¿Podría un hombre marcado por la sangre cambiar al encontrarse con una mujer que veía la esperanza en todo?
¿O el pasado de ambos sería demasiado fuerte para escribir una nueva historia?
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Cap. 18
La lista negra y la noche que se torció
—¿Ya están todos? —preguntó Lucifer, sin levantar la vista de su laptop.
Los empleados se miraron entre sí, nerviosos. William, su asistente, dio un paso al frente.
—Sí, señor. Todos están presentes.
—Bien. Cierra la puerta.
William obedeció. Afuera, algunos empleados rezagados intentaron entrar. Golpearon la puerta. Uno incluso giró la manija.
—Quien se atreva a abrir esa puerta, lo despido en el acto —dijo Lucifer, sin levantar la voz, pero con una firmeza que heló la sangre.
—William, anota los nombres de los que están afuera.
—Sí, señor.
Los que estaban por entrar retrocedieron de inmediato. Nadie quería tentar al destino.
El ambiente en la sala de juntas era tenso. A pesar del aire acondicionado, varios sudaban. Nadie se atrevía a hablar.
Lucifer revisaba su laptop con calma. Luego levantó la vista.
—Voy a decir algunos nombres. Quien escuche el suyo, salga de esta sala y espere afuera.
Los murmullos comenzaron. Nadie entendía qué estaba pasando. Pero el miedo era más fuerte que la curiosidad.
Lucifer empezó a leer nombres. Uno por uno, empleados con años de antigüedad, supervisores, incluso jefes de área, se levantaban y salían. Algunos con la cara pálida, otros con lágrimas contenidas.
Cuando terminó, el silencio era absoluto.
—William, todos los que mencioné quedan fuera de la empresa. Hoy es su último día. No hay liquidación. Solo el salario pendiente. ¿Entendido?
—Sí, señor.
Los que no fueron nombrados respiraron aliviados, pero sabían que la línea era delgada.
—Circula la nueva convocatoria de vacantes. Quiero perfiles sólidos. Nada de improvisados.
—Entendido.
Lucifer se levantó.
—Escúchenme bien. Aquí no se viene a calentar la silla. En un mes, solo se permiten tres faltas justificadas. Si alguien se pasa, se va. No me importa la razón.
—Sí, señor —respondieron todos.
—Ahora, regresen a sus áreas.
Los empleados salieron en silencio. Algunos lloraban. Otros se abrazaban. Los que se quedaron, caminaban con cuidado, como si el piso pudiera romperse bajo sus pies.
Lucifer salió de la sala. Aris lo seguía.
—Aris, dile a Hendra que pase por mí.
—Sí, señor.
...****************...
Eva recibió un mensaje en su celular. Era la dirección del club donde su padre le había pedido que lo reemplazara. No sospechó nada. Solo pensó que sería un trabajo nocturno más.
—Ok, batería cargada, gasolina llena, dinero en la cartera... —murmuró mientras se preparaba.
Se puso unos pantalones negros, camisa roja de manga larga, suéter azul y un gorro discreto. Zapatos cómodos y su mochila con lo esencial.
Montó su motoneta y se dirigió al lugar.
—Ay, Dios... cuídame esta noche —susurró mientras estacionaba frente al Club Brillante, un antro de lujo en la colonia Roma.
Lucifer también había llegado. Su coche se estacionó frente al club. Aris y Hendra lo acompañaban.
—¿Esa no es la chica de los fideos? —preguntó Aris, sorprendido.
—¿Qué hace aquí? —añadió Hendra.
Lucifer la miró, pero no dijo nada.
Eva entró al club. La música era fuerte, las luces bajas. Gente bailando, bebiendo, besándose. El ambiente la abrumó.
Se acercó a un mesero.
—Disculpe... estoy buscando al señor Reno. Vengo a cubrir el turno de mi papá, Ferdi.
El mesero la miró de pies a cabeza. Luego asintió.
—Espere aquí. Lo llamo.
Quince minutos después, un hombre de traje ajustado se acercó.
—¿Eva?
—Sí. Mi papá me dijo que viniera. No se siente bien.
Reno la observó con una sonrisa que no le gustó nada.
—Perfecto. Espérame un momento.
Reno hizo una llamada.
—Tráiganme el uniforme —ordenó.
Eva esperó. Una mujer llegó con una bolsa. Reno se la entregó.
Eva abrió la bolsa. Era un vestido corto, ajustado, con escote profundo.
—¿Esto es el uniforme?
—Sí. Es lo que usamos aquí. Póntelo.
—No puedo usar esto. Es demasiado revelador.
—Mira, niña. Tu papá ya recibió el pago. Si no cumples, él tendrá problemas.
—¿Pago? ¿De qué estás hablando?
—Solo tienes que acompañar a mi jefe en su mesa. Servirle tragos. Nada más.
—No. No quiero. Me voy.
Eva dio media vuelta. Reno la miró con desprecio.
—Si te vas, tu papá va a pagar las consecuencias.
Eva se detuvo. Su corazón latía con fuerza. Algo no estaba bien. Algo estaba muy mal.
Te felicito
espero que ese tipo le diga a Eva que su padre la vendió a el para pagar la deuda que tenia con el aver si con eso ya habré los ojos y se da cuenta que ellos no la quieren y solo la ven como un objeto que pueden usar del cual desacerse
y así ella se aleje y corta lazos con esa gente que si la buscan con escusas barata no los escuche ni les de dinero que solo se preocupe por ella y su hermano que se ve que la quiere y se preocupa por ella