Mia está en un gran problema.
Luego de la muerte de su madre, un extraño hombre que dice ser su padre aparece en la vida de Mia, poniendo de cabeza su mundo entero. El mundo que pensó que era un mito se convierte en su realidad. No solo existen los hombres lobos, sino que ella también lo era, precisamente un beta. Confundida con los acontecimientos, Mia hace lo que mejor sabe hacer: adaptarse.
Sin embargo, ella no esperaba que su burbujeante personalidad la metiera en más de un aprieto cuando descubre que es la compañera destinada de uno de los príncipes alfas de sangre pura.
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¿Acaso olvidaste tu promesa?
Las clases pasaron sin ningún incidente. Por suerte en este día las materias asignadas eran matemáticas y literatura. Por lo que no estuve tan perdida, incluso me sentí como un cerebrito, ya que los temas eran algo que había visto en el pasado. La historia no se me daba bien, incluso en mi propio mundo, odiaba las fechas y demás datos.
Cuando llegó la hora del almuerzo, busqué con la mirada a Esther quería comer con ella, ya que, amaba en este momento éramos parias de la social, pero la muy astuta se había escabullido antes de que me diera cuenta, quizás tenía sus propios planes. Mire alrededor esperando que alguien se me acercará a hablar, pero todos ya tenían sus grupos. Por eso no me gustaba ser la chica nueva. Era tan difícil hacer nuevos amigos. Sobre todo cuando las actitudes de todos estaban sesgadas hacía el interés.
Me sentía tan solitaria.
En la mansión solo tenía a Serafín y aquí a Esther. Mi circulo social se había hecho tan pequeño, no esperaba extrañar tanto a mis amigos. Al menos con ellos estaría haciendo algo más que preguntarme si había algo mal en mí para que me tratarán como si hubiera dormido con sus padres.
Suspiré y tomé mi tarjeta de estudiante para ir a la cafetería, con amigos o sin amigos igual debía comer. No es como si la comida tuviera la culpa de mis desgracias.
— ¿A dónde crees que vas, diablita?
Justo cuando estaba por cruzar la puerta alguien sujetó mi mano, era Ciel. Lo miré confundida, después de todo, con la explicación que Esther me dio está mañana me di cuenta de que la jerarquía en este lugar se tomaba muy en serio.
Los alfas se juntaban solo con alfas, betas con betas y omegas con omegas. Por lo que, supuse que él no hablaría conmigo delante de otras personas debido a este pensamiento que no me acerque a él, a pesar, de que habíamos acordado ser amigos.
No es que me gustará seguir este tipo de reglas tácitas que deberían ser abolidas. Pero, en la situación en la que estaba no quería que por algún mal comportamiento tuviera otro problema sobre mis hombros. Me sentía como si estuviera cruzando sobre in puente colgante que al menor error iba a caer hacia el abismo sin que nadie me atrape.
— ¿Qué pasa? ¿Acaso olvidaste tu promesa?
— No, no lo he hecho, solo iba a comer. ¿Y tú qué vas a hacer, angelito?
— También voy a comer. Vamos juntos entonces — dijo animado, sus mejillas se mantenían sonrojadas como dos melocotones. La ternura que me transmitía este chico era sin precedentes. Me sentía tan cómoda a su alrededor que ni siquiera me importaban las miradas indiscretas de los demás, así como los comentarios malintencionados.
Después de todo, las personas hablaran, ya sea que haga algo bien o no, siempre están buscando el talón de Aquiles de los demás como si no cometieran errores.
Miré alrededor antes de cruzar mi brazo con el de Ciel. Todos nos miraban de manera disimulada, estaba segura de que cuando saliéramos del salón todos en la academia sabrían lo que estábamos haciendo.
— Está bien, Ciel — le dije. — Vamos a comer y si gustas después te puedo acompañar a practicar y así puedas torturar mis oídos.
— Deja de decir eso, ya te dije que mi música es abstracta — refutó inflando sus mofletes. Aunque parecía ofendido podía ver una sonrisa tirar de las comisuras de sus labios.
¡Cómo podía ser tan tierno! Cielos, quería morderlo.
Me sentí horrorizada ante este pensamiento mientras miraba la marca en mi brazo hecha por Esther.
Lo sabía. Sabía que la rabia era contagiosa. Quizás no debería ir a la cafetería sino a la enfermería o al veterinario a conseguir una vacuna.
¡No quiero tener rabia!
— ¿Por qué pones esa cara tan amarga? ¿Acaso no quieres comer conmigo? ¡Tú me estás despreciando!
Solté una risa ante las palabras de ese chico. Aspire hondo, luego negué con la cabeza y entrelazo mi mano con la suya. Sabía que estaba siendo empalagosa, pero no podía detenerme.
— ¡Vamos! Solo estaba pensando algunas tonterías .
— Eso no es nada nuevo.
— ¿Qué dijiste?
— Nada.
— Te escuché, niñito.
— Je, je.
***
Cuando Ciel y yo llegamos a la cafetería, todos literalmente nos miraban.Era como si fuéramos ídolos de K-Pop o estrellas de Hollywood. Tanta atención me hizo sentir mareada. ¿Cómo podía él soportar que todos los miren? Era tan espeluznante y raro. Supongo que ese era el precio que debía pagar por ser quien era.
Pronto una oleada de murmullos entraron por mis oídos haciendo que me sienta avergonzada.
— ¡Mis ojos no están mal!, ¿cierto?
— ¿Qué hace Ciel con esa mujer?
— Ciel luce tan lindo, mira cómo se le marcó un hoyuelo en su mejilla.
— Después de seducir al duque ahora quiere seducir a nuestro dulce y lindo Ciel.
— ¡Cállate! Emily prohibió que hablaran del tema.
— Ella dijo que era su hermanastra, no su madrastra.
— Entonces, deberíamos tratarla mejor.
— Insisto no le veo nada bonito a esa beta.
— Repito, tiene unos dientes blancos como perlas y sus ojos son verdes como la piel de un sapo.
Ciel ni siquiera parpadeo ante los murmullos que se gestaban a su costa, parecía acostumbrado a este tipo de trato. Pude imaginar que debido a su identidad como alfa de sangre pura siempre estuvo bajo el escrutinio público.
— Allá están los demás — murmuró mirando hacia cierta dirección.
En cuanto vi hacia dónde nos dirigíamos, quise soltar el brazo de Ciel y correr.
Él no estaba haciendo esto a propósito, ¿cierto?
Este chico dulce no podía ser tan cruel, ¿cierto?
Justo en aquel rincón apartado del resto se encontraba Leila, sus labios tenían una sonrisa llena de burla que me hizo sentir mal. Y no solo estaba Leila sino también Emily junto a Carl y el Príncipe Bastian. Todos parecían llevarse bien, lo que solo hizo que mi incomodidad aumentará.
El único que faltaba era el Príncipe Asther.
— Mis personas favoritas están en un solo lugar — murmuré para mí misma.
— ¿Dijiste algo?
— Nada.