La Redención De Una Mafiosa Renacida.

Aurora yace en su cama. Gira hacia un lado y luego hacia el otro. Está decidida a darse una oportunidad; en su vida anterior no lo hizo y murió sola. Solo aquel joven enamorado de ella podría haber sido su hijo, y jamás lo vio como él deseaba. Sin embargo, fue lo más cerca que estuvo del amor.

Su mente viaja a aquella cabaña y a los besos de ese hombre. Baja sus manos a los pechos y se toca, tal y como lo hacía antes. Cada vez que lo imagina, su centro rosado se humedece, y entonces lleva las manos hasta allí. Las mejillas se le colorean y le arden, además del calor que emana de su cuerpo.

Un dedo travieso se posa en su pequeño botón y hace movimientos suaves y circulares.

—Luca... —murmura, como quien confiesa un pecado.

—Cómo será tenerte... —gime mientras se desborda de placer.

A la mañana siguiente, como cada día, después de un desayuno en familia, se dirige a la empresa. Hoy ha decidido ir con su padre. El hombre mayor le toma la mano y la besa con mucho cariño.

—No sé qué te llevó a querer suicidarte, princesa, pero el cambio que has tomado me encanta —habla con dulzura, y en sus ojos hay un profundo orgullo.

—Tomé malas decisiones, padre, pero no tienes idea de lo feliz que estoy ahora —lo abraza y suspira en su hombro. Esto es todo lo que siempre quiso y no obtuvo, y que esa niña tonta despreciaba.

—Bueno, pero ya eso no importa. Ahora somos la familia de antes —le dice con una sonrisa.

El auto se estaciona minutos más tarde frente a la empresa. Entran del brazo, y como lo previó, Massimo la espera a un lado de la recepción. Esta vez, ella lo ignora por completo.

—Massimo, ¿esperas a Sabrina? —La voz del padre de Aurora tiene un deje de sorpresa.

—No, de hecho esperaba a Aurora. Hay mucho trabajo hoy y hubo un problema con un diseño —responde Massimo, observando con una mirada inquisitiva a la rubia. Ella lo detalla: traje gris, cabello bien peinado y la barba recién afeitada. Le regala una mirada desafiante y asiente.

—Señorita Rossetti, buenos días —el mismo hombre del día anterior se acerca. Ahora lo detalla: cabello castaño y ojos negros. Lleva un traje totalmente negro que resalta cada uno de sus músculos, aunque no tiene el efecto que tiene Luca en ella.

—Buenos días. ¿Me acompaña a mi oficina, por favor? —sonríe la joven. Massimo tensa la mandíbula; está tan apretada que casi se escuchan sus dientes crujir.

—¿Y él es...? —pregunta el padre de la joven, frunciendo el ceño. Pero ella solo sonríe de manera inocente.

—Ayer intentaron robarme, padre, y decidí contratar un guardaespaldas —miente descaradamente. Esto solo preocupa más al hombre mayor.

—¿Te hicieron algo? ¿Estás bien? ¿Por qué no me lo dijiste? —la preocupación en su voz es evidente.

—No, padre. Por eso no te lo dije, pero sí tomé medidas.

El hombre asiente y ella sube junto a los tres hombres por el ascensor. Cruza miradas con Massimo y hay una leve sonrisa de triunfo en ella. El camino es tenso, al menos para Massimo, que no puede con la rabia.

El ascensor se abre en el piso de la oficina de Aurora y Massimo. El padre continúa hacia otro piso.

Los pasos de la joven son precisos, y destila elegancia al caminar. El vestido vinotinto, por encima de la rodilla y con un escote en V, la hace deslumbrar. La chaqueta color beige le da el toque de elegancia que buscaba.

—Espera, Aurora. ¿Me permites un minuto? —Ella se gira hacia él, ardiente.

—Por supuesto —contesta, aunque su guardaespaldas no se aparta de ella.

—Pero a solas —suelta Massimo, mirando al hombre detrás de la chica.

—De ninguna manera. Él no se mueve de aquí, así que habla.

Massimo suspira pesadamente y se retira, azotando la puerta de la oficina al salir. Pero ella solo sonríe y le estira la mano al joven.

—Aurora Rossetti. Un placer. Ahora, siéntate allí hasta que yo termine, a menos que quieras servirme de modelo —le dice con inocencia, y él niega apenas con una pequeña sonrisa.

—Estoy bien aquí, sentado, cuidando a la señorita Rossetti. Además, el señor Grimaldi me mataría si se entera de que me tomo esa confianza con usted.

La carcajada de ella sacude la oficina.

—Pues yo no veo a ese loco por ningún lado. Y eso que aún no somos nada...

El hombre solo la observa en silencio. Conoce demasiado a su jefe como para cometer la imprudencia de meterse con su chica, porque, aunque aún no son nada, está seguro de que lo serán.

Durante toda la mañana, Aurora va de un lado a otro, diseñando y corrigiendo bocetos que, mágicamente, se habían dañado. Massimo intenta varios acercamientos, todos frustrados.

El reloj marca poco después de las doce, y el hombre la observa trabajar. Se le acerca con cautela.

—¿Le pido algo de comida, señorita? No ha comido.

Aurora lo mira, sorprendida.

—¿No has comido? Qué mala jefa soy. Pide algo de comer. Ten —le ofrece una tarjeta, pero él la rechaza.

—Ya pediré algo para los dos. No se preocupe; estoy aquí para cubrir sus necesidades.

Ella niega riendo. Luca está más que loco, pero le encanta. Es obvio que le ordenó estar pendiente de ella en todo.

El hombre marca un número y ella sigue trabajando. Unos 30 minutos más tarde, la empresa está casi vacía; a esa hora el personal almuerza, y solo uno que otro se queda en su puesto.

Llaman a la puerta de la oficina. El hombre se acerca y dice:

—Comeré en el comedor, señorita. Ya vuelvo.

Aurora frunce el ceño al ver cómo el guardaespaldas toma una de las bolsas que trae el repartidor. El hombre lleva una camiseta verde con franjas rojas, gorra y pantalón a juego con el uniforme.

Ella vuelve a mirar su boceto, pero gira de nuevo al ver cómo el repartidor entra con su almuerzo en la mano. Se sorprende al ver que tiene el pase de seguridad y casi se desmaya cuando el repartidor le quita el paquete de enfrente de la cara.

—Estás loco...