El Lobo Y La Bruja De Fuego

Kael la besó con una pasión silenciosa, una urgencia contenida que se desbordaba en cada roce de sus labios, como si besarla fuera un ritual sagrado, como si su boca fuera el único lugar en el que podía respirar. Selene respondió con igual intensidad, sus dedos enterrándose en el cabello oscuro de él mientras sus cuerpos se alineaban, piel contra piel, deseo contra deseo.

El mundo a su alrededor desapareció, engullido por el torbellino de emociones y sensaciones. Todo era Kael. Su aroma. Su calor. Su voz ronca en su oído murmurando su nombre como un rezo. Y entonces, con movimientos lentos, pero decididos, Kael llevó sus manos al borde de la roja túnica de Selene, deslizándola por sus hombros con reverencia, como si estuviera despojándola no solo de su ropa, sino de cualquier duda, de cualquier resistencia.

La tela cayó al suelo con un susurro suave, y Selene quedó desnuda ante él, su piel blanca brillando bajo la luz plateada de la luna. Su cabello rojizo caía como llamas líquidas sobre sus hombros, contrastando con la palidez perfecta de su cuerpo. Kael la observó en silencio, su pecho subiendo y bajando con fuerza contenida. Sus ojos azules la recorrían con adoración y hambre, como si la estuviera viendo por primera vez… o como si finalmente estuviera frente a lo que siempre había buscado.

—Eres fuego —murmuró—. Y yo… soy ceniza sin ti.

Sus manos la tocaron entonces, apenas un roce, pero cargado de intención. Selene contuvo el aliento. Sus dedos descendieron por sus clavículas, bajando por el centro de su pecho, acariciando cada curva, cada línea, como si la esculpiera con el tacto. Luego, sus labios siguieron ese mismo camino, besando con lentitud, con entrega. Cada beso era una caricia ardiente, húmeda y reverente. La besó en los hombros, en el centro del pecho, en la cintura, en las caderas. Y con cada contacto, Selene se arqueaba hacia él, buscando más, necesitando más.

Su cuerpo era una llamarada, y Kael la encendía con cada toque, con cada susurro. Bajó más, besándola en la parte interna de los muslos, en la piel sensible que la hacía temblar, y cuando finalmente se adentró en ella, cuando la tomó entre sus brazos y la unió a él en un solo movimiento firme, Selene sintió como si el universo se partiera en dos.

Un jadeo escapó de sus labios, uno que Kael apagó con un beso profundo y posesivo.

El ritmo fue lento al principio, como una danza antigua, una invocación. Cada embestida era una ola de placer que arrasaba con todo lo que ella conocía. Pero no era solo físico. Algo más profundo, más poderoso, se agitaba dentro de ella. Con cada movimiento, con cada suspiro entrecortado, sentía que una energía nueva se encendía en su interior. Magia pura. Poder ancestral que despertaba al unirse a él.

Kael gruñó contra su oído, un sonido grave, animal, que la hizo estremecer hasta la médula. Sus cuerpos se movían como uno solo, perfectos, sincronizados, como si estuvieran hechos para ese momento.

—Selene… —murmuró con voz rasposa, sus manos aferrándose a su cintura con fuerza, como si temiera perderla—. Eres mía… mía…

Ella lo sintió antes de que él lo hiciera. El poder crecía dentro de ella, una corriente cálida, vibrante, que fluía por sus venas como lava. Sus ojos se entreabrieron, y por un instante creyó ver destellos dorados en el aire, como si el universo mismo celebrara su unión.

Y entonces, justo cuando ambos se precipitaron al borde del clímax, cuando los cuerpos se tensaron y las almas se entrelazaron en un estallido de placer, Kael hundió sus dientes en su cuello. La marca.

Un gemido profundo brotó de sus labios, un grito silenciado por el éxtasis absoluto que la recorrió. Fue como una explosión luminosa, un fuego interno que la quemó y la reconstruyó al mismo tiempo. En ese instante, supo que ya no era solo ella. Era suya. Suya en cuerpo, alma… y ahora también en espíritu.

—Ahora eres mía —gruñó Kael contra su piel, aún temblando, su voz impregnada de poder, de posesión, de un amor salvaje e incontrolable.

Selene no respondió con palabras. Sus lágrimas resbalaron por sus mejillas, no de dolor, sino de sobrecogimiento. De plenitud. Porque en ese instante lo entendió todo: su poder había despertado, su alma había sido sellada… y su destino, sellado junto al de Kael, ya no podía ser alterado.

Bajo la luna llena, marcada y unida a él, Selene se convirtió en lo que siempre debió ser, en lo que él destino le tenía preparado cuando fue exiliada de su hogar.

La compañera del Lobo.

Su igual.

Su destino, quien desde ese momento, la volvería más poderosa.