
Perdón, Zoraida.
Bueno, te encargo mucho.
Zoraida entró a la sala, había cinco personas esperando, todos estaban sentados charlando tranquilamente.
Buen día. Soy Zoraida, la gerente general de producción. Lo que se maneja aquí son accesorios para la belleza de la mujer. Tales como joyería fina, maquillaje, delineadores, sombras, etc. Incluso se venden telas de la mejor calidad, importadas de Vietnam, Francia, etc.
También contamos con ropa de marca, apropiada para damas de todas las edades y de todas las tallas, etc.
Todo lo que compete a la mujer de hoy y de todos los días.
Bueno ahora sí, díganme, ¿les interesa invertir en nuestra empresa?
Los cuatro hombres y una mujer aceptaron.
Bueno, les voy a pasar unas hojas que deben firmar, y el depósito correspondiente a la inversión que deseen.
Enseguida vuelvo.
Rita, por favor, dame las hojas de inversiones.
Rita fue a su escritorio y sacó unas hojas de un cajón. Se las dio a Zoraida.
Gracias.
Zoraida volvió a la sala y a cada uno le dio las hojas correspondientes.
Chequen bien su nombre, por favor.
Dos horas después ya había cinco nuevos inversionistas.
Bueno, pues eso es todo, en una semana pueden pasar por sus productos.
Gracias, con permiso.
Uno a uno fueron saliendo.
Iván, ¿me puede esperar un momento, por favor?
Dígame, ¿en que le puedo servir?, contestó el aludido.
Lo veo muy pensativo, ¿le sucede algo?
No, lo que pasa es que es la primera vez que invierto en cosas para mujeres, espero que se venda bien.
Nuestra empresa goza de mucho prestigio, nuestros productos se han vendido bastante bien. No debe preocuparse.
¿Usted es de la dueña de esta empresa?, me parece haberla visto antes pero no recuerdo.
¿No se acuerda de mí? Soy Zoraida, la mano derecha de doña Teresa. Lo que pasa es que nos cambiamos de lugar, por eso no se acuerda.
Ah, ya me acordé, sí, tiene razón. Zoraida, qué gusto me da volverla a ver. Y cuéntame, ¿qué ha sido de Teresa? ¿Dónde está? Nunca supe por qué ella me abandonó de una manera tan impredecible.
Iván, pero, ¡qué cínico es usted!, ¿cómo es posible que no sepa por qué ella lo dejó? Se necesita ser un verdadero imbécil para no darse cuenta de las cosas y perdóneme la expresión.
Me dolió mucho que ella me haya abandonado, me he cansado de buscarla, pero ella no está por ningún lado como si se la hubiera tragado la tierra.
Más le dolió a ella su actitud, la hubiera visto como estaba, muy dolida... muy dolida.
Pero, dolida ¿por qué?, nosotros nos íbamos a casar y de pronto desapareció sin darme ninguna explicación.
Ay, sí, no me diga, mi amor me voy a ir porque tú me estás engañando con mi propia hija. Después de haber dicho eso Zoraida se tapó la boca como diciendo, la regué.
¿Cómo dijo?, repítame eso.
Bueno, eso fue lo que me dijo Teresa, perdón, la señora Teresa.
¿Qué fue lo que le dijo, exactamente?
Está bien, le voy a decir, pero solo porque he visto sufrir mucho a la señora Teresa por su deslealtad y su engaño.
¿De qué habla?
Esa noche, la señora Teresa llegaba a su casa muy contenta porque iba a cenar con su prometido. Según sus propias palabras de ella, llegó un poco más temprano. Pero solo para encontrarlos a usted y a su hija Simoné desnudos en la cama muy juntitos.
Iván dio un suspiro muy profundo. "Entonces sí nos vio", pensó Iván.
Dios mío, le juro, Teresa, que no es lo que ella se imagina.
A mí no me jure nada, a mí no tiene que darme ninguna explicación. Dele todas las explicaciones a ella que es la que las necesita, Zoraida en realidad estaba muy enojada con ese hombre. Hasta le quiso retirar el contrato, pero los negocios eran los negocios.
Bueno, es todo lo que le tenía que decir, ahora sí, por favor, en una semana recoge sus productos.
Iván se quedó pensando en lo que le acababa de decir Zoraida. "Tengo que hablar con ella. Estoy seguro que si le explico bien las cosas ella entenderá".
Iván iba con una nueva ilusión. Tenía la esperanza de que Teresa lo seguía amando.
Decidió presentarse a una hora apropiada para ver si se encontraba con Teresa.
Desgraciadamente, Teresa no se presentaba para nada en la empresa. Ella trabajaba desde su casa.
Una semana después, Iván fue a recoger su producto. Pero ansiaba algo más...
Zoraida, ¿me puede dar la dirección de Teresa? Necesito hablar con ella, por favor.
Lo siento, no estoy autorizada para dar información de esa clase.
Por favor, le aseguro que es para algo bueno.
Nada bueno se puede esperar de un hombre que engaña a su mujer con la propia hija de ella.
Solo deme la oportunidad de hablar con ella.
Lo siento. Ya le dije que no puedo darle esa información. Haga el favor de llevarse sus cajas y e irse.
Disculpe, ya me voy.
Iván se subió a su coche y se fue, pero se estacionó un poco más adelante, y ahí se quedó hasta ver que Zoraida se subía a su coche.
Decidió seguirla, de seguro iba a la casa de Teresa.
Varias horas después, Zoraida se estacionó en la casa de Teresa.
Iván se estacionó a prudente distancia no quería ser descubierto, en cuanto vio que Zoraida entró a la casa, se acercó y tocó el timbre de la puerta.
La muchacha que se encargaba de hacer la limpieza en esa casa fue a abrir la puerta.
Rato después, se acercó a Teresa que estaba platicando con Zoraida en el despacho.
Señora la busca un hombre.
¿Un hombre?, ¿y te dijo su nombre?
Perdón, señora, no le pregunté.
Está bien, no te preocupes. Pásalo a la sala de estar, enseguida estoy ahí.
Rato después, Teresa fue a la sala de estar...
Cuando llegó a la pequeña salita, un hombre estaba viendo los cuadros dándole la espalda.
Buen día, ¿en qué le puedo servir?, dijo ella.
Entonces, Iván se dio la vuelta y quedaron cara a cara.
Ambos se quedaron observando uno al otro por varios segundos, que parecieron una eternidad.
Ni uno ni otro atinaban a decir algo.
Se quedaron como estatuas.