Tercer libro de la saga colores
El Conde Lean se encuentra en la búsqueda de su futura esposa, una tarea que parecía sencilla al principio se convierte en toda una odisea debido a la presión de la sociedad que juzga su honor y su enorme problema con las damas, sin pensar que la solución está más cerca de lo que cree cuando asiste a un evento de dudosa reputación.
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ESPOSOS CONOCIÉNDOSE
...MARTA:...
Jamás había dormido con un hombre a mi lado y tampoco llegué a imaginarme en aquella situación, pues siempre creí que nunca me casaría, que no tendría contacto con ningún hombre, pero no me esperaba encontrar en Hilaria a el hombre que sería mi esposo. Tampoco contaba que fuese tan guapo y varonil, respetuoso y bastante caballeroso. Era un sueño, con cualidades que toda mujer deseaba en su esposo.
Me atraía y mucho, desde el primer instante en que nuestros ojos se cruzaron. Él me hacía sentir cosas, me ponía nerviosa y que quisiera tomarme con ese descontrol, me llenaba de la misma necesidad.
Estábamos viajando, solos y con más privacidad que en la mansión. Tarde o temprano iba a ocurrir lo inevitable.
Estaba molesta por ver a la sirvienta besándolo, pero sabía que esa mujer no me tenía el más mínimo aprecio y que era una envidiosa. Por eso no podía dejarme guiar por aquella imagen, aunque fue desagradable y me dolió. Las palabras de su familia y la suya ayudaron a que no me dejara llevar por la rabia.
Ahora estando allí, tan solos.
Su cuerpo era firme, cálido, olía rico y se sentía bien estar entre sus brazos, en la oscuridad de aquella posada, pero no podía dormir. Estaba consciente de cada parte de su cuerpo, de su respiración y sus latidos, de los míos, de la necesidad que me recorría entre las piernas con mucha intensidad.
Elevé mi pierna, buscando un poco de alivio, pero me percaté de que estaba duro.
Así como cuando estábamos en su habitación, un enorme bulto se podía visualizar por encima de los pantalones y noté también que eso le provocaba desesperación, que por eso estuvo casi suplicando porque le dejara hacerlo.
¿Será qué le dolía?
No pude evitarlo.
Bajé mi mano, debajo de las sábanas.
Con el corazón en la boca.
Llegué allí, al posar mi palma, encontré que era firme, largo y grande.
Todo su cuerpo se tensó.
— ¿Qué es lo que hace? — Su voz se oyó gutural, pero no me apartó la mano.
Me sentía avergonzada por mi acción.
— Alivio su dolor.
Lo recorrí todo con mi mano.
Se estremeció y soltó un gruñido.
Me tomó la muñeca para apartar mi mano.
— No, mejor quédese quieta — Me alejó la mano.
— Pero... Sé lo que siente, yo también lo siento... — Susurré, aquella oscuridad no me dejó ver su rostro cuando alcé mi vista — No se aliviará solo.
— ¿Qué tanto sabe de esto? — Preguntó, su aliento cálido rozó mi rostro y me tensé, sintiendo enormes ganas de volver a sentir ese poder contenido contra mi mano.
Eso que tarde o temprano estaría dentro de mí.
— No mucho, pero una amiga me explicó lo que pasa...
— Mejor duerma — Gruñó, alejando sus brazos de mí, pero me volví a pegar.
— ¿No quiere?
Contuvo la respiración.
Me coloqué encima de él, sin poder evitarlo.
— Oiga... Marta...
— Somos esposos, esto es lo que hacen... Es parte de nuestras funciones como pareja ¿No es así? — Me acosté sobre su pecho. Agradecida por la oscuridad, si viera mi rostro sonrojado y apenado, sabría que estoy muerta de los nervios.
¿Qué estaba haciendo?
— Pero... Usted no debería ser la que tome la iniciativa — Dijo, nervioso, tomándome de los brazos.
— ¿Por qué no?
— Porque yo soy el hombre, yo debo ser...
— ¿Entonces cuál es la función de una mujer si no puede aportar? — Cuestioné— ¿Quedarnos quieta mientras el hombre hace todo el trabajo? ¿Eso no le aburre a ustedes los hombres?
Se quedó callado.
— Eres demasiado curiosa.
Abrí mis piernas, su dureza terminó rozando en mi entrepierna y me estremecí. Se sintió bien.
— Marta — Respiró agitadamente — Esto es una mala idea.
— ¿Qué tiene de malo?
— Nada, pero me pone en una situación peligrosa.
Pasó sus manos por mi espalda, recorriendo todo mi cuerpo por encima del camisón.
Hasta que llegó a mi trasero, acarició mis glúteos y el calor en mi cuerpo aumentó.
Bajó por mis muslos y volvió a subir, posó sus manos en mis caderas.
Me empecé a mover sobre su dureza, solo rozando por encima de la tela.
Atrapó mi boca, besándome con voracidad y rapidez.
Gemí contra sus labios cuando un exquisito calor me recorrió, la necesidad me dominó, mi interior se inquietó, pidiendo más y más mientras me movía.
Encajó sus dedos en mis caderas, aferrándose mientras gruñía y mordía mis labios.
El dolor dulce aumentó.
Movió sus caderas contra mí y gemí de nuevo, enterrando mis manos en su cabello.
Deslizó su lengua por mi boca, luego se desvió a mi cuello mientras nos rozamos con más y más rapidez.
Se hizo insoportable y exquisito.
Hasta que me estremecí, mi espalda se arqueó abruptamente y gemí contra su oído, sintiendo espasmos y olas de calor.
Soltó un gemido, jadeando, sentí algo húmedo contra mí.
Me quedé sobre su pecho, mientras nuestras respiraciones entrecortadas llenaban el aire.
Mis extremidades se durmieron, un agotamiento agradable me recorrió.
— Acaba de hacer que mi pantalón se arruinara — Dijo, girando su cuerpo para quedar de lado, me abrazó con fuerza y suspiré.
— Fue rico.
— Lo fue.
No hubo más conversación, el cansancio me dominó y dormí.
...****************...
No podía observarlo al día siguiente, me sentía avergonzada con solo verlo.
Él ya estaba levantado y vestido cuando desperté, tan guapo y varonil con su chaqueta café, sus pantalones de cuero y sus botas de cordones. Con el cabello despeinado y la barba que ya se le notaba.
No mencionó nada al respecto, ni pareció mostrar señales en su rostro de lo que había sucedido en la noche.
Me había descontrolado por completo, yo, una mujer pura, había hecho algo atrevido a mi esposo.
Me bañé y me vestí.
Lean siguió actuando como si no hubiese pasado nada y se lo agradecía, ya que a plena luz del día no podía esconder mi rostro.
Partimos después de desayunar y en el viaje me concentré en leer mi libro para no tener que enfrentar lo que había sucedido.
Me daba mucha vergüenza ¿Cómo pude actuar así? ¿Qué estaba pensando Lean de mí? Seguramente me estaba tachando de ser una atrevida sin vergüenza.
Yo, que quería ser monja.
Estaba corrompida por el deseo que sentía por ese hombre, por lo bien que se había sentido cuando mi cuerpo estalló de placer. Eso qué Daila había nombrado una vez ¿De dónde sabía ella todas esas cosas? Jamás me lo había preguntado.
En fin, ahora yo era como Daila, mal pensada y comiendo con los ojos a mi esposo cada vez que se descuidaba.
El carruaje recorría en su mayoría campos repletos de siembras, animales y árboles perdiendo sus hojas.
Hermosos bosques color naranja y terracota, lugares que jamás vería en Hilaria.
Eso me recordó que mi padre estaba en Floris y que mi familia no descansaría hasta encontrarme y estaba segura que a pesar de estar casada, mi padre hallaría la forma de apartarme del lado de Lean y mi madre lo apoyaría como siempre, porque creía y obedecía sin rechistar a su esposo.
— ¿Qué le gusta? Señorita Marta — Preguntó Lean, en el otro asiento, pasando la página de su libro.
— ¿A mí? — Estaba tan distraída con las hojas que caían, que respondí de forma idiota.
Se rió — Solo estamos nosotros, pienso que es mejor aprovechar éste viaje para conocernos — Dejó su libro en su regazo, tenía una pierna extendida sobre el asiento y apoyaba su espalda en la esquina del carruaje.
— Buena idea — Dije, sonriendo — Empecemos entonces.
— ¿Qué es lo que le gusta? — Preguntó nuevamente.
Me quedé pensativa, mis gustos, en realidad no tenía muchos, mi vida era como la de todas las señoritas casaderas, concentradas únicamente en prepararse para encontrar un buen esposo.
— No lo sé.
— ¿No lo sabe? — Se mostró incrédulo — Debe haber algo que le guste.
— Cuando estaba en Hilaria, toda mi vida me preparé para encontrar un buen esposo, aprendiendo lecciones sobre como comportarme, baile y etiqueta... Así que no tuve tiempo de pensar en mis gustos — Confesé y me evaluó detenidamente.
— Entiendo, sé lo que es, con dos hermanas menores, viví observando como pasaban la mayoría del tiempo preparándose para ser presentadas ante la sociedad — Confesó, cruzando sus brazos — Yo tuve mis propias lecciones, pero siendo hombre, no tenía tanta presión, tenía más tiempo para jugar y hacer deporte.
— Estuve con Roguina un tiempo, mientras su esposo terminaba de pagar su condenada, ese fue el primer momento en el que me sentí más libre — Dije, con más emoción — Hice cosas que jamás se me permitieron estando en casa — Ayudé a Roguina en sus negocios, también aprendí lecciones de defensa personal, salí a pasear en muchas ocasiones... Eso sí me gustó.
— ¿Ve? Si tiene algo que le gusta, las lecciones de defensa personal y los asuntos de negocios. Debe ser muy buena en ambas — Dijo, con expresión amigable.
— No lo creo, no soy tan buena.
— Si lo es... Puede seguir acrecentando esos talentos... Suerte que tiene un experto cerca — Se ofreció, posando una mano en su pecho — Yo sé de negocios y también soy excelente en la defensa personal, de hecho le enseñé a Eleana a lanzar dagas y disparar flechas.
— ¿En serio? ¿Usted me enseñaría?
— Por supuesto — Se encogió de hombros.
— ¿No bromea?
— No ¿Por qué tendría que bromear con eso?
— Porque esas no son cosas que debe aprender una mujer.
Resopló — Saque ese pensamiento de su ser, soy hombre, pero no por eso debo minimizar el talento de las mujeres. No sé límite, mi hermana no lo hizo y por lo visto tampoco su amiga Roguina. Solo necesitaron a gente que creyera en ellas.
Mi esposo era perfecto.
— Gracias por sus palabras.
— No puedo decirle que hacer y que no hacer, si es lo que quiere, solo me queda apoyarla y es lo que deberían hacer todos los hombres — Volvió a tomar su libro — Estoy seguro de que éste mundo sería mejor.
— Al fin y al cabo si valió la pena.
Me observó por el borde del libro.
— ¿Qué dijo?
— Me gusta ser su esposa.
Sus ojos brillaron con picardía.
— A mí también me gusta ser su esposo.
Valió la pena marcharme de Hilaria, salir de la sombra de mi familia y aventurarme en un reino desconocido. No tuvo el resultado que quería al principio, pero agradecía que hubiese Sido así, a pesar que fue a causa de su cuñado y de O'Brian, estaba tan feliz de no haber entrado en ese convento y de que Lean me rescatara.
El viaje siguió y volvió a anochecer, pero estábamos tan agotados que al llegar a la siguiente posada, nos dormimos al tocar la cama.
Me desperté abrazada por él y su calor era tan reconfortante.
Otro día de viaje.
— ¿A usted qué le gusta? — Fue mi turno de preguntar.
— Me gusta entrenar y me gusta la lectura, también la caza y la pesca — Confesó, con diversión en su mirada — Dorian no debe oír eso.
— ¿Por qué?
— Ésta en contra de que asesinen animales, pero no quiero hablar de él, sino de mí.
— Me gusta ser ordenado, veo algo fuera de lugar y lo acomodo en seguida — Se rió — Es como un impulso, no estoy tranquilo con el desorden, por eso siempre me la paso metido de cabeza en mi estudio — Su sonrisa desapareció — Amo la contabilidad, es que cada vez que lo hago pienso en mi padre.
— ¿Por qué le recuerda?
— Porque él fue quien me enseñó todo lo que sé sobre los negocios y estoy muy agradecido por eso, fue un buen padre, siempre me dió cariño y atención, me preparó para cuando no estuviera y me enseñó lo que era la responsabilidad, el sacar mi familia adelante y protegerla — Se llenó de un sentimiento intenso, uno que yo jamás podría sentir al hablar de mi padre.
Me hubiese gustado tener a alguien así como el padre de Lean, que me diera amor puro y me viera como una hija.
— Ya entiendo porque es así, su padre hizo un buen trabajo, usted es un hombre de bien gracias a él.
— Lo sé, por eso debo mantener su título y todo lo construyó, debo hacerlo para agradecerle todo lo que hizo por mí — Suspiró y me sonrió.
gracias por no poner fotografías de los personajes!!