Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
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capitulo 3 : La hija del enemigo
Brendan Thompson no era un hombre que se dejara sorprender. A sus cuarenta y dos años, había visto más de lo que la mayoría se atrevería a imaginar. Había hecho negocios con asesinos, corrompido políticos, comprado silencios, vendido destinos. Había aprendido que en su mundo todo tenía un precio: la lealtad, la vida, el amor.
Por eso, cuando su asistente le dijo que la reunión de esa noche sería con Dakota Adams, lo único que hizo fue entrecerrar los ojos y asentir. No dijo nada. Pero por dentro, algo se activó. Un clic. Un eco.
Sabía quién era. Todos sabían quién era.
La hija única de Margaret y George Adams. Una familia americana con más poder que algunos gobiernos, y enemigos de viejas alianzas europeas, incluidas las suyas. Durante años, los Adams habían intentado expandirse en Europa, pero Brendan se encargó personalmente de cerrarles el paso. Lo hizo con elegancia, claro. Con contratos, alianzas estratégicas, y si hacía falta, con amenazas disfrazadas de diplomacia.
Lo último que esperaba era que la heredera perdida —esa mujer que se había mantenido fuera del foco público durante años— reapareciera justo en Berlín. Y menos aún, que viniera a sentarse frente a él a negociar.
Según los informes que tenía en su escritorio, Dakota Adams no era lo que parecía. Había rechazado públicamente formar parte del directorio de su familia, se había alejado de los negocios principales y había intentado hacer carrera sola, por fuera del apellido. Nadie la había visto en eventos sociales. No salía en revistas, no daba entrevistas. Un fantasma.
Pero su expediente le contaba otra historia.
Una moto. Tatuajes. Piercings. Viajes sin destino fijo. Cuentas bancarias personales separadas de las de su familia. Inversiones arriesgadas hechas con fondos propios. Y un pequeño pero ambicioso proyecto empresarial que la traía a Berlín: abrir una red de hoteles boutique de lujo para jóvenes ricos que no quisieran parecer ricos.
A Brendan, eso le causaba gracia. La rebelde millonaria jugando a la empresaria. Pero algo en ella lo intrigaba. No por su apellido. Por su decisión de desaparecer. Por haber escapado de la jaula de oro sin pedir permiso. Eso… eso no era común.
La vio llegar antes de que cruzara la puerta de la sala de reuniones. Estaba al otro lado del salón de mármol blanco del hotel Thalassia, uno de los más exclusivos de su cadena. La observó mientras hablaba con alguien de recepción, sin darse cuenta de que él la estudiaba desde la galería superior. Lo hacía como observaba todo: en silencio, con esa mirada depredadora que no dejaba escapar ni un gesto.
Y entonces la vio de verdad.
Dakota Adams no era lo que esperaba. Era más.
Llevaba un vestido negro ajustado que delineaba su figura voluptuosa como si hubiese sido tallado para ella. No era alta, pero su presencia llenaba el lugar. Sus piernas fuertes, los tatuajes apenas visibles bajo la tela, la forma en que caminaba con seguridad sin sobreactuarla. Como si supiera perfectamente quién era… pero no necesitara demostrarlo.
El pelo corto, rebelde. Los ojos celestes, brillando con desafío. Y la boca… una curva que podía ser sonrisa o amenaza, dependiendo de quién la mirara.
Brendan sintió algo que no sentía desde hacía mucho: curiosidad mezclada con algo más oscuro. Deseo. No uno simple, superficial. No. Era esa atracción que nace cuando se cruzan dos fuerzas que podrían destruirse o elevarse mutuamente.
Y él no era de los que se dejaban elevar.
Se quedó unos segundos más observándola antes de bajar las escaleras. Cada paso medido. Controlado. Ya no era solo una reunión. Era un juego. Uno donde él solía ganar sin ensuciarse.
Cuando entró a la sala, ella ya estaba sentada, revisando unos papeles. Levantó la mirada y, por un instante, sus ojos se cruzaron. Ninguno de los dos sonrió. Ninguno desvió la mirada.
—Señor Thompson —dijo ella primero, con una voz baja, firme. Un acento suave, americano, pero sin la dulzura fingida de la alta sociedad. Era directa. Serena. Peligrosamente sincera.
—Señorita Adams —respondió él, sentándose frente a ella sin ofrecerle la mano. No porque le faltara educación, sino porque no quería contacto aún. No sabía qué podía pasar si la tocaba.
El silencio entre ellos duró apenas unos segundos, pero se sintió como un pulso. Como un respiro contenido. Ambos sabían que eso no era una reunión común. Y aunque aún no se habían dicho nada importante, todo estaba dicho.
Brendan apoyó los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y la miró a los ojos.
—Debo admitir que no imaginaba encontrarla aquí. Pensé que usted no se mezclaba con... este tipo de gente.
Dakota sonrió, apenas.
—Depende. ¿A qué tipo de gente se refiere?
Él se inclinó levemente hacia adelante.
—A los que no creemos en las reglas. A los que preferimos el poder al permiso.
Ella sostuvo la mirada, sin miedo.
—Tal vez por eso estoy aquí.
Y entonces Brendan lo supo: esa mujer no era una heredera jugando a los negocios. Era una jugadora real. Y él quería saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar.