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Welcome To The Imgard

Welcome To The Imgard

Status: En proceso
Genre:Romance / Venganza / Intrigante / Época / Traiciones y engaños / Sherlock
Popularitas:475
Nilai: 5
nombre de autor: Nijuri02

En el elegante y exclusivo Imperial Garden (Imgard), un enclave de lujo en el Londres de 1920, la vida de las doce familias más ricas de la ciudad transcurre entre jardines impecables y mansiones deslumbrantes. Pero la perfección es solo una fachada.

Cuando un asesinato repentino sacude la tranquilidad de este paraíso privado, Hemmet, un joven detective de 25 años, regresa al lugar que dejó atrás, escondido tras una identidad falsa.
Con su agudeza para leer el lenguaje corporal y una intuición inquebrantable, Hemmet se sumerge en el hermético círculo social de Imgard. Mientras investiga, la elegancia y los secretos del barrio lo obligan a enfrentarse a su propio pasado.

En Imgard, nada es lo que parece. Y cada elegante sonrisa esconde un misterio.

NovelToon tiene autorización de Nijuri02 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo Dos: Shelford

"En una pelea a puño limpio, el enojo es un factor fundamental.

Ganará aquel que logre enfurecer a su oponente".

Atte: Papá

Aquella tarde de abril se acercaba a su fin. Mireia y su sirvienta se distraían, como era costumbre, limpiando el inmenso jardín de flores que adornaba el patio trasero.

Reían y disfrutaban de conversaciones triviales, rodeadas por decenas de variedades y colores que creaban un hermoso contraste primaveral.

—¿Ya pensó en el matrimonio, señorita Mireia? —preguntó Eve con picardía, interrumpiendo un momento de silencio.

—Mmh… Puedes preguntar algo más —dijo Mireia, riendo. —Creo que no estoy lista aún. Prefiero leer y cuidar del jardín contigo.

Ambas estaban de rodillas en la tierra, quitando con pequeñas tijeras la maleza que apenas brotaba.

—¿Y usted? ¿Cómo se lleva con su marido? —preguntó Mireia, curiosa.

—Hace tiempo que no hablamos, no nos abrazamos, no compartimos momentos —respondió Eve con tranquilidad. Luego, una sonrisa ladeada apareció en sus labios. —En realidad… así estoy mejor.

Mireia no comprendía del todo las palabras de su sirvienta. Las cosas románticas y el amor no eran una parte central de su vida, a pesar de que sus padres le habían dado la libertad de casarse con quien deseara.

Después de unos minutos de apacible silencio, unos gritos resonaron desde el interior de la mansión.

—¡Intruso! ¡Intruso en la entrada!

Eran las voces de los guardias de la casa, hombres ataviados con sacos rojos y un garrote en mano, entrenados para vigilar y proteger la residencia Shelford.

La curiosidad venció a Mireia, y corrió frenéticamente hacia la entrada. Eve la siguió de cerca.

—¡Despacio, señorita! ¡Puede caer, está muy débil! —gritó la sirvienta, agitada, pero Mireia no le hizo caso.

Sin salir del vestíbulo, Mireia se apoyó en el marco de la puerta, ligeramente oculta, observando la entrada principal.

Y allí estaba él, ya dentro de la casa.

Las llaves las tenían solo los guardias y los dueños, pero él había logrado entrar. Estaba sentado frente a una gárgola de mármol gris, con los brazos alrededor de las rodillas, agitado. A su lado, en el suelo, yacían las llaves de la casa.

Mireia miró las llaves un momento, luego alzó la vista y vio a uno de los guardias inconsciente, tendido fuera de las rejas.

Tras unos segundos, sus ojos se posaron de nuevo en el joven.

Sus rizos cortos brillaban por el sudor, y gotas caían por su rostro hasta sus gruesos labios.

Su camisa blanca estaba arrugada y casi desabrochada, dejando ver su pecho empapado por la transpiración.

Sobre su hombro, llevaba el chaleco y el saco, y a su lado, en el suelo, su boina y el misterioso cofre de madera.

Mireia solo observaba, de arriba abajo, preguntándose quién era aquel hombre. Su timidez y el miedo a que fuera un ladrón la paralizaban. Eve apareció detrás de ella.

—Señorita, es peligroso —susurró entre dientes, tirando suavemente del vestido de la joven para que retrocediera.

Finalmente, el joven se puso de pie. Su estatura era imponente, al menos 1.80 metros. Se arremangó la camisa, revelando unos brazos largos y fuertes.

—Uff… creo que llegué —se dijo a sí mismo, mirando la entrada con una pequeña risa.

De repente, un guardia pasó corriendo por la puerta con su garrote en alto, listo para golpearlo.

—¡Retírese de esta casa, ladrón! —gritó el guardia.

Con un simple toque de nudillos, el joven le arrebató el garrote. Luego, con la falange media del dedo medio de su otra mano, tocó suavemente el mentón del guardia, que cayó al suelo mareado.

Todo sucedió en cuestión de segundos; ni siquiera los presentes se habían dado cuenta de lo que realmente había pasado.

Justo entonces, aparecieron dos guardias más.

—¡ALTO! —La voz grave del señor Frank Shelford, el padre de familia, resonó desde el interior de la casa. —¡Qué diablos hacen! ¡Es nuestro invitado!

El señor Shelford salió, apretando los dientes de la rabia, y lanzó una mirada severa a su hija.

—Mireia, ¿qué son esos modales? Ven a saludar al detective…

Mireia, todavía en shock, no lograba decir una palabra.

—Gusto en conocerlo, señor Shelport —dijo el joven, extendiendo la mano.

—Shelford —susurró un guardia.

—Shelford —corrigió el joven, mientras Frank aceptaba el saludo. —He escuchado cosas buenas de usted. Mi nombre es John Fareyn.

—Déjeme presentarle a mi hija, Mireia Shelford —dijo Frank. —Y también a su fiel sirvienta, la señorita Eve. Debo decir también que ahora que usted es parte de esta casa por un tiempo, ella también estará a sus servicios. ¿No es así, Eve?

La sirvienta se inclinó en señal de respeto.

—Así es, mi señor —dijo, con una sonrisa.

Mireia seguía observando al joven con detenimiento, sin decir una sola palabra.

—Ejem… —Frank carraspeó, esperando que su hija hablara.

—Em… sí… Hola —dijo Mireia finalmente, haciendo una reverencia un tanto torpe.

—Un gusto, Mireia —respondió el joven.

—Bueno —dijo el padre. —Ya que nos conocemos, podremos continuar la conversación en la cena. —Frank miró a uno de los sirvientes dentro de la casa.

—Thomas, ven a recoger las cosas de nuestro invitado y enséñale su habitación y el baño. También… —Frank se volvió hacia Hemmet. —Muéstrale la ducha.

El sirviente asintió, levantó una valija y se dispuso a tomar el cofre de madera.

—Ah, ah. Este lo llevo yo, muchas gracias, Tomy —dijo Hemmet, siguiendo al sirviente y subiendo las escaleras.

—Es extraño, ¿no? —preguntó Mireia a Eve.

—Me pareció un poco… ¿tonto?

Ambas rieron a carcajadas. Frank las miró, sin comprender la situación.

Con la llegada de la noche, la familia y el joven disfrutaban de una elegante cena.

Había comidas de todo tipo, desde carnes asadas hasta frutas de temporada, dispuestas sobre una mesa brillante.

—Y bien, John Fareyn —la madre, Elena, fue la primera en romper el silencio. —Cuéntenos…

—¡¿Cuántos casos resolvió?! —interrumpió Mireia, exaltada.

—Hija, por favor. Muestre respeto hacia el invitado —exclamó su padre.

—Bueno… en realidad no muchos —respondió Hemmet con calma. —Hace poco terminé mi entrenamiento.

—¿O sea que, es un don nadie? —continuó la madre, en tono burlesco y con un dejo de desdén.

—Puede ser —dijo Hemmet, sonriendo mientras cortaba su carne con serenidad.

—Parece que el caso se va a resolver muy rápido entonces… —continuó Elena en tono desaprobatorio, mientras observaba fijamente a su marido en la otra punta de la mesa.

Frank agachaba la cabeza, avergonzado.

Hemmet observaba la situación de reojo. Sonrió internamente y chasqueó los dedos de su mano derecha.

—De hecho… —comenzó a hablar. —Señorita Eve, ¿puede pararse a un lado de la señorita Mireia?

Todos lo miraron extrañados, pero Eve asintió y se colocó a un lado de Mireia, sin entender lo que sucedía.

El joven se limpió la boca con una servilleta y continuó.

—En América tuve grandes compañeros que me enseñaron sus trucos… —El detective se puso en pie y se acercó lentamente hacia Elena. —Otros, los aprendí por cuenta propia. Eve, por favor, tome el pañuelo de su bolsillo izquierdo.

Eve estaba sorprendida. Sin pensarlo, sacó aquel pañuelo rojo de seda.

—Y algo que nunca voy a olvidar es… —Hemmet, antes de seguir, levantó una servilleta de la mesa, la colocó frente a Elena, y la miró. —Hay que estar listos siempre para todo.

Hubo un segundo de silencio. De repente, ambas mujeres, Elena y Mireia, comenzaron a toser fuertemente.

Eve colocó el pañuelo en la boca de Mireia, y Hemmet repitió la acción con la señora Elena.

El señor Frank no dudó en levantarse, no por la tos, sino por el asombroso gesto del detective al actuar con tanta calma y serenidad.

¿Cómo sabía que iban a toser?, se preguntó en su cabeza.

Una vez que la tos se calmó, el joven hizo una bolita con la servilleta y la guardó en el bolsillo de su pantalón.

—Bueno, es hora de dormir. Mañana será un largo día —dijo con tranquilidad. —Hasta mañana, señores Shelford.

Después de esas palabras, se marchó sin decir nada más.

Aquellos que habían presenciado aquel momento se quedaron mirándose, con una misma pregunta en sus mentes:

¿Qué había pasado?

1
Thaurusi
buen ritmo. siento que ba a pasar algo grande. quiero masss
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