De Lectora A Madre Del Villano

Anastasia se dejó caer sobre el cuerpo de su hijo, su frente apoyada en su estómago helado, mientras los sollozos seguían escapando de sus labios. Aunque su cuerpo había emanado una luz mágica instantes atrás, ella no era consciente de lo que había sucedido. En su mente, la tristeza seguía consumiéndola, y su corazón aún estaba desgarrado por el dolor.

—Ethan... —susurró una vez más, con la voz apagada, mientras sus lágrimas empapaban la tela que cubría el cuerpo inmóvil de su hijo.

De pronto, en medio de su llanto, un sonido apenas audible atravesó el aire de la habitación.

—Ma... má... ¿por qué estás llorando? —Una voz débil, casi imperceptible, se coló en sus oídos.

Anastasia abrió los ojos de golpe, el corazón deteniéndose por un instante. Lentamente levantó la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas buscaron el rostro de su hijo, y lo vio. Ethan tenía los ojos semiabiertos, su pequeño rostro aún pálido, pero lleno de vida.

—Mamá... tienes los ojos rojos y hinchados —murmuró con suavidad, su voz cargada de inocencia—. Cuando lloras, me pones triste.

El tiempo pareció detenerse. Anastasia sintió cómo su pecho se llenaba de una mezcla de incredulidad y alivio. Sus labios temblaron mientras una sonrisa, cargada de amor y lágrimas, se dibujaba en su rostro.

—Oh, mi Ethan, siempre tan lindo —dijo con un hilo de voz, mientras acariciaba su rostro con ternura.

Ethan la miró y, a pesar de su fragilidad, esbozó una pequeña sonrisa. La calidez de ese gesto iluminó el alma de Anastasia, borrando por un momento todo el dolor que había sentido.

Anastasia sabía que debía actuar con calma, por lo que, conteniendo su emoción, se levantó lentamente y se acercó a la puerta. Abriéndola con suavidad, llamó a una de las sirvientas que siempre estaban cerca.

—Señora, ¿necesita algo? —preguntó la joven, entrando con cuidado.

—Ven aquí, pero no hagas ruido —dijo Anastasia con un tono suave y firme.

La sirvienta se acercó, pero al mirar hacia la cama, su cuerpo se congeló. Allí estaba Ethan, con los ojos semiabiertos y respirando débilmente. La sirvienta llevó una mano a su boca, ahogando un grito.

—¡Oh, joven príncipe, usted está...!

Anastasia levantó una mano rápidamente, haciendo un gesto para que no dijera más. La sirvienta entendió al instante y corrigió sus palabras.

—Estás... despierto, joven príncipe.

Ethan la miró con una débil sonrisa, mientras Anastasia señalaba con gestos claros que debía buscar al rey Richard de inmediato. La sirvienta asintió con rapidez y salió apresuradamente de la habitación, su corazón latiendo con fuerza mientras corría hacia el despacho del rey.

Mientras tanto, Anastasia volvió junto a su hijo, tomando su mano pequeña entre las suyas

La sirvienta llegó al despacho del rey, jadeando tras correr a través del castillo. Sin dudarlo, empujó la puerta con fuerza, haciéndola sonar al abrirse de golpe.

Richard, que estaba sentado revisando archivos en su escritorio, alzó la mirada con un gesto molesto ante la interrupción.

—¿Qué ocurre? —preguntó con un tono frío, sin apartar la vista de los documentos.

—Re... rey... —intentó decir la sirvienta entre jadeos, luchando por recuperar el aliento.

—Habla claro —ordenó Richard, alzando la voz ligeramente—. ¿Qué pasa?

—El príncipe... —empezó ella, aún temblorosa.

De inmediato, el rostro del rey se oscureció, y con un tono severo la interrumpió:

—No quiero que menciones a mi hijo. No aquí, no ahora. Anastasia podría escucharte.

La sirvienta, con los ojos llenos de urgencia, negó rápidamente con la cabeza.

—¡No, Su Majestad! —exclamó, esforzándose por mantenerse firme—. ¡El príncipe Ethan ha despertado!

El silencio que siguió fue pesado, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante. Richard, incapaz de creer lo que escuchaba, frunció el ceño con incredulidad.

—¿Qué estás diciendo? —demandó con dureza, dando un paso hacia ella—. ¿Alba, estás segura de lo que dices?

—Sí, Majestad. La emperatriz me pidió que le comunicara de inmediato. ¡Es un milagro! —respondió Alba, con una mezcla de temor y esperanza.

Richard la observó con atención, intentando encontrar algún rastro de duda o confusión en su expresión, pero sus palabras parecían sinceras. A pesar de ello, su mente luchaba por aceptar lo que le decía.

—Si esto es una broma, Alba... —advirtió con voz baja y peligrosa, pero ya dejaba los documentos a un lado mientras se dirigía rápidamente hacia la puerta—. No habrá perdón.

Sin esperar una respuesta, salió del despacho con pasos apresurados, sus pensamientos acelerados mientras se dirigía a los aposentos de Ethan. Alba lo siguió de cerca, en silencio, confiando en que el milagro que había presenciado hablaría por sí mismo.

Al llegar a la puerta de la habitación, Richard se detuvo por un momento, su mano temblando ligeramente al posarse sobre el picaporte. Con un profundo suspiro, giró la manija y entró.

Su corazón latiendo con fuerza mientras sus ojos recorrían el interior. Allí estaba Ethan, acostado en la cama, con los ojos cerrados pero respirando. A pesar de la calma aparente, esa simple visión lo llenó de una alegría indescriptible.

Se acercó lentamente, con pasos medidos, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper el momento. Al llegar junto a la cama, Richard extendió una mano y, con suavidad, tocó la cabeza de su hijo, sintiendo el calor de su piel. Por primera vez en días, permitió que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro.

Cuando retiró la mano, Ethan abrió los ojos despacio, parpadeando un par de veces antes de mirar a su alrededor. Al ver a su padre, una sonrisa se formó en sus labios, iluminando su rostro.

—Papá... —murmuró con voz suave.

Richard sintió que algo en su pecho se deshacía, una pesada carga que había llevado durante días. Acarició la cabeza de Ethan con ternura y respondió:

—Hola, Ethan.

Ethan, todavía con la mirada algo somnolienta, giró los ojos hacia su madre, quien estaba sentada a su lado con lágrimas en los ojos. Luego volvió su atención a su padre, estudiándolo con curiosidad.

—¿Papá sabes por qué los ojos de mamá están hinchados? —preguntó con inocencia—. ¿Y por qué papá se ve tan... cansado? Tienes ojeras.

Richard se quedó en silencio por un instante, asimilando las palabras de su hijo. Ethan parecía no recordar nada de lo sucedido, y quizás era mejor así. Con una sonrisa cálida, Richard respondió:

—No te preocupes, hijo. Es solo que tu cumpleaños se acerca, y mamá y yo hemos estado planeando algo especial para ti.

Los ojos de Ethan brillaron de emoción, y su sonrisa se ensanchó.

—¡¿De verdad?! —dijo con entusiasmo, aunque su voz seguía siendo débil—. ¡Sii!,

Richard dejó escapar una suave risa, mientras Anastasia observaba la escena, cubriéndose la boca con una mano para reprimir un nuevo sollozo.

El ambiente en la habitación cambió. Aquella pesada atmósfera de dolor y angustia que había envuelto el castillo parecía disiparse, reemplazada por una paz cálida y reconfortante.

La habitación, antes oscura y cargada, ahora parecía más luminosa, como si el mismo aire hubiese cambiado. Todo se sentía más hermoso, más tranquilo, como si la felicidad los hubiera bendecido ese momento.

Richard, dejando atrás por un instante la solemnidad de su rol como rey, se giró hacia la sirvienta que había permanecido cerca.

—Alba, trae paños calientes y comida para Ethan. Que sea ligera, pero nutritiva —ordenó con firmeza, aunque su tono era mucho más suave que de costumbre.

Alba asintió rápidamente, su rostro iluminado por una sonrisa de alivio y felicidad.

—Sí, Su Majestad. Enseguida —respondió antes de salir apresurada, dejándolos solos para disfrutar de su momento familiar.

Alba recorrió los pasillos del castillo con pasos veloces hasta llegar a la cocina. Allí, el chef principal, conocido como Claude, estaba organizando los preparativos de la cena real. Al verla entrar casi sin aliento, levantó una ceja con curiosidad.

—¿Qué ocurre ahora, Alba? —preguntó mientras seguía inspeccionando los ingredientes.

—¡Claude! Necesito comida con cítricos y muchas vitaminas, algo nutritivo pero suave.

El chef se cruzó de brazos, su expresión reflejaba tanto escepticismo como intriga.

—¿Por qué tanta prisa? —preguntó, observándola con cautela—. ¿Qué ha pasado esta vez?

Alba, con el rostro radiante y todavía emocionada, exclamó:

—¡El joven príncipe Ethan ha despertado!

Las palabras de Alba parecieron congelar el ambiente por un momento. Los demás asistentes de la cocina, que estaban trabajando, se detuvieron al escucharla, intercambiando miradas de incredulidad.

—Otra vez con tu lengua suelta, Alba... —murmuró uno de los ayudantes del chef.

Pero al observar la expresión llena de alegría en su rostro, las dudas comenzaron a desvanecerse. Alba no parecía estar bromeando esta vez.

—¿Hablas en serio? —preguntó finalmente Claude, su voz teñida de asombro.

—¡Claro que sí! —insistió Alba—. La emperatriz misma me lo pidió, y el rey Richard estaba allí. ¡Es un milagro!

Las palabras de Alba parecieron encender una chispa de esperanza en todos los presentes. La noticia comenzó a extenderse rápidamente por el castillo, como un rumor que cobraba fuerza con cada persona que lo escuchaba.

Mientras tanto, Claude, dejando de lado sus dudas, tomó la noticia con entusiasmo.

—Muy bien, prepararemos lo mejor para el joven príncipe. Que sepa que está despierto que el castillo celebra su regreso.

Rápidamente, el equipo de la cocina se puso manos a la obra. Claude ordenó preparar un banquete especial con platillos del oriente, famosos por su balance nutricional y su sabor delicado.

 combinados con toques reales que representaban la grandeza del imperio. En poco tiempo, los fogones estaban encendidos, las frutas cítricas se mezclaban con especias, y los aromas comenzaban a llenar el aire.

El regreso del joven príncipe Ethan ya no era solo una alegría para la familia real; era un evento que empezaba a transformar el ánimo de todo el castillo.