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Las Viudas Negras

Las Viudas Negras

Status: En proceso
Genre:Venganza / Mafia / Dominación / Matrimonio arreglado
Popularitas:4.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Edgar Romero

Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.

NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 22

Entonces Marcela se acercó al edifico que ocupaba Telma, un complejo de cuartos y oficinas silencioso, escondido, empobrecido justamente para no llamar la atención de nadie, aprovechando su inocente fachada famélica y cadavérica.  Allí se urdían todos los planes para eliminar a las víctimas que caían en las garras de la inescrupulosa y malvada mujer. Marcela husmeó primero, escondida en un árbol, cerciorándose de quiénes iban y venían y notó cierto movimiento en la oficina que estaba ubicada en el tercero piso. Al rato,  Paola Yáñez, salió luego rauda, con rumbo desconocido, apurada,  lanzando sus pelos al aire.

Marcela permaneció algún rato agazapada y  luego vio salir a Gisela, igualmente apurada, tratando de arreglarse sus crines, repasando su móvil donde seguramente estaban las órdenes de Telma. Tomó su auto y se marchó  a toda velocidad por la avenida. "La desgraciada está sola", se dijo Marcela y se acercó sigilosamente al edificio, tratando de no llamar la atención.

Pero fue inútil pasar desapercibida. -¡Allá está la perra!-, dijo uno de los esbirros que estaba vigilante en la ventana. Telma se empinó de su silla, mortificada. -Qué arrogancia de esa mujer venir a matarme en mi propia oficina-, escupió su cólera enfurecida. Miró a sus compinches y ladró con furia, -¡Mátenla de una vez!-

Marcela escuchó los tumbos, las carreras y el crujido de los peldaños. Supo, entonces,  que la habían descubierto. Echó a correr de prisa, por una callejuela desierta.

Los esbirros no la vieron. Miraron a todos lados y  ella no estaba. Se dispersaron en diferentes direcciones en busca de Marcela.

  Luego de buscar por todo sitio, al fin uno de ellos la vio, corriendo de prisa, por la vereda, dando trancos, tumbando carretillas de ambulantes y abriéndose paso a empujones y codazos. Muchos transeúntes cayeron al piso entre maldiciones e insultos pero ella parecía un toro embistiendo a quien se cruzase en su camino.

-¡Está por el óvalo!-, dijo por su celular el hombre a sus compañeros de armas. Él fue tras de ella, también pisoteando a los caídos, empujando a los que querían levantarse y haciendo trastabillar a los que venían ayudarlos a alzarse del suelo. Igualmente derribó las carretillas y mercaderías de los comerciantes en medio del caos  y la intensa vocinglería.

-¡Qué pasa!-, gritaba la gente asustada, chillando de pavor, viendo las armas que empuñaban los sujetos decididos a acabar con la chica. Ya no era uno el que perseguía a Marcela, sino los tres esbirros contratados por Telma Ruiz.

Marcela pudo entrar a una galería y trató de refugiarse en una de las tiendas, que estaba demasiado concurrida. Subió su capucha y trató de resoplar fuerte, para recuperar la calma, pero no podía. Su corazón explotaba de miedo y la tensión. Tenía la frente duchada de sudor y sus piernas flaqueaban por el miedo y el pavor. Intentó serenarse contando hasta cien pero fue peor, sintió que era un redoble macabro y que ella estaba marchando hacia el paredón, donde sería fusilada sin compasión. Se agachó, de inmediato, frente a las vitrinas cuando vio a uno de los esbirros, buscando por todos lados, afilando su vista de águila, tanteando en el silencio, olfateando como un perro de caza.

Ella trató de irse del lugar, salir por otra puerta en cuclillas, pero no pudo. El sujeto aquel la divisó y sin escrúpulo alguno, disparó su arma dos veces. Las balas se estrellaron en los escaparates haciendo estallar los vidrios convertidos en un millón de esquirlas. Le había disparado a la imagen de Marcela dibujada en los espejos. -¡¡¡Rayos!!!-, maldijo el pistolero.

  El balazo y los vidrios reventados desataron una feroz estampida. Gritos, aullidos de dolor, desconcierto, atropelladas y empujones, se multiplicaron en un milésimo de segundo en la galería, haciendo de la tarde una confusión atroz e indescifrable, de pánico y caos.

De eso aprovechó Marcela para confundirse en el atolladero y mimetizarse con los más asustados, huyendo, despavoridos de los balazos. El esbirro logró verla abriéndose paso en la multitud desconcertada y volvió a disparar. Un balazo le reventó la cabeza a un tipo que intentaba ganar la puerta y otro tiro hizo estallar una vitrina en un millón de pedazos. Las esquirlas rebotaron en todos lados y eso causó aún mayor pánico en la estampida de gente, queriendo alcanzar las calles y ponerse a salvo de la balacera.

  Marcela pudo ganar la calle y enfiló a toda prisa hacia una avenida amplia pero fue divisada por el otro sujeto. También disparó. Ella se agachó y así, convertida en un ovillo, fue hasta un callejón donde se metió de prisa.

Los disparos derrumbaron a dos tipos desprevenidos que se pensaban a salvo. Quedaron tumbados en el suelo, en medio de enormes charcos de sangre.

Ulularon las sirenas con estruendo. -¡La policía!-, coincidieron en pensar, en ese mismo instante, Marcela y los esbirros. -Es mejor que me vaya-, también se dijeron, por coincidencia los cuatro, con el temor de ir a las rejas donde les esperaba una larguísima condena.

Marcela trepó por una pared angosta, subiendo con dificultad, agarrándose en unos cables sueltos, tratando de llegar a una ventana que había visto abierta.  Los esbirros volvieron a separarse, corriendo de prisa, igualmente sin dirección ni rumbo, escapando de la policía que procedía acordonar las calles.

Los agentes luego y de inmediato empezaron a buscar a los autores de los disparos, entrando en galerías y tiendas. Eso lo vio Marcela, agazapada dese la ventana cubierta por una cortina. Suspiró y trató de exhalar con dificultad porque su corazón pataleaba como un burro dentro del pecho. Pensó en seguir corriendo por otra calle y al voltearse vio a una hermosa joven que la miraba con calma, con los brazos cruzados y sonriéndole con la mirada.

-No te asustes-, le pidió Marcela aterrada sintiéndose delatad, pero ella no dijo palabra alguna. La seguía mirando como si fuera una figurita divertida o quizás jocosa.

-Unos hombres quieren matarme-, le insistió a la señorita y al final, luego de mucho rato, ella ensanchó su sonrisita.

-Usted parece la mujer gato, le dijo con la risita contagiosa, es ágil y sabe trepar la paredes-

Marcela no sabía a quién  se refería la joven. -¿Hay una puerta posterior?-, preguntó entonces.

-Sí, está por el tragaluz-, le dijo la joven sin despintar su sonrisa. Marcela le agradeció la ayuda y le dio un dinero. -Me has salvado-, le susurró.

Salió e efecto por la puerta trasera y volvió a camuflarse con el gentío que rodeaba la galería donde ocurrieron los disparos. Oyó a una mujer hablar. -Vi a alguien entrando al apartamento donde vive Giovanna, la autista-, trataba de explicar a la policía.

Ella, la autista, era la joven que había ayudado a Marcela.

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Gladis Torres
conchale que broma es esa uno esta inspirado leyendo y nos salen con esto
Rosa Nury Peguero
por qué hacer eso subir la novela sin terminar y ya no la terminan
Elizabeth Sánchez Herrera
más ➕ capítulos
Elizabeth Sánchez Herrera: gracias voy a leerlo 🙂
Edgar Romero: Gracias por tu apoyo Elizabeth, acabo de agregar un nuevo capítulo.
total 2 replies
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