Luna siempre fue la chica invisible: inteligente, solitaria y blanco constante de burlas tanto en la escuela como en su propio hogar. Cansada del rechazo y el maltrato, decide desaparecer sin dejar rastro y unirse a un programa secreto de entrenamiento militar para jóvenes con mentes brillantes. En un mundo donde la fuerza no lo es todo, Luna usará su inteligencia como su arma más poderosa. Nuevos lazos, rivalidades intensas y desafíos extremos la obligarán a transformarse en alguien que nadie vio venir. De nerd a militar… y de invisible a imparable.
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Ruptura
El silencio se volvió parte del uniforme.
Ya no hablábamos tanto. No como antes. Después de la infiltración, cada una se sumergió en su mundo, en su mente, en sus miedos. La sombra del “¿y si nos reconocieron?” nos seguía como un fantasma. Y lo peor era que nadie lo decía en voz alta.
Hasta que explotó.
Fue en medio de un entrenamiento rutinario. Estábamos en el campo de simulación, repitiendo una táctica de extracción rápida. Maya falló una señal. Dalia reaccionó tarde. Eliza disparó antes de tiempo. Y yo… grité.
—¡¿Qué les pasa?! ¡Nos están vigilando y actúan como si nada!
Eliza me miró con los ojos encendidos.
—¡Tú no eres la única con miedo, Luna!
—¡Entonces no lo escondas! ¡Nos van a matar si seguimos actuando así!
Dalia intervino:
—¡Basta las dos! ¡Esto no ayuda!
—¿Ah, no? —solté—. ¡Entonces digan la verdad! ¡¿Quién vio al tipo del final mirándonos?!
El silencio cayó como una granada muda.
—Lo miré directo a los ojos —dijo Maya por fin, bajando la cabeza—. Y… no era un soldado cualquiera. Tenía algo en la mirada. Como si me conociera.
—¿Lo viste antes? —pregunté.
—No estoy segura. Pero algo en mí se congeló. Como si hubiera visto una sombra del pasado.
Eliza apretó la mandíbula.
—No fue una misión más. Sabían que íbamos. Nos estaban esperando.
Dalia caminó unos pasos, pateó una piedra, luego murmuró:
—¿Y si… alguien desde aquí los avisó?
El aire se volvió hielo.
Nos miramos con desconfianza, como si de pronto todas fuésemos sospechosas. Y odié sentirlo. Pero era inevitable. Las dudas se colaban por las grietas del miedo.
—
Esa noche, el entrenamiento fue suspendido. Cada una fue enviada a un análisis psicológico. Entrevistas, sensores de pulso, monitoreo del sueño.
Me costaba dormir. Y cuando lo lograba, soñaba con ojos. Con los ojos del hombre en la infiltración. Fijos en mí. Juzgándome.
A la mañana siguiente, el General nos llamó a su despacho.
—Hemos recibido una amenaza directa —dijo, lanzando un sobre sobre la mesa. Dentro, una fotografía.
Mi rostro.
—¿Qué…? —mi voz apenas salió.
—Fue enviada a través de un canal cifrado que ni siquiera nuestros mejores técnicos lograron rastrear. Alguien allá afuera te reconoce, Luna. Y no solo a ti. También a Maya.
Maya palideció.
—Eso significa que tienen acceso a nuestra base de datos interna —dijo ella—. O que alguien filtró nuestras identidades.
El General asintió con gravedad.
—A partir de ahora, todas estarán bajo protocolo de vigilancia nivel rojo. No pueden salir solas. Se cancelan todas las misiones externas hasta nuevo aviso.
—¿Y el escuadrón Alfa? —preguntó Dalia.
—Está suspendido… temporalmente.
Las palabras dolían más que cualquier bala. Habíamos llegado tan lejos. Y ahora, por una amenaza anónima, éramos vulnerables otra vez.
—
Esa tarde, Eliza explotó.
—¿Sabes qué? Estoy harta de que siempre sea por ustedes —me dijo, lanzando su mochila al suelo—. Siempre Luna en el centro de todo. Siempre Maya con sus misterios.
—¡No lo elegí! —grité.
—¡Pero pasa igual! ¡Y nos arrastran a todas!
—¡Ya basta! —Dalia las separó—. ¡Esto no es lo que somos!
—¿Y qué somos, Dalia? —preguntó Eliza con lágrimas contenidas—. ¿Amigas? ¿Soldados? ¿Unas niñas jugando a ser duras?
Maya se levantó, lentamente.
—Yo… sé por qué me reconocieron.
Todos se quedaron en silencio.
—Cuando tenía 15 años, mi familia estuvo vinculada a un programa experimental militar. Mi padre trabajaba para ellos. Y yo… fui parte de una prueba. Tecnología de rastreo neuronal. Me borraron los recuerdos. Pero hay fragmentos que vuelven en sueños. Voces. Laboratorios. Gente en uniformes negros.
—¿Y nunca lo dijiste? —pregunté.
—Ni siquiera lo recordaba del todo. Hasta ahora. Hasta ese hombre. Creo que él… fue parte del programa.
—Entonces no era una misión cualquiera —dijo Dalia, entendiendo—. ¡Era una trampa!
Eliza se dejó caer en una banca, agotada.
—Entonces no estamos luchando solo contra enemigos allá afuera. También contra los que nos crearon.
—
Más tarde, me llamaron a una reunión privada.
Un hombre de traje oscuro me esperaba en la sala.
—Tu nombre es Luna Calderón. Huérfana desde los 9. Puntaje superior en inteligencia estratégica. Pero eso ya lo sabes. Lo que no sabes… es que te eligieron mucho antes de que tú lo supieras.
—¿Quién es usted?
—Llamémoslo... un enlace. Trabajo en las sombras. Y te estoy ofreciendo una salida. O sigues aquí, bajo vigilancia. O vienes conmigo… y descubres toda la verdad.
—¿Y mis compañeras?
—No pueden venir. Aún.
—Entonces no.
—Luna, hay cosas que necesitas saber. Cosas que te pondrán en riesgo si no las entiendes.
Me levanté.
—Prefiero estar en peligro con ellas… que a salvo sola.
El hombre sonrió apenas.
—Entonces vendré por ti… cuando estés lista.
Y desapareció.
—
Esa noche, reuní al escuadrón.
—Nos eligieron por razones que no entendemos —les dije—. Pero no pienso dejar que nos usen. Ni a mí. Ni a ustedes.
—¿Qué hacemos? —preguntó Dalia.
—Nos preparamos. Juntas. Porque lo que viene… no será guerra. Será revolución.