Traicionada por su propia familia, usada como pieza en una conspiración y asesinada sola en las calles... Ese fue el cruel destino de la verdadera heredera.
Pero el destino le concede una segunda oportunidad: despierta un año antes del compromiso que la llevaría a la ruina.
Ahora su misión es clara: proteger a sus padres, desenmascarar a los traidores y honrar la promesa silenciosa de aquel que, incluso en coma, fue el único que se mantuvo leal a ella y vengó su muerte en el pasado.
Decidida, toma el control de su empresa, elimina a los enemigos disfrazados de familiares y cuida del hombre que todos creen inconsciente. Lo que nadie sabe es que, detrás del silencio de sus ojos cerrados, él siente cada uno de sus gestos… y guarda el recuerdo de la promesa que hicieron cuando eran niños.
Entre secretos revelados, alianzas rotas y un amor que renace, ella demostrará que nadie puede robar el destino de la verdadera heredera.
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Capítulo 21
El salón estaba abarrotado, repleto de accionistas, periodistas y representantes de empresas asociadas. La asamblea extraordinaria había sido convocada con urgencia, bajo la justificación de “reevaluación de liderazgo”. Pero Serena Valente sabía exactamente de dónde venía el golpe: el llamado había partido de las manos de la mujer que, durante toda su vida anterior, había usurpado el lugar que le pertenecía. La hija de la niñera, criada como si fuera sangre de la familia, la falsa heredera que por años había encantado a todos con su máscara de perfección.
Isabela Farias.
El nombre resonaba en la mente de Serena como un veneno antiguo. En su vida pasada, ella había sido el centro de atención, la “hija querida”, la que había recibido amor, protección y privilegios que no le pertenecían. Serena, relegada al papel de sombra, había muerto sin nunca poder probar la verdad. Pero esta vez, la historia sería diferente.
Cuando Serena y Cássio entraron al salón, de la mano, todas las miradas se volvieron hacia ellos. Serena usaba un vestido carmesí que irradiaba imponencia, mientras que Cássio, aún en recuperación, vestía un traje impecable. La postura erguida de él, incluso con la sombra de la debilidad aún en los músculos, bastaba para imponer respeto.
En el centro, aguardándolos con una sonrisa venenosa, estaba Isabela. Vestía de blanco, como quien buscaba escenificar pureza, pero sus ojos denunciaban la furia y la ambición de quien no aceptaba perder.
—Vaya, vaya —dijo Isabela, la voz melosa resonando por el micrófono—. Qué escena bonita. El heredero adormecido ha vuelto a la vida, guiado por la esposa valiente. Una verdadera historia de cuento de hadas.
Algunos rieron discretamente. Otros, sin embargo, mantuvieron la mirada fija en Serena, esperando su reacción.
Serena se mantuvo firme, sin ceder al veneno de las palabras. —Los cuentos de hadas generalmente terminan con el bien venciendo al mal. Y es exactamente eso lo que va a suceder hoy.
El silencio cayó pesado. Isabela rió, pero su risa sonaba falsa, forzada. —Pobrecita. Siempre creíste que podías ocupar un lugar que no es tuyo. —Se volvió hacia los presentes, teatral—. Todos aquí saben que yo fui criada como hija de esta familia. Todos saben que siempre fui la verdadera representante. Esta mujer, esta usurpadora, no es más que una impostora que se aprovechó de una farsa para casarse con Cássio y manipular la empresa.
La acusación reverberó como un trueno. Los periodistas anotaban frenéticamente, las cámaras parpadeaban sin parar. La tensión explotaba en el aire.
Serena respiró hondo, avanzando un paso. —Hablas como si tuvieras derecho a algo, Isabela. Pero la verdad es que no eres más que una farsante. Fuiste colocada en mi lugar desde bebé, engañando a una familia entera. Y ahora, cuando la verdad comienza a salir a la luz, intentas mantener la farsa con gritos y mentiras.
Los murmullos se intensificaron. Algunos recordaban los documentos ya expuestos por Serena en los últimos meses, otros comenzaban a atar cabos. Pero Isabela no retrocedió.
—¡Mentira! —gritó, levantando una carpeta—. Tengo aquí pruebas de que Serena Valente falsificó registros, de que manipuló testamentos y engañó a inversores. Esta mujer no es solo una impostora, ¡es una criminal!
Los presentes contuvieron la respiración. Las hojas temblaron bajo la luz, Isabela levantándolas como un trofeo. Pero antes de que pudiera proseguir, Cássio se levantó. Su voz, firme y grave, llenó el salón.
—Basta.
Todos se callaron. La mirada de él era como acero, incluso en medio de la debilidad de la recuperación. —Esa mujer que ustedes llaman falsa es la única razón por la cual este imperio aún existe. Mientras yo estaba preso al coma, ella enfrentó cada traición, cada golpe, cada ataque. Fue Serena quien salvó esta empresa. Y ahora, ¿ustedes osan creer en las mentiras de alguien que vivió la vida entera como parásito?
Isabela tembló, pero mantuvo la sonrisa cínica. —Estás ciego, Cássio. Esa mujer te ha hechizado.
Fue el turno de Serena de avanzar, su voz clara cortando el salón. —Si estoy hechizando a alguien, es solo por el peso de la verdad. —Abrió su propia carpeta y exhibió documentos oficiales—. Aquí están los registros originales del hospital donde nacimos. Aquí están los exámenes de ADN. Y aquí están las declaraciones que prueban que tú, Isabela, no eres hija de esta familia, sino hija de la mujer que servía como niñera.
El choque fue inmediato. Los periodistas corrieron a fotografiar los documentos, los accionistas se levantaron, cuchicheando entre sí. La máscara de Isabela comenzaba a resquebrajarse.
—¡Eso es mentira! —gritó ella, pero su voz ya no tenía la misma fuerza—. ¡Ellos inventaron todo!
Serena se acercó, tan cerca que podía sentir la respiración acelerada de la rival. Sus ojos ardían. —Robaste mi vida, Isabela. Robaste mi lugar, mi nombre, hasta mi derecho de ser amada por mi familia. Pero se acabó. Hoy, delante de todos, caes.
Isabela retrocedió un paso, el rostro crispado. —¿Creen que han ganado? —dijo, la voz trémula, pero cargada de odio—. Esto no ha terminado. Puedo haber perdido esta batalla, pero aún tengo armas. Y cuando ataque de nuevo, no tendrán a dónde correr.
Los guardias se acercaron para escoltarla, pero antes de salir, Isabela lanzó a Serena una mirada llena de veneno. —Aprovecha mientras puedas. Tu victoria no va a durar.
Cuando las puertas se cerraron tras ella, el salón explotó en murmullos y flashes. Pero, en el centro de todo, Serena permanecía firme al lado de Cássio. De la mano, como si fueran una sola fuerza, ellos encaraban a la multitud, transmitiendo el mensaje que ningún enemigo podría apagar: la verdad estaba de su lado.
Y aunque la guerra no hubiera terminado, en aquel instante Serena sintió algo diferente: no era solo venganza lo que la movía. Era justicia.