El Vestido De Su Vida

El sol apenas se filtraba por las enormes ventanas de la casa cuando Sophia despertó, envuelta en las suaves sábanas de lino que León había elegido personalmente. La noche anterior aún estaba fresca en su memoria, y no pudo evitar sonreír al recordar la manera en que él la había mirado, como si fuera la obra de arte más valiosa de su colección.

Bajó a la cocina con la intención de preparar café, pero encontró a León ya despierto, sentado junto a Emperatriz, quien descansaba elegantemente sobre su regazo. Vestía una bata de seda y sostenía una taza de porcelana en la mano. Al verla entrar, una sonrisa ladina apareció en su rostro.

—Buenos días, querida —dijo con ese tono despreocupado que a Sophia le parecía tan encantador

—Buenos días —respondió ella, intentando no sonrojarse mientras se servía café.

León dejó a Emperatriz en el suelo y se acercó a Sophia, inclinándose ligeramente para susurrarle al oído.

—Espero que estés lista para otro día de "asistente perfecta".

Sophia rió, sabiendo perfectamente a qué se refería. Desde aquella noche, ambos habían decidido mantener su relación en secreto. A ojos del mundo, ella seguía siendo su eficiente asistente, pero dentro de esas paredes, eran dos personas profundamente enamoradas.

En la oficina, León mantenía su actitud usual, siempre impecable y carismático, mientras Sophia lo acompañaba con profesionalismo. Sin embargo, había momentos en los que sus miradas se cruzaban y, aunque nadie más lo notara, en esos segundos compartían un mundo solo suyo.

Una tarde, mientras Sophia revisaba algunos documentos, León se acercó por detrás, colocando una mano en su hombro.

—No olvides que esta noche tenemos una cena con inversores. Usa algo espectacular, como siempre.

Sophia asintió, acostumbrada a su estilo exigente, pero esa noche, cuando se arregló, no pudo evitar pensar que no solo era su jefe quien la esperaba, sino también el hombre que la había transformado por completo.

De regreso en casa, después de una jornada agotadora, León se quitó el saco y lo dejó cuidadosamente en el perchero. Sophia estaba en la sala, acariciando a Emperatriz y los otros gatos, que parecían haberla adoptado por completo.

—¿Sabes? —dijo León, sentándose junto a ella—. Nunca pensé que disfrutaría tanto de tener a alguien más en esta casa. Siempre fui un hombre de soledad, pero contigo... todo es diferente.

Sophia lo miró, sorprendida por su confesión, y sonrió.

—Tú también cambiaste mi vida, León.

Él tomó su mano y la besó con ternura. Era un amor que se construía en silencio, lejos del ojo público, pero que crecía con cada mirada, cada palabra y cada momento compartido. Los gatos ronroneaban a su alrededor, como si también aprobaran aquella relación que, aunque secreta, era tan real como el brillo en sus ojos.

El día siguiente era un día agitado en la oficina de León. Entre reuniones y preparativos para una nueva campaña, Sophia apenas había tenido tiempo para sentarse. En medio del caos, apareció un modelo nuevo, recién contratado para ser la imagen de la próxima colección de León.

El joven era alto, con una sonrisa deslumbrante y un aire despreocupado que inmediatamente captó la atención de todos, incluida Sophia. Al acercarse para presentarse, le tendió la mano a Sophia con un gesto encantador.

—Hola, soy Lucas. Tú debes ser la famosa Sophia, la asistente estrella de León. He oído hablar mucho de ti.

Sophia sonrió, algo incómoda pero halagada.

—Es un placer, Lucas. Bienvenido al equipo.

Lucas no perdió la oportunidad de coquetear.

—Creo que el placer es todo mío. ¿Cómo es que alguien tan hermosa no está delante de las cámaras en lugar de detrás de ellas?

Sophia soltó una risa nerviosa y apartó la mirada, intentando mantener la profesionalidad. Sin embargo, el intercambio no pasó desapercibido para León, quien estaba sentado en su escritorio al fondo de la sala, acariciando a Emperatriz con una elegancia calculada.

León entrecerró los ojos mientras observaba la escena. Su postura era impecable, con una pierna cruzada y la gata descansando cómodamente en su regazo. Con un movimiento lento, deslizó los dedos por el suave pelaje de Emperatriz y, sin dejar de mirar a Lucas, murmuró con un tono apenas audible:

—Pobrecillo, aún no entiende que no hay nadie como yo.

Sophia, que había notado la mirada de León, intentó ignorarlo, pero el leve arqueo de su ceja y la sonrisa casi imperceptible en sus labios delataban su diversión.

Más tarde, mientras Lucas se probaba algunos trajes, León se acercó a Sophia con su característica actitud relajada.

—Querida, espero que no te dejes distraer por... —hizo un gesto vago hacia Lucas— esos intentos desesperados de llamar tu atención.

Sophia lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión.

—¿Estás celoso, León?

León dejó escapar una risa suave, como si la idea fuera absurda.

—Por favor, Sophia. No necesito competir con nadie. Solo estoy señalando que algunos deberían saber cuál es su lugar.

Sophia negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír. León siempre tenía esa manera de hacerla sentir especial, incluso cuando no lo decía directamente.

Al final del día, mientras Lucas se despedía con otra de sus sonrisas brillantes, León se acercó a Sophia y le susurró al oído:

—Espero que recuerdes quién diseñó ese vestido que todos están admirando hoy.

Sophia rió, sintiendo el calor en sus mejillas, y respondió en el mismo tono:

—Tranquilo, León. No hay nadie como tú.

León sonrió, satisfecho, mientras acariciaba a Emperatriz una vez más. Aunque no lo admitiera en voz alta, la idea de perder la atención de Sophia, aunque fuera por un momento, era algo que no estaba dispuesto a permitir.