La historia de un Alfa que solo ansiaba la tan anhelada libertad
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Capitulo 22
Advertencia:
La siguiente historia no es apta para menores de 21 años puede contener; lenguaje vulgar, soez, momentos explícitos, eróticos, hasta subido de tono y hasta nopor-grafico, violencia física, mental, abuso, inc3sto, se recomienda leer bajo su propio riesgo. ~
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A partir de ahora yo seria el encargado de la comida en la Hacienda de la Vega, me puse a recolectar, limpiar las ollas para luego emprender el viaje, otra vez para al fin llegar a Urabamba.
Según la posición de sol ya se estaban haciendo las 8 de la mañana, por lo que si nos apurabamos llegaríamos para el mediodía al Valle.
Mientras íbamos, el señor de la Vega no paraba de hablarme, parecía aquellas aves charlatanas que nunca se cansaban de parlar.
«"—¿Sabes hacer arroz no? El Arroz es muy importante para hacer el Juanes, ¿Cuántos tomates crees que necesitemos? Hay que conseguir fruto de olivos, también empezar a recolectar huevo. ¿Sabes secar carne?
Es mucha carne deberemos hacer más comida o repartirla. Sabes... »
Hablaba, y hablaba preguntando que sabía o no hacer. Luego de 4 horas de viaje llegamos al fin al Valle sagrado de los Incas, Urabamba. Al llegar fuimos a dónde harían los carteles para advertir sobre el puma. El señor tomo una pluma para toparme la nota para el cartel. —Digame ¿Cómo era el puma?.
En eso mire al padre de Fernando, él me miró a mi, yo lo mire nuevamente, mire al de la imprenta este me devolvió la mirada y ambos miramos al Señor de la Vega que se estaba enfadando: ¡Dile, dile te está preguntando a ti no a mi!
Yo no sabía ¿cómo decirle que él era el puma? Por lo que no me quedo otra que mentir. —Era un puma grande de pelaje oscuro que debido a la oscuridad no pude vislumbrar bien.
El señor empezó a trazar líneas como si dibujara sobre el papel, como si hiciese un retrato del salvaje animal —¿Qué tan grande era el animal?
—¡Muy grande!
—Algo así —Mostrandome el dibujo este era igual a lo que yo vi, era igual a lo que se transformó el señor de la Vega acaso aquel hombre podía leer la mente, ver a través del otro. Empecé a temer por lo que solo asentí con mi cabeza.
Por lo que mientras se preparaba los carteles. Fuimos a la plaza de Urabamba donde Fernando veía horrorizado aquel cartel con su nombre y un dibujo de él
"Omega suelto en Cusco:
El Hacendado Fernando de la Vega es un Omega, este finge ser humano. No le crea, es un Omega tiene dueño.
Si lo ve, llévelo a la Hacienda de las Marianas.
Recompensa 1000 piezas de plata"
Aquel anuncio no era el único había muchos de este tipo en varias partes de la plaza y el poblado.
En eso la gente empezó a mirarlo de forma extraña, 1000 piezas era mucho dinero, demasiado. Era ver un gran oportunidad a su alcance solo debían llevarlo a la Hacienda de aquel tipo de la otra vez, el Hacendado de la Serra.
En eso tome el revolver que Fernando me dio, mire el cartel y lo agujereo de un disparo
—¡Me quedan cuatros disparos! ¿Quién quiere ser el siguiente? El que no le tema a morir que lo intente.
Por lo que la gente se asusto y trato de mantener distancia por ahora. En eso el Señor de la Vega ni se enteró del asunto, ya que él dedicaba su tiempo a comprar los víveres y organizaba cosas para ir adelantando para el San Juan mientras iba comentando a todos que su hijo sería padre. Todo iba tranquilo hasta que aquel disparo nos saco de las casillas; el señor de la Vega amenazando al de la imprenta —¿Quién autorizó este cartel? ¿Quién se atrevió a tales blasfemias? Mi hijo no es un Omega, mí hijo es humano.
Si valoras tu vida, quitarán todo esos carteles, y anunciarán que el hacendado Fernando de la Vega será padre, o juro que no habrá lugar donde puedas esconderte. ¿Me entiendes?
El imprentista temblaba, afirmando con su cabeza para solo responder —¡Sí, don Fernando, quitare tal blasfemia de su hijo! ¡No me maté!
—Muy bien, muy bien toma la paga para que veas que si valoro tu trabajo.
Dandole el dinero para los carteles del puma y los del anuncio del bebé. —¡Volveré en un par de días a verificar!
(...)
Terminando de comprar, y de hablar una hora completo con el sacerdote de la pequeña iglesia del pueblo.
Yo seguía a lado de Fernando con el revolver preparado fijándome que nadie intenté llevárselo en un descuido mientras esperábamos...
—No te preocupes Cruz, yo puedo cuidarme solo.
Desmayando a uno con un culatazo de su arma. Por lo que luego de tal caos, emprendimos el viaje de regreso a la Hacienda, la cual sería peligrosa, ya que deberíamos hacerlo con la noche sobre nosotros.
Continuara...