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Cerca Del Cielo, Lejos De Ti

Cerca Del Cielo, Lejos De Ti

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido
Popularitas:411
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

En la Ciudad de México, como en cualquier otra ciudad del mundo, los jóvenes quieren volar. Quieren sentir que la vida se les escapa entre las manos y caminar cerca del cielo, lejos de todo lo que los ata. Valeria es una chica de secundaria: estudiosa, apasionada por la moda y con la ilusión de encontrar al amor de su vida. Santiago es todo lo contrario: vive rápido, entre calles peligrosas, carreras clandestinas y la lealtad de su pandilla, sin pensar en el mañana.

Cuando sus mundos chocan, la pasión, el riesgo y el deseo se mezclan en un torbellino que los arrastra sin remedio. Una historia de amor que desafía reglas, rompe corazones y demuestra que a veces, para sentirse vivos, hay que tocar el cielo… aunque signifique caer.

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Veintidós

—Perdón, permiso, con cuidado… —iban entrando uno tras otro, como si hubieran invadido el vagón del metro Pantitlán en hora pico. Brayan, el Kevin, el Pollo, el Diego, Santiago y toda la banda se colaron sin pedir invitación.

—Ya, Fati, no te claves —le dice Marcelo agarrándola del brazo, con esa calma fingida de quien sabe que ya se salió de control—. Tú ni en bronca estás, la neta es tu carnal el que jaló a esta raza.

Cierra la puerta como quien intenta frenar el caos, pero ya es tarde.

El Chuy y Brayan se lanzan sobre el buffet como si fuera viernes de quincena en el tianguis de Tepito: tortas de jamón con mantequilla, pizzas de esas medio tiesas, gansitos, chocorroles. Todo desaparece como si no hubiera un mañana. Comen con la desesperación de quien lleva toda la tarde rolando en microbuses tuneados, con luces neón moradas, cumbias mezcladas con Caifanes y Héroes del Silencio tronando por las bocinas.

El Chuy se atora con una mordida de pizza y Brayan le empieza a dar palmadas en la espalda, tan duras que casi lo tumba contra la mesa. Escupe pedazos al mantel y varios fingen dignidad apartándose con cara de asco. El ambiente se convierte en un show involuntario. Marcelo se ríe como loco; Fátima, en cambio, palidece, porque esto pinta mal.

Mientras tanto, Diego anda husmeando entre adornos, levantando figuritas de porcelana y revisando si alguna era de plata. Sin miedo las iba guardando en la chamarra. Nadie se daba cuenta, pero ya varios empezaban a tirar colillas en las macetas porque no había ceniceros a la vista.

El Pollo, más práctico, localiza el cuarto de la mamá de la casa. La puerta cerrada, pero con la llave puesta. Inocentes. La gira y entra. Sobre la cama están las bolsas de las invitadas, ordenadas como si fueran exhibición de boutique en Perisur. Se da vuelo abriéndolas una por una, sacando billetes como quien reparte naipes en una mesa de dominó en la Merced.

—Órale, qué fresas, pero con lana —murmura divertido, sacando carteras repletas de billetes de a 200 nuevecitos.

En el pasillo, Brayan ya estaba echando carrilla a una amiga de Paulina. Le suelta comentarios subidos de tono, con ese tono de barrio que incomoda. El novio de la chica se le pone al brinco, medio ñoño, pero digno. Apenas esquiva un manotazo y se arma el pleito verbal. Brayan odia que lo sermoneen. Su jefe es abogado, pero él ni por error se va a clavar en derecho. La palabra le cansa, prefiere los golpes.

Paulina, nerviosa, inventa excusa: —Ay, se me corrió el rímel, voy al baño —y se esfuma para no quedar embarrada en la bronca.

El Pollo sigue a lo suyo. Vacía el último bolso y suelta un chiflido: —No manchen, ¿quién viene con un bolso de marca y apenas trae un billete de a diez? ¡Qué miserable!

Entonces ve uno escondido bajo un saco de lino. Pesado, con asa de cuero trenzado. Sonríe como niño en feria. Empieza a deshacer el nudo con las uñas comidas cuando de repente se abre la puerta. Esconde el bolso tras la espalda.

Entra una morra morena, sonrisa confiada, falda corta con estampado colonial. Se detiene al verlo y suelta, tranquila:

—Cierra la puerta.

Él obedece sin chistar. Saca de nuevo el bolso, hurgando como si nada. Ella lo mira con fastidio.

—¿Qué traes, güey? —le espeta con desdén.

—¿Qué crees? Tu bolso.

—Pues dámelo.

—¿Y qué esperas? Agárralo.

Pollo señala la cama llena de bolsas saqueadas.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Porque lo tiene un idiota en la mano.

El Pollo suelta una risita burlona. Le echa un vistazo más detallado: pelo lacio con un mechón rebelde cayéndole al costado, labios apretados con ese gesto de fastidio típico de las niñas fresas de la Condesa.

Encuentra la cartera y se la avienta: —Órale, basta pedirlo.

Ella la atrapa al vuelo y sin perder tiempo se pone a revisar.

—¿No te enseñaron que no se andan hurgando los bolsos de las señoritas? —lo encara, arqueando la ceja.

—Nunca hablé con mi jefa —responde con cinismo—. Pero tú sí deberías tener una platiquita con la tuya.

—¿Por?

—Pues no se puede ir a un reventón con un bolso chido y apenas cincuenta pesos en la cartera. Eso es pecado en el DF.

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Maria Consuelo Rodriguez Berriz
Me gusta tu Novela, el contexto juvenil dónde se desarrolla es muy agradable. Gracias.
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