Sexto libro de la saga colores.
Tras seis años encerrada en un convento, Lady Tiffany Mercier encuentra la forma de escapar y en su gran encrucijada por conseguir la libertad, se topa con Chester Clark, un terrateniente que a jurado, por motivos personales no involucrarse con nadie de la nobleza.
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16. Un rencor que despierta
...TIFFANY:...
Derramé lágrimas, arrepentida mientras escuchaba como Chester se marchaba después de soltarme todas esas verdades que me merecía. Era una tonta, mentira más mentira fueron apilando hasta derrumbarse y esto era el resultado de ello. Mi Chester me despreciaba hasta el punto de querer que me marchara de su lado y no verme más nunca.
Me quedé acostada, con la mirada perdida.
No quería irme.
Perdí la confianza de Chester y ya no creía en mí.
Debí contarle la verdad.
No iba irme, necesitaba explicarle, si me marchaba ahora seguiría pensando que yo era una mentirosa, una impostora. Debía aclarar todo este asunto cuanto antes y dejar de suponer cosas, de tener miedo.
Cuando amaneció me levanté dispuesta a contarle. Me coloqué uno de los vestidos que me regaló, con bordados de flores y unas zapatillas a juego.
Chester no estaba cuando salí de la habitación.
Lo busqué en todas partes pero no había ni señales y comprendí que se había marchado cuando encontré los corrales vacíos y los animales dentro del establo.
Los perros estaban encerrados junto al gallinero y al verme empezaron a ladrar.
Decidí hacer el trabajo de él, saqué los cerdos del establo y corriendo al corral que abrí para ellos.
También les di comida, arrastrando el saco ya que no podía levantarlo.
Le dí maíz a las gallinas y también alimenté los caballos y las vacas con eno.
A los perros también les di de comer, los dejé salir y corrieron hacia los sembradíos.
Estuve todo el día preocupada por Chester, me senté en el patio y los perros volvieron, agitando sus colas hacia mí, como ya era tarde decidí volver a meterlos en las jaulas después de darles de comer.
Preparé una cena sustanciosa para cuando él volviera, aunque todavía no anochecía necesitaba tener todo listo para confesarle todo lo que me ocurría, no iba a dejar nada por fuera y tampoco ocultaría otra cosa.
El extraño sonido de unos carruajes me hizo observar por la ventana de la sala.
Me desconcerté cuando dos carruajes se acercaron hasta la propiedad y entraron sin permiso.
Me arrepentí de encerrar los perros cuando se detuvieron frente al patio y la puerta se abrió.
Casi suelto una maldición en alto cuando mi madre bajó del carruaje, lo seguía mi padre y mi hermano Alber.
Todas mis emociones se revolvieron.
La madre superiora bajó del otro carruaje y se acercaron hacia la entrada.
Cerré la cortina.
Escuché como tocaban de forma impetuosa.
No, no podían encontrarme, no quería que me encontraran.
Empecé a temblar del pánico.
Me moví rápidamente, corriendo por el corredor, crucé la cocina y llegué a la puerta trasera de la casa.
Salí y busqué donde esconderme.
Observé a todas partes.
Levanté la falda de mi vestido y corrí al establo.
Me encerré allí, colocando la tabla y me oculté en uno de los corrales vacíos, me agaché sobre la paja y abracé mis piernas.
Empecé a temblar con más fuerzas, las lágrimas caían por mis mejillas y me abracé las rodillas.
Los perros ladraban y gruñían, afuera, en la jaula, escuché como se sacudía la puerta sin cesar.
No podía moverme, pero consideré salir para liberarlos por completo.
...CHESTER:...
Registraron la casa, se metieron a los cuartos mientras observaban con altanería los espacios de mi humilde morada. Odiaba a los nobles, juzgando siempre las cosas que no eran de lujo, los únicos que no tuvieron esa expresión al venir fueron Sebastian y Emiliana, también Leandro.
— ¿Y está ropa? — Preguntó la lady mientras la madre superiora registraba los baúles con ropa para dama.
Me quedé en el umbral.
— ¿Hay algún problema con esa ropa?
— Es de mujer — Gruñó esa monja repugnante.
— No lo había notado — Dije, con ironía — Pensé que eran manteles.
— Su actitud tan mal educada me hace pensar que sabe donde está mi hija y que está ropa tan asquerosa la usa ella — Gruñó la doña, soltando la ropa en el suelo y sacudiéndose las manos con expresión asqueada.
— Oh, no sabía que solo existía una mujer en el reino y esa es su hija — Volví a mi tono sarcástico.
— La gente corriente como usted no tiene un gramo de educación — Siseó la mujer, reparando mi apariencia — No saben cómo tratar con gente de clase.
— Revisé en las otras habitaciones y no está — Dijo el hombre joven, era el hermano de Tiffany.
— En la cocina y el baño tampoco — Dijo el Lord mayor.
— ¿Ya hurgaron lo suficiente? — Elevé una ceja — Supongo que ya pueden hacer un plano de toda mi casa con todo lo que vieron.
— ¿De quién es la ropa? Todo esto sugiere que usted no vive solo — Exigió la monja.
Estaba agradecido de que Tiffany quemara su hábitos y todas las pruebas de que era ella quien estaba viviendo conmigo.
— Son de mi esposa, fue al mercado, me parece que es de muy mala educación que este hurgando entre sus pertenencias — Gruñí y ambas mujeres salieron de la habitación, fulminando con sus miradas — Soy un hombre casado, no iba a ocultar a otra mujer con mi esposa viviendo aquí.
— Debemos pensar en la posibilidad de que ella haya bajado de alguna de las carretas sin que los comerciantes se dieran cuenta — Dijo el padre, un poco avergonzado por la actitud de su esposa y la monja.
— Mi padre tiene razón, madre, Tiffany pudo haber bajado en la menor oportunidad — Insistió el hijo mientras se quedaban evaluando todo.
— Aún no hemos revisado afuera — Gruñó la monja, caminando como perro por su casa hacia la salida.
Todos le siguieron y fui el último en salir al patio.
¿Dónde estaban mis perros? ¿Por qué no salían a morder?
Caminaron hacia la parte trasera.
La doña se llenó de barro y soltó un gemido de asco, levantando su falda mientras caminaban hacia los establos y corrales.
Los cerdos estaban afuera, en el corral exterior.
Eso significaba que Tiffany estaba aquí.
Mierda.
Esas dos víboras se cubrieron la nariz cuando pasaron cerca.
Los cerdos empezaron a chillar más fuerte al verme pasar.
— ¡Qué asco, dios que hedor tan pestilente! — Gruñó la lady y me reí para mis adentros.
Los perros estaban encerrados y al verlos estremecieron más las jaulas, estaban furiosos y enseñaban los dientes a la monja que se atrevió a acercarse más.
La monja quería entrar al establo.
— ¡Mujer, creo que ya es suficiente! — Dijo el lord, un poco irritada — ¡Tiffany no está aquí!
— ¡Debemos revisar el establo, mi hija es lo suficientemente irresponsable para andar entre tanta porquería, con tal de librarse de sus obligaciones, es capaz de cualquier cosa! — La lady sacó un pañuelo y se cubrió la nariz — ¡Este asqueroso lugar con semejante sujeto tan corriente no es la excepción!
Estaba conteniendo mi rabia.
Su familia era la responsable de tanto sufrimiento, odiaba esos desgraciados, tenía ganas de romperles el cuello.
— ¡Les sugiero no entrar ahí, señoras! — Gruñí a las dos damas que avanzaron hacia el establo.
Los perros sacudieron la reja con más fuerza.
— ¿Por qué? — Gruñó la monja.
— ¡Tengo una pila de abono! — Grité, noté la expresión de náuseas de la lady — ¡Está regada por todo el suelo y huele pésimo, si pisan eso, el hedor no se les despegará fácilmente! — Me moví disimuladamente alrededor del corral.
— ¡No me importa en absoluto! — La monja colocó sus manos en las puertas dobles.
— Espere... Su señoría — Dijo la lady — Pienso que ya es suficiente, mejor nos marchamos. Ya no soporto estar en este sitio tan deplorable.
— Estoy casi segura de que este hombre está ocultando a su hija en este lugar...
Los perros estaban tan rabiosos.
— ¿Cómo está tan segura? — Preguntó el joven.
— Simple intuición.
— Su intuición es pésima — Dije, acercándome a la jaula de los perros — Por favor, tengo mucho trabajo y no puedo seguir atendiendo visitas.
La madre de Tiffany resopló. Al parecer no le caería bien a la suegra.
— Visitas, jamás visitaría a alguien de tan bajo nivel, vámonos, su señoría buscaremos en otro lugar — Siseó la fama alejándose del establo, con ímpetu.
La monja me evaluó con desconfianza y siguió a la dama.
Esa no me daba buena espina, sabía que no se quedaría tranquila ¿Qué necesidad de molestar a una chica que no quería ser encontrada? ¿Por qué familia estaba buscándola si la abandonaron en su peor momento? Lo único que lograban era que ella los odiara más.
— Disculpe, señor, no quisimos importunar — Dijo el lord, inclinándose — Buenas tardes.
— Buenas tardes.
El joven solo inclinó su cabeza y siguió a los demás.
Tomé el seguro de la jaula y esperé unos dos minutos.
La abrí.
Los perros salieron corriendo a toda velocidad para perseguirlos.
Me asomé hacia el patio cuando los gritos se escucharon.
Los perros le estaban mordiendo la falda del hábito a la monja, mientras que el Lord le estaba intentando dar con un paraguas al que le estaba saltando encima.
La otra dama gritaba como loca cuando uno de los perros le desgarró la falda del vestido.
Le mordieron la bota al joven y me reí sin poder evitarlo.
Otro hombre bajó del carruaje y ayudó, era un hombre mayor con túnicas y fruncí el ceño.
Los jinetes tuvieron que intervenir también, tratando de pegarles a los perros con los látigos.
A duras penas pudieron entrar a los carruajes, los perros les rompieron la ropa.
Salieron de la propiedad cuando se alejaron al camino.
Mis perros volvieron sacudiendo sus colas y ladrando, después de alterar a los caballos, casi provocan un accidente cuando el carruaje se sacudió estrepitosamente y los gritos siguieron.
Me marché de vuelta al establo y toqué.
— ¡Tiffany! — Grité, llamándola — ¡Ya se marcharon, puedes salir ya!
Hubo un sonido adentro y la puerta se abrió lentamente, ella se asomó tímidamente, tenía el rostro empapado por las lágrimas.
— Lo siento... No me quiero ir... Quiero quedarme contigo... Voy a explicarte, te contaré... No me pidas que me vaya...
Me abrazó, sollozando.
Le devolví el abrazo y se aferró a mí.
— Tranquila, te voy a escuchar.
— Gracias por no delatarme con mi familia — Jadeó, temblando con fuerza.
— Si quisieras estar con ellos no hubieras inventando que eras huérfana y no te hubieras ocultado, entendí que no debía permitir que te encontraran, incluso mis perros pudieron percibir que no eran bienvenidos.
Ellos sacudieron sus colas a nuestro alrededor.
Tiffany se apartó, temblorosa, sus labios estaban temblando y sus ojos estaban tan inundados por las lágrimas.
Sostuve sus mejillas.
— Me gusta estar aquí, contigo, es el único lugar donde me siento bien, donde me siento segura. No es una mentira, es verdad.
Limpié sus lágrimas.
— Vamos adentro.
Asintió con la cabeza.
Tomé su mano y caminamos hacia la casa.
La dejé en uno de los sillones de la sala y entré a la cocina.
Serví un vaso con agua.
Se lo entregué y tomó.
Estaba temblando cuando dejó de llorar y tomé una silla de la mesa para sentarme frente a ella.
— Necesito que me cuentes el motivo de tantas mentiras, te concederé el tiempo que desees, pero por favor, no más mentiras ni inventos — Dije, suavizando mi mirada — Me molesta que no tuvieras la confianza para decirme la verdad, en su lugar soltaste puros inventos, historias falsas.
— Lo siento... No quise mentir...
— Si decides ser sincera, podrás quedarte.
Asintió con la cabeza y tomó una expresión firme.
— Soy una noble, mi apellido real es Mercier, Lord Álvaro Mercier es mi padre, mi tío era el marqués y soy prima de Leandro y Sebastian Mercier...
— Mi hermano — Dije y asintió con la cabeza.
— ¿Lo sabías?
— Fui a la hacienda de Leandro y me contó esa parte, pero como te hizo una promesa, no quiso relevar más y lo respeté — Dije, observando su rostro — Me dijo que solo tu podías contarme.
— Mi madre fue quien convenció a mi padre de llevarme a ese convento, de olvidarme allí — Dijo, con voz débil, observando el vaso entre sus manos — Se supone que solo estaría por dos años, pero pasaron seis y nadie vino a rescatarme. Ni siquiera mi padre, quien era el único que supuestamente me apreciaba, no se molestó en mandar ni una sola carta para saber de mí.
— Se veía un poco preocupado, aunque tu madre si me pareció una persona fría.
— No quiero volver a verlos, no son mi familia... Siempre le estorbé a mi madre, ella se avergonzó de mí, de mi supuesto comportamiento regalado, solo actuaba como mi padre me enseñó, solo estaba intentando ser agradable y cariñosa — Derramó lágrimas nuevamente — Pero, mi madre me trataba como si yo andara de manos sueltas con los hombres y por eso me envió a ese sitio para que aprendiera sobre ser recatada... Pero... Ese lugar es un infierno... Esa monja que vino con ellos... — Se le cortó la respiración — Ella fue quien me marcó la piel en muchas ocasiones. Es la madre superiora de ese lugar y es una tirana, es un ser despreciable. Humilladora, esclavista... Torturadora... Es una persona despreciable que no debería llevar hábitos.
Sentí una furia inmensa, pero me quedé en silencio.
— Pero, nada se compara con lo que me sucedió hace un año... Me tocaba recibir al obispo que fundó el convento y esa monja me ordenó acomodar el cuarto que iba a usar... — Empezó a temblar, tratando de controlar su respiración y tomé su mano, la apretó mientras su expresión de dolor se encajaba en mi rostro — Entró y me adormeció cubriéndome con un pañuelo... No supe nada hasta que desperté, sintiendo un horrible dolor en mi cuerpo, estaba desnuda y tenía a ese hombre arriba de mí, mancillando mi cuerpo con sus embestidas... Me cubrió la boca para que no gritara... No se detuvo hasta que quiso.
No pudo hablar más, se derrumbó en llantos mientras yo sentía como una enorme furia me recorría el cuerpo, algo que no me dejaba respirar.
Supe en ese momento, que iba a manchar mis manos con sangre.
Por eso el odio hacia ella