“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”
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Capitulo 18: La esclava de Damián
Isabella Fernández llegó corriendo a su casa, con la cara todavía roja y el corazón latiendo a mil por hora. Su mamá, Clara Fernández, la esperaba con las manos en la cintura.
—¡Isabella! ¿Dónde estabas? Solo ibas a comprar leche y pan… ¡y desapareciste todo el día!
—Ah… mamá… fue… urgente. —Isabella apenas pudo balbucear antes de correr hacia su cuarto, dejando atrás la preocupación de su madre.
Ya en su habitación, se desplomó sobre la cama. Frente a ella, cientos de mensajes de Lucas Torres llenaban su celular: “¿Dónde estabas?”, “¡Te busqué en tu casa!”, “Responde por favor…”. Isabella suspiró.
—No… hoy no… —murmuró mientras tapaba su rostro—. Necesito bañarme… y olvidar este día de locos.
Su mente revivía cada detalle de la tarde anterior: la empapada en el lavadero , Damián y su autoridad aplastante, la forma en q Damián y ella se encontraron de una manera muy vergonzosa _suspiro Isabella ¿Cómo voy a explicarle esto a Lucas? Mejor no le cuento nada, el estará muy enfadado…
[Al día siguiente – escuela]
Isabella caminaba con pasos rápidos por el pasillo, temblando un poco. El recuerdo de Damián y de las órdenes ridículas aún la perseguía. Cuando llegó a la entrada, él ya estaba allí, con esa mirada fría y calculadora que la hacía sentir como un insecto bajo la lupa.
—Buenos días, esclava —dijo Damián, Ayer te escapaste como una cucaracha , así que hoy te traigo un regalito _dijo señalando un montón de recados y “misiones” que debía cumplir.
—…¿Otra vez eso? —Isabella suspiró, resignada.
Pero esta vez no eran tareas de cálculo o papeles aburridos. Damián, con su característico egocentrismo, había decidido convertirla en su asistente personal: ir de un lado a otro, entregar recados, traer cosas del comedor, cargar cajas de suministros y limpiar su escritorio… todo mientras él la supervisaba, con ojos que parecían decir “obedece o muere”.
—Regla número uno: te comportas como mi esclava.
—Número dos: no te quejes.
—Número tres: llegarás puntual a todos mis caprichos —añadió con Damián con voz fría—.
Isabella rodó los ojos y murmuró:
—Perfecto, otra vez cambiando las reglas, así que hoy soy la sirvienta más ridícula de la historia.
Damián no reaccionó, solo se cruzó de brazos y observó cómo comenzaba su “entrenamiento” físico.
Mientras Isabella corría de un lado a otro, entregando cosas del laboratorio a la cafetería, del salón de arte a la biblioteca, Lucas Torres aparecía en el pasillo, con la mirada de preocupación y enfado mezcladas.
—¡Isa! —llamó, acercándose rápidamente—. ¿Qué te pasó ayer? ¿Por qué no me dijiste nada?
—Hablamos luego… —Isabella le lanzó con voz corta, casi jadeante, sin detenerse, mientras cargaba una caja de libros hacia la biblioteca—. Ahora no puedo… estoy ocupada.
Lucas frunció el ceño, sorprendido y confundido. Isabella nunca lo había ignorado así, y verla moverse tan rápido, con cara de estrés, lo dejaba sin palabras.
—¿Ocupada? —dijo, respirando hondo para no gritar—. ¡Pero si apenas puedo seguirte!
—Exacto —dijo Isabella mientras subía escaleras, esquivando a otros estudiantes—. ¡Hablamos luego!
Lucas la siguió a toda prisa, sin poder entender por qué Isabella lo trataba así. Su corazón le decía que algo andaba mal, pero su cabeza no podía explicarlo. Mientras tanto, Isabella corría de un lado a otro_Mientras pensaba que debía evitar a Lucas aún no quería contarle lo q paso_ Mientras seguía cumpliendo con las exigencias físicas de Damián: llevar cajas, entregar recados, buscar papeles en distintos salones, incluso organizar los útiles de su laboratorio de química. Todo con movimientos veloces y precisos, sin que Damián tuviera que repetir una sola instrucción.
—¡Más rápido! —gritó Damián desde la entrada del aula—. ¿Es que quieres que esto parezca un desfile de tortugas?
—Sí, claro, tortuga obediente —Isabella murmuró entre dientes, intentando mantener su dignidad mientras corría—.
Lucas la alcanzó finalmente en el pasillo central, justo cuando ella intentaba levantar una caja pesada que casi se le cae de las manos.
—¡Isa! ¿Qué demonios te pasa? —preguntó él, con mezcla de preocupación y enfado—. ¡Nunca me habías ignorado así!
Isabella suspiró y giró apenas la cabeza, evitando su mirada.
—Lucas… de verdad, no ahora. Hablamos más tarde, ¿sí? —dijo con voz temblorosa mientras sostenía la caja—. Por favor…
—¡No me gusta esto! —exclamó Lucas, su voz más baja, pero cargada de frustración—. ¿Qué te hicieron?
—Nada… —dijo Isabella, tratando de sonar calmada, pero su mente estaba a mil—. Solo… estoy ocupada con… cosas de Damián.
Lucas frunció el ceño y la observó un momento más, sintiendo cómo el desconcierto y la preocupación se mezclaban en su pecho. No entendía por qué Isabella lo evitaba de esa manera, y peor aún, cómo podía estar tan concentrada en Damián cuando él sabía que algo raro había ocurrido ayer.
—Está bien… —dijo al final, intentando contener la ira y la confusión—. Pero cuando termines… hablamos.
Isabella asintió ligeramente, sin mirarlo, y volvió corriendo a cumplir otra misión absurda de Damián: entregar material del salón de ciencias al de arte, cruzar la biblioteca y regresar con un montón de papeles que Damián le había señalado con un gesto autoritario. Cada paso era rápido, calculado, y aunque su corazón latía con fuerza por la presión y el estrés, también sentía un dejo de diversión sarcástica: Vaya… esto sí que es ser una esclava profesional.
Mientras Isabella corría, Sofía Sánchez observaba desde lejos, con esa sonrisa manipuladora que la caracterizaba. Se acercó a Lucas, poniendo una mano en su hombro:
—Lucas… —dijo con voz dulce y preocupada—. Tal vez no es que te ignore… solo… Damián le pidió que se mantuviera ocupada, ya sabes, esos chicos ricos… dramas que no podemos entender.
Lucas la miró, confundido y frustrado. La información lo hizo dudar, aunque una parte de él no quería creerla.
—¿De verdad crees eso? —preguntó, incrédulo—. No sé qué pensar…
Sofía sonrió por dentro, satisfecha. Había logrado plantar la semilla de duda y confusión en Lucas, mientras Isabella continuaba corriendo de un lado a otro, sin percatarse de la manipulación de Sofía.
De vuelta con Isabella, ella finalmente llegó al laboratorio de química, con las manos temblando por la carrera y las cajas que había cargado. Damián la observaba con los brazos cruzados, frío y autoritario, evaluando cada movimiento.
—Bien —dijo finalmente—. Has aprendido rápido hoy. Pero esto es solo el comienzo. Regla número uno: obedecer sin cuestionar. Número dos: no quejarse. Número tres: estar disponible para mis órdenes sin perder un segundo.
Isabella rodó los ojos_ y se dijo Ahí va otras vez cambiando las reglas debería checar su memoria , murmurando sarcásticamente para ella
—Sí, claro le contesto a Damián, esclava modelo… y además entrenadora olímpica, según tus órdenes.
Damián arqueó una ceja, sin mostrar emoción, mientras Isabella se secaba el sudor de la frente y suspiraba, consciente de que mañana todo sería aún más agotador.
Lucas la observó desde lejos un momento más, con el ceño fruncido, antes de finalmente retroceder. Se sentía frustrado, preocupado, y no podía evitar preguntarse si algún día Isabella confiaría en él de nuevo.
Mientras tanto, Isabella se dejó caer en una silla del laboratorio, respirando hondo y murmurando para sí misma:
Lucas tendrá que esperar. Por ahora, sobreviviré a Damián.