Keiran muere agotado por una vida de traición y dolor, solo para despertar en el mundo del libro que su único amigo le regaló, un universo omegaverse donde comparte nombre y destino con el personaje secundario: un omega marginado, traicionado por su esposo con su hermana, igual que él fue engañado por su esposa con su hermano.
Pero esta vez, Keiran no será una víctima. Decidido a romper con el sufrimiento, tomará el control de su vida, enfrentará a quienes lo despreciaron y buscará venganza en nombre del dueño original del cuerpo. Esta vez, vivirá como siempre quiso: libre y sin miedo.
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📌 Historia BL (chico × chico) si no te gusta, no entres a leer.
📌 Omegaverse
📌 Transmigración
📌 Embarazo masculino.
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Capítulo 21. Irrumpió en su corazón.
Frederick corrió hasta la cocina, su respiración agitada y su mente inundada por un único pensamiento: controlar sus instintos antes de que lo dominaran por completo. Abrió un cajón con un movimiento brusco y sacó una inyección de inhibidor. Sin preocuparse por la técnica, clavó la aguja en su propio brazo y presionó el émbolo, dejando que el líquido frío recorriera sus venas, sofocando el fuego primitivo que ardía dentro de él.
Había conocido a muchos omegas en su vida. Hombres y mujeres que usaban sus feromonas como armas, intentando atraerlo, doblegarlo. Ninguno había logrado siquiera hacerle perder la calma. Pero Keiran... Keiran era diferente. Ese omega lo había llevado al borde, al límite de su control.
Por un momento, Frederick se había permitido imaginar lo que nunca antes había deseado con tanta intensidad: marcarlo, anudarlo, reclamarlo de una vez por todas. Quería impregnar su aroma en él, morder sus glándulas hasta que cada célula del cuerpo de Keiran gritara que le pertenecía. Y lo peor era que no lo deseaba solo como un acto físico; lo quería en un nivel tan profundo que lo aterrorizaba.
Sacudió la cabeza, tratando de expulsar esos pensamientos de su mente. No podía permitirse flaquear, no con Keiran en ese estado y confiando en él para protegerlo. Miró el celular en su mano y, con manos temblorosas, buscó el contacto de Cael, su amigo de toda la vida y médico de confianza. Estaba a punto de marcar cuando el timbre resonó en el apartamento.
Frederick frunció el ceño y revisó la cámara de seguridad. Allí estaba Cael, sosteniendo un enorme botiquín médico.
—Por supuesto... el chequeo mensual —murmuró para sí mismo mientras caminaba hacia la puerta.
Cuando la abrió, los ojos de Cael se dilataron al instante.
—Un omega... —murmuró el médico, aspirando el aire de manera instintiva.
Frederick cerró la puerta de golpe en su cara, su mandíbula apretada. ¿Cómo pudo olvidar ventilar el lugar? El aroma de Keiran aún impregnaba cada rincón del apartamento, y no iba a permitir que otro alfa percibiera esas feromonas tan adictivas.
Frederick respiró profundamente, tratando de calmarse, y activó los purificadores de aire. Caminó de un lado a otro en la sala hasta que estuvo seguro de que el aroma se había disipado. Solo entonces volvió a abrir la puerta.
—¿Qué mierda fue eso? —preguntó Cael con incredulidad mientras entraba, lanzándole una mirada entre molesta y comprensiva—. Aunque, si te soy sincero, lo entiendo. Si yo estuviera cerca de un omega con feromonas tan potentes, tampoco dejaría que nadie más las oliera.
Frederick ignoró su comentario y cerró la puerta tras él, apresurándose hacia la sala.
—¿Tienes inhibidores omega contigo? —preguntó con urgencia.
Cael arqueó una ceja, sorprendido por el tono autoritario de su amigo.
—Por supuesto que sí. Soy médico, siempre estoy preparado. Pero ahora siéntate y dime qué demonios está pasando.
—No hay tiempo para explicaciones. Dame uno. Keiran está en mi habitación... en celo.
Cael se quedó inmóvil por un instante, procesando lo que acababa de escuchar. El impacto de las palabras lo dejó sin habla. ¿Frederick, el alfa ultradominante que siempre había despreciado los celos ajenos, estaba cuidando de un omega en celo? Y no solo eso: parecía genuinamente preocupado por él.
—¿De verdad? —murmuró, intentando ocultar su sorpresa mientras miraba a su amigo. Frederick le lanzó una mirada asesina, dejando en claro que no estaba para bromas ni preguntas.
—¡Dame el inhibidor! —rugió Frederick, su voz cargada de una mezcla de ansiedad y determinación.
El grito lo sacó de su aturdimiento. Cael asintió rápidamente y comenzó a buscar en su maletín. Aunque no era un médico especializado en omegas, siempre llevaba inhibidores como medida preventiva. Encontró uno y se lo extendió a Frederick, que lo agarró con una urgencia casi desesperada antes de correr hacia las escaleras.
Cael se quedó en la sala, observando la figura de su amigo desaparecer en dirección a la habitación. Se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro pesado.
—Keiran, ¿eh? —murmuró para sí mismo. Un nombre que, al parecer, había logrado derribar las murallas de hierro de Frederick. «Esto será interesante.»
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Frederick sostuvo el inhibidor con fuerza, su mano temblando ligeramente mientras su palma se aferraba al frío pomo de la puerta. Inhaló profundamente, intentando prepararse mentalmente, pero sabía que nada podía amortiguar el impacto de lo que estaba a punto de enfrentar. Al abrir la puerta, las dulces feromonas de Keiran lo golpearon como una ola implacable. El aroma era abrumador, cálido y tentador, encendiendo un fuego en su interior que creía haber sofocado con la inyección.
«Esto no debería estar pasando».
Mordió su lengua con fuerza, el dolor y el sabor metálico de la sangre sirviendo como un ancla a la realidad. Pero cuando sus ojos se posaron en la escena frente a él, toda su disciplina estuvo a punto de desmoronarse.
Keiran estaba desnudo en su cama, su cuerpo retorciéndose contra una almohada mientras sus manos se deslizaban entre sus piernas, buscando un alivio que solo un alfa podía darle.
—Fred… —llamó el omega, su voz dulce y cargada de lujuria. Abrió las piernas, invitándolo, su mirada suplicante brillando a través del rubor que teñía sus mejillas—. Tómame, por favor. Estoy hirviendo. No quiero sentirme así…
El tono seductor de su voz envió una descarga por todo el cuerpo de Frederick, haciéndolo reaccionar de inmediato. Pero no iba a ceder. No podía ceder. Este no era el verdadero Keiran, sino un reflejo de su vulnerabilidad amplificada por su estado de estro.
Frederick respiró hondo, reuniendo todo el autocontrol que le quedaba. Quitó la protección del inhibidor y se acercó a la cama con pasos firmes, su mirada fija en el omega que se retorcía ante él. Cuando lo levantó entre sus brazos, el cuerpo de Keiran se aferró al suyo con desesperación, sus manos temblorosas rodeando su cuello.
Keiran se montó sobre él sin pudor alguno, su piel desnuda rozando la camisa de Frederick, sus manos buscando el calor bajo la tela.
—Dame más de ese aroma… lo necesito —rogó, su voz entrecortada por gemidos suaves. Su rostro estaba teñido de rojo, y su cuerpo ardía al contacto. Las feromonas que exudaba parecían envolver el ambiente como un manto, intensificando el deseo en el aire.
Frederick tragó con dificultad, sus manos temblaban mientras deslizaba una por la espalda del omega. Su tacto fue firme, pero cuidadoso, hasta llegar a la nuca de Keiran, donde las glándulas abultadas palpitaban con intensidad. Con un movimiento calculado, apartó los mechones de cabello que cubrían la zona y, sin titubear, inyectó el inhibidor.
Keiran soltó un gemido ahogado, su cuerpo tensándose antes de relajarse por completo. Se aferró con fuerza a los hombros de Frederick, y poco a poco, su temperatura comenzó a bajar. Los gemidos cesaron, reemplazados por una respiración pausada y pesada. Exhausto, el omega cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño en los brazos del alfa.
Frederick lo sostuvo con cuidado, observándolo en silencio. Con una mano, limpió el sudor de la frente de Keiran, su mirada atrapada en los labios rojos y ligeramente hinchados del omega, donde unas pequeñas marcas de dientes dejaban entrever que él mismo los había mordido. Sangraban un poco, pero aún así parecían suaves… tentadores.
Llevó un dedo a esos labios sin darse cuenta, trazando su contorno antes de apartarlo rápidamente, como si el contacto lo hubiera quemado. Cerró la mano en un puño, golpeándose la pierna con fuerza.
—Contrólate, Frederick. Es un omega masculino. Masculino —se dijo en voz baja, como si el recordatorio fuera suficiente para apagar las llamas que ardían dentro de él. Pero no lo era.
Había sido así desde el primer momento en que vio a Keiran. Esa mirada púrpura, tan enigmática, escondiéndose tras un libro en el hobby. Ese aroma que, aunque débil, incluso entonces, lo había descolocado. Frederick siempre había creído que no le atraía nadie. Ni hombres, ni mujeres, betas ni mucho menos omegas. Pero Keiran… Keiran era la excepción que nunca pidió.
Sacudiendo la cabeza para apartar esos pensamientos, envolvió el cuerpo de Keiran en una sábana, asegurándose de que estuviera cómodo. El omega, incluso dormido, buscó la almohada, aferrándose a ella como si eso le diera consuelo.
Frederick se levantó con cuidado, caminando hacia un cajón donde guardaba un spray supresor de feromonas. Rociándolo sobre sí mismo y el ambiente, esperó pacientemente hasta asegurarse de que no quedara rastro del aroma que lo había puesto al borde de la locura.
Solo entonces abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un suspiro pesado. Su cuerpo aún vibraba con el deseo reprimido, y su mente se debatía entre lo que quería y lo que sabía que era correcto.
«Esto no puede volver a suceder».
Pero mientras se apoyaba contra la pared, mirando hacia la puerta cerrada, una parte de él sabía que no era tan sencillo. Keiran no solo había invadido su espacio físico. Había irrumpido en su corazón, y Frederick no estaba seguro de cómo mantenerlo fuera.