Emma Varela, una joven de 18 años, ha pasado los últimos cinco años de su vida intentando olvidar el trauma de un accidente automovilístico que no solo dejó cicatrices físicas, sino que también le arrebató a su mejor amiga, Sofía. Emma se ha refugiado en los estudios y la natación, evitando a toda costa recordar aquella noche fatídica.
Su mundo comienza a tambalearse cuando Gabriel Muñoz, un joven misterioso y reservado, llega a su escuela. Gabriel, con una mirada cargada de secretos y una actitud distante, se convierte en el centro de atención de todos, pero es a Emma a quien él parece observar más detenidamente.
A medida que Emma y Gabriel se van conociendo, ella descubre que él también tiene su propio pasado doloroso. Ambos empiezan a apoyarse mutuamente, y una conexión profunda surge entre ellos. Sin embargo, emma pronto se da cuenta de que Gabriel sabe más del accidente de lo que el admite.
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Capitulo 22: Sombras Del Accidente
Con la historia de Valenzuela y sus socios destapada y la investigación en pleno apogeo, Emma y Gabriel sintieron una mezcla de alivio y preocupación. Sabían que habían dado un golpe significativo, pero también eran conscientes de que los enemigos que habían hecho no se quedarían de brazos cruzados. Decidieron continuar su investigación sobre la muerte de la hermana de Gabriel, convencidos de que había más verdades ocultas que descubrir.
Mientras revisaban nuevamente los documentos de María, encontraron una referencia a un accidente automovilístico que había ocurrido años atrás. La hermana de Gabriel, Sofía, había fallecido en ese accidente, pero siempre había habido algo extraño en las circunstancias. Decidieron profundizar en los detalles del accidente, con la esperanza de encontrar nuevas pistas.
Emma contactó a un amigo que trabajaba en la policía, pidiendo acceso a los archivos del accidente. Tras algunas negociaciones, lograron obtener una copia del informe original. Mientras lo leían, encontraron varias inconsistencias que llamaron su atención.
—Mira esto —dijo Emma, señalando una parte del informe—. Aquí dice que los frenos del coche de Sofía fallaron, pero en la revisión técnica de su vehículo hecha unos días antes, no se reportó ningún problema.
Gabriel frunció el ceño, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza.
—Eso no tiene sentido. Sofía siempre cuidaba bien su coche. Algo no cuadra aquí.
Decidieron visitar el taller donde Sofía solía llevar su coche para el mantenimiento. El dueño, un hombre mayor llamado Don Manuel, los recibió con una sonrisa cálida, pero su expresión se volvió seria cuando mencionaron a Sofía.
—Sí, recuerdo bien a Sofía. Era una buena chica, siempre preocupada por su coche. Lo revisamos poco antes del accidente y todo estaba en perfecto estado. Nunca entendí cómo pudo fallar así de repente —dijo Don Manuel, sacudiendo la cabeza.
Emma y Gabriel intercambiaron miradas, sintiendo que estaban cerca de algo importante.
—¿Podría ser posible que alguien haya manipulado el coche después de su revisión? —preguntó Gabriel.
Don Manuel suspiró, mirando a su alrededor como si temiera ser escuchado.
—Es posible, pero nunca tuve pruebas. Sin embargo, recuerdo que unos días después del accidente, un hombre vino al taller preguntando por los detalles del coche de Sofía. Dijo que era un investigador, pero algo en su actitud no me gustó. Se veía demasiado nervioso.
Emma tomó nota del nombre y la descripción del hombre que Don Manuel les dio. Decidieron buscar más información sobre él, sintiendo que estaban acercándose a la verdad.
De regreso en el apartamento, Emma y Gabriel se sentaron con sus ordenadores, buscando cualquier rastro del hombre que Don Manuel había descrito. Después de horas de búsqueda, finalmente encontraron algo: el hombre, llamado Carlos Méndez, tenía conexiones con una compañía de seguros que había trabajado con Valenzuela.
—Esto no puede ser una coincidencia —dijo Gabriel, su voz llena de determinación—. Necesitamos encontrar a este tipo y hacerle algunas preguntas.
Con la ayuda del Dr. Martínez, lograron localizar a Carlos Méndez. Decidieron confrontarlo en un lugar público para evitar cualquier riesgo innecesario. Eligieron un parque concurrido, donde podrían hablar sin atraer demasiada atención.
Cuando finalmente se encontraron con Carlos, él intentó negarlo todo al principio, pero la presión combinada de Emma, Gabriel y el Dr. Martínez lo hizo ceder.
—Está bien, está bien. Yo solo seguía órdenes. Valenzuela me pagó para manipular el coche de Sofía. No sabía que resultaría en su muerte. Solo tenía que hacer que los frenos fallaran —confesó Carlos, visiblemente nervioso.
Gabriel sintió una oleada de rabia, pero Emma lo sostuvo, recordándole que la violencia no era la respuesta.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Qué te prometió Valenzuela? —preguntó Emma, tratando de mantener la calma.
—Dinero, mucho dinero. Y la promesa de que estaría protegido. Pero ahora veo que solo fui un peón en su juego —respondió Carlos, con un tono de arrepentimiento en su voz.
Con esta nueva confesión, Emma y Gabriel sabían que tenían la pieza final del rompecabezas. Volvieron a reunirse con Laura Fernández, quien estaba dispuesta a publicar una segunda parte de la historia, revelando los detalles del asesinato de Sofía.
La publicación causó un impacto aún mayor que la primera. Las autoridades no tuvieron más remedio que arrestar a Valenzuela y a sus socios, y Carlos Méndez aceptó testificar a cambio de protección.
Finalmente, la sombra del accidente que había perseguido a Gabriel durante tanto tiempo comenzó a disiparse. La verdad estaba al descubierto, y aunque el dolor de perder a su hermana nunca desaparecería, Gabriel encontró un poco de consuelo en saber que había hecho justicia por ella. Emma, a su lado, sintió una profunda satisfacción al ver que su lucha por la verdad había dado frutos. Pero también sabían que, aunque habían ganado esta batalla, siempre habría más luchas por delante en su búsqueda incansable de justicia.