Ni Villana, Ni Santa

La primera parte del plan, de debilitar a Fabio habia resultado como ellos esperaban, asi que días después decidieron asistir a la reunión, donde sabían que Fabio se reuniría con socios, su intención era clara… ambos querían desmantelar completamente esa red criminal que intentaba nacer en el imperio.

Esa tarde, mientras revisaban los mapas de rutas de Fabio Doyle en un salón privado, Esther notó algo extraño. Arturo se movía con una precisión casi sobrehumana, sus gestos calculados y fluidos. Cuando tocó un pergamino, que no le servía con un movimiento sutil de su mano, una chispa de fuego iluminó brevemente la punta de sus dedos, haciendolo desaparecer… Esther casi pensó que lo había imaginado.

—Arturo… —murmuró, con los ojos abiertos—. ¿Eso… fue magia?

Él se detuvo en seco, la mirada celeste encontrando la suya. Por primera vez, una leve tensión pasó por su rostro, aunque su postura permaneció rígida.

—Sí —dijo, con la voz firme pero baja, como si revelara un secreto peligroso—. No lo uso a menudo…

Esther tragó saliva. La idea de que Arturo, el hombre que siempre se mantenía distante y sereno, poseyera magia añadía una nueva capa de fascinación y respeto. No solo confiaba en él por su inteligencia y juicio, sino ahora también por sus habilidades sobrenaturales.

—Entonces… —susurró, sin poder ocultar la curiosidad y el asombro—. ¿Eso significa que podrías usar magia para manipular la reunión con los socios de Fabio?

Arturo negó con la cabeza, manteniendo su expresión seria:

—Podría, pero eso habría sido injusto. Quería ver de lo que eres capaz por ti misma. Ya has demostrado que eres más astuta de lo que muchos creen. No necesito intervenir.

El corazón de Esther latía más rápido, mezclando admiración, atracción y un respeto silencioso que crecía con cada revelación sobre él. Saber que Arturo podía manejar fuego y que aun así elegía mantenerse al margen, lo hacía aún más irresistible.

—Vaya… —susurró, casi para sí misma—. Y yo que creía que lo había visto todo.

Arturo no respondió, pero Esther percibió un ligero asentimiento en sus hombros, casi invisible… por primera vez, la distancia entre ellos parecía menos infranqueable, aunque él aún se mantenía profesional y reservado.

Al día siguiente, el salón estaba iluminado por enormes candelabros de cristales mágicos y el aroma de los exquisitos jardines del palacio se filtraba por las ventanas abiertas. La reunión con los supuestos socios de Fabio Doyle iba a comenzar, y Esther sentía el peso de cada mirada sobre ella. Cada gesto, cada palabra podía ser usado en su contra.

Arturo estaba a su lado, impecable como siempre: postura recta, expresión serena, observando cada detalle con atención. Su distancia habitual le recordaba que no había cabida para distracciones personales. Pero eso solo hacía que su atracción hacia él creciera de manera casi dolorosa.

Mientras los invitados se acercaban para saludar, Esther sintió que debía mantenerse firme, pero la tensión acumulada la impulsó a un acto de coraje silencioso. Se acercó a Arturo lo suficiente como para rozar su brazo, buscando su atención.

—Arturo, confío en ti —susurró, apenas audible, mientras sus ojos azules se encontraban con los celestes de él—. No sé cómo lo lograremos sin que se den cuenta… pero sé que podemos hacerlo.

Él notó la cercanía, el calor de su cuerpo, la fragilidad contenida en su voz, y no apartó la mirada. Sin embargo, mantuvo la compostura absoluta. Su respuesta fue un simple asentimiento, medido y profesional, aunque Esther pudo sentir un leve temblor en su hombro, casi imperceptible, que le indicó que él también percibía algo más allá de la misión.

Esther contuvo un suspiro. Nunca antes había sentido algo así por nadie. La combinación de fuerza, inteligencia y esa aura de misterio de Arturo la desarmaba por completo. Por un instante, dejó de lado los planes, los informes y la vigilancia: solo existía él.

[No puedo] pensó internamente, intentando mantener la cabeza fría mientras su cuerpo se acercaba aún más a Arturo—. [Pero no puedo negarlo más: me encanta este hombre.]

El murmullo de los invitados acercándose la obligó a separarse ligeramente, pero la sensación de cercanía permaneció. Arturo permaneció a su lado, profesional, atento y distante, y eso solo hacía que el deseo de Esther mantenerse junto a él, aunque solo fuera un instante más, fuera aún más intenso.

La reunión estaba por comenzar, pero en ese breve contacto, ambos habían sentido la chispa invisible que empezaba a encenderse entre ellos, silenciosa pero innegable.

El salón estaba lleno de hombres con miradas calculadoras y sonrisas con filo. Los supuestos socios de Fabio Doyle se movían con confianza, seguros de que Esther era solo una joven noble curiosa y Arturo su amante… incluso algunos pensaron que el cambio de ella, fue porque estaba fingiendo ser buena para conquistar al príncipe. Ninguno sospechaba que la mujer frente a ellos tenía un plan y que el joven príncipe estaba allí para asegurar que cada movimiento fuera controlado.

La reunión comenzó con cortesías y pequeñas charlas, pero pronto se adentró en asuntos más delicados. Un socio mencionó rutas de caravanas y precios que dejaban entrever los futuros negocios de Doyle. Esther escuchaba atentamente, tomando notas en su mente y cruzando miradas rápidas con Arturo.

—Si entendí bien —dijo Esther, inclinándose hacia Arturo discretamente—, la próxima carga se moverá hacia el puerto oeste, y habrá poca vigilancia en la entrada norte. Podríamos anticiparnos.

La cercanía física volvió a encender en Esther un fuego que no podía controlar. La sensación del brazo de Arturo rozando el suyo, aunque accidental o simplemente profesional, hizo que su respiración se acelerara.

—Correcto —susurró él, con voz baja—. Mantén la calma y observa sus reacciones. No podemos cometer errores.

A medida que avanzaba la reunión, Esther se dio cuenta de que cada pregunta, cada gesto de los socios debía ser interpretado con cuidado. Arturo permanecía junto a ella, vigilando, corrigiendo sutilmente cada palabra, cada movimiento. La colaboración se volvió tan estrecha que la proximidad física era inevitable: hombros rozándose, manos que se acercaban, miradas compartidas que nadie más podía notar.

Esther luchaba contra la atracción que sentía, pero era imposible ignorarla. Cada vez que Arturo la guiaba o le hablaba al oído para explicarle algo, sentía un cosquilleo que no podía reprimir. Su mente sabía que debía mantener la concentración, pero su corazón… su corazón no podía negar que lo deseaba más que nunca.

Al final de la reunión, lograron obtener información crucial: rutas, horarios y nombres de colaboradores de Doyle que podrían ser interceptados. Esther y Arturo se retiraron discretamente del salón, cada uno consciente de lo que había sucedido.

—Lo hicimos —dijo Esther, tratando de recuperar la compostura mientras sus dedos rozaban los de Arturo al pasarle un documento—. Y sin errores.

—Sí —respondió Arturo, manteniendo su habitual formalidad—. Pero no bajemos la guardia. Esto apenas comienza.

A pesar de su tono frío y profesional, Esther sintió el peso de su cercanía, el calor de su cuerpo junto al suyo y la intensidad de su mirada. No podía negarlo más: lo deseaba, y al mismo tiempo, sabía que esa atracción debía permanecer contenida mientras trabajaban juntos contra un enemigo más peligroso que cualquier deseo.

Mientras salían de la reunión con los socios de Fabio Doyle, Arturo caminaba junto a Esther, pero algo había cambiado en su mirada. No había usado ningún recurso mágico durante el encuentro.

Esther notó la diferencia y, por un instante, una sensación de orgullo silencioso la recorrió. Había logrado manejar la situación sola, sin que Arturo interviniera con sus poderes. Era una validación silenciosa de que sus habilidades y su ingenio estaban creciendo.

—No usaste magia —murmuró Esther, tratando de que su voz sonara casual mientras caminaban por los pasillos del palacio—. Podrías haberlo hecho, y nadie lo habría notado.

Arturo asintió ligeramente, sin mirarla directamente, como si evaluara sus palabras antes de responder:

—No era necesario —dijo, con su habitual calma—. Has demostrado que puedes manejarlo sola. Si Fabio y sus secuaces aún no han hecho nada ilegal en la isla, no hay razón para que intervenga mágicamente. Esto es estrategia, no combate.

Esther sonrió con satisfacción, aunque un ligero cosquilleo recorrió su pecho al sentir su cercanía. No solo estaba impresionada por su autocontrol, sino también por el silencioso reconocimiento de su progreso.

—Entonces… si yo puedo manejarlo sola, tú también podrías haberlo hecho —bromeó suavemente, aunque sabía que era más que una broma—. Pero veo que confías en mí.

Arturo levantó una ceja, y aunque no mostró emoción alguna, Esther percibió la aprobación en su silencio. Era un gesto pequeño, casi imperceptible, pero suficiente para que ella sintiera que había ganado su respeto.