En un mundo lleno de secretos familiares, traiciones y sueños rotos, Maite está a punto de enfrentar la decisión más importante de su vida. En el día de su boda, descubre que todo lo que creía saber sobre su familia era una mentira. La verdad sobre su relación con Alex, su futuro y la verdadera razón de su compromiso empiezan a salir a la luz. Maite Descubre que, aunque el amor pueda parecer eterno, las mentiras pueden destruirlo todo, Pero ¿Será el amor lo suficientemente fuerte como para sanar viejas heridas? ¿Será capaz Maite de desafiar las expectativas y construir su propio destino, o cederá ante las presiones de aquellos que la rodean? Acompaña a Maite en su viaje hacia la verdad y la libertad, en una historia llena de giros inesperados, decisiones difíciles y la búsqueda de su propio futuro.
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Él la trajo al hospital.
Abro los ojos lentamente.
Recuerdos de la noche anterior inundan mi mente. Una sensación de terror me hace levantarme de golpe, pero un agudo dolor en el brazo me detiene. Miro hacia allí y encuentro una aguja con una sonda insertada. Es entonces cuando, por primera vez desde que desperté, me doy cuenta de que estoy en un hospital.
Siento un asco indescriptible recorriendo todo mi cuerpo, y mis ojos se llenan de lágrimas solo al pensar en lo que podría haber pasado.
La puerta se abre, y un hombre al que no reconozco entra con unas bolsas en la mano. Lo observo en silencio mientras me acurruco en la cama, intentando sentirme a salvo.
Él se percata de que estoy despierta y comienza a hablar, manteniendo la distancia.
—Disculpe, no me conoce, pero soy el asistente del CEO Cristopher Orwell. Él me pidió que le trajera este desayuno.
Cristopher. Mis ojos se abren de golpe al escuchar su nombre. Intento recomponerme y, tras unos segundos, logro articular unas palabras:
—Disculpe, señor, ¿me podría decir qué sucedió anoche?
El hombre deja los platos en una pequeña mesa y luego levanta la vista hacia mí.
—Anoche usted se desmayó en el jardín. Al parecer, estaba discutiendo con su hermana y un hombre. El señor Orwell la vio muy mal y decidió traerla al hospital.
—Entiendo —respondo con un suspiro de alivio. Eso significa que no pasó nada grave con ese hombre. Qué alivio, porque solo de pensarlo me lleno de asco.
—Podría darle las gracias al señor Orwell.
—Puede dárselas usted misma. Él vendrá en unos minutos. Si no tiene más preguntas, debo retirarme. Disculpe. —El asistente se marcha rápidamente.
Sus palabras retumban en mi mente. ¿Cristopher vendrá aquí? Solo imaginarlo provoca que mi corazón se acelere y que mi cuerpo entre en un estado de agitación inexplicable.
Pasan algunos minutos antes de que entren el médico y un par de enfermeras para revisarme. Detrás de ellos aparece él, con su imponente porte.
—Señorita, me alegra que ya se encuentre mejor. Tuvo mucha suerte anoche —dice el médico mientras realiza un chequeo rápido.
—Muchas gracias por todo, doctor —le respondo. Él asiente y sale junto con las enfermeras, dejándonos solos en la habitación.
El silencio invade el lugar. Cristopher se sienta en el sofá con una postura dominante. Solo de verlo, siento un nerviosismo incontrolable recorriendo mi cuerpo.
—Señor Orwell, muchas gracias por todo lo que ha hecho por mí. No sé cómo podría agradecerle —logro decirle con un tono calmado, aunque mi interior esté en caos.
—¿Ya ha desayunado? —pregunta con voz seca.
Niego con la cabeza. Él se acerca con un plato en la mano.
—Yo sé cómo puedes agradecerme. —Me entrega una cuchara con comida y, mientras la llevo a la boca, continúa—: Sé mi prometida.
Empiezo a toser desesperadamente, casi atragantándome con la comida. Tras calmarme, lo miro con incredulidad, buscando algún indicio de broma en su rostro. Pero no, habla en serio.
—¿Hablas en serio? —pregunto, todavía atónita.
Él asiente con firmeza mientras se aleja un poco.
—Solo sería un compromiso falso. Nada complicado. Necesito una novia para presentarla a mi familia.
—Señor Orwell, usted tiene pareja. No me parece justo para ella que haga algo así. Le aconsejo que le pida esto a otra persona. En otro momento encontraré la manera de devolverle el favor.
Siento un enfado creciente en mi interior. ¿Quién cree que soy para aceptar algo tan absurdo?
Él me observa en silencio por unos segundos antes de responder:
—Le aconsejo que tenga más cuidado con las personas que se le acercan. Lo de anoche pudo haber terminado en tragedia.
Sus palabras me dejan helada. No las esperaba. Lo veo marcharse, su imponente figura alejándose de la habitación.
Doy un largo suspiro e intento controlar las emociones que me inundan. Una tristeza profunda se instala en mi pecho.
Si él no tuviera pareja, quizás habría considerado aceptar su propuesta. Ese hombre provoca un huracán de emociones en mí, algo que no había sentido desde hace años... desde que conocí a ese hombre.
Un pensamiento fugaz cruza mi mente: ¿Cristopher es aquel hombre?
No, no puede ser. Me obligo a olvidar la idea y me concentro en algo más importante.
Mientras tomo una cucharada de avena, mi mente se llena de un pensamiento más claro y definitivo:
Hoy ya no tengo familia. Para mí, están muertos.
Me lo repito, sintiendo cómo la tristeza recorre mi pecho.