Arata, un omega italiano, es el hijo menor de uno de los mafiosos más poderosos de Italia. Su familia lo ha protegido toda su vida, manteniéndolo al margen de los peligros del mundo criminal, pero cuando su padre cae en desgracia y su imperio se tambalea, Arata es utilizado como moneda de cambio en una negociación desesperada. Es vendido al mafioso ruso más temido, un alfa dominante, conocido por su crueldad, inteligencia implacable y dominio absoluto sobre su territorio.
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Capítulo 21: Nosotros
Mikhail no respondió de inmediato a las palabras de Arata. El silencio entre ellos se hizo denso, cargado de emociones que ninguno parecía dispuesto a abordar del todo en ese momento. La mirada del alfa permanecía fija en las marcas que había dejado, como si no pudiera apartar los ojos de su propia culpa, aunque las palabras de Arata hubieran intentado apaciguarlo. Finalmente, sin decir nada, Mikhail se levantó lentamente de la cama y caminó hacia el baño, sus pasos casi mecánicos, como si estuviera intentando huir de la situación, de la verdad que aún no podía enfrentar.
Arata lo observó marcharse, sintiendo una punzada en el pecho. Aunque había intentado consolarlo, había una distancia palpable entre ellos, algo que Mikhail aún no podía superar. Cerró los ojos, dejándose caer nuevamente en la cama. Su cuerpo todavía estaba agotado, pero no era solo el cansancio lo que lo mantenía inmóvil. Habían pasado tres días desde que Mikhail lo había reclamado con una intensidad que Arata nunca había experimentado antes. Y aunque no se arrepentía de lo sucedido, su cuerpo ahora pasaba factura por la ferocidad con la que su alfa había descargado toda esa pasión.
Después de unos minutos, Arata oyó el agua de la ducha detenerse, y el sonido de la puerta del baño abriéndose de nuevo. Se decidió a intentar levantarse. Tenía que hacerlo en algún momento, ¿verdad? Pero en cuanto sus pies tocaron el suelo, sintió que sus piernas flaqueaban. No respondieron a su orden, y antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo cayó pesadamente al suelo.
El impacto fue más humillante que doloroso, pero Arata apenas tuvo tiempo de procesarlo antes de que Mikhail apareciera de nuevo en la habitación. El alfa se arrodilló rápidamente junto a él, sus ojos dorados llenos de preocupación, pero también de ese extraño control que siempre trataba de mantener.
—¿Estás bien? —preguntó Mikhail, su voz baja pero cargada de tensión. Las manos del alfa ya estaban en su cintura, ayudándolo a incorporarse.
Arata, sin embargo, aprovechó la situación. Justo cuando Mikhail lo levantaba, lo tomó del cuello con ambas manos, con fuerza pero sin agresividad. Sus ojos, antes agotados, brillaban con una determinación feroz. Acercó su rostro al de Mikhail, casi nariz con nariz, y su voz salió con un tono decidido y desafiante.
—Si piensas que después de esto vas a poder seguir ignorándome, te vas a arrepentir, Mikhail. Y lo vas a lamentar muy caro —sus palabras cortaron el aire, claras y directas, llenas de un poder que Mikhail no podía ignorar.
El alfa se quedó en silencio por un segundo, sorprendido por la actitud de Arata. Después de todo, hasta hacía unos días, había sido él quien lo había ignorado, casi como si el omega no existiera más que en los momentos necesarios. Pero ahora, todo había cambiado. Sin embargo, la naturaleza dominante de Mikhail no iba a ceder tan fácilmente. Sus ojos se entrecerraron, su mandíbula se tensó, y cuando habló, su tono era brusco, casi desafiante.
—¿Eso crees? —replicó Mikhail con una frialdad que apenas ocultaba la rabia que empezaba a hervir bajo la superficie—. ¿Que ahora puedes dictar cómo va a ser todo?
Arata, sin soltar su agarre sobre el cuello de Mikhail, lo miró con una sonrisa irónica, su sarcasmo desbordando cada palabra.
—Hace un momento estabas a punto de romperte por el miedo de haberme destrozado. ¿Y ahora me hablas así? —sus ojos brillaban con una mezcla de burla y desafío—. Qué rápido cambias de humor, Mikhail. Casi como si estuvieras asustado. ¿Qué es lo que te pasa en realidad?
La tensión entre ambos era palpable, pero había algo en el tono de Arata que, lejos de enfurecer a Mikhail, parecía desarmarlo. El alfa frunció el ceño, pero no replicó inmediatamente. Sabía que Arata estaba jugando con él, provocándolo, pero había verdad en sus palabras. Lo que había sucedido entre ellos era demasiado intenso como para ignorarlo, y aunque una parte de Mikhail quería volver a la normalidad, como si nada hubiera pasado, la otra parte sabía que ya no había marcha atrás.
Los días siguientes fueron extraños, casi irreales. Arata no pudo levantarse de la cama. Su cuerpo no había recuperado las fuerzas, y Mikhail había insistido en que no se forzara. Lo curioso era que, cada vez que alguien del personal intentaba entrar para dejar comida o asistir a Arata, Mikhail intervenía, rechazando cualquier ayuda. Él mismo se encargaba de todo: desde traer la comida hasta ayudar a Arata a bañarse. Y aunque Arata intentaba protestar al principio, el alfa lo hacía con una eficiencia y un cuidado que sorprendía a ambos.
—¿De verdad es necesario que me vistas tú? —preguntó Arata un día, mientras Mikhail le colocaba una camiseta limpia. Su tono era medio en broma, medio en serio, pero la respuesta de Mikhail fue tan simple como directa.
—No voy a dejar que nadie más vea tu cuerpo —dijo el alfa sin levantar la vista, concentrado en ajustar la camiseta sobre los hombros de Arata.
Arata parpadeó, sorprendido por el tono posesivo, pero no pudo evitar sonreír con picardía.
—Vaya, vaya... ¿El alfa se ha vuelto celoso? ¿O es solo que no quieres que nadie más vea las marcas que me dejaste?
Mikhail lo miró de reojo, su expresión tan seria como siempre, pero en sus ojos había un brillo que delataba que no estaba tan molesto como aparentaba.
—Me da igual lo que pienses —replicó, aunque su tono no tenía la misma brusquedad de antes—. Pero sí, prefiero que nadie más te vea.
Arata no pudo evitar soltar una carcajada. Mikhail, con todos sus intentos de mantener el control, era un enigma. Un minuto podía ser frío e impenetrable, y al siguiente, dejar escapar pequeñas señales de que le importaba más de lo que quería admitir.
—No sabía que tenías esta faceta de amo de casa —bromeó Arata, dejándose caer en la cama después de que Mikhail terminara de ayudarlo.
Mikhail resopló, aunque sus labios se curvaron levemente en una sonrisa antes de que pudiera ocultarlo.
—No te acostumbres.