Cristóbal, el segundo a cargo de una de las organizaciones criminales más importantes del país, ve truncada su vida cuando dos mujeres se cruzan en su camino, una morena, que podría pertenecer a su futuro, y una mujer de su pasado que lo hará enfrentarse a la verdad.
NovelToon tiene autorización de Yesenia Stefany Bello González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Cristina
No me gusta este lugar, no me siento acompañada. Al menos en el Hospital de Concepción tenía a mis amigos y colegas, aquí me siento pérdida. Miro por el pasillo a cada segundo para ver entrar a Claudio, pero el tiempo avanza y no lo veo.
Cuando se tomó el examen en Concepción, no me atreví a verlo, ni siquiera entré a ver a mi pequeña cuando Claudio estuvo con ella, acompañándola. Vi a Cristóbal en el casino, comprando un café, pero ni siquiera me dirigió la palabra.
Lo entiendo, yo tampoco lo haría.
Desesperada por ver a mi cachorro, decido distraerme en el casino. Necesito salir de aquí ya que ni siquiera me dejan ver a mi niña.
Odio este lugar.
Voy saliendo por el pasillo cuando lo veo, caminando nervioso y preocupado, hablando por celular.
Es él, no cabe duda, es igual a Diego. Oh, mi pequeño hombrecito.
Me acerco lo que más puedo a él, aprovechando que no veo a Cristóbal por ningún lado.
–Mamá –susurra con amor y preocupación. Me congelo al escuchar esa palabra que he soñado con oírla de su boca, pero luego ríe, y me doy cuenta que le dice mamá a una extraña, a través de su celular–. Estoy bien, mami, de verdad. No, no es necesario que vengas –vuelve a reír–. Bueno si quieres venir a mimarme, eres bienvenida. –Sigue caminando y por un segundo me siento feliz, al ver su sonrisa y sus ojos castaños brillando con amor y diversión. ¡Es igual a su padre!–. Mmm, bueno, siempre me puedes preparar ravioles si nos quedamos dónde mi tía Julia. Hoy en la noche me harán el procedimiento, me dijeron que era algo sencillo, pero por precaución me dejarán mañana en observación. Sí, mamá es con anestesia general, pero me dijeron que el procedimiento dura a lo sumo tres horas. No te preocupes, ¿sí? –De pronto su gesto cambia y se ve serio, como Diego en el trabajo–. ¿Has hablado con papá? –Su ceño se frunce–. Mami, deberías hacerlo. –Suspira, resignado–. Está bien, está bien, tú mandas. Nos vemos esta noche. Te amo mucho. –Sonríe–. No, yo te amo más. Ten un buen viaje, mami. Adiós.
Mami, mi pequeñito le dice mami a otra mujer, a alguien que nunca podrá quererlo como yo lo hago, porque él es MI hijo. Fui yo quien lo tuvo nueve meses en mi vientre, fui yo quien lo sintió crecer y hacerse fuerte.
Mami… No, ella no es su mamá. Esa mujer me quitó a mis niños.
Sé que debería sentirme feliz porque mis pequeños hayan encontrado una mamá, pero no lo hago. Me siento tan triste y culpable.
Por ir distraída choco con mi niño. –Oh, disculpe, señora. ¿Está bien?
Asiento, incapaz de pronunciar una palabra. Como quisiera revolver esos rizos castaños, pero me contengo.
–¿Segura que está bien?
–Sí, yo… Fue mi culpa. Absolutamente todo es mi culpa y lo siento mucho.
Claudio se ve extrañado. –Fue un accidente, señora.
–¡No! Tú no entiendes, es mi culpa.
–Claudio. –Ambos miramos a Cristóbal, que se acerca por el pasillo rápidamente–. ¿Esta mujer te está molestando?
Mi pequeñín niega con su cabeza. –No, ¿qué te pasa, bro? –dice, pero de pronto cae en la cuenta porque su mirada cambia y me mira con curiosidad, frialdad y algo de resentimiento–. Es ella, ¿no? ¿Tú eres…?
–Sí, yo soy tu mamá, cielo. –Las palabras salen antes de poder detenerlas. De inmediato me doy cuenta de mi error, porque ahora ambos me miran con odiosidad.
Mi niño niega con su cabeza. –Lo siento, señora, pero usted no es mi mamá. Mi mamá se llama Jess González de la Hoz, y es la única madre que he tenido en toda mi vida. Es ella quien cuidó de mí y me amó sin importar qué. Así que lo siento, pero está equivocada –dice antes caminar lejos de mí.
Cristóbal me mira y asiente. –Espero que te quede claro ahora. Si estamos acá es por nuestra hermana, y te advierto que estaremos presentes en su vida, así que más te vale que le digas la verdad. –Asiento, aturdida. Mis niños quieren estar cerca de Betty, eso quiere decir…–. Y que te quede claro también que no estamos interesados en tu cariño, en tu amistad, ni en nada tuyo. Así que por favor, haz lo que has hecho siempre, imagina que no existimos –musita antes de seguir a su hermano.
Ahogo un sollozo.
Siempre me he arrepentido, a lo largo de mi vida, de la decisión que tomé ese once de abril, pero nunca tanto como hoy.
Recuerdo que mi cuñado, Camilo Guerrero, me encontró con Diego y Claudio sentados en el puente. Siempre le llevaba al niño cuando podía. Esperó tranquilamente en su auto a que me despidiera de Diego y sólo cuando me encontró sola, me tocó la bocina y me pidió que lo acompañara.
Aún lo recuerdo…
–¿Le dirás a César? –le pregunto llorando, abrazando a mi pequeño.
No me contesta y sigue conduciendo camino a su casa, sin decirme nada, perdido en sus pensamientos.
–¿Qué piensas hacerme? –pregunto cuando detiene el auto frente a su casa.
Mi pregunta lo hace reaccionar. –Necesito hablar contigo, eso es todo, Cristina.
Tomo a mi niño en brazos y bajo con él, al entrar a la casa veo a Miriam, la esposa de Camilo y mamá de Christopher y Christian, los primos mayores de mis niños, o por lo menos de Cristóbal.
–Hola, cariño –saluda Miriam amablemente–. ¿Qué pasa? –pregunta tiernamente, estudiándome. Cuando no le contesto mira a su marido–. ¿Mi amor?
–Amor, ¿podrías cuidar al niño? Tengo que hablar con Cristina, es importante. Después te cuento todo, ¿sí?
Miriam asiente, viéndose confundida, pero ni de asomo como yo.
–Entra –pide afuera de su estudio.
Lo hago y cierra la puerta. Un miedo horrible me hace temblar de pies a cabeza.
–Por favor, no me mates –ruego llorando, arrodillándome en el suelo de madera, como César me ha enseñado.
Sus ojos verdes se abren, confundidos. Se acerca a mi lado y cierro los ojos esperando un golpe, pero en cambio obtengo unas manos amables que me ayudan a ponerme de pie.
–Tranquila, muchacha –susurra calmándome. Me lleva a la silla frente a su escritorio y me ofrece su pañuelo de género–. Todo estará bien. ¿Quieres un café o algo?
Niego con mi cabeza. –No le digas a tu hermano –ruego, tratando de controlar mi mentón que no deja de temblar–. ¡Matará a Diego!
–Y a ti, ¿no?
–Eso no importa. Siempre he sabido que pasaría, pero no Diego, él es un buen hombre –lloro sin poder controlarme–. Por favor –susurro.
–¿Quieres a ese hombre, Cristina? Sé sincera, por favor –pide con curiosidad y preocupación.
Sus ojos verdes, cálidos, tan distintos a los de mi marido, me obligan a ser sincera.
Asiento. –Lo amo como nunca pensé que podría amar.
Toma su silla y la instala frente a mí, sin el escritorio de por medio. –¿Por qué te casaste con mi hermano? No es un secreto que no lo quieres.
Miro mis manos y vuelvo a llorar. –Papá me obligó. –Seco mis lágrimas antes de mirarlo–. Yo no quería, pero quedé embarazada de Cristóbal y papá no me dejó quedarme en la casa con ellos.
–Deberías haber tenido cuidado, si no querías a mi hermano, muchacha.
Niego con mi cabeza, y hago una mueca por el dolor que me provoca recordar ese día. –Yo salí con César por primera vez cuando tenía quince años y él tenía veintidós. –Cierro los ojos y respiro profundamente–. Papá me obligó a ir, me dijo que le convenía que me asociara con un Guerrero, y mamá nunca ha contradicho a papá, así que fui…
–Continúa –me alienta, cuando quedo en silencio.
–Paseamos alrededor del río, que queda cerca de su casa, conversamos toda la tarde, y me relajé a su lado, incluso me divertí, pero luego me besó, y aunque no quería lo dejé que siguiera ya que no quería hacerlo enfadar. –Bajo la mirada, avergonzada–. No es un secreto que la familia Guerrero es peligrosa.
Espero el enfado de Camilo, pero ríe con mis palabras. –En eso tienes razón, Cristina.
Sueno mi nariz con el pañuelo y lo miro. –César… él… él no se detuvo, le rogué que lo hiciera, pero no se detuvo. Esa tarde me violó por primera vez, junto al río. –Los ojos de Camilo se abren, estupefactos–, y cuando yo estaba lavándome en la orilla del río, llorando, mientras César me amenazaba, apareció mi suegro, don Camilo.
Camilo jadea, horrorizado. –No puedo creer esto. –Se levanta, asqueado–. Mi hermano, mi propio hermano abusó de una niña… Y papá… No entiendo.
–Mi suegro trató horrible a César e incluso lo golpeó con una rama de un árbol, le dijo que siempre estaría avergonzado de su hijo. Luego me llevó a mi casa, y unas semanas después me llevó dónde un doctor, que le dijo que estaba embarazada. –Miro mis manos, nerviosa–. Habló con mi papá y ambos decidieron que lo mejor era que me casara con César. Le rogué a papá, pero no me escuchó… Ni siquiera le importó.
Camilo baja su cabeza. –Papá siempre ha sido un hombre de honor, creo que a su parecer, su hijo debía responder por lo que te hizo… ¡Ay, papá! –exclama, mirando el techo de su despacho–. Mi hermano, él te golpea, ¿verdad?
Niego con la cabeza, asustada, bajo mis mangas y abrazo mi cuerpo. –No.
Sus ojos me miran fieros. –No me mientas, muchacha –dice tomando mis manos, sobresaltándome–. Quiero ayudarte.
Lloro y asiento. –Sí –susurro–. Él hace lo que quiere conmigo, me obliga a…–Enrojezco de vergüenza–. a…
–Entiendo, cariño.
–Y me golpea muy duro. Últimamente ha comenzado a ahogarme en la bañera y a apretar mi cuello –digo, mostrándole las marcas rojas en él, debido al cinturón de César–. Quiere matarme.
Camilo se arrodilla frente a mí. –Y lo hará, muchacha. Últimamente he notado lo sádico que es César cuando trabajamos, y siempre me pregunté si era así con ustedes, pero los niños se ven tan felices con él.
–Es un excelente padre, no puedo decir nada de él respecto a eso.
Asiente. –Claudio, él no es hijo de César, ¿verdad?
Cubro mi rostro con mis manos, avergonzada. –Lo siento mucho.
Golpea mi rodilla, cariñosamente. –Tranquila. Debes tomar una decisión, cariño. Debes huir o César te matará.
Suspiro. –Lo he intentado en dos oportunidades, pero la última vez rompió dos de mis costillas y torció mi tobillo. Dejé de intentarlo desde entonces
–Hablaremos con él.
Niego con mi cabeza, aterrada. –No, por favor –le suplico llorando–. Me matará.
Sin embargo, durante la tarde, me convenció de hablar con César, y esa noche tomé la decisión que me pesará toda la vida.
–Ahora puede pasar.
Me giro hacia la enfermera.
–Gracias –susurro agradecida. Me preparo al lado de la habitación de mi pequeña y luego entro a verla.
–Oh, mi amor –susurro al verla en esa cama, tan pálida y débil–. Te amo, hija. –Tomo su mano–. Estoy aquí, contigo, cariño, y no me iré hasta que salgamos caminando por la puerta de este lugar. Eres fuerte, cielo, vencerás esto, lo sé. Tu hermano está aquí y te ayudará, mi amor.
Beso su frente, una y otra vez.
Mañana la operarán. Hoy en la noche intervendrán a mi pequeñín y luego mi hermosa Betty podrá tener una oportunidad.
–No te rindas, cariño. Sé fuerte como tu papá, cielo.
Ayuda a nuestra pequeñita, mi amor, y cuida a nuestro hijo hoy.
Sonrío al sentir su presencia a mi lado, casi como si me estuviera abrazando.
–Todo saldrá bien, Betty. Tu papá está con nosotras.