Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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Miedo
Renji
–¿Y? –me pregunta Conor a través del teléfono.
–Nada grave –reconozco.
–¿Qué quiere decir eso? –pregunta sin paciencia.
–¿Eres tú o tu mujer quien está en trabajo de parto? –pregunto irónicamente.
Suspira. –Amo ser padre, pero ver a la mujer que amas sufrir por horas no es algo agradable –dice sin poder ocultar el agotamiento y el estrés en su voz.
Supongo que no es tan malo haberme perdido el nacimiento de Dylan, porque a pesar de que no amo a Emma, no me gustaría verla sufrir. La chica ha pasado por mucho.
–No ha estado en prisión –digo mientras reviso los antecedentes del padre de Emma–. No hay imágenes ni videos repulsivos en su computador ni en su teléfono. Su IP está limpio. Ha gastado todo su tiempo libre en buscar a su hija.
–Pobre hombre –dice mi amigo–. Si alguien me quitara a mis hijos… No, ni siquiera puedo pensar en eso.
Unos gritos amortiguados interrumpen nuestra conversación.
–Tengo que irme. Habla con Emma y dile que ella elija cuándo quiere ver a su padre –suelta rápidamente antes de cortar.
Mierda. Tengo que hablar con Emma, con la mujer que no me deja proporcionarle a mi hijo la mejor educación que existe.
Miro como la oscuridad comienza a cubrir todo ahí abajo.
Por lo menos veré a mi hijo, quizá pueda arroparlo. Si es que la cascarrabias de su mamá me lo permite.
Apago mi computador y bajo al estacionamiento, resignado a la tarea que tengo por delante.
*****
–¿Tú? –Es lo primero que sale de su boca cuando me ve–. ¿Qué haces aquí?
–Pensé que podría visitar a mi hijo cuando quisiera –digo y Emma se cruza de brazos, levantando sus pechos. Mis ojos, instintivamente, bajan para disfrutar de la vista–. Nos estábamos preparando para ir a la cama.
–Lo noto –digo cuando puedo ver las puntas de sus pechos contra el delgado camisón–. Estoy aquí por lo de tu padre.
Su actitud cambia de inmediato y se hace un lado para dejarme pasar.
–¿Dylan? –pregunto.
–En la cama.
–¿Puedo verlo? –pregunto con ilusión.
Asiente. –Claro, estará feliz de verte –dice apuntando una puerta blanca.
Avanzo cinco pasos y ya estoy dentro del dormitorio. Dylan está sobre la cama mirando unas caricaturas en un IPad.
–Hola, hijo.
Su cabeza se levanta y una hermosa sonrisa ilumina su rostro. Deja el IPad a un lado y gatea hasta mí.
–¡Papi! –saluda y se lanza a mis brazos–. Gracias por venir.
Beso la cima de su cabello y me siento en la pequeña cama, con él en brazos.
–Tu nuevo pijama te queda a la perfección –digo.
–Sí, todo me queda muy bien. Mami dice que me veo como un pequeño hombrecito, uno muy guapo.
Sonrío ante la ternura en su rostro cuando habla de su mamá. Mi hijo es un niño muy afortunado. Hubiese matado por tener una mamá como la de él.
–Y lo eres. Tienes la sonrisa de tu madre –digo y mi pequeño vuelve a sonreír, extasiado por lo que acaba de escuchar.
–¿De verdad me parezco a mi mami?
–De verdad. Tienen la misma hermosa sonrisa.
–¡Me gusta parecerme a mis papis! –exclama con entusiasmo–. Ahora ya no tendré que explicar una y otra vez por qué no me parezco a mi mami –agrega frunciendo el ceño–. Mis compañeros me decían que era un niño recogido de la calle.
–¿Quién te dijo eso? –pregunto furioso.
–Mis compañeros.
–Nombres. Dame sus nombres –exijo más molesto de lo que he estado en mi vida.
Dylan retrocede hasta la cabecera de la cama, mirándome asustado.
Un dolor, que nunca he sentido, se apodera de mi pecho al ver el miedo, claramente reflejado, en los ojos de mi hijo. El mismo miedo que vi cuando lo conocí.
–Mierda. Lo siento, hijo –me disculpo tratando de acercarme a él, pero se pega más a la pared.
–Mami dice que no se puede decir malas palabras –susurra abrazando sus piernas.
–Lo sé, lo siento, tu mami tiene razón.
Dylan asiente, pero no levanta su mirada. –Quiero dormir, estoy cansado.
Mi corazón se parte al ver el mismo miedo que sentí, durante toda mi infancia, en el rostro de mi hijo.
Soy igual que ellos, peor incluso, porque mi hijo es el niño más amable y tierno que existe, solo un hijo de puta como yo podría lastimarlo como lo acabo de hacer.
–Me iré –susurro asustado también–. ¿Puedo arroparte? –pregunto temiendo su respuesta.
Sacude su cabeza rápidamente. –No tengo frío –me asegura, todavía asustado.
Me lo merezco, pero duele tanto.
–Quiero a mi mami –pide en un susurro.
–Hijo, lo siento, no quise asustarte.
–Quiero a mi mami –repite–. Por favor.
Mis ojos pican y sé que, si pudiera hacerlo, lloraría, pero mis padres se encargaron de secar mis ojos, porque cada lágrima significaba una paliza, que me dejaba tumbado una semana.
Vuelvo a la pequeña sala y en cuánto Emma me ve, sabe que algo está mal.
–¿Qué pasó?
–Dylan quiere verte –digo y ella de inmediato corre a la habitación.
Me siento en el pequeño sofá y dejo caer mi cabeza hacia adelante.
¿Qué hice? Le juré a Emma que no lastimaría a nuestro hijo y acabo de hacerlo. Lo asusté y no sé si pueda volver a confiar en mí como lo hacía hasta antes de esta noche.
Y sé, que Emma no volverá a confiarme a nuestro hijo. No después de ver en sus ojos el mismo miedo que yo vi. Ese miedo que veía cada vez que me miraba en un espejo. Ese miedo, que incluso de adulto, seguía sintiendo por mi madre. Una mujer fría y cruel, que disfrutaba con mi sufrimiento.
¿Es lo que estoy haciendo? ¿Disfruto con el sufrimiento de mi pequeño?
No. No lo hago. También estoy sufriendo.
Estoy volviendo a sentir ese miedo paralizante, que me acompañó toda mi infancia, pero ahora lo hago por mi pequeño. Me aterra pensar que nunca pueda quererme como yo lo quiero.
Dylan significa todo mi mundo. Hace que todo tenga un significado especial. Hace que las cosas que viví no me pesen tanto, o lo hacía hasta hace unas horas, porque en este momento todos los malos recuerdos vienen a mí con la fuerza de una ola.
Trato de detenerlos, pero no soy lo suficientemente fuerte.
“Eres débil y mi mayor vergüenza” “Debería haberte abortado” “Voy a sacarte esa actitud a golpes” “Esta noche desearás haber muerto dentro de mí, pedazo de mierda” “No vales nada” “Podría matarte y nadie nunca te buscaría, porque nadie te quiere” “A nadie le importas”
–No. Por favor, no más –pido en un grito silencioso, pero es muy tarde.
Vuelvo a estar en ese sótano, amarrado, viendo los rostros de mis padres, quienes esperan ansiosos por el momento en que me rompa.
pudiste alargarle más pero así está perfecta espero sigas escribiendo