Tenias Que Ser Tú...

—¿Quién te crees tú para tratar así a una mujer? —rugió una voz grave desde la entrada del bar.

El dueño del lugar se giró, sobresaltado.

—Jefe, esa no es una mujer… es una cualquiera.

El recién llegado dio un paso al frente, su mirada encendida de furia.

—Esa no es cualquier mujer. Y si vuelves a acercarte a ella, sabes perfectamente lo que te puede pasar.

El dueño tragó saliva.

—Olvide a esa mujer, señor… ¿qué lo trae por aquí? ¿Quiere tomar algo?

—No. Vine por mi dinero. Y, por cierto, creo que este lugar ya necesita otro administrador. —dijo el hombre misterioso, sentándose en la silla principal del despacho.

—Señor, no diga eso. Usted sabe que he hecho un excelente trabajo… tengo todo al día.

—¿Ah sí? Entonces explícame por qué una de tus empleadas te debe dinero. ¿Estás usando mi patrimonio para enriquecerte tú solo? —preguntó con voz firme y peligrosa.

El otro hombre comenzó a sudar.

—Señor, yo…

—Sabes bien que si te pregunto, es porque ya conozco la verdad. —dijo el hombre, levantándose—. Vas a largarte de inmediato. No quiero verte cerca de mi bar ni volver a saber que buscaste a Luciana. ¿Ha quedado claro?

El dueño apretó los puños.

—Usted sabe que acaba de ganarse un enemigo peligroso.

—No te tengo miedo. Ahora, sal de mi vista.

El silencio llenó el lugar cuando el hombre abandonó la oficina.

—A nadie le voy a permitir que se meta con mi hija, murmuró, ajustando el abrigo negro que siempre lo cubría. Esta vez, estoy dispuesto a recuperar lo que nunca debí perder.

El bar cambió de dueño esa misma tarde.

Pocos sabían la verdad: ese hombre era el padre de Luciana, un poderoso empresario conocido en el bajo mundo como La Sombra.

Pocas personas conocían su rostro; siempre vestía de negro, oculto entre tinieblas. Había observado a sus hijas crecer desde lejos, pero ahora estaba dispuesto a todo por protegerlas… incluso a salir de la oscuridad.

En la mansión…

Tania decidió acompañar a su amiga hasta la casa. Luciana estaba muy malherida: el golpe había sido fuerte, pero se negaba a ir al hospital.

Cuando tocaron la puerta, fue Emiliano quien abrió.

—¿Qué te pasó, mi amor? ¡Quién te hizo esto! —exclamó, alarmado al verla.

—Señor, yo puedo explicarle… —intentó decir Tania, pero Luciana apenas logró murmurar:

—No te preocupes… —antes de desvanecerse.

Emiliano la tomó en brazos y la llevó rápidamente a su habitación.

Elena llamó al médico mientras los niños, al verla inconsciente, rompieron en llanto.

—¿Qué pasó, papá? —preguntó Camila entre lágrimas.

—No lo sé, hija. Su amiga la trajo así. No alcanzaron a explicarme cuando Luciana se desmayó.

El médico llegó enseguida. Después de revisarla, aseguró que el golpe era fuerte, pero no grave.

Le recetó analgésicos y reposo. Sol no quiso separarse de su nana.

En la sala, todos esperaban noticias, y Tania lloraba, consciente de que debía contar la verdad.

—¿Papá, cómo sigue Lucí? —preguntó Camila al verlo bajar.

—Está bien, solo necesita descansar. Gracias, doctor. Si es necesario, lo llamaré.

—Elena, por favor, quédate con Sol y con Luciana. —Luego miró a Tania con seriedad—. Tú, ven conmigo.

Tania obedeció, temblando.

—Señor, yo…

—Siéntate. ¿Quién eres? —preguntó Emiliano con voz firme.

—Mi nombre es Tania. Soy la mejor amiga de Luciana. Ella me acompañó al lugar donde trabajo y… por defenderme de mi jefe, recibió un golpe.

Emiliano frunció el ceño.

—¿En qué trabajas? ¿Qué clase de jefe golpea a una mujer?

—Señor, es que nosotras… —Tania no alcanzó a terminar.

—¡Papá, papá! ¡Lucí despertó! —gritó Sol entrando corriendo.

—Ya voy. Por favor, espera a Clara y explícale lo que pasó. Yo iré con Luciana.

Subió rápidamente. Al entrar, la vio recostada, débil pero consciente.

—Amor, ¿cómo te sientes?

—Un poco mejor… me duele la cabeza.

—No te preocupes, mi vida. Ya mandé por tus medicinas. Vas a estar bien.

Se acostó a su lado y la atrajo hacia su pecho.

—Dime qué ocurrió, Luciana. ¿Quién te hizo esto?

Ella respiró hondo.

—Te contaré toda la verdad. Cuando Clara nació, mamá enfermó y murió. Vivíamos con papá, pero un día desapareció. A los quince años tuve que dejar la escuela para trabajar. Lo único que encontré fue empleo en un bar como mesera. Ganaba poco, pero alcanzaba para darle de comer a mi hermana. Allí conocí a Tania. Nuestro jefe era un hombre violento. Siempre nos insistía en… vendernos. Nunca aceptamos.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—Cuando Clara tenía seis años, le descubrieron una malformación en el corazón. Sus medicinas eran muy costosas y a veces no podía comprarlas. Entonces él empezó a prestarme dinero… hasta que la deuda se volvió enorme. Me obligó a firmar un contrato.

—Por eso buscaste trabajo conmigo, dijo Emiliano con ternura.

—Sí. Quería pagarle poco a poco. Pero me avergonzaba contarte todo esto.

Él acarició su rostro.

—No tienes nada de qué avergonzarte, mi amor. Eres una mujer fuerte. Has hecho más de lo que cualquiera haría por su familia.

—¿Me perdonas?

—No tengo nada que perdonarte. Llegaste a mi vida y la cambiaste para siempre. A partir de hoy, nadie te volverá a lastimar. Te lo prometo.

—¿Cuánto dinero le debías? —preguntó Emiliano.

—Al parecer… nada. —respondió Luciana confundida.

—¿Cómo así?

—Un hombre apareció. Dijo que mi deuda estaba saldada y que no debía nada. No sé quién es, pero juraría que ya lo había visto antes.

Emiliano la abrazó con fuerza.

—Olvida todo eso. Prométeme que si alguno de esos hombres vuelve a buscarte, me lo dirás de inmediato.

—Te lo juro.

Luciana apoyó su cabeza en su pecho, sintiendo cómo su alma se aliviaba.

Había contado su verdad… sin saber que quien la había salvado del infierno era su propio padre, un hombre que vivía entre sombras, y que ahora estaba dispuesto a todo por protegerla, incluso si eso significaba poner en peligro la paz de la familia que ella tanto amaba.

Gracias por leer...