Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 20 - El rastro del traidor
La mañana de la partida amaneció sin canto de aves.
El bosque que solía despertar con el murmullo de la vida estaba mudo, como si los árboles supieran que algo iba a romper el equilibrio. El aire estaba denso, cargado de esa electricidad que precede a las tormentas o a las grandes decisiones.
Nyra ajustó las correas de su capa sin mirar a nadie. Su cabello, trenzado con ramas de enebro y ceniza ritual, caía sobre la espalda como un presagio. Vestía de gris oscuro, con las runas marcadas sobre la piel de sus brazos, visibles bajo los brazales. A su lado, Varkhan la observaba en silencio, sin necesidad de palabras.
A lo lejos, junto a la puerta del templo, Samuel discutía con uno de los centinelas. Kate revisaba su montura, apoyada contra la piedra, mientras Mairen depositaba una última bendición sobre la empuñadura del bastón de Nyra.
—No necesitáis que os diga que esto no es una patrulla —dijo Mairen, sin apartar la mirada del símbolo que dibujaba con ceniza—. Es una cacería. Y también un juicio.
—Para él o para mí —respondió Nyra.
—Para los dos.
El grupo estaba formado por seis guerreros, más los cuatro principales: Nyra, Varkhan, Kate y Samuel. Marcharían hacia el este, siguiendo el único sendero que Cassian había dejado abierto. El hecho de que existiera un rastro tan claro solo podía significar una cosa: él quería que fueran. Que ella fuera.
Varkhan lo sabía.
Por eso, al cruzar las puertas del templo, al poner un pie fuera, sus primeras palabras fueron:
—Nadie se separa. Nadie decide por su cuenta. Cassian no deja pistas: deja trampas.
—¿Y si la trampa soy yo? —preguntó Nyra.
Varkhan la miró sin vacilar.
—Entonces no habrá rincón de este mundo donde no te siga.
Empezaron a andar.
El bosque los tragó en pocos pasos. Detrás, el templo se fue haciendo más pequeño, más lejano, hasta desaparecer por completo tras los árboles.
El primer día de camino fue tenso, pero sin incidentes.
El grupo se movía con eficacia. Samuel tomaba la delantera con dos rastreadores, atentos a cualquier señal; Kate cerraba la marcha con mirada afilada y paso ligero. Varkhan no se separaba de Nyra. Ella, por su parte, caminaba en silencio, sus pensamientos enredados en memorias que no terminaban de asentarse.
Por la tarde, hicieron un alto junto a una cascada. No hablaron mucho. Todos sabían que el peligro no era inmediato, sino que se gestaba como una serpiente dormida. Mairen había dicho que Cassian no necesitaba actuar rápido. Que prefería que su presa llegara hasta él por voluntad propia.
Esa noche, al abrigo de un círculo de fuego, Varkhan se acercó a Nyra.
—No has dicho una palabra desde que salimos.
Ella lo miró, con el rostro iluminado solo a medias por la llama.
—Estoy escuchando. A la tierra. A lo que calla.
—¿Y qué te dice?
—Que él no está solo. Que algo más se mueve con él. Algo que huele a polvo antiguo… y a hueso.
Varkhan se inclinó hacia ella.
—No quiero que te enfrentes a él sola.
—Lo sé. Pero sabes tan bien como yo que, cuando llegue el momento, solo quedaremos él y yo.
El alfa cerró los ojos un instante. Luego le ofreció su mano.
—Entonces permíteme llegar hasta el borde contigo.
Ella la tomó.
—Más allá del borde también.
Durmieron espalda contra espalda, como antes. Como dos cuerpos acostumbrados a la cercanía del otro. Pero entre ellos ya no había descanso. Solo espera.
Al amanecer del segundo día, Samuel se acercó con rostro grave.
—Tenemos algo.
—¿Qué tipo de “algo”? —preguntó Kate.
—Un claro. Abandonado. Rastro de magia. Pero reciente.
El grupo se movilizó con rapidez. Llegaron al claro al poco tiempo. Y entonces lo vieron.
En el centro de la hierba pisoteada, había restos de un altar improvisado. Piedras manchadas de sangre seca. Tiras de tela marcadas con símbolos. Y un nombre grabado sobre la roca con una mezcla de sangre y barro:
**“Nyra.”**
Ella se acercó sin temor. Tocó la piedra con los dedos desnudos.
—Esto fue hace menos de dos noches.
—Nos está guiando —murmuró Mairen, que acababa de llegar al lugar.
—O provocando —añadió Samuel.
Varkhan observaba el lugar con ojos entrecerrados.
—Ambas cosas.
El grupo no acampó esa noche. Siguieron adelante bajo la luz de la luna. Cassian ya no los quería retrasar. Quería que llegaran. Y todos sabían lo que eso significaba.
El combate se acercaba.
El sendero era angosto, bordeado de raíces que parecían manos saliendo de la tierra para atraparlos. La vegetación se volvía más densa a medida que avanzaban, y el aire más húmedo, más espeso, cargado de una energía que no era natural.
Nyra iba en cabeza junto a Samuel. El cazador avanzaba con los sentidos agudizados, olfateando, escuchando. No hablaba, pero su cuerpo entero estaba en tensión. Sabía leer el bosque como quien lee el pensamiento de un animal herido.
—Aquí han pasado lobos —dijo de pronto, deteniéndose junto a un claro—. Cuatro, quizá cinco. No de los nuestros. Y no hace más de un día.
Kate se agachó a examinar las huellas.
—¿De Cassian?
—No hay duda. Y están provocando. No ocultan el rastro.
—Lo quieren todo teatral —murmuró Nyra.
Varkhan se acercó a ella, apoyó una mano en su espalda. A través del cuero sentía la tensión en sus músculos, la contención del fuego que ardía en su interior.
—Cuando llegue el momento, déjalo salir —susurró—. No luches contra él.
Ella asintió, pero no dijo nada.
Avanzaron en silencio, hasta que el aire cambió.
Fue como una sacudida. El ambiente se volvió más frío, más inmóvil. Los pájaros, que habían vuelto a cantar unos kilómetros atrás, enmudecieron otra vez. El bosque parecía contener el aliento.
—Algo está cerca —dijo Samuel.
Entonces lo vieron.
Una figura solitaria, colgada de un árbol.
Era otro de los rastreadores. No estaba muerto. Se movía muy ligeramente, tenía los ojos tapados, la boca amordazada, el cuerpo cubierto de símbolos grabados con cuchillo.
Nyra corrió hacia él, pero Varkhan la detuvo con el brazo.
—Es una trampa.
Samuel la rodeó con cautela. Kate avanzó en el flanco opuesto. Cuando llegaron al árbol, lo examinaron: no había runas explosivas, ni sellos mágicos. Solo el hombre, colgado como un símbolo.
Lo bajaron. Mairen se acercó de inmediato, aplicando sus manos sobre el pecho del herido. Él jadeó.
—Leí... su mente —susurró—. Quería que te matara, Nyra. Que creyera que eras tú...
—¿Qué cosa?
—El ritual... No es solo para matarte. Es para invocarte.
Nyra retrocedió. El mundo pareció girar.
—¿Invocarme?
Mairen asintió, pálida.
—Cassian quiere resucitar a Elaria... en ti. Pero no como eras. Como arma. Como fuego sin alma.
En el tercer día de marcha, el bosque cambió.
Ya no era el mismo que habían conocido al salir del templo. La vegetación era más espesa, más densa, como si el mundo hubiera empezado a cerrarse sobre sí mismo. Las raíces salían del suelo como dedos deformes, y el aire se volvía más húmedo, más opresivo.
Mairen se detuvo junto a un árbol podrido.
—Este lugar ha sido tocado por la sombra.
Nyra lo notaba también. Era como si su sangre se volviera más espesa dentro de las venas. Como si los ecos de su vida pasada quisieran despertarse en cada paso.
Varkhan le puso una mano en la espalda.
—Si necesitas parar…
—No. Si paramos, él nos olerá el miedo.
El grupo avanzó en completo silencio.
Al anochecer, montaron un campamento precario. Nadie encendió fuego. Samuel colocó trampas alrededor. Kate no se separaba de Nyra. Nadie lo decía en voz alta, pero todos sabían que estaban en terreno de Cassian.
Y que probablemente ya los observaba.
Fue esa noche cuando Nyra volvió a soñar.
Pero no eran sueños suyos.
Era Cassian.
De pie sobre un círculo de fuego negro. Rodeado de sombras sin rostro. Con los ojos vacíos. Y la voz resonando en su mente.
—Vienes a por mí, hermana. Pero no sabes que fuiste tú quien me llamó. Que esta historia la empezaste tú, cuando naciste dos veces.
Se despertó empapada en sudor. Varkhan estaba a su lado, despierto.
—¿Otra vez?
Ella asintió.
—Está cerca. Lo sé. Me llama en sueños. Me desafía.
—Entonces mañana lo encontraremos.
Ella miró el cielo.
—O él nos encontrará primero.
El silencio se volvió abismo. Nyra cerró los ojos. Dentro de su pecho, el fuego no ardía: palpitaba. No con furia, sino con algo más profundo. Algo que conocía ese poder. Algo que recordaba lo que era ser utilizada como catalizador.
—No va a conseguirlo —dijo, abriendo los ojos.
Varkhan la miró con seriedad.
—No mientras estés conmigo.
Reanudaron la marcha con el herido sobre una camilla improvisada. Dos de los guerreros se turnaban para cargarlo. Nadie se quejaba. El bosque parecía observar, y los árboles se inclinaban levemente al paso del grupo, como testigos silenciosos de una cacería ancestral.
Al atardecer llegaron a un claro.
Y allí, esperándolos, estaba el fuego.
Una fogata encendida. Alrededor, piedras dispuestas en espiral. Y en el centro, una figura de ramas y huesos: un tótem con el rostro tallado de Nyra. Roto. Quemado. Y vuelto a recomponer con sangre fresca.
Nadie se movió.
—¿Quién lo ha hecho? —preguntó Kate.
—Cassian —dijo Nyra—. Y lo ha dejado para mí.
Se adelantó. Varkhan quiso detenerla, pero ella lo miró y negó con la cabeza.
—Déjame.
Entró sola en el círculo. Se acercó al tótem. Lo rodeó. Era grotesco, pero también preciso. No era una burla. Era una réplica. Como si alguien hubiera estudiado cada rasgo de su rostro. Como si Cassian hubiera estado mucho más cerca de lo que imaginaban.
Entonces oyó la voz.
No hablada. No dicha. Pero escuchada dentro del pecho.
*“Eres mi fuego. Yo te avivé.”*
Nyra cayó de rodillas.
Varkhan corrió hacia ella. Samuel lo siguió. La tomaron entre los brazos. Su cuerpo temblaba, pero sus ojos estaban secos. Cuando volvió a hablar, su voz era más grave. Más vieja.
—Cassian ya no me ve como su hermana. Me ve como su llave. Como su corona. Como su condena.
Mairen llegó tras ellos. Se arrodilló también. Sus dedos tantearon el suelo.
—Esto es magia antigua. Oscura. Pero incompleta. Está llamándola... pero no puede traerla sin tu voluntad, Nyra.
—Entonces jamás lo logrará —dijo ella.
Varkhan la ayudó a levantarse.
—¿Seguimos? —preguntó.
—Sí —dijo Nyra—. Hasta encontrarlo. Hasta acabar con él.
Y el grupo siguió adelante, con el sol ya oculto tras los árboles y el último reflejo del fuego iluminando las sombras de lo que estaba por venir.
Al amanecer, el sendero dejó de existir.
La maleza era tan espesa que avanzaban cortando ramas con cuchillos. El sol apenas atravesaba la copa de los árboles. El silencio era absoluto. Ni un solo pájaro. Ni el rumor del viento.
Y entonces, Samuel levantó el puño.
Todos se detuvieron.
—Lo escuché —murmuró.
—¿Qué? —preguntó Kate.
—Un susurro. No en voz alta… en la mente.
Nyra lo sintió también. Un murmullo lejano. Como un canto grave sostenido. No en palabras. En intención.
El grupo avanzó con más cautela. Y al final del sendero… un claro.
Pero esta vez, no vacío.
Había una estructura de piedra tallada en forma de espiral. Ramas secas colgaban como talismanes de los árboles cercanos. Y en el centro, una figura.
No era Cassian.
Era una mujer joven, con el rostro cubierto por una máscara de hueso. Estaba de pie sobre un círculo de sangre, las manos abiertas.
—No deis un paso más —dijo con voz hueca.
—¿Quién eres? —preguntó Varkhan, colocándose delante de Nyra.
—Soy la guardiana del umbral. Cassian ya os espera. Pero no todos podéis cruzar.
—¿Qué quieres decir? —intervino Kate.
La figura señaló a Nyra.
—Solo ella. Y el que lleva su marca.
Todos se giraron hacia Nyra. Ella ya lo sabía. Lo sentía en los huesos.
—Está preparado el terreno —dijo Mairen—. Quiere el final.
Varkhan asintió.
—Iremos los dos.
—Los demás nos esperáis aquí —añadió Nyra—. No quiero perder a nadie más por su juego.
Samuel se acercó. Le puso una mano en el hombro.
—Acaba con él.
—No dejaré nada —susurró Nyra—. Solo cenizas.
Y entonces cruzaron.
El círculo brilló con fuego pálido.
Y el mundo cambió.
La noche cayó como una cortina de hierro.
El grupo acampó al borde de un río estrecho. Las aguas eran lentas, pero oscuras, reflejando un cielo sin estrellas. Nadie hablaba mucho. La fogata ardía con discreción, como si temiera ser vista por ojos indeseados.
Nyra se sentó apartada, con la mirada perdida en el fuego. Varkhan se le acercó sin hacer ruido. Se sentó junto a ella, y durante un momento, simplemente respiraron el mismo aire.
—¿Quieres que volvamos? —preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
—No. Lo quiero muerto.
—Yo también.
—Pero no por lo que me hizo. No solo. Sino por todo lo que ha destruido desde entonces. Por todo lo que tocó y convirtió en miedo.
Varkhan la tomó de la mano.
—No lo harás sola.
Ella le apretó los dedos.
—Lo sé.
Al otro lado del campamento, Kate afilaba una daga. Samuel observaba el bosque. Mairen rezaba en silencio, los labios moviéndose en una lengua que Nyra no reconocía, pero que la envolvía como un canto antiguo.
De pronto, algo se quebró en la espesura.
Todos se levantaron al instante. Las armas listas. Los ojos encendidos.
Pero no era un ataque.
Era un susurro.
Una figura surgió de entre los árboles. Una mujer, cubierta de ceniza. Ojos blancos. No caminaba: flotaba a escasos centímetros del suelo.
—¿Una aparición? —preguntó Kate.
—Un aviso —dijo Mairen.
La figura se detuvo frente a Nyra. La miró.
Y habló.
—Fuego nacido de fuego. Carne renacida. Lo que se avecina no es un enfrentamiento. Es una repetición.
Nyra dio un paso adelante.
—¿Quién eres?
—Soy la que ha visto el círculo cerrarse mil veces. La que arde cuando los amantes se matan. La que canta cuando la muerte se repite.
La figura extendió la mano. Dentro, una piedra negra.
—Si tomas esto, verás. Pero no podrás olvidar.
Nyra dudó.
Varkhan la miró. Asintió.
—Lo soportaremos.
Ella tomó la piedra.
Y el mundo se volvió fuego.
***
Vio a Elaria.
Vio a Varkhan, joven, bello, ensangrentado.
Vio su propia traición.
Vio la promesa de una muerte dulce antes del tormento.
Vio el amor muriendo en los labios.
Y luego… el fuego.
Cuando despertó, lloraba.
Varkhan la abrazó.
—Lo sé —dijo él—. Yo también lo vi.
***
Cuando la luna llegó a lo alto, la figura ya no estaba.
Solo quedaba la piedra, ahora gris. Y Nyra, sentada junto al fuego, sabía que ya no había más pasos atrás. Solo fuego. Solo venganza. Solo verdad.