En "Lazos de Fuego y Hielo", el príncipe Patrick, marcado por una trágica invalidez, y la sirvienta Amber, recién llegada al reino de Helvard junto a sus hermanos para escapar de un pasado tormentoso, se ven atrapados en una relación prohibida.
En un inicio, Patrick, frío y arrogante, le hace la vida imposible a Amber, pero conforme pasa el tiempo, entre los muros del castillo, surge una conexión inesperada.
Mientras Patrick lucha con su creciente obsesión y los celos hacia Amber, ella se debate entre su deber hacia su familia y los peligros que acarrea su amor por el príncipe.
Con un reino al borde del conflicto y un enemigo poderoso como Ethan acechando, la pareja de su hermana Jessica, enfrenta los desafíos de un amor que podría destruirlos a ambos o salvarlos.
(Historia basada en la época medieval)
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Capitulo 20
El frío se sentía como miles de pequeñas agujas perforando mi piel, a pesar del abrigo grueso que llevaba. Mis dedos entumecidos apenas reaccionaban, y frotar mis brazos una y otra vez parecía inútil, como si el aire mismo me robara el calor del cuerpo.
El día, aunque hermoso en su blancura, me resultaba implacable. La nieve caía lenta pero constante, pintando de blanco el paisaje, mientras el viento gélido me recordaba lo vulnerable que me sentía en ese momento. No estaba hecha para este clima, no como ellos.
El príncipe Patrick, desde su posición entre las sábanas gruesas y los pelajes de lujo, notó mi incomodidad. A pesar de su arrogancia, siempre parecía observador cuando se trataba de mí.
Tal vez era parte de esa extraña obsesión que había desarrollado, o tal vez simplemente disfrutaba verme fuera de lugar. Pero en ese momento, su invitación no tuvo ni una pizca de burla.
—Ven, Amber —dijo, señalando su cama—. Te vas a congelar de pie ahí.
Su tono no dejaba lugar a dudas, y aunque sabía que no debía, sin pensarlo demasiado, obedecí.
Mi mente me decía que aquello no estaba bien, que la servidumbre nunca debía compartir la cama del amo, pero mi cuerpo, agotado por el frío, tomó la decisión por mí.
Me metí bajo sus sábanas de inmediato, dejando que el calor atrapado en ellas comenzara a rodearme.
Para mi sorpresa, él no hizo ningún comentario cruel. En cambio, me observó con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—¿De dónde vienes? —preguntó de repente, con una sonrisa ligera—. ¿Del sur? Pareces no estar acostumbrada al frío.
Acierto. Asentí con la cabeza, temblando aún, mientras el calor lentamente comenzaba a recorrerme.
—Sí, mi Lord. De un lugar mucho más cálido —respondí, sintiendo que mi cuerpo, poco a poco, se relajaba bajo el abrigo de las sábanas. Las mantas olían a él, a una mezcla de perfumes caros y la madera que ardía en la chimenea.
Por un instante, me sentí abrumada por lo extraña que era esta situación. Yo, una simple sirvienta, compartiendo el calor de la cama con el príncipe.
Él se acomodó un poco más cerca de mí, no de manera intrusiva, pero lo suficiente como para que el contacto entre nosotros fuera innegable.
Me observaba con esa mirada suya, la que parecía capaz de atravesar mis pensamientos. Había algo en sus ojos que no terminaba de entender, una mezcla de deseo, orgullo y… ¿compasión?
—¿Es difícil para ti estar aquí? —preguntó, su tono más suave de lo habitual.
Me volví hacia él, sorprendida por la pregunta. No sabía cómo responderle sin revelar demasiado.
A veces, sentía que me trataba como un objeto de curiosidad, como si quisiera desentrañar mis secretos, pero en ese momento no había arrogancia en su voz.
—Es… diferente, mi Lord —contesté, sin querer profundizar mucho.
Él asintió, como si comprendiera más de lo que decía. Por un momento, el silencio entre nosotros no fue incómodo.
El calor finalmente comenzaba a devolverme la sensación en los dedos y en los pies, y aunque no lo admitiría en voz alta, agradecí su gesto.
—Supongo que te parecerá extraño que te permita estar aquí —comentó después de unos segundos—. Pero no quiero verte sufrir. No hoy.
Esa confesión, tan inesperada, me dejó perpleja. ¿Acaso realmente le importaba mi bienestar, o simplemente estaba buscando una excusa para tenerme cerca? No lo sabía, pero algo en su tono parecía genuino.
Mientras el calor de la cama continuaba envolviéndome, no pude evitar sentirme vulnerable, no solo físicamente, sino también emocionalmente.
Estar tan cerca de él, compartiendo un espacio tan íntimo, me confundía.
La calidez de las sábanas no tardó en convertirse en un calor febril que comenzó a consumir el cuerpo de Amber. Al principio, Patrick no se dio cuenta del cambio. La había observado con cierta satisfacción, contento de que ella finalmente se hubiera rendido al calor que le ofrecía.
Pero, de repente, notó que su respiración se volvía errática, y su piel, que antes apenas se había calentado, empezaba a ponerse pálida y sudorosa.
Amber temblaba y sus labios comenzaban a tornarse de un color ceniza. A pesar de estar bien cubierta, su cuerpo no dejaba de estremecerse. Patrick, aún incrédulo, apartó suavemente el cabello de su rostro, pero ella no reaccionó.
—Amber… —susurró, tocando su frente con el dorso de la mano. Estaba ardiendo.
Una punzada de miedo lo atravesó. La fiebre. Sabía lo peligrosa que era, cuántas vidas había cobrado en el pasado.
No podía permitirse perderla, no ahora. Inmediatamente, llamó a uno de sus sirvientes, su voz tensa y urgente.
—¡Trae agua fría y paños, rápido! —ordenó, su tono dejando claro que no aceptaría ningún retraso.
Mientras el sirviente corría a cumplir con la orden, Patrick, a pesar de su propia limitación, se inclinó sobre Amber, frotando sus brazos y piernas, intentando desesperadamente devolverle algo de calor natural.
Sentía la impotencia subir por su pecho al darse cuenta de lo poco que podía hacer.
Unos minutos después, llegó el maestre, un hombre mayor que había visto demasiados casos como ese. Tras examinarla brevemente, frunció el ceño y lanzó una mirada preocupada al príncipe.
—La fiebre la ha consumido. Su cuerpo está luchando contra el resfriado, pero ha caído en un sueño profundo. Podría no despertar —dijo, con la voz baja y grave, como si la muerte ya estuviera rondando.
Patrick sintió como si le hubieran clavado una daga en el pecho. La idea de perderla lo aterrorizaba de una manera que no podía explicar.
Su obsesión por ella había crecido hasta tal punto que ya no se trataba solo de una atracción física; necesitaba que ella estuviera allí, viva, a su lado.
—Haz lo que sea necesario —dijo Patrick, su voz temblorosa por la rabia y la desesperación—. No permitiré que muera.
Mientras el maestre preparaba hierbas y brebajes para intentar bajarle la fiebre, Patrick se quedó junto a Amber, sin moverse.
No le importaba lo que pensaran los demás, ni siquiera el hecho de que la sirvienta estuviera en su cama. Todo lo que importaba en ese momento era que ella sobreviviera.
La veía moverse inquieta, como si estuviera atrapada en una pesadilla. Movía la cabeza de un lado a otro, murmurando palabras ininteligibles.
Patrick se inclinó más cerca, su rostro a solo unos centímetros del de ella, sus dedos suavemente apartando el sudor de su frente.
—Estoy aquí —susurró, sin saber si ella lo escuchaba—. No te voy a dejar.
A pesar de la frialdad de la noche y la agitación en su pecho, Patrick sentía que algo profundo lo conectaba con ella en ese momento.
Aunque siempre había creído que su interés por Amber era solo físico, al verla luchar contra la fiebre, se dio cuenta de que su apego a ella iba más allá.