Diana Quintana, una mujer con el Corazón De Hielo. su historia inicia cuando descubre que su prometido le es infiel, tenían un hijo, pero el pequeño muere en un accidente, en el cual estuvo involucrado el padre del niño, y Dante Linares. hecho que la marcó y le cambió la vida.
Dante, es influenciado para que acabe con Diana. Para lograrlo, es obligado a casarse con ella, ahí comienza una lucha de poderes, con sombras del pasado que los atormenta. ¿Será qué algún día esas sombras desaparezcan?
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Dante López.
Al caer la tarde, Diana miraba su computadora y bostezó con pereza.
—Dios... ¿hasta cuándo? Todo ha sido congelado. No puedo ir al edificio, mis cuentas siguen igual. Solo me falta tener que entregar la mansión —murmuró con frustración.
Enseguida se puso de pie y se asomó al balcón.
—Es un bonito lugar... tienen buen gusto —admitió con resignación—. Debería salir un rato.
Se colocó un abrigo y bajó con prisa, pero al intentar abrir la puerta, no pudo.
—¿Diablos? ¿Se atascó? —se preguntó, pensando que la cerradura estaba dañada.
No obstante, una joven se le acercó y dijo con tono formal:
—El señor Linares dio la orden de que permaneciera cerrada.
Diana se volteó con incredulidad.
—¿Qué has dicho? ¿Qué oculta? ¿Por qué no desea que esté abierta?
—Es por usted. Tenemos órdenes de no dejarla salir. Si gusta, puede ir al jardín, pero será vigilada por algunos hombres.
—¿Todo esto es por mí? ¿Pero qué cree? ¡Ese tipo me va a escuchar! ¡Me compró como si fuera una esclava o algo similar! —espetó, visiblemente enojada—. Ya no deseo salir al jardín... ahora deseo salir, pero de la vida de ese psicópata.
En ese momento, miró las escaleras y una idea cruzó su mente.
—No puede ser...
Saltó varios escalones y al entrar en la habitación, vio a Dante sosteniendo su teléfono.
—¡Dámelo ahora mismo! —gritó.
—No quiero —respondió él, sentándose en el sofá como si nada.
—¿Por qué estás haciendo esto? Dime de una vez quién eres y qué te traes entre manos.
—Diana, Diana... ¿acaso no lo has visto?
—¡Yo soy…! —el joven arqueó una ceja, haciendo una pausa dramática.
—¿Qué? ¡Dante, no te quedes callado! ¡Dímelo ya!
—Soy Dante Linares.
—Tu apellido ya lo sé, igual que tu nombre.
—Antes de que mi abuela me encontrara, era Dante López.
En ese momento, la mirada de Dante cambió. Y así mismo, la de Diana.
—¿Dan… Dante López? —susurró. Un silencio ensordecedor se apoderó del ambiente.
—Esto no es posible… Dios, esto es una broma.
Diana cayó de rodillas.
—¿Qué sucede? ¿No esperabas verme tan pronto? —ironizó él.
—¡Eres tú… el maldito que mató a mi hijo! —Diana lo dijo con fuerza, enfatizando cada palabra. Era como una mala jugada del destino.
—No soy un asesino. Tus abogados hicieron que pareciera así.
—¡Me quiero ir de aquí! Dante, no pienso permanecer ni un minuto más a tu lado.
—Ni lo sueñes. No escaparás de mi lado. Mi abuela no fue quien propuso este matrimonio... fui yo.
Las lágrimas de Diana manchaban la alfombra. No se atrevía a ver el rostro del hombre.
—Diana, ¿no te has puesto a pensar por qué tu querida empresa cayó de repente? Fui yo quien hizo todo.
—¡Dante, ya basta! No digas más —exclamó, apretando los puños con rabia.
—¿A qué le temes? ¿A darte cuenta de que enviaste a un inocente a la cárcel? Me debes un año… un año en el que yo…
—¡Tú me debes la vida de mi hijo!
—¿Qué? —Dante abrió los ojos con incredulidad. Siempre creyó que ese niño era hermano de Diana o un primo.
—Diana… eso no lo sabía. Pero aún así, yo no lo hice. Sin embargo, me condenaron. Y claro, tus hombres hicieron muy bien su trabajo…
Quiso decir que los custodios cumplieron sus órdenes al pie de la letra, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.
—Recibiste el castigo justo —Diana se levantó y con ella se alzó su orgullo—. Nunca me verás como tú quieres. No me voy a dejar doblegar por ti. ¿Me escuchas? Ni en esta vida, ni en la otra.
La prepotencia se sintió en su voz. No en vano la conocían como la dama del corazón de hielo. Pero en esta historia, parece que ambos tienen el corazón igual de congelado.
—Veremos cuánto aguantas. Solo te diré que, por más que entres a revisar tu computador, tus bienes no van a regresar... a menos que yo lo decida. Y adivina qué...
—¡Púdrete! —gritó Diana, empujándolo. El joven cayó de espaldas al sofá.
—No todo el tiempo podrás triunfar. A todo Marano le llega su hora —le dijo, mirándolo con firmeza.
—Por supuesto… ese dicho es justo lo que te acaba de suceder. Diana, este es solo el inicio.
—Y de ti depende si tus padres no van a terminar en un asilo.
—¡Ni se te ocurra! —le advirtió con firmeza.
—Entonces coopera. Haz lo que te ordeno y a ellos no les faltará nada.
—Te odio… maldito loco exconvicto.
—Dime lo que quieras. Tus palabras no me afectan en lo más mínimo, si supieras las humillaciones que recibí en el reclusorio.
Dante salió, dejándola sola, y Diana se sentó al borde de la cama y dejó salir sus lágrimas.
—¡Cómo no me di cuenta! Por supuesto que noté que llevaba el mismo nombre, pero su apellido era otro. ¡Caí redondita ante ese maniático!
Quizás con el tiempo las cosas mejoren para ella… o quizás no.
Ya han pasado quince días desde que contrajeron matrimonio, y las cosas no han hecho más que empeorar. Ahora ni siquiera se dirigen la palabra. Los días para Diana son extremadamente largos; en su encierro total, no hace absolutamente nada.
Esa mañana vio el sofá vacío; Dante se había ido temprano. Las persianas estaban abiertas, y dejaban ver un paisaje hermoso.
Sin ánimo alguno, se reclinó en una silla.
—No puedo estar sin hacer nada… tengo que hacer algo —se dijo, pensativa.
Pronto recordó su paso por París, donde aprendió algo de pintura.
—Quiero dibujar… —murmuró.
Fue una idea un poco loca, considerando que en París solo hizo garabatos. Pero era eso… o no hacer absolutamente nada.