Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.
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CAPÍTULO DIECINUEVE: PALABRAS HIRIENTES
Cathanna
Descendimos por unas angostas escaleras hasta llegar a una puerta. Él la abrió y, al otro lado, el sol brillaba con fuerza. Ante mí se extendía el mismo campo de troncos de piedra sobre los que había tenido que saltar el día dela prueba
El viento era fuerte, lo suficiente para hacer caer a cualquiera. Zareth saltaba con la facilidad de alguien que lo había hecho mil veces antes, pero yo no. Permanecí junto a la puerta, insegura, hasta que reuní el valor para saltar sobre uno de los troncos.
Esta gente estaba loca. ¿A quién se le ocurrió algo así? ¿Creían que todos éramos inmortales? Saltaba con cautela, mientras que Zareth ya había llegado a tierra firme. Me miraba con los brazos cruzados y esa expresión burlona que tanto comenzaba a odiar.
—Vamos, princesa —gritó desde su posición.
—No me llames “princesa” —le dije con un tono duro cuando lo alcancé—. Soy más de lo que puedes ver.
—¿En serio? —pregunto, caminando—. Pues no lo demuestras.
—Y ¿cómo se supone que debo demostrarlo? ¿Golpeándote en la cara?
—Podrías intentarlo, princesa.
—Te dije que no me llames así.
Él alzó las manos en un gesto de falsa inocencia mientras seguía caminando.
—Tranquila, tranquila. No es mi culpa que actúes como una.
—Eres insoportable.
—¿Soy insoportable solo por decirte que eres una princesa? —sus ojos me miraron de reojo—. Entonces, princesa, no actúes como una. Sólo mírate. No actúes como una niña mimada.
—No lo hago.
—Por favor, incluso hablas como una.
—¿Ahora también tengo que cambiar mi forma de hablar?
Zareth se encogió de hombros con una sonrisa burlona.
—Si quieres que dejen de verte como una princesa caprichosa, tal vez deberías.
—Idiota.
Seguimos caminando en completo silencio, solo escuchando el sonido de nuestros pasos. Los moscos y zancudos se me pegaban a mí. Mis manos eran mi única arma.
Salimos del sendero hacia un caudaloso río por donde se podía pasar por medio de un puente. Caminé con cuidado por ahí. Él ya había pasado y se había perdido en el nuevo sendero. Me apresuré a terminar de pasar el puente.
—¿A dónde vamos? —pregunte, deteniendo mis pasos. Coloque mis manos sobre mis rodillas—. Llevamos mucho tiempo caminando. Ya estoy agotada, Zareth.
—Vamos al Vivero —dijo sin mirarme.
—¿Vivero? ¿Qué hay ahí?
—Cuidamos los huevos de dragón. Cuando eclosionan y son lo suficientemente fuertes, los dejamos en Klinso para que ellos se hagan cargo de su entrenamiento.
Después de varios minutos, llegamos al Vivero. Había Cazadores transportando huevos hacia un establo, pero lo que realmente captó mi atención fueron, sin duda, las enormes bestias. Conocía cada especie de dragón existente.
El que sostenían aquellos cinco cazadores con una gruesa soga era un Terrova. Estas criaturas podían sumergirse bajo la tierra con la misma facilidad con la que un pez nada en el agua. Apenas era un bebé, pero incluso a esa edad, los dragones solían ser enormes, aunque no tanto como los dragones adultos.
—¿Cuál es tu tarea aquí?
—Solo camina.
—¿Ahora no puedo preguntar nada?
—Tu voz me irrita.
—Bastardo —susurré mirándolo con enojo.
Llegamos a la salida del establo; el suelo estaba cubierto de barro. A su alrededor, un camino de piedra formaba un anillo. Zareth caminó por él, y lo seguí. ¿A dónde me llevaba? Mis pies ya dolían de tanto andar.
—Zareth…
—Ya llegaremos, princesa. Camina un poco más.
—Ya estoy muy cansada.
—Solo unos minutos más. No seas tan dramática.
Continué.
Agradecí internamente cuando se detuvo. Alcé la vista. Una densa niebla se extendía frente a nosotros, y un profundo gruñido resonó en el aire, haciéndome retroceder instintivamente. Entonces, unos ojos rojos brillaron a través de la neblina. Era un Valkiria, la especie de dragón más letal que jamás haya existido.
—¿Es acaso un…?
—Aquí están los dragones que pronto serán llevados Klinso.
Miré a Zareth. Sonreía, como si todo aquello fuera un simple juego. Sin decir una palabra, saltó con la destreza de un maestro. Por un instante, pareció estar volando. Era increíble. El dragón emergió de la niebla con un rugido ensordecedor y lanzó una llamarada de fuego. En cuestión de segundos, Zareth estaba de pie sobre su lomo, cabalgando al feroz Valkiria a una velocidad impresionante.
¿Acaso estaba loco?
Cuando llegó a mí nuevamente, tenía una gran sonrisa en su rostro. Una verdadera sonrisa. Una que hizo que sintiera algo extraño dentro de mí. Algo que nunca antes había sentido. ¿Qué era? ¿Tal vez era nerviosismo? No entendía. Pero, aun así, no podía dejar de verlo. De ver esos ojos que parecían transmitir más de lo que una palabra podría.
—¿Tienes tu vínculo? —pregunté con curiosidad —. Pareces ser un experto montando dragones.
—Sí. Desde los cinco años. —Abrí la boca con sorpresa—. Mi dragón y yo crecimos juntos. Nacimos el mismo día.
—¿Por qué eres Cazador de Tierra si posees tu dragón?
—Es un poquito testarudo. No le gusta convivir con otros dragones. Ahora, camina, Cathanna —ordenó—. Me ayudarás a enviar dragones a Klinso.
—¿Cómo haré eso?
—Te enseñaré cómo lo hacemos aquí.
Él pasó un brazo sobre mis hombros con una naturalidad que me tomó por sorpresa. El gesto no se sintió invasivo, pero sí inesperado. Su cercanía era cálida, como si fuera lo más normal del mundo, mientras que yo apenas sabía cómo reaccionar. Por un instante, me quedé rígida. Pero no dije nada. No me aparté. Simplemente, seguimos caminando hacia donde la niebla comenzaba.
Llegamos al lugar. Era espacioso. Muchos cazadores arrastraban a los dragones hacia grandes portales de fuego que se extendían al frente. Zareth me llevó a un lado y le indicó a una chica que se marchara. Ella aceptó y se unió a otros cazadores que estaban organizando las cuerdas. Zareth me entregó una. Eran extremadamente gruesas, y mis manos apenas podían sostenerlas.
El dragón que debíamos arrastrar estaba en una jaula, lanzando fuego por doquier. Me asusté. Ninguno de ellos llevaba protección. Estaban tan locos como quienes diseñaron los caminos de este lugar.
Éramos seis en total: tres chicas, incluyéndome, y el resto hombres.
Las jaulas se abrieron. No sabía qué hacer. Miré a Zareth, pero él seguía con la vista fija en el dragón. Ese cretino ni siquiera se había molestado en explicarme qué hacer. La cuerda se resbalaba de mis manos. ¿Acaso no sabía que no tenía manos de trabajador?
—Zareth —llamé con urgencia—. ¡Zareth!
—¿Qué quieres? —soltó con impaciencia.
—¿Qué se supone tengo que hacer? —dije mientras apretaba la cuerda.
—¿Es en serio tu pregunta?
—¿Tú crees que yo sé sobre esto? —le pregunto con enojo—. ¡Imbécil! ¡Idiota! ¡Cretino! Solo me trajiste aquí sin explicarme ni un carajo.
—Bueno, deja de insultarme —dijo entre dientes—. Solo tienes que jalar. No es tan difícil, princesa.
—¡No tengo fuerza para eso! Apenas si he podido sobrevivir al entrenamiento de este lugar.
Él me miró serio, como si mi actitud lo estuviera sacando de quicio.
—Pues sácalas —agregó con si fuera lo más fácil.
—¿De dónde se supone que sacaré fuerza?
Él comenzó a jalar, ignorando mi pregunta. Yo hice lo mismo. Aunque no hacía nada realmente. El dragón tenía una fuerza sorprendente. ¿Qué debía hacer? Lo único que se me ocurría era hacer que el dragón levitara con el aire, pero, ¿y si no funcionaba? No tenía nada que perder.
Con una mano, sujete con fuerza la cuerda mientras comenzaba a jalar. Con la otra, hice que el viento comenzara a arrastrar al dragón hacia delante. Y así pasaron los minutos hasta que llegamos al portal. Desde el otro lado, unas cuerdas amarraron al dragón, haciendo que este avanzara hasta cruzar él porta
—¡Cretino! —le dije a Zareth —. Mira mis manos. ¡Están lastimadas otra vez! No quiero terminar lastimada siempre que haga algo en este lugar. No nos están preparando para el mundo real. Ni siquiera es tan letal como dicen siempre.
—¡Cállate! —Su poca paciencia se estaba agotando, se notaba—. Eres una aprendiz. No seas dramática. Las heridas de tus manos es lo de menos. ¿Acaso vas a ir con los instructores y decirles que no puedes hacer algo solo porque te duele? ¿Crees que les importara eso?
—¿Lo de menos? No me importa lo que crean los demás. Me quiero ir de aquí. Llévame a la fortaleza ya mismo.
—Tengo mucho trabajo que hacer. Si quieres, vete tú.
—¿¡Crees que recuerdo el camino!?
Él me tomó del brazo y me alejo de los oídos curiosos.
—Tienes dos opciones: Te quedas callada y pones de tu parte, o sencillo; puedes usar tu cerebro para recordar el camino a la fortaleza.
—Pues bien —dije acercándome más a él —. Buscaré el camino por mi cuenta. Gracias por nada.
—¿En serio? No me estés jodiendo ahora Cathanna.
—¿Crees que estoy bromeando?
—¿Por qué eres tan testaruda? —soltó de golpe, sin dejar de mirarme—. Crees que todos deben hacer tu voluntad solo porque tu familia pertenece a la corte del rey. —Apretó su agarre sobre mi brazo—. Actúas como una niña caprichosa, una niña a la que nunca le faltó nada. ¿No te cansas de ser así? Tu actitud infantil es odiosa. Dentro de poco tendrás veinte años. ¡Actúa como una mujer ya!
—Y ¿quién te crees que eres para decirme cómo debo actuar? —Me aparté bruscamente de su agarre —. No quieras venir a cambiar mi vida.
—No quiero cambiar tu vida, solo estoy harto de verte actuar como si el mundo girara a tu alrededor. Sí, naciste con el privilegio de la realeza, sí, todos sabemos quién es tu padre, pero ¡suficiente! De verdad, a veces desearía que te quedaras callada para siempre.
—¿Eso es lo que piensas de mí? —Mi voz tembló levemente, aunque no estaba segura si era por la rabia o por algo más profundo. Algo más hiriente.
—Es lo que todos piensan, pero nadie se atreve a decírtelo.
Sus palabras cayeron como un golpe en el pecho. Por un instante, pensé en darle la espalda, en fingir que no me importaba, pero eso sería mentirme a mí misma. Así que lo miré de frente, con la cabeza en alto, aunque por dentro todo se sacudía.
—No tienes idea de lo que dices. Tú no sabes nada de mí.
—Sé lo suficiente para ver que sigues aferrándote a una versión de ti que ya no tiene cabida aquí. Nadie va a tratarte como una princesa, porque aquí no lo eres. Aquí eres solo otra aprendiz, igual que todos. Pero sigues actuando como si el mundo te debiera algo.
—No tengo que demostrarte nada, Zareth. Y mucho menos voy a cambiar para complacerte.
—No se trata de complacerme. Se trata de crecer. Ya es momento de dejar esa vida llena de privilegios atrás y afrontar el mundo real. Se una mujer, no una niña. Es lo único que te mantendrá a salvo.
—No necesito que me des lecciones de vida.
Me di la vuelta y caminé sin mirar atrás, aunque podía sentir su mirada clavada en mí. ¿De verdad me seguía viendo como una niña? ¿Pero cómo creer cuando nunca me dejaron tener una infancia como la de mis hermanos? Siempre tuve que ser alguien que se preparara para ser una buena mujer, alguien cuya mente nunca se desarrolló de una buena manera porque no lo tenía permitido.
Di un mal paso en el puente y, antes de poder reaccionar, mi cuerpo se precipitó al vacío. El impacto contra el agua helada me dejó sin aliento, y la corriente me arrastró con una fuerza implacable. Intenté nadar, pero mis movimientos eran torpes, desesperados.
El agua golpeaba mi rostro, impidiéndome respirar con normalidad. Nunca había sido buena nadadora. Mis padres jamás me permitieron adentrarme en ríos, alegando que era peligroso, que no era necesario. Y ahora, en medio de la corriente salvaje, comprendí lo vulnerable que era.
Mi corazón martilleaba en mi pecho mientras luchaba por mantener la cabeza fuera del agua. La orilla estaba lejos, y cada vez que intentaba impulsarme hacia ella, el río me empujaba con más fuerza, como si se burlara de mi fragilidad.
Mis pulmones ardían. Mi cuerpo, entumecido por el frío, comenzaba a rendirse. Hasta que, de repente, algo me sujetó con fuerza. Un agarre firme, decidido. Antes de poder comprender lo que ocurría, sentí unos brazos rodearme y, en un instante, fui arrastrada fuera del agua. Tosí con desesperación, mi pecho subiendo y bajando a un ritmo frenético mientras el aire llenaba mis pulmones nuevamente.
Él estaba ahí.
Me había salvado.
—¿Estás bien?
Asentí, incapaz de pronunciar palabra. Mi garganta estaba cerrada, mis labios temblaban, y mi cuerpo aún no comprendía lo que acababa de pasar. El agua fría seguía aferrándose a mi piel, como si quisiera arrastrarme de nuevo.
—Cathanna… ¿Estás bien?
Traté de responder, pero mi voz se quebró en un susurro inentendible. Solo entonces me di cuenta de lo fuerte que latía mi corazón, golpeando contra mi pecho como si quisiera escapar. Sus manos seguían sosteniéndome con firmeza, pero con una extraña suavidad, como si temiera que pudiera desvanecerme en cualquier momento.
—Háblame, por favor… —insistió, su voz más baja, esta vez, casi una súplica.
—Estoy bien. —Me alejé—. ¿Qué haces aquí?
—No podía dejarte sola. Podrían pasarte cosas como… estas.
—Puedo defenderme sola —dije, negándome a mirarlo—. No necesito que estés detrás de mí como un perro faldero. Dijiste que debo creer, ¿no? Y para eso necesito mi autonomía. Solo vete y déjame sola. No te necesito. Puedo encontrar el camino por mi cuenta.
Uno de sus brazos se enrolló en mi cintura. Su agarre era fuerte, inmovilizándome contra él mientras el aire a nuestro alrededor cambiaba en un instante. Su mirada recorrió la mía, buscando algo que no estaba segura de querer darle. Tragué en seco, consciente de la extraña intimidad que el momento nos imponía.
El sonido del río rugiendo a nuestras espaldas contrastaba con el silencio tenso que se había instalado entre nosotros. Sujeta aún por sus brazos, sentí el calor de su cuerpo contra mi piel helada. Quise apartarme, recuperar mi espacio, pero mis piernas apenas respondieron.
—Estás temblando.
—No es para tanto.
—Te llevaré a la Fortaleza.
—Dijiste que no me llevarías. Debes sostener tu palabra y no cambiar solo porque te dio remordimiento.
Él soltó un suspiro pesado.
—Me recuerdas tanto a Trueno.
—¿Trueno?
—Mi dragón. Es tan orgulloso que no se somete fácil a nadie.
—¿Qué clase de nombre es ese?
—No sé, pregúntaselo a él.
Él no dejó de sostenerme. Sentí el chequeo de sus dedos. De un momento a otro, ya nos encontrábamos dentro de la Fortaleza. Lo miré por última vez antes de escurrirme de sus brazos.
—¿Y a ti qué te pasó? —preguntó Riven—. ¿Por qué estás mojada?
—Estuve…recorriendo el lugar y caí al agua.
—Qué gran suerte tienes.
Cuando estaba por subir las escaleras, la puerta se abrió de golpe con una fuerza que hizo retumbar las paredes. Me giré de inmediato, con el corazón acelerado. Era Calem, uno de los Prefectos.
Lo poco que había escuchado de él era suficiente para saber que nadie quería enfrentarlo. Se decía que era letal, despiadado en combate. ¿Cómo podía alguien ser así? Nunca lo había visto sonreír en los días que llevaba aquí, ni siquiera durante los entrenamientos. Siempre era la misma expresión imperturbable.
—Cinco minutos desde ya —anunció con voz firme—. Los llevaré a la zona de entrenamiento. Los espero afuera. El tiempo está corriendo.
Maldije en voz baja antes de correr escaleras arriba. Golpeé con prisa las puertas de Loraine y Janessa. Ambas abrieron casi al mismo tiempo, con el ceño fruncido por la interrupción.
—Tenemos cinco minutos —solté apresurada.