Sinopsis:
"El Caballero y el Rebelde" es una historia de amor y autodescubrimiento que sigue a Hugo, un joven adinerado, y Roberto, un artista callejero. A pesar de sus diferencias, se sienten atraídos y exploran un mundo más allá de sus realidades. Deben enfrentar obstáculos y aprender a aceptarse mutuamente en este viaje emocionante y conmovedor.
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Flasback (Un Encuentro Inesperado).
El viejo parque de la ciudad era el refugio favorito de Hugo cuando era niño. Los rayos del sol filtraban entre las hojas, creando un mosaico de luz y sombra que danzaba sobre el césped. El canto de los pájaros y la risa de los niños llenaban el aire, creando una atmósfera idílica.
Un día, mientras paseaba por uno de los senderos, Hugo se topó con un chico que venía patinando a toda velocidad. En un abrir y cerrar de ojos, el chico chocó contra él, haciéndolo caer al suelo. Con una agilidad sorprendente, el chico lo atrapó en sus brazos, amortiguando la caída.
"¡Lo siento mucho!", exclamó el chico, ayudando a Hugo a levantarse. Tenía el cabello revuelto y una mirada tan sincera que Hugo no pudo evitar sonreír.
Hugo se sacudió el polvo de la ropa y sonrió. "No te preocupes, a mí también me pasó".
El chico lo miró fijamente, como si estuviera buscando algo en sus ojos. "Soy Roberto", dijo, extendiendo la mano.
Hugo estrechó su mano. "Hugo", respondió, sintiendo una extraña conexión con aquel chico desconocido.
Pasaron la tarde juntos, riendo y compartiendo historias. Roberto le enseñó a montar en patineta, y Hugo le mostró su colección de cómics. Era como si se conocieran de toda la vida.
Al despedirse, Hugo no pudo evitar sentir una punzada de tristeza. "Fue divertido", dijo Roberto, rascándose la nuca. "¿Quieres volver a vernos mañana?".
Hugo asintió con entusiasmo. "Claro, me encantaría".
Mientras se alejaba, Hugo no pudo evitar preguntarse: "¿Cómo se llamaba?". Ese nombre, Roberto, resonó en su mente durante días. Sintió una extraña sensación en el pecho, una mezcla de alegría y nerviosismo. Era como si hubiera encontrado algo especial, algo que no quería perder.
Sin embargo, la vida siguió su curso, y poco a poco, el recuerdo de Roberto se fue desvaneciendo. Hugo se mudó a otra ciudad y se sumergió en sus estudios. A pesar de ello, cada vez que veía a un chico con una sonrisa similar a la de Roberto, su corazón latía con fuerza.
Por su parte, Roberto nunca olvidó a Hugo. El chico de los ojos brillantes y la sonrisa tímida había dejado una huella imborrable en su corazón. Durante años, Roberto buscó a Hugo en cada rincón de la ciudad. Preguntó a sus amigos, a sus profesores, incluso publicó anuncios en el periódico local. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano.
Cuando llegó el momento de elegir una preparatoria, Roberto decidió inscribirse en la misma donde había estudiado Hugo. Pensó que tal vez tendría más suerte allí. "Quizás lo encuentre en los pasillos o en alguna de las clases", se dijo a sí mismo.
Sin embargo, la preparatoria era mucho más grande de lo que había imaginado. Cientos de estudiantes se movían de un lado a otro, y Roberto se sentía perdido en aquella multitud. A pesar de ello, no perdió la esperanza.
"Chicos, ¿alguna vez han conocido a un chico llamado Hugo? Es muy simpático, tiene una sonrisa contagiosa y...", comenzó a contarles a sus amigos, pero fue interrumpido por una carcajada.
"¡Hugo! ¿Estás seguro de que no estás hablando de un príncipe encantado?", bromeó uno de sus amigos.
Roberto sonrió a pesar de sí mismo. "No sé, quizás sí", respondió.
A pesar de sus esfuerzos, Roberto nunca volvió a ver a Hugo. Con el tiempo, se resignó a la idea de que quizás nunca lo encontraría. Sin embargo, el recuerdo de aquel chico de la sonrisa tímida siempre estuvo presente en su corazón.
El auto deslizaba a Hugo por las calles de la ciudad, rumbo a la prestigiosa preparatoria privada. Por la ventanilla, observaba el bullicio urbano: personas apresuradas, tiendas con escaparates llamativos y, de repente, algo lo hizo detenerse. Un chico, montado en una patineta, pasó velozmente frente al auto. Hugo entrecerró los ojos, tratando de recordar. Algo en esa figura, en esa sonrisa fugaz, le resultaba familiar.
— ¡Pare! ¡Detenga el auto! — exclamó Hugo, golpeando el respaldo del asiento delantero.
El chofer, un hombre mayor de aspecto serio, lo miró por el espejo retrovisor. — Lo siento, joven Hugo, pero sus padres me pidieron expresamente que lo llevara directo a la escuela.
Frustrado, Hugo cruzó los brazos y se volvió hacia la ventana. Estaba seguro de haber visto a Roberto, el chico del parque. Pero ¿cómo podía estar tan seguro si no recordaba su rostro con claridad? Esa incertidumbre lo intrigaba y lo molestaba a partes iguales.
El resto del día en la escuela fue una tortura para Hugo. Sus pensamientos divagaban constantemente hacia el chico de la patineta. ¿Sería realmente Roberto? ¿Qué estaría haciendo en su barrio? ¿Y por qué no lo había reconocido antes?
Durante la hora del almuerzo, Hugo se reunió con sus amigos en la cafetería.
— ¿Qué les parece si hoy almorzamos en el nuevo restaurante italiano del centro? — propuso uno de ellos.
— No puedo, tengo que estudiar para el examen de matemáticas — respondió otro con un suspiro.
Hugo, que apenas había prestado atención a la conversación, levantó la cabeza. — Chicos, tengo algo que contarles.
Todos lo miraron con curiosidad.
— Ayer, cuando venía para la escuela, vi a un chico que me pareció muy familiar. Creo que lo conozco de antes, pero no recuerdo quién es.
— ¿Y qué tiene de especial? — preguntó uno de sus amigos, tomando un sorbo de su soda.
— No lo sé, pero hay algo en él que me llama mucho la atención. Siento como si lo hubiera conocido en otra vida.
Sus amigos se miraron entre sí, intercambiando miradas cómplices.
— ¿Será que estás enamorado? — bromeó uno de ellos.
Hugo se sonrojó. — ¡No seas ridículo! Solo estoy diciendo que me parece extraño haberlo olvidado.
— Bueno, quizás sea alguien de tu infancia. A veces, olvidamos cosas que nos pasaron cuando éramos pequeños — sugirió otro.
Hugo asintió, pensando en lo que había dicho su amigo. Tal vez tenía razón.
Después de la escuela, Hugo caminó lentamente hacia casa, perdido en sus pensamientos. Recordó el día que conoció a Roberto en el parque. La sensación de familiaridad era tan intensa que casi podía sentir el sol en su piel y el olor de la hierba fresca.
Al llegar a casa, se encerró en su habitación y sacó una vieja caja de cartón de debajo de la cama. Dentro había fotos, cartas y otros recuerdos de su infancia. Buscó entre los papeles hasta que encontró lo que estaba buscando: un álbum de recortes. Hojeó las páginas una por una, deteniéndose en una foto en particular. Era una instantánea de él y otro niño en el parque. El otro niño tenía el cabello revuelto y una gran sonrisa. Hugo lo miró fijamente. ¿Era él?
En ese momento, el timbre de la casa sonó. Hugo se levantó de un salto y fue a abrir la puerta. Era su madre, que había llegado antes de lo esperado.
— ¡Mamá! ¡Tengo que contarte algo importante! — exclamó Hugo, arrastrándola a su habitación.
Le mostró la foto del álbum de recortes. — ¿Recuerdas a este chico? Creo que lo he visto hoy.
Su madre examinó la foto con atención. — ¡Pero si es Roberto! El hijo de los vecinos.
Hugo abrió los ojos como platos. ¡Por supuesto! Roberto, el hijo de los vecinos. ¿Cómo había podido olvidarlo?
En ese momento, el teléfono sonó. Era su mejor amigo.