Reviví de entre los muertos, eso suena descabellado pero es prácticamente lo que sucedio.
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Capitulo: 10
MORGAN.
Miraba a la chica con atención, y ella solo se limitaba a sorber por la nariz, desviando la mirada con desprecio.
—Sabes, no tienes que darme las gracias —le dije, con voz fría—. Y mucho menos tienes que fingir que te caigo bien.
—¿Por qué debería darte las gracias? —respondió, con la voz ahogada por la nariz—. ¿Por volver y hacer que Caleb me mandara a la mierda?
Contuve el aliento, tratando de que sus palabras no me afectaran, pero el impacto fue inevitable.
—Mira, la mala aquí no soy yo —reproché—. Es Caleb. Tú misma viste cuando lo mandé a la mierda, ¿o no? Deberías dejar de tratarme así; yo no soy la culpable de nada. El único culpable es Caleb, por haber empezado una relación sin haber olvidado lo que sentía por mí.
Vi cómo la chica se levantaba de un salto del sofá y salía corriendo a la habitación que le había preparado. Lo último que escuché fue el estruendo de la puerta al cerrarse de golpe.
—¿Qué pasó ahora? —me preguntó una voz detrás de mí.
—Caleb —respondí, con un suspiro.
—¿Caleb? —repitió la voz.
—Al parecer solo la usó para tratar de olvidarme, y cuando volví, la dejó sin más. Ahora ella está destrozada y me culpa por todo.
—Estás nadando en aguas peligrosas, Morgan —me advirtió.
—Eso no importará al final —repliqué, con cansancio—. Terminaré de arreglar todo lo que está jodido en mi vida.
—¿De buena o de mala manera?
—¿Acaso importa? Solo quiero acabar con esto.
Justo cuando mi interlocutor iba a responder, mi móvil sonó. Lo tomé y contesté.
—Hija… —dijo una voz al otro lado.
—Lorenzo —respondí, y mi voz salió más fría de lo que esperaba.
—¿Tienes tiempo para hablar?
—Claro, dime —contesté con indiferencia.
—No por aquí. Nadie puede saber de lo que vamos a hablar.
—Entonces ven a mi casa, y que sea solo —dije, y sin esperar respuesta, colgué.
—¿Tu padre? —me preguntó la voz.
—Mi padre, no. Lorenzo vendrá a hablar conmigo, pero aún no sé de qué.
—Deberías darte un baño, te hará bien y te relajará.
—Sí, me vendría bien —respondí.
Sin agregar nada más, caminé hacia mi habitación y me metí en la ducha. Después, me puse una bata y regresé a la sala de estar a esperar a Lorenzo.
Una hora más tarde, él estaba frente a mí, mirándome directamente a los ojos, tratando de que mi presencia fuera menos tensa.
—Creo que te imaginas de qué quiero hablar, ¿no? —me preguntó.
—Un poco. Si estoy en lo correcto, es sobre mi puesto en tu mafia.
—Sí, quiero que tomes el control lo antes posible.
—¿Por qué quieres que yo lo haga?
—Solo hazlo —respondió—. Sé que tú harás que siga funcionando y no dejarás que nadie la destruya.
—¿Por qué yo? ¿Por qué no Madison?
—Ella no está tan herida.
Sus palabras dolían, pero yo sabía que eran ciertas. Ella no estaba tan destrozada como yo.
—¿Qué significa eso?
Lorenzo se mantuvo en silencio,
observándome por unos segundos.
—Que ella no podría matar a sus enemigos tan fácilmente porque no tiene el odio y el rencor que tienes tú —respondió, con un tono melancólico.
—Pero perdió al hombre que amaba —repliqué—. Me parece que está tan jodida como yo.
Él negó lentamente con la cabeza, y una risa amarga escapó de sus labios. Era la risa que la gente suelta cuando escucha algo que le parece estúpido.
—Hija, ella perdió al hombre que amaba, sí… pero ¿y tú? Tú perdistes más. Perdiste tu inocencia y el valor por las personas. Abusaron de ti por mi culpa. Te dejé a un lado por una mujer que solo jugó conmigo y te abandoné porque creí que intentaste matarla, sin siquiera escucharte. Tu novio te traicionó con tu supuesta amiga y todos pensaban que eras una asesina. Trataste de quitarte la vida dos veces. La primera porque estabas quebrada y no podías con todo, y la segunda para salvar a las personas que te hirieron y te jodieron la vida. Y aun así, sigues aquí luchando. Por eso eres la mejor opción. No te darías por vencida tan fácilmente.
Traté de procesar todo lo que había dicho. Me levanté del sofá, caminé a su lado y lo abracé.
—Te perdono.
Sentí cómo su cuerpo se tensaba ante mis acciones y palabras, pero no me alejé de él.
—Y lo haré —prometí—. Me haré cargo de todo. Quédate tranquilo, papá.
Lorenzo me miró con lágrimas en los ojos, me abrazó y me dijo: "De verdad, lo siento".
Cuando terminamos de hablar, lo acompañé a la puerta. Él se despidió y me dijo que nos veríamos la próxima semana.
Regresé a mi habitación, me acosté en la cama tratando de dormir. Era tarde, y sentí que el colchón se hundía a mi lado. Me di la vuelta y me encontré con
Elijah. Le dediqué una sonrisa de labios cerrados, y él me abrazó. Y así, en los brazos de Morfeo, me dormí.
Unos movimientos insistentes me despertaron. Abrí los ojos, respiré hondo y me arrepentí de inmediato.
¡Olía a humo!
Me levanté de golpe de la cama y vi a Elijah a mi lado, tratando de no inhalar el humo mientras me jalaba del brazo para salir de la habitación. Tomé su brazo y él me tiró con todas sus fuerzas, haciendo lo posible para que no resultáramos afectados.
Cuando llegamos a la sala de estar, todo estaba envuelto en llamas. No presté atención a nada hasta que sentí un golpe fuerte en el brazo. Una tabla había caído entre nuestras manos, separándonos.
Afortunadamente, a Elijah no le lastimó, pero yo no corrí con la misma suerte. Sin darme cuenta de cómo, ya estaba afuera, tirada en el césped, tosiendo, tratando de mantener la calma.
De pronto, Elijah se levantó y corrió en dirección a la cochera. "Carajo, el dinero y mi auto", pensé.
Y como si me hubieran echado un balde de agua helada, la recordé… Sofía.
Sin importarme nada, corrí de vuelta a la casa, directo a la habitación de la chica. Cuando llegué, estaba vacía.
Desesperada, corrí a buscarla.
Cuando la encontré, un temblor sacudió mi cuerpo. Era él: el padre de Caleb, que tenía a la chica en sus brazos, inconsciente. Cuando traté de acercarme a él, el sonido de un disparo me detuvo. Un dolor agudo en mi pierna derecha me hizo mirar hacia abajo, y cuando regresé mi atención a donde el hombre se encontraba, él y la chica ya no estaban.
Traté de mantener la calma, pero no pude. El humo comenzó a arder fuertemente en mi garganta, y me costaba respirar.
Mi visión se comenzó a nublar, y de pronto, todo se volvió negro.