Cielo Astrada de 23 años, ha soportado el desprecio de su esposo Gabriel Romero y su familia por años, creyendo que su amor y sumisión eran la clave para mantener su matrimonio. Sin embargo, cuando Gabriel decide divorciarse para casarse con su amante y la familia de él la humilla, Cielo revela su verdadera identidad: una mujer poderosa con un pasado oculto de riquezas e influencias.
Despojándose de su rol de esposa sumisa, Cielo usa su inteligencia y recursos para construir un imperio propio, demostrando que no necesita a nadie para brillar. Mientras Gabriel y su familia enfrentan las consecuencias de su arrogancia, Cielo se convierte en un símbolo de empoderamiento y fuerza para otras mujeres
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Capítulo 21: Una Reunión Inesperada
Era un día gris, con nubes que cubrían el cielo como un manto pesado, reflejando la tensión que se sentía en el ambiente. La mansión de los Romero estaba en silencio, una quietud que solo se rompía por el eco de los pasos firmes y decididos de Rocío Astrada, la madre de Cielo. Con 50 años, Rocío era una mujer imponente, aún hermosa, con una presencia que inspiraba respeto y temor a la vez. Era algo muy inesperado que ella esté en la casa de los Romero, y mucho mas sin previo aviso.
Matilde, la abuela de Gabriel, no esperaba visitas, mucho menos la de Rocío. Al verla entrar, sintió un nudo en el estómago. Sabía que esta reunión sería difícil, y más aún, sabía que Rocío estaba allí por su hija. Se levantó de su sillón con una sonrisa tensa, intentando mantener la compostura.
—Rocío, mucho gusto, qué sorpresa verte por aquí —dijo Matilde, intentando sonar cortés.
Rocío no perdió el tiempo con formalidades. Su mirada fría y penetrante hizo que Matilde sintiera un escalofrío recorrer su espalda.
—Matilde Romero hmmm se que hace mucho tiempo eras una mujer fuerte e influyente, tanto como para haberme visto alguna vez, me hubiera gustado conocerte por eso pero han pasado los años, ahora vine porque es hora de hablar, y no planeo andarme con rodeos —comenzó Rocío, su voz firme y autoritaria—. Sé muy bien que tú eres la responsable de este matrimonio entre Gabriel y mi hija. Sé que la investigaste, y aunque pude detener tu investigación, no lo hice. Ahora me arrepiento profundamente, porque sabía lo que encontrarías, pero no intervine, nunca pensé que tú la usarías para llegar a mi familia, pero creeme que yo me opuse y esa niña igual quiso a tu tonto nieto. Y peor aún, tú sabías exactamente lo que pasaba mi hija y aun así, decidiste no hacer más, pensando que sería lo mejor para tu estúpido nieto y que algún día abriría los ojos, pero por eso mi hija perdió a mi nieto, tu bisnieto, es demasiado y se acabó aquí y ahora.
Matilde bajó la cabeza, sintiendo el peso de las palabras de Rocío. La culpa que llevaba dentro la había atormentado desde que las cosas comenzaron a salir mal, y ahora, enfrentada a la madre de Cielo, no podía escapar de la verdad.
—Tienes razón, Rocío —admitió Matilde, su voz llena de pesar—. Pensé que Gabriel, aunque ciego y testarudo, se daría cuenta de lo valiosa que es tu hija, que la cuidaría como merecía. Al principio, sí, lo hice por sus antecedentes, pero cuando la conocí más, supe que ella era diferente. Su corazón es puro, y amaba a mi nieto de una manera que jamás vi en alguien más. Lamento profundamente todo lo que ha pasado.
Rocío, aunque firme, sintió un leve alivio al escuchar las disculpas de Matilde. Sin embargo, no estaba allí para perdonar ni para reconciliarse. Había venido a tomar decisiones.
—Voy a llevarme a mi hija lejos de aquí, Matilde. No permitiré que siga sufriendo en esta casa ni un día más. Nadie sabrá a dónde nos vamos, ni cuándo, ni cómo, así que me llevare sus cosas y no digas nada. Cielo merece algo mejor, y me aseguraré de que lo tenga, ya sufrió demasiado en esa familia llena de ciegos e ignorantes.
Matilde asintió, sintiendo una profunda vergüenza. Había esperado que las cosas salieran de manera diferente, pero ahora veía lo ciega que había sido en su esperanza.
—Entiendo, Rocío —dijo Matilde, su voz temblando ligeramente—. Haz lo que debas hacer. Solo lamento no haber sido más fuerte para protegerla desde el principio. Mi nieto... —Matilde hizo una pausa, apretando los labios—. Mi nieto merece un buen golpe de realidad, y si tú no se lo das, yo misma lo haré.
Rocío asintió, sabiendo que Matilde hablaba en serio, pero no era suficiente. Lo que había sufrido su hija era imperdonable, y ella se encargaría de que Gabriel y los Romero pagaran por ello.
—Matilde, esto no se trata solo de Gabriel. Esto es por todas las humillaciones que mi hija ha soportado, y te aseguro que no dejaré que nada de esto quede impune. Cuando me vaya, Cielo será intocable, y todos pagarán por lo que le hicieron.
Matilde no pudo hacer más que asentir en silencio. Sabía que Rocío cumpliría cada una de sus palabras. Cuando Rocío se fue, la casa quedó en un silencio aún más profundo, como si el mismo aire estuviera cargado de la tensión y la promesa de lo que estaba por venir.
Esa noche, en la habitación de Cielo
Cielo estaba en su cama, todavía débil y adolorida. A pesar del dolor físico, lo que más la hería era el peso de la traición, la pérdida de su bebé, y la constante humillación a la que había sido sometida. Pero sabía que su madre estaba allí, y eso le daba una nueva fuerza. La puerta de su habitación se abrió lentamente, y Rocío entró, observando a su hija con una mezcla de tristeza y determinación.
—Mamá —susurró Cielo, con lágrimas en los ojos.
Rocío se acercó a su hija y la abrazó con fuerza.
—Nos iremos de aquí, Cielo. Mañana a primera hora, recogeremos tus cosas y nos iremos lejos. Nadie sabrá adónde, y nadie podrá lastimarte de nuevo. Te lo prometo, hija.
Cielo asintió, sintiendo un alivio profundo al saber que pronto todo terminaría. Su madre era fuerte, y sabía que ella la protegería de cualquier cosa. Aunque su corazón estaba roto, sabía que no estaba sola. Se prometió a sí misma que no permitiría que nadie la pisoteara de nuevo, y con esa determinación, se dejó llevar por el sueño, sabiendo que el amanecer traería un nuevo comienzo.
Mientras tanto, en la mansión de los Romero, Matilde estaba en su estudio, mirando una foto de Gabriel y Cielo el día de su boda. Suspiró profundamente, sabiendo que el amor de Cielo por Gabriel había sido real, pero también sabía que no había marcha atrás. La determinación de Rocío era algo que no se podía ignorar, y Matilde sabía que todo estaba por cambiar, quizás para siempre.
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