Dentro de lo más profundo de esta sociedad, existen males que le hacen bien al mundo, sin embargo, su simple existencia envenena a todo el que la toca.
Mas allá de la vida cotidiana, este mundo consagra distintas plagas, una de ellas ha logrado atrapar a Killian Inagawa en una red de dulces mentiras superpuestas por ¿su prometida?
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El Deseo que protegeré
Su respuesta me saca completamente de quicio, impulsandome a acercarme rápidamente a ella, y sin darle la oportunidad de reaccionar, la tomo de las caderas y la subo sobre la mesa, encerrándola entre mis brazos.
–¿Crees que no soy consciente de lo que eres? – Suelto, dejándome llevar por el impulso. Hay muchas cosas que deseo decirle, pero las palabras no bastan. – Pero no eres un objeto y ni tampoco un comodín.
Completo, sujetando su rustro. Obligándola a verme a los ojos. Aquella posición me permitía finalmente tener un poco de dominio sobre la discusión.
–¿Acaso no he sido una carta de victoria para ti? – Pregunta, burlándose con odio de mis palabras.
Estoy completamente consciente respecto a aquello. Mi actitud frente al jefe de los Nakamura y Di Gati sobre ella había sido como si hubiese capturado algo que todos desean con todo su ser.
Dejo escapar una carcajada sin soltar su rostro. Dentro de mí aquellas cadenas que siempre me detienen comienzan a aflojarse, como si las consecuencias dejasen de importarme.
–Claro que eres una victoria para mí – Respondo, acercando mi rostro al de ella – ¿Qué idiota no se vanagloriaría de tener a la mujer por la cual se obsesionó, como su esposa? No me importa qué piensen los demás de mí, pero no pienso permitir que te consideren como un premio al cual pueden acceder… Maldita sea... Solo úsame como desees, pero no me dejes de lado.
Le ruego esto último en un leve susurro, esperanzado con que mi desesperación la alcance.
La tentación de besarla llega a mí como oleadas de locura. Su cuerpo parece ceder a lo que estaba deseando hacer y su mirada volvía a suplicarme que no me detuviese en esta ocasión.
–Ah, es verdad. Prometí no hacerlo de nuevo.
Me detengo, conteniendo la sonrisa que deseaba salir con desespero. Era claro que ella esperaba otro arrebato de mi parte, pero en esta ocasión no permitiría que me tomase por idiota.
En cuanto intento alejarme, un tirón alrededor de mi trozo me regresa a ella con brusquedad. Gracias a nuestra corta distancia, había podido rodearme con sus piernas.
Levanto mi mirada hacia la suya, encontrando aquella expresión tierna que momentáneamente me debilita cual perro con su amo. Sedo, expectativo ante sus movimientos. Laila por su parte extiende sus brazos rodeándome el cuello en un abrazo.
Desde esta posición me era incapaz moverme, de lo contrario podría hacerla caer de la mesa o aún peor, podría caer en su juego sin haber logrado mi meta principal.
–¿Qué deseas?
Pregunto, posando mis manos sobre la mesa a ambos lados de su cadera. Podía sentir el calor de su respiración a escasos centímetros de mi rostro, y su característico perfume con el que me fascina.
–Bésame…
Suelta en un leve susurro, acompañado por el rubor de sus mejillas. Bastante cautivador como para negarme. Sin pensarlo sostengo su espalda con una de mis manos para evitar que me jugase una broma y esquivase mi tacto, y Finalmente, sedo a su orden.
El sabor de sus labios es dulce y cautivador. Una nueva droga que me hacía cada vez más dependiente a ella. No podía soltarla, no deseaba hacerlo.
Su respiración se sincroniza con la mía. Amabas completamente irregulares ante el deseo. El impulso de ir más allá viaja por mi cuerpo sin aviso, impulsándome a sacar lentamente su camisa de la prisión de su pantalón, permitiéndome tocar la piel de su espalda.
La suavidad es tal que no puedo creer que sea real. Si me preguntasen, aseguraría que ella no era real, que se trataba de una muñeca de porcelana, linda, pequeña, suave y delicada, completamente opuesta al rudo exterior al cual ha estado expuesta por años.
Deseaba descubrir cada aspecto de ella. Más allá del olor de su perfume y el sabor de sus labios.
–Killian!
Me llama, sacándome de mi abstracción completamente consumida por la sensación de su cuerpo. Me detengo, sorprendido al notar la posición en la que estábamos. Al parecer me había dejado llevar tanto que había terminado recostándola sobre la mesa.
–Dime si quieres que me detenga.
Respondo, esperanzado con que no fuese así, después de todo, no pensaba obligarla a hacer nada que ella no desease.
–Creo que este no es el mejor lugar para …hacerlo.
Me contradice, evitando decir esas palabras mirándome a los ojos. Por alguna razón esa expresión es tan inocente que hace que mi corazón se detenga por un segundo. Era un golpe bajo, pero su respuesta era lo que estaba deseando.
Rápidamente, la ayudo a incorporarse, y sin permitirle pensar, la abrazo, tratando de no romperla. Para mí ella era un ser delicado desde el aspecto emocional. Alguien que necesitaba al igual que yo, una demostración de cariño real.
Después de que Laila deja la sala y a mí atrás, logro tomar un respiro sentándome en una de las tantas sillas del blanco y extenso mesón. Todo esto era un torbellino de emociones bastante agotadoras, pero no podía salir de allí… no deseaba hacerlo, por lo menos no del todo.
Me había dejado llevar por la necesidad de besarla y había olvidado la razón principal por la cual estábamos encerrados en esta sala. Debí haberme detenido en aquel instante y obligarla a retractarse de pelear con ese hombre.
Sé que sus intenciones no eran malas, por el contrario, para tratarse de una mujer que representa a la diosa de la guerra, ella era demasiado benevolente en un mundo lleno de podredumbre.
Si me detengo por un segundo, puedo escuchar esas palabras haciendo eco en mi mente. La razón por la cual ella es así, data de su pasado, uno lleno de mitos y chismes de pasillo, uno que ocultaba la completitud de su personalidad.
...<<”Lo mismo sucedía con el secuestro y venta de menores de edad....Aunque usted debe saberlo perfectamente, ¿no es así, querida Durga?”>>...
Aquellas palabras las había dejado pasar por alto por un largo tiempo, asegurándome a mí mismo que el pasado de Laila era algo que conocía debido a mi intrusiva investigación de aquel entonces, pero claramente había dejado algo suelto.
Salgo de la sala, directo a mi antigua habitación, donde Fiorela, Brais y el joven Nakamura parecían entretenidos con mi computadora.
–Había olvidado por completo que estabas aquí.
Suelto a Fiorela, quien ofendida se cruza de brazos. Por mi parte la ignoro y le solicito a ambos jóvenes salir a tomar algo de aire, al tiempo que le advierto a Ian Nakamura que no se acercase a la zona oeste, después de todo no podía permitir que se lo llevaran antes de que Laila comprobase las intenciones de estas personas.
El joven asiente con su característica seriedad y sigue a Brais en silencio. Su personalidad me hace pensar en como sería Laila a esa edad. ¿Habría sido alegre o tal vez odiase el mundo al cual había sido arrastrada?
–¿Qué buscas?
Pregunta mi acompañante, inclinándose sobre la silla en un intento de ver lo que estaba haciendo en el monitor.
–No es de tu incumbencia. Largate de mi habitación.
Le ordeno, exhausto por la cantidad de problemas que se dieron en tan poco tiempo. Además, permitirle a ella inmiscuirse en la vida de mi esposa no me era de ningún agrado, y estoy seguro de que a Laila no le fascinaría para nada la idea.
–Sigues siendo igual de mezquino... Me alegra ver que al menos ahora sonríes.
Suelta, saliendo de la habitación, dejándome con esas palabras rondando por toda la habitación. ¿Yo no sonreía antes? Claro que lo hice… al menos con Iker reía… No, incluso en aquel entonces tan solo hacía lo que se suponía era normal para la situación y mi edad, incluso si no lo sentía real.
Una sonrisa falsa, creada para encajar. Ahora entiendo la razón por la cual era capaz de leer con mayor facilidad que el resto de las personas a Laila, después de todo, nuestra forma de enfrentar al mundo tenía tintes similares.
Rebusco con cautela en las bases de datos que había guardado en aquella búsqueda que hice para el viejo antes de que secuestrase a Laila esa noche. Allí había información que había omitido presentarle debido a la relevancia del caso, sin embargo, recordaba haber ignorado un contenido protegido.
Carpetas pertenecientes a los Konan, los cuales habían sido protegidos de formas complejas me rompen la cabeza. No importaba cuanto corrompiese los códigos, cuando creía haber abierto un candado, otro se cerraba frente a mis ojos.
Sabía que aquello era información clasificada del clan y que estaba cometiendo una estupidez al no ir directo con ella y preguntarle, pero siendo sincero, Laila no me respondería la pregunta de buenas a primeras.
Finalmente, tras horas intentando descifrar la cadena de códigos, logro acceder a una de las carpetas de información sobre ella. Encontrándome cara a cara con su certificado de adopción y un acta de nacimiento "Legal".
Leo detenidamente el papel. Nada fuera de lo normal. Su nombre y año de nacimiento correspondían al que había suministrado a Piero en aquel informe. La intriga me estaba estresando, expresándose lentamente en pequeñas manías que tenía desde pequeño, como el repicar mi dedo índice repetidamente sobre el clic izquierdo del mouse.
Era mi forma de pensar con detenimiento como resolver un puzle complicado. Observo una y otra vez el documento hasta que me aprendo de memoria el contenido. No hay nada fuera de lo normal, ni siquiera el año de erradicación ni la notaría…
¡Eso era!, el sello de la notaría no estaba, en su lugar la marca de agua apuntaba a un símbolo remarcado en rojo, similar a las flores de sakura. Rápidamente, busco similitudes de este símbolo con alguna familia de la mafia, sin embargo, no hayo resultado alguno, no es hasta que encuentro un anuncio de 1987 en el periódico de la época anunciando el encuentro del cuerpo de un niño de 11 años, el cual había sido marcado con la misma señal.
Repaso la noticia, la cual provoca que la rabia suba por mis venas. Aquel asesinato había sido producto de la venta de menores de edad por parte de traficadores que jamás pudieron encontrar. Las pistas que la policía tenían eran precisamente los testimonios de pocos sobrevivientes con la marca de sus secuestradores en la espalda.
–Jefe, es hora de la cena…
Me llama Jairo tras la puerta con una voz tenue. Paso saliva intentando mantener bajo control el impulso de encontrar a estos imbéciles y hacerlos pagar por lo que le hayan hecho a Laila, al menos ahora tenía una forma de comprobar si ella había sido parte de esta organización antes.
Aseguro mi arma en la canana y salgo de la habitación. Allí me esperaba Jairo en silencio. Le observo con algo de recelo, sin embargo, me sentía algo culpable tras haberle amenazado en la mañana.
–¿Conoces este símbolo? – Le pregunto, mostrándoselo desde la pantalla de mi teléfono – Al parecer es de una organización de trata de menores de edad que data de hace de unos 40 años… Quiero que investigues si aun es vigente.
Ordeno, dejándole atrás e ingresando al comedor, donde se encontraban mis invitados no deseados y a Laila junto a Ethan, quien vigilaba a su protegida de pie tras ella.
Por mi parte tomo asiento en la cabecera, asegurándome de estar lo más cerca a Laila, después de todo, nada me aseguraba que estas personas no harían nada en esta reunión.
–¿No piensan llamar a mi hermano?
Escupe finalmente la mayor de los Nakamura, llamando la atención de Laila, quien le sonríe con cortesía. Algo en ambas parecía encajar sin dificultad, tal vez sea su forma directa de decir las cosas o la elegancia con la que intentaban hacerlo.
–No – Responde tajante mi esposa, dándole espacio a los sirvientes para servir la comida – Su hermano no tiene permitido acercarse a esta ala por el momento.
Completa, observando el plato con una sonrisa satisfecha, o eso era lo que pretendía. Ya la había visto comer pescado antes y no parecía ser de su agrado. Regularmente, no despreciaba ningún alimento, pero su prisa por acabar con el platillo era notoria.
Observo a Ethan, quien parecía no reaccionar ante este hecho. Entonces esto no es culpa de los cocineros, es culpa de quienes la rodean. Rápidamente, tomo el plato de Laila y lo cambio por el mío.
–¿Qué haces?
Pregunta ella, sorprendida por lo que había hecho. Claramente,, no podía reprender a Ethan o al cocinero en esta situación, así que no tenía de otra que hacerme el idiota.
–No me gusta la carne de cerdo. Pero me encanta el pescado, así que hagamos un trueque cariño.
Los ojos de los presentes se centran en mi actitud caprichosa, tachándome obviamente de inmaduro. Un jefe de la mafia que no era capaz de comer un platillo por el simple hecho de que no le gusta es francamente desilusionante.
–Como gustes.
Responde ella con un brillo en sus ojos que solo yo puedo notar. Me pregunto cuantas veces habrá tenido que hacer cosas que detestaba tan solo por no ser juzgada o reprendida.
–No creía que el jefe de los Miwra fuese tan escogido con un platillo como ese.
Suelta Di Gati a mi izquierda. Volteo para verle completamente calmado, pues no soy estúpido como para no saber que esto me traería consecuencias.
–Por algo me hice Jefe cortándole la cabeza al viejo Pier Miwra – Escupo, regalándole una sonrisa satisfecha – No tengo modales cuando se trata de hacer lo que quiero.
Lanzo la advertencia probando el primer bocado de pez. El sabor no era malo, pero la mirada grisácea de ese hombre me hacía odiar la sensación de la comida en mi boca.
–¿Podemos continuar con la conversación? – Prosigue la joven, observando directamente a Laila.
Esa actitud era buena. La primera mujer que no temía enfrentarse a La Durga y eso parece cautivarla. Posiblemente, en este mundo existan personas destinadas a encontrarse para hacerse compañía y una de ellas estaba enfrentando ahora mismo a Laila.
Observo a mi esposa rebosante de alegría. Finalmente, vuelvo a ver ese interés en sus ojos. Puedo sentir la satisfacción recorriendo por su cuerpo, similar a la mirada de un guepardo frente a un León.
–Claro que sí. Dígame ¿Qué desea preguntar?
Responde Laila, tomando un sorbo de vino.
–Usted parece conocer todo sobre mi familia – Prosigue con total calma, cosa que su marido nota sin ninguna sorpresa. – Así que me gustaría ser yo quien conozca la suya.
Solicita, tomando trozo de carne. La actitud de esta mujer es interesante, algo terca y temeraria, pero con un tinte de cordialidad que impedía romper la barrera de la etiqueta.
–Responderé cualquier duda que tenga al respecto.
–¿Cuáles son sus intenciones al pelear con mi esposo? Estoy plenamente convencida de que conoce muy bien la capacidad que él tiene en batalla y si llega a hacerle daño, quien me asegura que la mafia no vendrá sobre nosotros.
Aquel análisis era correcto. Una cosa era aceptar una pelea sin fines de asesinar al contrincante, haciéndole un daño moderado. Sin embargo, dañar a la Durga era otra historia; su sangre significaba el alma de la mafia y su cuerpo la vida de la corrupción, si alguien se atrevía a dañarla deliberadamente estaría frente a un gran problema.
–Señora Nakamura – La llama, limpiando con delicadeza sus labios con la servilleta de tela – Una cosa es que yo sea La Durga y otra muy distinta a que sea una asesina. El lado que le está solicitando la batalla es este último, el mismo con el que escogí por mi propia cuenta a mi marido.
La observo con detenimiento. Expectante a conocer más respecto a esa respuesta.
–Usted no puede elegir – Le confronta la mujer – Está destinada a servir a la mafia y a ser la esposa de aquel que gane su mano en matrimonio, y este hombre a su lado hizo justamente ello. Le arrebató la vida a su propio jefe con la intención de tenerla bajo su poder.
Sus palabras hacen reír a Laila con descaro, llamando la atención de Di Gati, quien calladamente escuchaba la conversación.
–Pero que decepción – Responde, limpiándose las lágrimas de los ojos que surgieron tras su carcajada – Escuchar tales palabras de una rebelde.
–No soy ninguna rebelde.
Responde la joven Nakamura rápidamente. En sus expresiones podía ver perfectamente como se estaba conteniendo de golpear la mesa y gritarle a Laila, efecto que mi esposa estaba luchando por provocar.
–Ah no? Pero veo que se ha casado con quien USTED eligió.
Señala, observando a Raiko Yoshida, quien se mantiene en silencio, calmando a su esposa con el tacto de su mano.
–Yo soy completamente diferente. En primer lugar no soy un títere de la mafia, tan solo soy la hija de una organización con un poder mediano. Tengo el derecho a escoger el tipo de vida que deseo.
–Será mejor que tenga cuidado con lo que dice, señora Nakamura. Le advierto que le saqué el ojo a uno de mis subordinados por no respetar el deseo de mi esposa, imagínese de lo que soy capaz de hacerle a aquella persona que la insulte.
La detengo, molesto con su actitud de superioridad ante Laila, quien a pesar de sus palabras aun continúa completamente calmada. Mi advertencia llama la atención de su esposo, quien me lanza uno de los cuchillos de la mesa, rosando mi mejilla derecha.
–Tenga cuidado con lo que le dice a mi mujer.
Me advierte, regresando a su asiento con tranquilidad. Puedo sentir como la sangre brota por donde pasó el cuchillo. Esto me hace reír, pues no había tenido la capacidad de reaccionar a su ataque, dejándome lastimar estúpidamente frente a ella.
Tomo la servilleta de tela con la intención de limpiarme; sin embargo, Laila me detiene, acercándose a mí y lamiendo la sangre de mi rostro, acto que me deja estático, no por hacerlo frente a los presentes, sino por la sensación que deja el paso de su lengua sobre mi piel.
–Tenga presente que esta me la cobraré más adelante – Suelta ella, regresando a su asiento calmadamente. – Señora, Este hombre que usted tanto parece tachar de mezquino, fue elegido por mí. Fui yo quien le pidió unirse en matrimonio conmigo en primer lugar, ¿y quiere saber cómo lo hice? … Quitando de mi camino a todo aquel que me estorbara en el camino, porque como Durga de la mafia puedo hacer LO QUE SE ME PLAZCA.
Recalca, observándola directamente. Las palabras de Laila la dejan finalmente sin argumentos, acentuando el silencio por un largo tiempo.
–Así que, así fue como sucedió realmente.
Suelta repentinamente Ciro Di Gati, quien había terminado su plato con antelación, aprovechando el revuelo de los presentes. Parece que su silencio no fue más que una estrategia para recopilar información sin llamar la atención.
–Dígame una cosa jefe de los Miwra, ¿usted ha sido reconocido como tal ante el propio linaje Miwra?
Su pregunta llama mi atención. Claramente, ya había sido reconocido y aceptado por mis subordinados, así que su pregunta tenía otra finalidad, una de la cual no me estaba dando por enterado.
–No es necesario. Desde el primer momento mi esposo ha dirigido esta facción sin queja alguna de las demás familias.
Interviene Laila, enfrentándose a este hombre. Alguien aun más peligroso que el propio Yoshida, razón por la cual no podía permitir que abriera la oportunidad para enfrentarse a ella.
–Sea claro Di Gati. ¿Qué es lo que debo hacer para ser aceptado por la mafia dentro del linaje Miwra?
Ciro regresa su atención a mí, sonriendo levemente.
–Como sucesor no consanguíneo de la familia Miwra, usted debe ser marcado con el símbolo de la familia en el pecho.
Responde, señalando la marca que le hicieron a Laila. Así que no se trataba de una costumbre de los Konan, se trataba de una ley de la mafia. Nadie me había hablado al respecto y esto era algo que claramente no podía pasar en blanco como si nada.
–¿Por qué no me dijiste sobre ello?
Le pregunto a Laila, quien me observa con un rostro neutro. Rebusco en su mirada, encontrando una súplica porque me opusiera a las normas de este mundo.
–No es necesario.
Recalca tomando mi mano en un intento porque me niegue. ¿Tanto había sufrido como para no permitirme hacer lo mismo? Tomo con mi mano libre su muñeca y levando la manga de la camisa, encontrándome con aquella aberración que tanto odié aquel día.
Sin pensarlo acerco la marca y la beso, suplicando porque el recuerdo se transforme en algo agradable para ella, así sea algo momentáneo.
– “Con estas manos protegeré tus deseos y con este cuerpo bailaremos juntos ante el peligro; porque incluso con los ojos cerrados, juro amarte hasta la muerte” – Recito mis votos matrimoniales, recordándole lo que estaba dispuesto a hacer por ella sin pensarlo – Mis palabras nunca fueron en vano Laila, así que confía en mí. Permíteme proteger tus deseos con mi cuerpo.