Quédate Conmigo

Edgar miro por décima vez la habitación donde se encontraba Morgana, después de la platica con su madre se había despertado con toda la actitud de arreglar las cosas con su mujer.

Pero a pesar de sus intentos, nada había salido como el pensaba, la mujer era todo negocios en la cama, había adaptado una míni oficina alrededor de ella que literalmente la mantenía ocupada la mayor parte del tiempo. La paciencia de Edgar se acabó al tiempo de su sexta llamada en él día.

—Necesito hablar contigo de algo... Morgana.

Ella se limitó a levantar el dedo sobre él.

—Es importante, se trata de los niños.

Morgana tenía el tiempo encima y no tenía como opción perder él tiempo mientras se mantenía en la cama, tenía trabajo que no podía delegar a los demás. Sin embargo, cuando las palabras que necesitaba escuchar salieron de la boca del hombre, sin esperar a que Eider terminara con su platica, colgo aventando el teléfono lejos de ella.

—Habla, por favor.

Edgar asintio y se acercó a ella, lentamente tomó su delgada mano y la puso encima de la suya. Él planto un delicado beso en la palma de su mano y el cuerpo de la chica reacciono. No podía permitírselo, pero la aproximación era peligrosa.

—Sé que he sido malo contigo respecto a todo lo que esta sucediendo, pero tienes que comprender...

Ella parpadeo varias veces comprendiendo sus palabras.

—No, Edgar no quiero comprender como cada que puedes sacas a colación que me quitaras a mis hijos. Yo no...—Se quebró, no quería llorar pero las hormonas hacían con su cuerpo lo que querían.

—Tienes que entenderme—Dijo serio— Tengo miedo que me alejes otra vez de Jacob y el bebé. Yo no quiero perderlos...

—Lo siento—Dijo Morgana después de un incomodó silencio que solo se escuchaban el llanto de cada uno—Sé que fui mala al alejarte de Jacob, no tengo justificación ni como compensar todos los años perdidos, pero no quiero perder a mis propios hijos yo.

—Yo jamás te alejaré de ellos, Morgana. Ellos te necesitan, yo te necesito...

Aquellas palabras dejaron sin aliento a la mujer. No podía creer lo que estaba escuchando.

—Yo...

—Se que te he tratado mal y que ahora mismo, sigues casada con Ronald, pero quiero hacerte mía, Morgana. Ya sabes, casarnos, tener a nuestros hijos y vivir feliz.

—Yo no... yo no

—Sé que es algo que jamas hemos hablado, pero quiero disfrutar esto contigo. Disfrutar de nosotros y de nuestra vida juntos.

—Realmente no creo que nos queramos lo suficiente...apenas y nos conocemos, yo todavía no...

Entonces sin decir una palabra, la mano de Edgar subió hacia su hombro dejando un rastro de fuego que quemaba a Morgana, su mano siguió su camino hacia su cuello, en un solo movimientos tomó su barbilla y la acercó a él.

Cuando sus ojos conectaron el tiempo se detuvo, su aliento se mezclo ante la proximidad de ambos y su corazón latía al compás del otro. Edgar quería borrar el pequeño espacio que los disganciaba pero necesitaba la aprobación de la chica, no podía permitir cometer un error, no ahora que estaba a punto de recuperaría.

Y él estaba dispuesto a esperarla.

Pero Morgana era otro cantar, ya que su cuerpo se debatía si realmente debía confiar en él ahora mismo. Aunque él pareciera el más seguro, también había algunas cosas que le impedian que su mente se concentrará en ellos dos.

—Sé que no confías en mi y a decir verdad yo tampoco, también tengo un poco de miedo que me alejes de los niños... pero estoy dispuesto a hacer funcionar esto. Por ti, por mi, por los niños.

Morgana no ssbia que decir, su fuerte convicción convencía a su alocado corazón que protestaba por una caricia del hombre. Pero el miedo ahí estaba, paralizandola haciéndola sentir que en realidad aquello era una trampa para que cayera recóndita recóndita quitarle a los niños.

Ella no quería pensar en esa manera pero el tiempo y la situación le debian dar la razón, sin embargo, algo dentro de los ojos de Edgar la hizo sentirse cómoda incluso cuando sus respiraciones agitadas se encontraban mezclándose, Morgana lo necesitaba, más de lo que ella misma podia decir en voz alta.

Varias noches había fantaseado con el hombre asaltando su cama y haciéndola suya hasta perder la conciencia, haciéndola sentir satisfecha hasta el exitasis. Sin embargo, al final del sueño, todo rastro de amor desaparecía de sus ojos dejando paso a la tristeza y engaño.

—Morgana, cariño, háblame que muero...

Entonces la chica sin decir ninguna palabra más rompió la pequeña distancia que los dividía y lo beso delicadamente como si la rapidez los hiciera perder la concentración.

Edgar quería contenerse, besarla lentamente hasta que ella misma marcara el ritmo de la situación pero no pudo, así que deslizó su pequeño vestido sobre sus hombros dejando al descubierto su delicado cuerpo que consideraban peligroso.

—Te quiero... Morgana, quiero que seas mía, tienes que ser mia.

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—Quiero decir que con tu estúpida sonrisa, te haz reconciliado con el hombre ¿No he cierto?

Ronald camino de un lado a otro en búsqueda del mejor lugar donde pudiera esconderse si Edgar lo encontraba cerca de la chica podría sacarlo a patadas.

—¿Porque lo dices, idiota?—Ella le lanzó una almohada que el esquivo—¿Sigues de mal humor?

—Siempre he estado de mal humor, yo no puedo entrar en tu pequeña burbujita de felicidad. Yo solo soy un juguete que utilizaste y ahora que ya tienes lo que necesitas, no tardas en echarme.

—Tu trasero pesa demasiado. ¿Será que pueda decirle a alguien que me ayude?

Pero Ronald no se encontraba de mejor humor, odiaba que ella pudiera hacer su vida ahora mismo. Él siempre obtuvo de negativas de la mujer y cusndo quería ser feliz no pudo hacer nada.

Ella debía ser infeliz como él.

— No me molestes, Morgana. Porque un día de estos, me llevaré lo que me pertenece y te romperé en mil pedazos.

Y sin decir nada más abandono la habitación, dejando a Morgana callada