Pia es vendida por sus padres al clan enemigo para salvar sus vidas. Podrá ser felíz en su nuevo hogar?
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capítulo 21
Luciana caminaba por uno de los largos pasillos de la mansión De Santi, tarareando una vieja canción que solía cantar cuando Pia era niña. Tenía entre las manos una taza de café recién hecho y una galletita de limón que se robó de la cocina. Su rostro, pese a la tensión general que se respiraba en el ambiente, mostraba una tranquilidad extraña, como si el caos que se vivía puertas afuera no le concerniera.
El personal de la casa la esquivaba. Algunos apenas le dirigían un saludo con la cabeza. Otros, directamente bajaban la vista. Luciana lo notaba, claro que sí, pero no le importaba. Estaba acostumbrada a fingir que el mundo giraba a su favor aunque supiera que se estaba cayendo a pedazos. Siempre había sido así. Nunca se permitió perder, y mucho menos mostrar debilidad.
Entró en una pequeña sala contigua al salón principal, un lugar poco transitado. Cerró la puerta con suavidad y sacó su teléfono del bolsillo. Marcó un número de memoria. Esperó unos segundos. Alguien atendió.
—¿Hola? —respondió una voz grave al otro lado.
—Enzo… —dijo ella, sentándose en uno de los sillones, cruzando las piernas con comodidad—. Tengo algo para contarte. Vas a querer abrir una botella de vino.
—¿Qué pasó ahora? —preguntó él, molesto.
Luciana sonrió.
—Leonardo De Santi recibió un tiro. En el pecho. Dicen que está grave. Que no se sabe si va a salir de esta.
Hubo silencio en la línea por unos segundos.
—¿Estás segura?
—Claro que sí. Recién me lo confirmó la mucama. Fue emboscado por los Mancini… como si el destino se acordara de todo lo que este tipo le hizo al mundo.
Enzo soltó una risa seca.
—Si se muere, va a ser el mejor día del año.
Luciana rió también, suave, disfrutando cada palabra.
—Y si no… al menos va a quedar debilitado. Lo importante es que el todopoderoso De Santi ya no es intocable. El golpe fue certero.
—¿Y Pia? ¿Ya lo sabe?
—Sí. Me dijeron que rompió una taza y casi se desmaya —agregó, burlona—. Parece que la nena se encariñó con su captor. Qué patética.
Enzo no respondió enseguida.
—No la provoques, Luciana. Acuérdate que aún estás ahí adentro. No nos conviene armar escándalo hasta que sepamos cómo sigue esto.
—Por favor, Enzo… —resopló ella—. No me subestimes. Sé muy bien lo que hago. No voy a quedarme callada sabiendo que este hijo de puta al fin está pagando algo de lo que hizo. Me da gusto. Y vos también deberías sentirte igual.
Pero lo que Luciana no sabía era que Pia estaba justo en el pasillo contiguo, parada, inmóvil, a menos de tres metros de la puerta entreabierta.
Al principio no pensó en escuchar, solo quería cruzar hacia el otro lado de la casa, pero la voz de su madre la detuvo. Reconoció el tono, esa forma casi cantarina de burlarse cuando algo le generaba placer. Y entonces se quedó ahí, en silencio, y escuchó cada palabra.
Cada maldita palabra.
Su madre. Esa mujer que llevaba su sangre. Que estaba allí supuestamente para hacerle compañía, para apoyarla en medio del caos. Se alegraba de que Leonardo estuviera herido. Se reía de su dolor. Hablaba con su padre como si estuvieran planeando una fiesta.
Pia sintió cómo la furia le subía por la garganta como una marea rabiosa. La sangre le golpeaba las sienes. Por un momento pensó en irse, en ignorarla, en no darle más poder.
Pero no pudo.
Abrió la puerta de golpe.
Luciana dio un respingo, el celular voló de sus manos y cayó sobre el sillón.
—¿¡Pia!?
—¿Desde cuándo te burlás de un hombre que pudo haberse muerto? —dijo Pia, con la voz rota de rabia—. ¿Desde cuándo sos tan basura, mamá?
Luciana se incorporó enseguida, tratando de recuperar la compostura.
—No sabés lo que estás diciendo…
—¡Lo escuché todo! —gritó Pia—. Escuché cómo te reías, cómo le decías a papá que te alegraba lo que le pasó. ¿Vos entendés lo enferma que estás?
Luciana entrecerró los ojos.
—¿Ahora lo defendés? ¿A él? ¿Después de todo lo que te hizo? ¡Te secuestró, Pia! ¡Te usó como un trofeo!
—¿Y vos qué hiciste? —le escupió ella, avanzando un paso—. ¿Qué hiciste vos, mamá? ¿Te acordás? Vos y papá estaban por venderme al clan Mancini para prostituirme. ¡Para prostituirme! Y si no fuera por Leonardo, capaz yo estaría muerta o peor.
Luciana frunció los labios. Por primera vez, la máscara se quebraba.
—Eso no fue así… Quien te dijo eso,fue De Santi? —le preguntó la mujer.
—¡Claro que fue así! Y lo sabés. No te da vergüenza venir a esta casa a tomar café, a pasear por los pasillos como si nada, cuando estabas dispuesta a entregarme como si fuera un animal!. Y no,no fue Leonardo quien me lo dijo. Desde el principio lo supe — le gritó Pia enojada.
—¡No me hables así!
—¡Me hablás vos así desde que tengo memoria! Siempre haciéndome sentir menos. Siempre pensando en ustedes. ¿Sabés qué? Se terminó.
Luciana trató de acercarse.
—Pia, escuchame…
—¡No! ¡Andate de esta casa!
—¿Qué?
—Lo que escuchaste. No te quiero acá. No quiero que estés cerca mío. No quiero volver a verte la cara. ¡Andate ahora!
Luciana la miró con la boca entreabierta, atónita.
—¿Me estás echando?
—Sí. Con todo el derecho del mundo. Esta casa no es tuya. Y yo no soy tu pertenencia. Nunca más.
Luciana sintió el peso de las palabras, pero no lo mostró. Se irguió, respiró hondo y levantó la barbilla.
—Te vas a arrepentir —le dijo con frialdad—. Cuando todo esto termine y él te deje tirada como hace con todos, vas a venir arrastrándote.
Pia no respondió.
La miró con un desprecio tan puro que a Luciana se le heló la piel.
Y entonces dio media vuelta y se marchó.
Pia quedó sola en la sala. Respiraba agitada. El corazón le latía con fuerza. Y aunque las lágrimas pugnaban por salir, no se lo permitió.
Cerró la puerta con firmeza.
Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que había dado un paso hacia su propia libertad.
Autora te felicito eres una persona elocuente en tus escritos cada frase bien formulada y sutil al narrar estos capitulos