Si hubiera sabido el impacto que tendrías en mi vida, hubiera corrido en otra dirección que no fuese la tuya
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Espejo
Esa noche, cuando llegué a casa después de descubrir todo sobre Dylan—o Alexander, ya no sabía cómo llamarlo—me sentía traicionada. Sin embargo, no era un sentimiento tan impulsivo ni lleno de odio como había esperado. Había dolor, claro, pero también una extraña comprensión de que no podía cargar todo el peso de la culpa sobre él. Las relaciones, después de todo, son complejas, y las personas no siempre actúan de forma perfecta.
Mandé el mensaje de “¿Me explicas?” con la foto como evidencia, y su respuesta no tardó en llegar. No fue una disculpa ni una negación, sino algo más relajado, casi resignado. “Noooo, te enteraste JAJAJAJA”, respondió. Al leerlo, suspiré, ya no sentía la necesidad de armar una escena ni de exigir más explicaciones de las necesarias. Él me había engañado, sí, pero eso no significaba que todo lo que habíamos vivido fuera falso.
Decidí que necesitaba espacio. Esa misma semana, emprendí un viaje a la playa para despejar mi mente. Sabía que huir no resolvería todo, pero me daría el tiempo que necesitaba para asimilar lo que había sucedido. Durante el trayecto, Dylan seguía enviándome mensajes, algunos con disculpas superficiales, otros intentaban ser graciosos, como si nada hubiera pasado. Aunque me dolía, respondí de forma calmada, sin buscar pelea. Acepté que lo que él había hecho no era por maldad, sino por miedo o quizás por debilidad.
Tenía una visión clara de lo que había pasado con Dylan y no dudaba en señalarlo. “Te mereces algo mejor”, pero sabía que aún no estaba lista para juzgar a Dylan tan duramente.
El viaje a la playa me ayudó a liberar tensiones. Mientras me sumergía en el mar y sentía la brisa cálida en la piel, me di cuenta de algo importante: no podía guardar rencor. Lo que había pasado no se trataba solo de mí o de él, sino de la vida misma, de los errores humanos. Así que decidí que, cuando regresara, hablaría con Dylan para cerrar el ciclo en buenos términos, sin resentimientos.
Al volver a la ciudad, lo busqué para tener esa conversación pendiente. Nos encontramos en el mismo centro comercial donde tantas veces habíamos pasado tiempo juntos. Cuando lo vi, no pude evitar sentir una mezcla de emociones. Pero esta vez, no había rabia ni tristeza, solo la necesidad de despedirnos bien.
—Sé que cometiste un error —le dije con calma—. Pero también sé que somos humanos, y eso no define quién eres por completo.
Dylan me miró, sorprendido por mi tono pacífico.
—Lo siento mucho —dijo, bajando la mirada—. No quise lastimarte de esta manera.
—Lo sé —respondí—. Y aunque no puedo olvidar lo que pasó, creo que es mejor que cada uno siga su camino.
Nos quedamos en silencio por unos segundos. No era un silencio incómodo, sino uno lleno de aceptación. Finalmente, nos abrazamos. Fue un abrazo largo, no de despedida amarga, sino uno lleno de gratitud por lo que habíamos compartido, y por la oportunidad de terminar las cosas sin odio.
Al día siguiente, mi vuelo a Richmond, Virginia, salía temprano. Mauricio, mi mejor amigo desde hacía años, me había insistido en que fuera a pasar una temporada con él. La distancia, pensaba, me ayudaría a despejar la mente y empezar de nuevo. Mientras empacaba mis maletas, una sensación de calma me invadió. Sentí que, al menos por ahora, había hecho lo correcto.
Cuando llegué al aeropuerto, mis padres me despidieron con abrazos y palabras de ánimo.
—Cuídate mucho, hija —dijo mi mamá, con una sonrisa que escondía su preocupación.
—No te preocupes, estaré bien. Mauricio siempre ha sido mi protector —les respondí con una sonrisa confiada.
El vuelo fue largo, pero cuando llegué y vi a Mauricio esperándome en la puerta con una gran sonrisa y un girasol en la mano, supe que estaba en el lugar correcto. Nos abrazamos fuerte, y en ese instante, supe que, aunque el capítulo con Dylan había terminado, otro mucho más prometedor estaba por comenzar.
El camino hacia su casa, rodeado de montañas y pinos, me trajo una sensación de paz. El pasado se iba desvaneciendo, y un nuevo horizonte se abría ante mí. Mientras observaba los venados jugueteando en los alrededores, sonreí. Estaba lista para lo que viniera, con el corazón en paz y la mente clara.
Mauricio me recibió con mi comida favorita, spaguetti en salsa blanca. Mientras comíamos y reíamos juntos, supe que todo lo vivido había sido parte del proceso para llegar hasta aquí. No había más rencores ni ataduras al pasado. Y aunque aún me quedaba mucho por sanar, ahora estaba rodeada de cariño y de la promesa de nuevos comienzos.