El centenario del Torneo de las Cuatro Tierras ha llegado antes de lo esperado. Para conmemorar los cien años desde la creación del brutal torneo, los Padres de la Patria han decidido adelantar el evento, ignorando las reglas tradicionales y usando esta ocasión para demostrar su poder y someter aún más a las Nueve Ciudades.
Nolan, el mejor amigo de Nora, ha sido elegido para representar a Altum, enfrentando los peligros de las traicioneras tierras artificiales: hielo, desierto, sabana y bosque. Nora, consciente del destino que le espera a Nolan, no está dispuesta a permitir que se repita la misma tragedia. Junto a la rebelión, buscará acabar con los Padres de la Patria y poner fin a la dictadura de las Cuatro Tierras.
El reloj avanza, el torneo está a punto de comenzar, y esta vez, el objetivo de Nora no es solo salvar a Nolan, sino destruir de una vez por todas el yugo que ha esclavizado a las nueve cuidades
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Un nuevo amanecer para la humanidad
La tarde había caía lentamente sobre la ciudad, oscureciendo el cielo mientras el rugido de los helicópteros resonaba en el aire. En la cima de la base principal, Nora, Marcus y Nolan avanzaban a paso firme, rodeados por el viento caliente que azotaba sus rostros. Habían llegado al punto final, el último asalto contra los Padres de la Patria. La enorme estructura de acero y vidrio de la base brillaba con luces parpadeantes, mientras en las calles lejanas, la gente aguardaba el desenlace de la rebelión que había marcado los últimos años de sus vidas.
El ascenso hasta la cima había sido arduo, pero ahora, frente a las puertas del helipuerto, Nora sentía una mezcla de agotamiento, tristeza y determinación. Había perdido tanto por el camino, había luchado y sobrevivido a más de lo que cualquier persona debería soportar, y sin embargo, había una parte de ella que sabía que la verdadera batalla aún no terminaba.
—¿Estás lista? —preguntó Marcus a su lado, con la voz baja pero firme, sus ojos buscando los de ella.
Nora asintió, aunque el dolor en su pecho era evidente. Miró a Marcus brevemente, y después a Nolan, que avanzaba con su rifle en alto, escaneando los alrededores con cautela.
Al llegar al helipuerto, Lara y Marcos, los recibieron con caras serias. Parecían nerviosos, aunque había un destello de alivio en sus ojos. Sin embargo, en cuanto vieron que Nolan no les acompaña y Marcus el que había muerto hace mucho venia con elllos, su preocupación creció.
—¿Dónde está Nolan, y porque Marcus viene contigo? —preguntó Lara, sus ojos buscando en el rostro de Nora una respuesta.
Marcos, junto a ella, frunció el ceño, inquieto.
—Nora, ¿qué está pasando? —insistió—. ¿Nolan está bien?
Nora no dijo nada. Sentía la garganta cerrada, como si cada palabra se quedara atrapada. No podía hablar. Las imágenes del enfrentamiento, las pérdidas, las decisiones que había tenido que tomar para llegar hasta aquí la abrumaban. Había visto morir a tantos amigos, había tenido que dejar atrás partes de sí misma para sobrevivir, y ahora que estaban tan cerca de la libertad, el peso de todo aquello parecía caer sobre ella de golpe.
—Nora... —murmuró Lara, preocupada por el silencio de su amiga.
Pero Nora solo los miró una vez más y, sin decir una palabra, subió al helicóptero que los esperaba, con el motor rugiendo y las aspas moviéndose rápidamente sobre ellos. Sabía que no había más tiempo para preguntas o explicaciones. Había una misión que cumplir, y aunque su corazón estaba roto, debía seguir adelante.
En el helicóptero, Marcus se sentó junto a ella, sus manos tensas en su regazo mientras las luces de la ciudad pasaban velozmente debajo de ellos. Nolan, en el asiento opuesto, ajustaba las armas mientras miraba por la ventanilla, concentrado. El aire dentro de la cabina estaba cargado de silencio, un silencio pesado que nadie parecía dispuesto a romper.
Finalmente, el helicóptero llegó a la parte más alta de la torre central, el último refugio de Alex Haw y Boggs, los dos últimos Padres de la Patria que aún controlaban las ciudades bajo su puño de hierro. Nora sintió cómo el helicóptero descendía suavemente sobre el helipuerto y, tras un breve intercambio de miradas con Marcus y Nolan, supo que había llegado la hora.
Las puertas del helicóptero se abrieron, y los tres descendieron con rapidez, moviéndose por la plataforma hacia la entrada del edificio. En cuestión de minutos, habían neutralizado a los guardias y se encontraban frente a la sala de mando donde Haw y Boggs se atrincheraban. La puerta, de acero reforzado, estaba cerrada con múltiples sistemas de seguridad, pero Nora había traído consigo todo lo necesario para abrirla.
—Listos —dijo Marcus, colocando la carga explosiva en los bordes de la puerta.
Nora asintió, dando un paso atrás, mientras Nolan se preparaba para la entrada. Tras unos segundos de tensión, la explosión retumbó por el pasillo y las puertas cedieron, soltando una nube de polvo y escombros. En cuanto el humo se disipó, Nora y los demás entraron.
Haw y Boggs, sorprendidos, se levantaron de sus asientos, sus rostros pálidos ante la realidad que se les venía encima. Ya no tenían a dónde escapar. Estaban acorralados.
—Se acabó —dijo Nora con voz firme, apuntando su arma hacia ellos—. Han perdido.
Haw, siempre arrogante, esbozó una sonrisa torcida.
—¿Perder? ¿Y que haces Marcus con ella? Tu eres de nosotros—se burló—. Los Padres de la Patria no pierden, niña. Siempre habrá alguien que quiera poder. Si no somos nosotros, serán otros. No puedes cambiar eso.
Nora apretó los dientes, ignorando la provocación. No se dejaría arrastrar por sus palabras.
—Eso no es lo que la gente piensa y no voy a decir porque los acompaño—replicó Marcus, acercándose—. Ya no les temen.
Boggs, más nervioso que su compañero, retrocedió un paso, su mirada saltando entre ellos y las pantallas que mostraban las ciudades bajo su control.
—¿Qué pretenden hacer? —preguntó, desesperado—. Si nos matan, habrá caos. Sin nosotros, todo esto caerá en el desorden.
Nora dio un paso adelante, levantando el altavoz que había traído consigo. Lo conectó rápidamente al sistema de la torre, asegurándose de que su voz se escuchara en las nueve ciudades y, especialmente, en la ciudad principal. Tomó una respiración profunda y habló:
—Ciudadanos de las nueve ciudades —su voz resonó con fuerza—. Hoy, la tiranía de los Padres de la Patria llega a su fin. Hoy, todos ustedes son libres. Ya no tendrán que vivir bajo el yugo de aquellos que los oprimen. Ya no tendrán que soportar más abusos. Este es el final de su dominio, y el comienzo de una nueva era.
El silencio que siguió fue abrumador. Nora podía sentir la magnitud de sus palabras recorriendo la ciudad, la base de una revolución que había empezado con pequeñas chispas y que ahora ardía como un fuego imparable. Los Padres de la Patria habían caído. La libertad estaba al alcance.
Haw, con el rostro lleno de furia, intentó decir algo, pero Marcus lo detuvo antes de que pudiera avanzar.
—No te molestes —dijo Marcus, con una calma escalofriante—. Ya no tienen nada que decir. Esto se acabó.
CINCO AÑOS DESPUÉS
después, el sol brillaba cálidamente sobre las colinas verdes que rodeaban la pequeña casa donde Nora y Marcus vivían. El viento suave movía los árboles cercanos, y en el jardín, dos niños jugaban alegremente bajo la atenta mirada de Nora.
—Nolan, no vayas muy lejos —dijo Nora con una sonrisa, llamando al niño, que se parecía mucho a su padre.
El niño se giró y le sonrió, corriendo hacia ella con sus pequeños brazos abiertos. Nora lo recogió y lo abrazó, su corazón lleno de paz, una paz que no había sentido en años.
A su lado, Marcus se acercó, sosteniendo a su hija, adoptiva a la que Nora había salvada hace cinco años una niña de quince años, de cabello oscuro y ojos profundos que los observaba con una sonrisa tímida.
—Ellos están bien —dijo Marcus, dándole un beso en la frente a Nora—. Todo está bien ahora.
Nora lo miró y luego volvió la vista hacia los niños. Cinco años habían pasado desde que derrocaron a los Padres de la Patria, y aunque habían luchado con todas sus fuerzas, al final habían logrado construir algo nuevo, algo mejor. Un futuro que valía la pena vivir.
—Sí —murmuró Nora, sus ojos brillando de felicidad—. Todo está bien ahora.
Y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que sus palabras eran ciertas.