Nica es el fruto de un rico hacendado, dueño de muchas tierras productoras de caña y algodón, y de un amorío con una de sus esclavas.
Y aunque su padre prometió protegerla, no vivió mucho para cumplir su promesa.
Apenas su padre murió, su tío y sus primos se encargaron de hacerle la vida un infierno. Le recalcaba a cada momento que ella solo era una sucia esclava con sangre impura corriendo por sus venas.
Y qué por lo tanto, su vida no valía nada.
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La Brújula que Guía al Corazón.
Con la luz del amanecer colándose por las ventanas de la casa grande, Nica se apresuró a esconder la almohada y la cobija dentro de un jarrón mientras se percataba de que nadie la viera.
Toda la noche estuvo interrogándose internamente quién pudo haber tenido tan amable gesto con ella, pero de inmediato concluyó que no podía ser otra persona más que Antonio Hurtado.
Era el único que se paseaba por el pasillo a esas horas después de visitar a su madre enferma, y a Nica no se le ocurría que un esclavo o sirviente fuese capaz de darle una cobija y una almohada sin razón alguna.
Pero había un problema. Sí, había pasado la noche más cómoda en mucho tiempo, sin embargo, no era correcto quedarse con esas cosas que no eran suyas y que tampoco las merecía. Se las devolvería a Antonio apenas lo viera
Sin pensarlo más, inició la rutina diaria de atender a Lilianne. Hoy era domingo, así que su prima debía asistir a la misa matutina, a las que Nica tenía prohibido ir por no estar bautizada ni ser considerada una mujer cristiana.
A palabras de su tío Héctor, con su sangre mestiza podía ensuciar los suelos de la iglesia, al igual que la reputación de los Montalván a los ojos de Dios. Por ello, Nica siempre se quedaba viendo esas grandes e impenetrables estructuras religiosas desde afuera.
Y seguramente, por esa prohibición, Nica no vería a Lilianne casarse con Antonio, lo que sería bastante devastador.
—¡Nica!
Mientras iba de camino hacia la pila con el objetivo de llenar las cubetas para el baño de Lilianne, un grito familiar llamó su atención. Era Marú, tenía varios días que no lo veía después de la conversación que tuvieron sobre su hogar. Y a decir verdad, lo notaba más feliz.
—Marú, que bueno verte... ¿Dónde has estado? —Le preguntó la castaña.
—Me fui a trabajar en una siembra de caña a los límites de la hacienda, el amo Antonio me lo ordenó. —Explicó el indio, causando sorpresa en Nica. De repente, Marú se mostró triste. —Mama Guaica me contó lo que te pasó hace unos días...
—Ya, Marú. —Interrumpió ella antes de que dijera otra palabra. —Estoy bien, pero no estoy lista para acercarme a las barracas por el momento.
—Pero, ¿Dónde estás durmiendo? Tampoco has buscado tu comida...
—Marú te dije que estoy bien, no te preocupes. —Le aseguró Nica, nuevamente. —Si no te molesta, necesito llenar las cubetas o Lilianne llegará tarde a la misa...
—Déjame ayudarte. —Se ofreció Marú, tomando una de las cubetas sin esperar una respuesta.
Nica no se molestó en detenerlo, pues el indio insistiría en ayudar a pesar de todas sus negativas.
—Parece que te volviste más necio durante tu paseo. —Comentó la castaña, divertida.
Entre risas y charla, Marú y Nica llegaron a la pila de agua, donde casualmente se encontraba Urima y otra esclava lavando una cesta de ropa que de seguro les llevaría casi toda la mañana.
—Nica, quiero invitarte a un ritual esta noche. —Le ofreció Marú mientras recargaban las cubetas. —Un chamán de mi tribu asistirá para poder comunicarnos con los dioses, podrás pedirles lo que quieras.
Nica lo miró intrigada... ¿Un ritual para conectar con los Dioses? Eso era algo que nunca pensó oír, aunque a decir verdad, Nica nunca pudo relacionarse con las celebraciones indígenas, ya que su tío las consideraba una adoración al Diablo.
—No pierdas el tiempo, Marú. —Comentó Urima, tajante. —Claramente la esclava blanca celebrará el día de San Juan con sus queridos amos en una tonta misa.
—Nica tampoco está bautizada, Urima, así que no puede ir a la iglesia con los amos. —Defendió Marú. —¿Cierto, Nica?
—Dónde será el... ¿Ritual? —Preguntó la castaña, ignorando la actitud despectiva de la india.
—En la playa, de camino al Morro. —Informó el indio, contento. —Solo debes seguir el sonido de los tambores, será fácil encontrarnos.
Nica asintió con la cabeza. Iba a considerar la invitación, pues su interés estaba demasiado despierto por descubrir como sería una sesión de espiritismo indígena.
Con los baldes llenos, pudo bañar a Lilianne, quien sin duda hoy tendría un largo día de fiesta. En la iglesia, se conmemoraba el día de San Juan Bautista, y después de una larga misa en honor a este santo, se llevaría a cabo una procesión hasta la escuelita, donde harían una especie de eucaristía. Y en la noche, la familia Hurtado asistiría a una fiesta organizada por el señor Angeli en la hacienda vecina.
Que Lilianne estuviese ocupada todo el día la motivaba a ir al ritual, nada más debía estar en la tarde y vestirla para la celebración del señor Angeli, y con suerte regresar para la hora de la siesta.
Hermosa y elegante, Lilianne se marchó a la iglesia, a lo que Nica aprovechó para limpiar un poco la habitación y de paso lavar la ropa de su prima junto a la de ella. No hacía falta mencionar que Urima no lavaría su ropa ni aunque Nica le pagara por ello.
No entendía porqué le caía tan mal a la india, y honestamente debido a su carácter malhumorado, le daba miedo preguntar.
Nica legó a la pila con su ropa en una cesta, en el sitio seguía Urima junto a la otra esclava con la mitad de la ropa lavada y exprimida, lista para colgarla en la cuerda antes de que se ocultara el sol.
Nica se dispuso a lavar cuando de repente escuchó un galope acercándose a ella. Apenas levantó la vista, un caballo que llegó a beber agua de la pila pisó un charco con fuerza y la salpicó accidentalmente.
La castaña ahora se encontraba embarrada, al igual que la ropa recién lavada, su frustración junto al caballo de pelaje marrón claro bebiendo agua como si nada provocaron las risas burlonas de las dos esclavas.
—¡Caballo malo! —Lo regañó Nica, al ver la ropa y que, desgraciadamente, debía lavar de nuevo.
—Miren nada más quien se ha dignado a salir.
Esa voz familiar ocasionó que Nica volteara de inmediato, y sin razón aparente, se le formó un nudo en el estómago qué la dejó hablar de manera entrecortada.
—Jo-Joven Antonio... —Gageó la esclava, mientras limpiaba el barro de su rostro. —N-No se acerque mucho, no quiero ensuciarlo...
—Entiendo que seas muy dedicada a tu trabajo, pero no hace falta que termines en estas condiciones. —Bromeó el joven, riéndose.
Nica hizo una mueca despectiva y le dio la espalda, no se mostraba complacida por los chistes, pues que a un esclavo le pase una situación como esa no podía tomársela a broma. Y Antonio lo notó.
—Lo siento, no te enfades con Caramelo, es solo una potra rebelde. ¿Verdad, niña? —Dijo Antonio, mientras acariciaba al caballo que recién "atacó" a Nica. —¿Estás bien, no te lastimó?
—Si, si, estoy bien. —Evadió Nica, evitando el contacto visual. —Por cierto, gracias por la cobija y la almohada, pero no era necesario...
—Basta, no me lo agradezcas. —Interrumpió. —Deberías bañarte, ¿No nos acompañarás a la fiesta que el condenado de Angeli organizará esta noche?
—Yo... aceptaría ir por Lilianne, pero... —Pausó la chica, buscando la manera de decir "no" sin ofender. —Pensaba celebrar el día de San Juan con los esclavos.
—Oh, está bien. —Comprendió Antonio. —Si te parece, dejaré que te vayas temprano de la fiesta de Angeli y asistas a la de los esclavos, solo hasta que Lilianne haga ambiente.
—¿Gracias?
—Pero con una condición...
—Ya decía que estabas muy permisivo... —Murmuró Nica entre dientes.
—Jeje... —Antonio soltó una leve risa por lo que dijo la castaña. —Quiero ir también.
Nica abrió los ojos asombrada, incluso Urima y la otra esclava que escuchaban la conversación atentamente, aunque no fuese de su incumbencia, se miraron preocupadas.
—¿A-A la fiesta de los esclavos? —Con la voz entrecortada, Nica volvió a preguntar. —¿E-Está seguro?
—Si, cualquier cosa será mejor que esa fiesta de Angeli. —Respondió Antonio. No obstante, notó la incomodidad en el rostro de Nica y las esclavas. —No hay problema de que vaya... ¿Verdad?
—¡No, no! Usted es bienvenido, joven Antonio. —Dijo Nica, con miedo a decirle que no.
—Excelente, nos veremos más tarde entonces. —Acordó el joven, mientras sacaba una rienda de su cinturón y la colocaba alrededor del cuello de la yegua. —Vamos Caramelo, di adiós.
Antonio se marchó de la pila con la yegua relinchando, mientras que Nica lo observó irse sin que los nervios abandonaran su mirada.
—¿Ahora qué haremos? —Le reclamó Urima, enojada. —Antonio Hurtado no puede asistir al ritual, nos azotarán apenas llegue y se dé cuenta de lo que hacemos.
—E-Estoy segura de que si se lo pedimos no nos delatará... —Sugirió la castaña.
—¿Pedírselo? ¿Nosotros? ¡Ja! —La india soltó una risa chocante. —No... Nosotros no, tú se lo pedirás, porque él solo te hace caso a ti.
—Eso no es cierto, no tengo ninguna influencia sobre los amos. —Argumentó Nica, frunciendo el ceño. —Soy igual a todos ustedes.
Urima borró su risa chocante cuando Nica dijo aquellas palabras. Y, en un ataque impulsivo, la india sujetó a Nica del cabello y la arrastró hacia la pila. La castaña se quejó, incluso empezó a gritar del dolor. Urima no la soltaría hasta que viera su reflejo.
—No, no eres igual a nosotros. ¡Mírate! —Exclamó la india, soltando el cabello de Nica y empujándola hacia la pila. —Si en verdad nos aprecias, aprovecha ese cuerpo blanco que tienes y úsalo como último recurso para que no nos azoten a todos.
Indignada, Nica apartó su mirada del agua y se enfocó en Urima con ganas de estrangularla.
Nica no entendía porqué siempre la comparaban con una mujer promiscua, siendo que ella no era así. Quizás no podría revelarse a su tío cada vez que la llamaba «puta», pero a Urima no se lo iba a permitir.
—¿Que insinúas, Urima? —Nica la encaró, molesta.
—No me enseñes tu carita de mosca muerta. —Contraatacó la india, alzando la voz. —¡El amo Antonio fue a cortar monte por ti, salvó a Marú de su asqueroso hermano por ti! ¡Y si Antonio no va a ir a nuestra fiesta esta noche, será porque tú se lo vas a pedir!
La tensión entre ambas era palpable, de no ser por la intervención de la otra esclava, las dos habrían terminado en una pelea.
Nica era una persona relativamente pacífica, más no aceptaría esa clase de ofensa a su dignidad. Urima tampoco se quedaría de brazos cruzados, de todas maneras, ningún látigo había logrado doblegar su alma salvaje.
—Urima, basta. —La esclava de nombre Paracare, entró a calmar la pelea. —Es el hambre hablando por ti. Vamos, estamos a punto de terminar.
Urima le dedicó una última mirada de guerra antes de alejarse con Paracare, y Nica solo suspiró aliviada tratando de tranquilizar su ajetreado corazón.
Eran estos momentos en los que Nica no reconocía de qué lado estaban sus principios.
nunca más te leo. q falta de respeto son indeseable, engañan al lector.
el señor Angeli de Liliana 🙈