En una mezcla de desesperación y determinación, Abigail, una Santa casada con el Duque Archibald, se enfrenta a un oscuro giro del destino. Luego de una confesión devastadora por parte de su esposo sobre su infidelidad con una plebeya, Abigail toma una decisión drástica: pedir el divorcio y romper con el matrimonio que la ha oprimido por años. Sin embargo, esta vez no es una simple víctima. Tras una misteriosa reencarnación, ha regresado al pasado con el conocimiento de su fatídico futuro.
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Capítulo 3
Buenos días, Duque. Le pido disculpas si lo llego a molestar, pero tengo algo que informar.
—Es demasiado temprano para que me vengas a decir estupideces. ¿No ves que no he podido dormir por estar pensando en ese estúpido trabajo que Abigail no quiso hacer?
—Lo sé, pero esto que le informaré me parece algo extraño.
—Más vale que sea importante, Javier.
—Al parecer, la Santa tomó un carruaje y se dirigió a la zona azul del Ducado. Solo llevó un pequeño cofre y una sirvienta. Además, no llevó a ningún guardia.
—¿Y eso qué tiene de raro? A lo mejor solo fue a comprar ropa o joyas... —Archibald se detiene un momento—. Espera, ella siempre fue tímida y solo salía cuando era invitada a eventos de la iglesia. Ni siquiera iba de compras, todo lo pedía a través de una de sus sirvientas. Al parecer, tienes algo de razón. Llama a un carruaje inmediatamente, iré a ver qué trama.
En la zona azul
—Santa, ¿a dónde nos dirigimos?
—Tenemos que ir al mayor taller de artilugios. Quiero solicitar algo.
—¿Pero no sería mejor llamarlo al Ducado?
—Nina, quiero que todo esto quede entre nosotras. No quiero que nadie sepa de esto, ni siquiera el Duque.
—Está bien.
La zona azul era conocida por ser un excelente lugar para el turismo y los negocios. Se encontraba en la costa, con un gran y hermoso mar que reflejaba el cielo azul, de ahí su nombre.
—Mira, Nina, ya hemos llegado al taller "Los Dos Hermanos".
—¡Buenos días!
—¡Buenos días! Disculpen, pero aún no estamos atendiendo. Regresen al mediodía.
—Disculpe, ¿es usted el Hermano Rolf?
—¿Hermano? Solo hay un puñado de personas que hablan así... ¿No me diga que es usted de la Gran Iglesia?
—¡Así es! Tal vez me reconozca si me quito esto. Me llamo Abigail Lasmon, mejor conocida como la Santa Abigail.
—¡Señorita Santa! Es un honor tenerla en esta humilde tienda. Espero no haberla ofendido, y si lo hice, espero que su gran corazón me perdone.
—No te preocupes, Hermano Rolf. Más bien, yo debería disculparme por venir tan temprano. Pero quisiera solicitar un encargo. ¿Estaría dispuesto a realizarlo?
—¿Un encargo? Si Su Santidad ve que este costal de huesos viejos le puede ayudar, con gusto aceptaré el trabajo.
—Mira, Rolf, quiero solicitar la creación de un artefacto, pero debe quedar en secreto por un tiempo. Quisiera que lo produzcan en masa y lo pongan en circulación. Claro, nos dividiremos las ganancias, pero no debes revelar que este artefacto proviene de mí.
—¿Pero qué es esto, Su Santidad? Es un plano interesante.
—Esto es algo que yo he desarrollado en mi habitación. Lo llamo "Radiotransmisor". Este artefacto envía una señal que se transmite por cualquier parte del mundo en forma de ondas electromagnéticas. Cada onda tiene unas características determinadas de longitud, lo que permite que dos o varias personas se puedan contactar entre ellas, siempre y cuando estén conectadas a la misma frecuencia.
—Esto debe ser un objeto divino, pero no creo que yo pueda crear algo así, Su Santidad.
—No te preocupes, Hermano Rolf. Dios me reveló que solo tú podrías poner esto en circulación —aunque esto es una mentira—. Mira, Hermano Rolf, pronto estallará una gran y dura guerra, y este artefacto puede ayudar a muchas personas. Así nuestra nación podrá aguantar más y tal vez ganar. Solo quiero que sepas que esto salvará la vida de tus amigos, familiares y de la Nación. Así que te lo encargo.
—Como lo suponía, esto es un objeto divino. Si usted cree que puedo hacerlo, lo haré. Solo basta con seguir estos planos al pie de la letra y lo tendré terminado. No la decepcionaré.
—Creo en ti, Rolf. Que Dios te guíe en tu trabajo y te bendiga. Por cierto, no digas nada de la futura guerra, o todo caerá en un gran caos.
Abigail pensaba: Al fin terminé con esto. Solo espero que Rolf lo haga rápido, así podré ganar algo de dinero. Aunque este invento no me pertenece, es parte del futuro de este mundo. Si mal no recuerdo, fue creado por una noble que lo diseñó para comunicarse con su amado en la guerra. Luego se convirtió en un artículo apreciado por los soldados y nobles, y ella amasó una fortuna. Perdóname por usar tu invento para ganar dinero. Por suerte, logré recrear los planos gracias a que en mi otra vida fui al museo que lo mostraba como una pieza decorativa.
Al salir del taller, Abigail chocó con un hombre.
—¿Señorita, se encuentra bien?
—¿Es que no te puedes fijar por dónde vas? ¿Qué hubieras hecho si mi señorita se lastimaba?
—Nina, no te preocupes. Estoy bien, ya que él logró sostenerme. Estoy agradecida de que me haya ayudado a evitar la caída, pero mi sirvienta tiene razón. Para la próxima, tenga más cuidado. Y, por favor, ¿puede dejar de tocar mi mano?
—Oh, por favor, disculpe mi descortesía. Es que no pude quitarle los ojos de encima al ver a alguien tan bella como usted.
—Agradezco sus palabras, pero lamento decirle que estoy casada.
—A mí no me lo parece. ¿Qué clase de hombre dejaría a una belleza como usted caminando sola por aquí?
—Eso no es algo que le incumba.
—¡Abigail! ¿Así que te fuiste del Ducado solo para verte con este maldito sujeto? Y así te haces llamar una Santa.
—¿¡Archibald!? ¿Qué haces aquí?
—Eso no importa. No me importa lo que hagas, pero no te dejaré andar con alguien más cuando estás casada conmigo.
—Archibald, no es lo que parece. Solo vine a comprar unas cosas. Además, tú eres la persona menos indicada para decirme esas cosas.
—Ya te dije que te calles. No me hagas darte una bofetada por andar como una zorra en celo.
—No tienes el valor para hacerlo, Archibald. No digas cosas que no puedas cumplir. Entiende que ya no soy la niña que se escondía en su vestido y se dejaba intimidar.
—¡Maldita sea! ¡Que te calles! Ahora mismo te llevaré de regreso y te dejaré encerrada para que aprendas a obedecer.
Archibald se acercó para abofetearla, pero fue detenido.
—Duque, por favor, no se atreva a levantarle la mano a una dama tan bella. O, al menos, no si quiere perder esta mano.
—Tú no te metas, esto es algo de pareja.
—No me parece que esa sea la forma de arreglar las cosas. Además, lo que la dama dice es verdad. Ella y yo solo nos tropezamos por error, y yo la ayudé a levantarse. Ni siquiera nos conocemos.
—¡Abigail, vamos ahora mismo! —Archibald la tomó del brazo y se la llevó a la fuerza.
El hombre miró cómo se alejaban y dijo:
—Así que se llama Abigail. No puedo creer que la Gran Santa esté casada con ese Duque insecto.
—Príncipe, por favor, no se separe de mí, o me meterá en problemas con Su Majestad.
—Jajaja, perdón, perdón, Luk. Pero parece que me topé con alguien muy interesante.
CONTINUARÁ...