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Heridas Que Reabren

Heridas Que Reabren

Status: En proceso
Genre:Casarse por embarazo / Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Padre soltero / Madre soltera
Popularitas:284
Nilai: 5
nombre de autor: Eduardo Barragán Ardissino

Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.

NovelToon tiene autorización de Eduardo Barragán Ardissino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 3: Reyna y Sofía

Eran casi las 12 del mediodía, pero seguía acostada en su cama de dos plazas. Llevaba más de una hora durmiéndose y despertando, una y otra vez. Su cabeza sufría los estragos de la noche anterior, pero consideró que lo mejor sería levantarse y desayunar algo, pues el hambre la empezaba a fastidiar.

Notó que Sofía ya no se encontraba acostada junto a ella. No sé preocupó por eso, ya que la niña podía arreglárselas por sí sola para encontrar algo para comer. Sin mencionar que tenía prohibido salir a jugar sin haber desayunado primero (regla que la menor de edad siempre obedeció). La ausencia de toda la vestimenta, que dejó en aquella silla negra la noche anterior, le dejo en claro que su hija ya no se encontraba dentro del departamento. Sin embargo, le era imposible saber cuánto tiempo llevaba sola en esa pieza, apenas iluminada por un poco de luz solar filtrada por los pequeños orificios de la persiana.

Luego de algunos intentos consiguió sentarse en la cama, para luego abandonarla poniéndose de pie. Como siempre, dejó todo en la habitación tal como estaba y se encaminó al baño directamente. Necesitó lavarse la cara durante casi cinco minutos antes de decidir que ya podía ir a la cocina-comedor.

Sentada frente a la mesa, con las persianas totalmente bajas como siempre, le estaba dando el primer sorbo a su taza de café cuando la pequeña Sofía entró precipitadamente en el lugar por la puerta, con su confiable pelota de trapo bajo el brazo.

—Hola, buen día —le sonrió su madre, haciendo que la niña abandonara su juguete en un rincón para ir a darle un beso en la mejilla izquierda— ¿Ya desayunaste algo?

—Sí, me comí las galletitas que quedaron en el tarro rojo —respondió Sofía, sentándose en el piso para quitarse las zapatillas.

—¿Dormiste bien? ¿Hace mucho que estás levantada?

—Sí, dormí bien, ma. Pero no me fijé a qué hora me levanté, así que no sé cuánto llevo levantada.

Mientras Sofía se quitaba las medias, Reyna notó que su hija mantenía en el rostro la sonrisa pícara que tenía en el momento en que la vio entrar. No necesitaba preguntarle nada, pues sabía que la niña le relataría cualquier cosa que tuviera para decirle sin necesidad de una solicitud. Esa expresión, como bien lo sabía ella, significaba "pasó algo que quiero contarte porque fue muy divertido, mamá".

—Ma, quiero contarte algo —dijo de pronto la menor, ampliando la sonrisa de su cara, a la vez que dejaba sobre una silla cercana el vestido celeste que acababa de sacarse— ¿Viste el nene de la torre 3? Recién lo vi en calzoncillos.

El sonido de las leves e inocentes carcajadas de la niña se mezclaron con el que produjo Reyna al beber otro sorbo de café. El hijo del tipo blanco ese. Razón de más para querer conocer el resto de la anécdota de su pequeña, al tener relación con esos dos que se habían mudado ahí una semana atrás. Por lo tanto, simplemente observó a su hija mientras esta acababa de quitarse toda la ropa, dándole a entender que estaba escuchando y que podía proseguir.

—Él no me vio a mí —rió Sofía, como si estuviera siendo la narradora de una historia emocionante —. Yo estaba subiendo la escalera de la torre, cuando de repente él salió de su casa. Miraba para el portón de la calle. Tenía nada más una remera y un calzoncillo. Yo me agaché rápido, y me escondí en la escalera, pero pude asomarme sin hacer ruido. Se quedó ahí mirando un poquito, y después volvió a meterse en su casa.

La curiosa anécdota, que Sofía tanto quería relatarle a su mamá, no generó el impacto que la niña estaba esperando. Creyó que también se reiría de lo ocurrido, y que haría algún comentario gracioso al respecto. Debido a eso, quedó muy confundida al contemplar a su madre con el ceño fruncido, acabando de ingerir lo poco que le quedaba en su taza.

Reyna había visto a ese niño sólo en contadas ocasiones desde el día en que él y su padre se mudaron ahí. No obstante, sabía que constantemente lo dejaba en casa de la anciana de la torre 5 para irse a trabajar.

—Seguramente también para irse un rato de putas —pensaba ella siempre—. Así son estos tipos, se les ve en la cara.

No le agradaba tener cerca a un padre así, uno que consideraba irresponsable. Por si fuera poco, también se había divorciado y tenía él la custodia del niño. Era lo que más le molestaba ¿Quién decidió que el niño no debía irse a vivir con su madre, y en cambio debía quedar bajo la tutoría de semejante sujeto? ¿Por qué alguien le haría algo así al nene? Siempre sospechó la existencia de alguna clase de arreglo monetario entre el tal Fabián y los encargados de mediar la separación entre él y su esposa. Más hombres blancos, ineptos y corruptos. No podía ser de otro modo, y no dudaba de que ese tipo pudiera permitirse hacer uso de todo su dinero de esa forma, como (según aseguraba ella) lo confirmaba el auto en que lo vio llegar aquella tarde de noviembre del año anterior.

Cuando Daniel le comentó que había encontrado a un hombre interesado en alquilar uno de los departamentos con dos habitaciones tuvo su primer mal presentimiento. El segundo tuvo lugar cuando se encontraba descolgando la ropa que dejó secándose en el tendedero ubicado en la azotea de la torre número 7.

Había dejado a Sofía mirando televisión, y con su nuevo teléfono celular en las manos. También ella deseaba distraerse un rato con el suyo antes de empezar a preparar el almuerzo, pero ya que la conexión a internet no llegaba a ese lugar, debía esperar a terminar con su labor. Estos pensamientos eran lo único que ocupaba su mente cuando aquel auto apareció en medio de su campo de visión. Jamás había visto uno como ese tan cerca hasta ese entonces. La había dejado sorprendida por lo bien cuidado que parecía estar, y lo caro que probablemente era. Daniel debió haber estado esperándolo en el portón de entrada, ya que ambos entraron juntos al lugar. Ella ya había bajado, olvidando arriba la poca cantidad de ropa seca que debía llevar consigo. Quería ver de cerca a la persona dueña de aquel auto, aparcado en el constantemente vacío estacionamiento del complejo.

Al día siguiente, Daniel confirmó como cierta la teoría de que ese hombre blanco, de vestimenta cara y elegante, era efectivamente el sujeto del que le había hablado antes.

Conforme iban avanzando las semanas, cada dato que él le facilitaba respecto a aquel padre soltero, solamente aumentaba su repelús y su rechazo. No se enteraron de mucho, pues Fabián nunca hacía énfasis en sus asuntos privados, pero para Reyna resultaba suficiente. Pudo formarse una idea sobre lo que le esperaba teniéndolo como vecino. Por lo tanto, cuando aquella inminente mudanza se convirtió en un hecho que debía aceptar, hizo todo lo posible por ignorar su presencia, y por no tener ni el menor trato con él. Más temprano que tarde, tuvo que reconocer que eso sería imposible, ya que antes del transcurso de una semana desde la mudanza, el nuevo vecino se las arregló para arruinar, en tan solo un fugaz segundo, uno de los momentos más disfrutables de la semana para ella: cuando, temprano en la madrugada, daba algunos pasos fuera de la seguridad de su departamento, completamente desnuda.

No podía llevar a cabo esta actividad todos los días, pues debía levantarse temprano para ello, lo que se le complicaba bastante. Sin embargo, conseguía hacerlo tres o cuatro veces a la semana, ya que siempre disfrutó de la agradable sensación de la brisa del exterior contra su cuerpo expuesto. Andar de ese modo por la casa todo el día, al igual que su niña, era muy agradable, pero no se comparaba con lo liberador que le resultaba eso afuera.

Le tomó tres días, luego de su mudanza, cuando Sofía solo tenía tres años, descubrir que podía hacer eso. La pequeña se había despertado en la madrugada debido a una pesadilla, ese sábado, logrando conciliar el sueño poco después, abrazada a su mamá. Ella no tuvo la misma suerte.

—Extraño a papá —exclamó Sofía medio dormida—. Él no era tan malo.

Mientras la niña conseguía regresar a su sueño profundo, Reyna se decía a sí misma que no podía enojarse con su hija, sin importar lo que hubiera dicho. Su madre probablemente la habría levantado de la cama de inmediato, para proceder a castigarla sin pérdida de tiempo, si ella hubiera dicho una cosa como esa, sin importarle su temprana edad. Siempre había sido así con todas sus hermanas, pero ella no. Decidió que sería diferente con su hija, pero la rabia y la tristeza que experimentó en ese instante la hicieron sentir confusión.

Al no poder conciliar el sueño, se levantó de su cama lentamente, procurando que Sofía no se volviera a despertar.

Sentada en una silla, frente a la mesa de la cocina-comedor, se quitó las pantuflas, la única prenda de vestir que llevaba encima, antes de dar un trago a su botella de cerveza. Solo se había calzado por temor a electrocutarse al abrir la heladera. Ya le iba a dar un segundo trago a su botella cuando su atención se centró en las persianas que permanecían cerradas constantemente, para evitar que alguien (en especial algún varón, de cualquier edad) pudiera verlas a cualquiera de las dos. En esa ocasión, aquellas persianas, y esos pensamientos, la llevaron a recordar que ninguna de las pocas personas que habitaban algunos de los otros departamentos se levantaba temprano, todos dormían hasta tarde. Así se lo había comentado Daniel en una ocasión, y ella pudo comprobarlo en los pocos días que llevaba viviendo ahí. En su momento no le prestó atención a este detalle, aparentemente insignificante, pero en esa madrugada esta información la llevó a pensar en una idea que parecía bastante interesante, acompañada por el deseo de llevarla a cabo cuanto antes. Dejando la botella a un lado, se encaminó hacia la puerta de entrada, así como estaba, después de asegurarse de que Sofía siguiera durmiendo. Giró la llave en la cerradura y abrió la puerta, permitiendo que la brisa de la mañana (colada, al no haber puerta en la entrada de la torre) hiciera contacto directo con cada centímetro de su cuerpo desnudo. Tras comprobar que no existía ningún peligro, acercó a la puerta la silla que tenía más próxima para evitar que se cerrara, despertando a la niña, y retrasando su reingreso al departamento. Acto seguido, dio unos pocos y tímidos pasos afuera, siempre mirando alrededor suyo, y cubriendo sus senos y su entrepierna, con su mano y brazo respectivamente. El frío que hacía no la molestó en lo más mínimo, gracias a una resistencia hereditaria a esto, la cual siempre había tenido, y a que no era muy intenso en esa ocasión. Aún estando cerca de la entrada de su casa, regresó sobre sus pasos rápidamente, y cerró la puerta.

Realmente se sintió muy bien al hacer eso, por lo que no tardó en repetirlo, pocos días después. Antes de que se diera cuenta, ya lo había convertido en su nuevo pasatiempo. Aquel castigo de su madre, infligido a ella una sola vez en toda su vida, quedó definitivamente en el olvido.

Tiempo después, ya empezaba a animarse más ahí afuera, atreviéndose a ir un poco más lejos en cada salida, sin alejarse mucho de la puerta de su casa. En algunos casos subía algunos escalones, siempre con sus debidas precauciones, y en otros iba vestida solo con su bata hasta la azotea de la torre, con su silla de playa bajo el brazo, solo para quitársela, y proceder a relajarse unos minutos ahí.. También llegó a hacer eso en un horario más avanzado de la mañana, cuando consideraba que la temperatura era la apropiada, aprovechando que su hija había empezado a asistir a clases, para poder asolear perfectamente todo su cuerpo, después de asegurarse de que no habría interferencias de ningún tipo. Esto no era difícil, dada la poca cantidad de gente en el complejo, y que solo los inquilinos de esa torre tenían permitido estar en la azotea de la misma.

En ningún momento de esos cinco años que llevaban residiendo en aquel lugar, Reyna le confió a su hija las "tonterías arriesgadas" que llevaba a cabo para divertirse. Prefería guardarlo en secreto, y no exponer a la menor a la tentación de imitarla. Consideraba que ella únicamente debía andar así por la casa, como le inculcó desde que se mudaron.

Nunca la obligó a andar desnuda, pues no era su manera de ser. No obstante, le planteó que no había necesidad de que las dos estuvieran con la ropa puesta al estar en la casa, y que, siendo las dos mujeres, podían ver el cuerpo desnudo de la otra sin que existiera problema alguno al respecto. Ante el ejemplo dado por la madre, la menor no dudó en imitarlo, y así fue siempre. Sin embargo, no iba a dejar que se enterara de su juego secreto, era solamente para ella. De este modo se mantuvo hasta esa madrugada del 10 de enero.

Sabía que no sería para nada bueno que ese tal Fabián viviera en el mismo complejo que ella, pero nunca imaginó que se llevaría a cabo semejante encuentro entre ambos. Prácticamente le había perdido el miedo a ser pillada por alguien mientras daba algunos pasos fuera de la torre en esas condiciones. Con los brazos a los costados del cuerpo, cerró los ojos durante un breve segundo para disfrutar aún más del momento. Algo la obligó a abrirlos solo para encontrarse con el nuevo vecino, quien salido de la nada, estaba ahí parado, mirándola fijamente con la boca abierta.

Luego de media década, finalmente había pasado. Fue sorprendida en uno de sus paseos matutinos, y por un hombre. A toda velocidad se cubrió inútilmente con un brazo y una mano, a la vez que profería un grito y se apresuraba a regresar a su casa, dónde cerró la puerta, y dónde un fuerte sentimiento de vergüenza y humillación no demoró en hacerse presente.

Un tipo la había visto desnuda. Y no solo eso; cada vez que recordaba ese momento, se odiaba a sí misma con mucha intensidad por no haber procedido de otra manera ante el encuentro, reduciendo un poco su humillación. Él sólo la había visto por delante, pero al salir corriendo, dándose la vuelta, con las manos al frente, también puso verla por detrás. No vio que desviara la mirada, ni que se cubriera los ojos, por lo que sabía que lo había hecho, y eso le hacía hervir la sangre como no le ocurría en mucho tiempo.

No sabía qué hacer a continuación, salvo evitar aún más el encontrarse con aquel hombre. Por suerte, su precipitada entrada a su casa no despertó a Sofía. Lo que menos deseaba en esos momentos era darle explicaciones a su hija respecto a lo que acababa de suceder. Trataría de no pensar en eso y seguir con su vida.

Tenía casi olvidada la existencia de Fabián cuando Sofía interrumpió su desayuno para contarle la divertida anécdota en la que acababa de ver en paños menores al hijo de aquel sujeto. Le sorprendió lo irónica que podía tornarse la vida en ocasiones.

—¿Qué estabas haciendo vos en esa torre? —le preguntó intrigada, y con una expresión seria en el rostro.

Sofía quedó algo confundida al verle la cara, pues no recordaba que su mamá la hubiera mirado así con anterioridad. No sabía si acababa de hacer algo malo, y Reyna no podía decirle que efectivamente fue así, ya que jamás le prohibió juntarse con ese nene. No se le hacía correcto, al no poder darle a su hija una verdadera y entendible razón para justificar eso. Sin embargo, durante esa última semana hizo todo lo posible por evitar que su hija se cruzara con el hijo de ese hombre.

La perspicaz niña se percató de que existían ciertos problemas entre su madre y esa nueva familia de dos personas. Por lo tanto, sospechaba que podría estar haciendo algo que no debía al subir al primer piso de la torre 3, buscando encontrarse "accidentalmente" con aquel nene, para invitarlo a jugar con ella. Pero, en ese momento, estaba dispuesta a correr el riesgo de hacer enojar a su mamá, no soportaba más el aburrimiento.

Al tenerla delante suyo, aparentemente enfadada, pensó que tal vez no debió haber seguido ese razonamiento, o al menos, no haberle relatado nada a ella.

—Es que vi que llegaron una señora y una nena —mintió a medias la niña, pues las había visto entrar al complejo, y sentía curiosidad por saber quiénes eran, y qué querían ahí, siendo este el segundo motivo por el que decidió subir esas escaleras—. Iban con muchos bolsos a la torre 5. Como empezaron a subir por las escaleras, yo también lo hice, pero por las de la torre 3, para tratar de verlas mejor desde ahí. Aunque, por lo que pasó con el nene ese, no pude ver si fueron al primer o al segundo piso.

Reyna no se detendría a intentar decidir si creer que su hija le estaba diciendo la verdad, o había improvisado una mentira para no reconocer que quiso hacer el intento de jugar con aquel muchachito casi desconocido para ellas, ayudada por la oportuna llegada de esas personas que tuvo la fortuna de presenciar. Quería poner toda su atención en el nuevo dato que Sofía le había facilitado, y en lo que esto podría llegar a implicar. Daniel no le dijo nada respecto a nuevos inquilinos, además de que su hija no mencionó nada sobre hombres cargando muebles, por lo que esas dos personas no podían estar en ese sitio para ocupar alguno de los departamentos vacíos.

—Deben haber ido con la vieja esa —dijo en voz alta, haciendo que la niña levantara la vista, ignorando la pantalla del celular que ya había agarrado del rincón, al ver que su mamá ya no le prestaba atención— ¿Cómo se llamaba?... Argelia, sí.

—¿La nena irá a vivir ahora con esa abuela? —preguntó Sofía, hablando más consigo misma que con su progenitora.

—Si fueron al segundo piso, es lo más seguro —pensó Reyna, sin intención de responder a la pregunta que su hija hizo—. El único departamento ocupado del segundo piso es el de la vieja, y los del tercero están todos vacíos. Tiene que haber ido ahí. Pero no es lo bastante grande como para que entren tres personas, es como este. Pero, si realmente llevaban varios bolsos, como Sofía dijo, quiere decir que al menos una de las dos va a vivir con Argelia, temporal o permanentemente, cualquiera de las dos cosas es posible. Y no creo que sea la mujer la que se quede acá ¿Para qué vino la nena entonces? ¿Qué va a hacer después? ¿Alguien va a venir a buscarla? Es posible. Pero lo más seguro es que sea esa nena la que se quede.

—Ojalá que quiera ser mi amiga —exclamó su hija, volviendo a poner casi toda su atención en su celular, a la vez que se sentaba en el piso—. Estaría bueno, ¿no?

—Sí, muy bueno —respondió su mamá, no siendo del todo sincera, ya que consideraba probable que, al vivir esa niña en casa de Argelia, no tardara en comenzar a relacionarse con el hijo del tal Fabián.

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Kami
Me gustó la forma de narrar
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias♥️.
total 1 replies
Tae Kook
No puedo creer lo bien que escribes. ¡Me tienes enganchada! 🔥🤩
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias, me alegra saberlo💖.
total 1 replies
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