Cuando Marion se muda al complejo de departamentos de su familia, se encuentra con su vecino, el playboy Adrián, quien constantemente necesita su ayuda para alejar a sus conquistas de una noche. A medida que su vecindad se desarrolla, la tensión sexual entre ellos aumenta y el juego de ayudar a Adrián se vuelve cada vez más complicado y emocionante. Aunque Marion está decidida a independizarse y enfocarse en su carrera como contadora y en sus pasantías en la empresa de su padre, se descubre a sí misma cada vez más atraída hacia Adrián, y la línea entre la amistad y algo más comienza a difuminarse. Hay mucho en juego para ambos y puede que estén a punto de descubrir que la conexión entre ellos va más allá de la simple vecindad, pero ¿serán capaces de manejar las consecuencias de sus acciones? Sigue a Marion y Adrián en esta emocionante historia llena de romance, risas y intrigas.
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princesa
Dejo mi celular a un lado entre las sábanas para volver a concentrarme en la película. No pasa mucho cuando escucho que la puerta de mi departamento es aporreada. Mi la hora en mi mesa de noche percatándome que no es muy tarde, pero dudando de quien puede llegar a ser.
Me levanto llevando la copa de vino en mi mano, llego a la puerta y antes de abrir me asomo por la ventana que hay a un lado de la puerta y veo a mi sexi vecino que lleva mi pequeño juan entre su mano sin tener la molestia de cubrirlo.
—Pero tu sí que estás loco —gruño abriendo la puerta, lo tomo de su brazo que me percato lo musculoso que es al tacto y lo empujo al interior de mi departamento.
Me asomo para ver que nadie lo haya visto con mi pequeño juan entre sus dedos, parado en mi puerta. ¡Qué vergüenza!
—Lindo pijama —murmura a mi espalda, volteo a mirarlo, derramando un poco de vino en el piso al girar.
—¡Mierda! —digo al ver la mancha en la alfombra, suerte que es blanco.
Salto esquivando el líquido, pero al no calcular la distancia, prácticamente me lanzo a los brazos de mi vecino.
—Ya sabía que te tendría en mis brazos —dice el feliz, sosteniéndome. Lo empujo para apartarme y tomo a mi pequeño juan de sus manos.
—Ni en tus sueños, con mi pequeño juan me basta —le digo moviendo mi juguete en su dirección. A mi pesar se carcajea.
—Eso no lo has usado nunca —dice muy seguro de sus palabras.
—¿Cómo estas tan seguro? —pregunto colocando la copa en la mesa que está cerca de nosotros.
—Solo lo sé, pero si quieres una de carne y hueso, solo toca mi puerta —propone y quiero evitar que vea la sorpresa en mi rostro. ¿Tan grande la tiene? Trato de recordar cuando lo vi en bóxer y la verdad que el bulto que cargaba no era para nada pequeño, trago—. ¿Qué tanto imaginas?
—Solo que eres un poco creído, no te parece —dejo a pequeño juan en un cajón de la alacena y tomo la copa de vino.
—¿Qué tomas? —pregunta desviando el tema.
—Jugo de uva —digo lamiendo mis labios.
—¿Me invitas? —descarado.
—¿No trabajas hoy? —pregunto dirigiéndome a la puerta de mi departamento para prácticamente echarlo y terminar de ver mi película.
—No... —responde, pero extrañamente no lo escucho cerca, volteo y no lo veo por ningún lado ¿Y este donde se metió?
Muevo mis pies y veo que mi cocina esta desolada, sigo a mi cuarto y lo veo muy cómodo tendido en mi cama, comiendo mis nueces tomando del pico de la botella de vino.
—¡Heres un cochino! —exclamo viendo cómo se ríe y se encoje de hombros. Vuelvo mis pasos a la sala para tomar una copa para el gigolo de mi vecino.
Vuelvo a la habitación, le saco la botella de las manos y lo miro con aprensión. Sirvo el líquido ambarino casi translucido y le paso la copa dejando la botella en su lugar.
—Gracias princesa —dice él y no puedo evitar sonreír. Me acomodo de nuevo en la cama para ver la película.
—Mas te vale que no ensucies nada, Adrián Black o lo lamentaras —le advierto señalándolo con mi dedo índice.
—Seré tu esclavo de por vida —dice tomando un puñado de pasas. Suspiro y trato de concentrare en la película.
—¿Por qué mejor no hacemos nuestra propia película? —dice de pronto—. Como que ya me aburrí.
—Si quieres ver porno, ya sabes dónde está la salida —digo llevando un trozo de queso a mi boca. Chupo uno de mis dedos mirándolo.
—Creo que verte hacer eso es mejor que ver porno —dice en un murmullo haciendo que arrugue mi frente.
—¿Qué cosa? —pregunto intrigada por saber su respuesta.
—Chupar tus dedos —murmura y su pulso tiembla porque veo como su capa casi se derrama. Me estiro para tomarla y evitar que mi cama termine mojada—. Otra vez en mis brazos, vecina.
—Idiota —digo lo empujo y dejo la copa en la mesa que esta del otro lado de la cama, más a su alcance.
—Y así quieres que me valla —murmura y lo miro sobre mi hombro. Mi trasero prácticamente está en su cara.
Me incorporo tan rápido que no mido el impulso y termino golpeando su cara, más específicamente su nariz, que para mi asombro comienza a sangrar. Desesperada y en un ataque de histeria, salto de la cama y me dirijo al botiquín de mi baño por la caja de primeros auxilios.
—Lo siento, no fue mi intención —chillo asustada, corriendo por la habitación. Él se sostiene la nariz mirando mi techo.
—¡Que puntería! Y yo que quería tener tu culo en mis manos y termina en mi nariz —gruñe haciéndome que ría de los nervios.
Tomo un buen trozo de algodón para ponerlo en su nariz sangrante y presiono, se queja de mi toque. El sostiene el algodón y saco agua oxigenada para echarle un poco y cotar el sangrado a lo que él tose por la cantidad que le hecho.
—Tranquila, mujer ¿Me quieres ahogar? —dice escupiendo, ensuciando el cobertor de mi cama. Blanco, pulcro y suave blanco que ahora está manchado con sangre, casi lloro.
—Lo siento, son los nervios —digo sacando un poco de algodón limpio para colocar en sus orificios— ¿Sera que te rompí la nariz? —pregunto apenada.
—No lo creo, pero si te sientes muy apenada podemos solucionarlo —dice cambiando su tono a uno más sugerente—, de paso calmas los nervios.
—¡Eres un idiota! ¡Solo piensas en sexo y yo acá angustiada! —grito en su cara, casi que lo abofeteo, pero me detengo por su nariz lisiada.
—¿Te tomas todo en serio? —pregunta sacando los tapones de su nariz, percatándose que ya no sangra. Ahora quiero que la tierra me trague a mí.
—Son los nervios ya te dije —me defiendo guardando todo en la caja de primeros auxilios.
Me dirijo al baño y antes de volver a la habitación respiro hondo, la vergüenza tiñe mis mejillas.
Salgo del baño y lo veo mirando mi cobertor manchado con su sangre. Me mira y me sonríe.
—¿Qué castigo tienes planeado para mí? —pregunta sugerente. No sé si se me esta insinuando o es imaginación mía.
Me acerco a la cama, me subo gateando sin perder la mirada en él, lo veo pasar saliva. Tomo el cobertor he impulsándome hacia atrás lo saco de la cama.
—Se puede lavar en la lavadora —digo saliendo con el cobertor entre mis manos. ¿Eso que tenía entre sus piernas era su pequeño juan? Dios, creo que tendré sueños mojados con mi vecino gigolo.
—Tu sí que sabes cómo castigarme —escucho que dice, confundiéndome.
Voy al lavadero a colocar el cobertor en la lavadora, coloco jabón y enciendo el aparato. Me quedo un rato mirando como se va llenando de agua. Siento una presencia y sé que no es un espíritu chocarrero, es el gigolo de mi vecino que posa sus manos en mis caderas.
—La película termino, gracias por el vino —susurra en mi oído, deja un beso en mi cuello apoyando todo su pequeño juan en mi trasero. Ahora la que pasa saliva soy yo—. Buenas noches princesa.
Y así como llego se marcha de mi departamento devolviéndome el castigo. Ahora entiendo cuando me dijo que sabia como castigarlo, ya que lo deje con una erección del tamaño de mi pequeño juan.
NARRA ADRIAN:
En mis veintiséis años no recuerdo cuando fue la última vez que le tire la cabeza al ganso de manera frenética como lo lleva haciendo hace más de una maldita hora. Ni la ducha helada calmo las ansias que me dejo mi pequeña vecina.
Para colmo de males tengo grabado en mi retina ese pijama que dejaba al descubierto sus encantos. Recuerdo cuando la conocí en la fiesta de bienvenida de la universidad, era mi último año en marketing y fue la mejor vista en años. No solo su cuerpo me dejo embobado, sino su sonrisa.
Esa noche no fue mía, porque para mí desgracia tenía novia, o eso creía. La muy zorra se pasaba con todo el campus y se hacia la santa cuando en realidad era una cualquiera.
Como sea hora me encuentro ahorcando mi pequeño juan, como diría mi vecina, por su culpa. Puedo notar lo sexi que es sin percatarse de ello. Apuesto a que tiene más de uno que le arrastra el ala y ella ni cuenta se da.
Termino con mis quehaceres, junto todos los pañuelos desechables que amontone en su honor y lo tiro a la basura. Me acomodo en mi cama, solo por primera vez en mucho tiempo y duermo.
Al despertar a la mañana siguiente me percato que estoy pensando en mi vecina. Viendo la hora, no sé si ya se habrá ido. Con la idea en mente de solo verla refunfuñar me fundo en unos baqueros y me dirijo a su puerta para casi tirarla al golpearla tan fuerte.
—¡¿Quieres tirar la puerta?! ¡Idiota! —exclama mi vecina, luciendo su cabello todo enredado y desordenado. Sonrió por haberla despertado.
—¿Desayunas? —pregunto y me doy el lujo de entrar a su departamento.
—Como que ya se te hizo costumbre meterte en mi departamento ¿No? —dice cerrando la puerta.
—Ya abra más lugares en donde disfrutare meterme, de momento vístete, que te invito el desayuno —digo sentándome en el sillón de la sala, viendo la confusión en su rostro. Adorable.
—Bien —refunfuña y se pierde por el pasillo hacia la habitación para cambiarse.
Mientras espero miro las decoraciones de su departamento. En un mueble tiene varios marcos con fotos. En una se la ve más joven con cuatro chicas más, todas con vestidos muy elegantes. En otra se la ve con dos adultos que deduzco son sus padres. En otras se la ve a ella sola y entras con sus amigas.
Miro mi celular y veo que ya paso media hora y todavía no ha vuelto, ¿será que se durmió? No puedo evitar preguntarme y tomo el atrevimiento de internarme en el pasillo que lleva a su dormitorio. Me quedo congelado parado en la puerta de su cuarto viendo cómo se delinea los ojos. Vale destacar que solo lleva un conjunto de lencería negro que seca mi boca. Recorro su silueta notando que lleva su cabello recogido en un moño tirante.
—¿Se te perdió algo? —pregunta mirándome desde el espejo de su mueble y por primera vez me quedo escaso de escusas o palabras.
Se levanta del lugar en el que se maquilla y camina para tomar un vestido de colores que se coloca e intenta subir el cierre de atrás. Sigiloso me acerco y le ayudo con ese pequeño detalle, al terminar acaricio sus hombros.
—Estas muy bella —digo queriendo hacer y decir más, pero no creo que sea el momento.
—Gracias —se gira y mira mi pecho sin cubrir y luego sigue el recorrido de mi cuerpo y al ver que todavía estoy descalzo me mira con aire de enfado—. ¿iras así? En lo que yo me vestía podrías haberte arreglado tu —dice alejándose de mí, vuelve a su tocador para perfumarse y es momento de escapar antes de que me olvide que es mi vecina y quiera hacer algo más que solo desayunar.
—Te espero afuera —exclamo saliendo del cuarto y casi corriendo a mi departamento para colocarme una remera y mis converse.
Listo salgo y sierro con llave mi departamento y espero a que mi princesa salga de su prisión. Me apoyo en la puerta para esperarla y me coloco unos lentes de sol. El día pinta radiante y no lo digo por divisar a mi vecina saliendo y cerrando su puerta.
—Tu sí que eres rápido —dice mirándome sobre los lentes de sol que lleva puestos. Parezco un plebeyo al lado de su majestad.
—En algunas cosas me tomo mi tiempo —digo con doble intención.
—Como sea, apuremos el paso que si no llego tarde a la universidad —dice y como la princesa que es sale caminando delante de mí.
Tomo los cuadernos que lleva y le indico que suba a mi coche que esta aparcado en la calle. Ella sorprendida se sube y me agradece.
En la calle ella se toma el atrevimiento de prender la radio y buscar una emisora a su gusto. No le digo nada ya que yo hago lo mismo en su casa.
—¿Qué estudias? —pregunto tratando de entablar conversación y de paso saber más de ella.
—Administración de empresa, más específico contaduría —dice mirando por la ventanilla, mis dedos pican por tocar sus piernas.
—¿Te falta mucho para finalizar? —indago tratando de no mirar sus piernas.
—Estoy haciendo las pasantías, ya para el año entrante estaría recibiéndome —dice y me mira. Paramos en un semáforo, ella acerca su rostro al mío. Mi corazón late desbocado—. Tu nariz luce algo morada, lo siento —murmura tan cerca de mí que su aliento fresco choca con mi cuello.
Arranco de nuevo al semáforo darme el paso para seguir y el cambio hace que mi princesa se mueva de manera brusca, su pecho salta por el movimiento y mi pequeño juan casi lo imita.
—Lo siento, no fue mi intención —digo ocultando mi sonrisa pervertida.
—Si claro, pervertido —exclama descubriendo mi hazaña. Sonrió nuevamente. Ella me mira de igual manera.
Llegamos al lugar donde me gusta desayunar, la cafetería es una de las mejores y sus masas son exquisitas.
Bajamos y le abro la puerta como el caballero que soy, cuando quiero, para entrar al local y sentarnos en una de las tantas mesas para pedir un desayuno completo. Para mi sorpresa mi princesa no se innivé en nada y pide uno completo como yo.
Hablamos de la universidad, de algunos profesores y de la fiesta en la cual la conocí. Para mi sorpresa ella me recuerda.
—Esa noche fue brutal —dice recordando—, con mis amigas la pasamos genial.
—Si, recuerdo haber viste visto de lejos —digo sin demostrar nada.
—Como sea, de esa fiesta la más afectada fue Briza, una de mis amigas —comenta tomando un sorbo de su café—. Estuvo con un chico que no recuerda el nombre y muy poco de su rostro, pero se ve que follaba de lujo porque no deja de decirlo y recordarlo con cierta nostalgia.
—No todos somos buenos en la cama —digo sugestivo.
—¿Y tú si lo eres? —pregunta enfocando sus hermosos ojos celestes en los míos.
—Nunca se me han quejado, además de que me preocupo por que la dama en compañía quede bien satisfecha —murmuro seguro de mí y ella solo se ríe.
—De veras que eres muy creído —dice tomando un bocado de una medialuna con crema que se escurre por sus labios, lo cual limpia con su lengua y me deja con ganas de saber que más hace con esa lengua.
—Cuando quieras, princesa —sugiero echándome para atrás en mi silla, pegando mi espalda en la silla y viéndola como se pone algo nerviosa.
—¿Sabes que muchas mujeres fingen? —desvía mi atención haciendo que mi sonrisa se amplié.
—Si, lo sé —me acerco de nuevo a la mesa para que solo ella me escuche—. Pero cuando su interior aprieta mi pequeño juan sé que no finge —digo y me vuelvo a colocar en la posición anterior. La veo pasar saliva y buscando una escapatoria mira la hora en su celular. Sus ojos se amplían.
—¡Mierda! —se levanta de golpe de la mesa— se me hace tarde —exclama.
—Pago y te llevo —tomo su mano y me dirijo a la caja para cancelar el desayuno y llevar a mi princesa a la universidad.
Mientras conduzco la veo repasar sus apuntes, llegamos y cuando esta por bajar la detengo para dejar un beso en su mejilla.
—Que tengas un buen día, princesa —le digo, ella pestañea adorablemente. Reacciona y luego de saludarme con su mano se aleja a paso rápido hacia el interior de la universidad.
Felicidades
me encantó
me encantó
bien escrita candente sin enredos